El LLAMAMIENTO Argentino Judío comparte la reflexión del escritor e intelectual israelí David Grossman en relación con el 70 aniversario del Estado de Israel. Grossman, quien ha sido galardonado recientemente con el Premio Israel de Literatura, es uno de los numerosos padres y madres israelíes y palestinos que han perdido a un hijo o una hija en un conflicto fratricida que incluye guerra, terrorismo y ocupación, y que lleva ya siete décadas, el mismo tiempo de la existencia de ese Estado. El Llamamiento hace suyas las sensibles palabras de Grossman, quien señala y advierte acerca del único camino posible para lograr la paz entre los dos pueblos. *** Queridos amigos, buenas noches Hay mucho ruido y conmoción alrededor de nuestra ceremonia, pero no olvidemos que por sobre todo esta es una ceremonia de recuerdo y comunión. El ruido, incluso si está presente, está en este momento más alejado de nosotros, porque en el corazón de esta noche nos envuelve un profundo silencio: el silencio del vacío creado por la pérdida. Mi familia y yo perdimos a Uri en la guerra, un hombre joven, dulce, inteligente y divertido. Casi doce años después todavía me es difícil hablar de él en público. La muerte de un ser querido significa en realidad también la muerte de una cultura privada, completa, personal y única, con su propio lenguaje especial y su propio secreto, y nunca volverá a existir, ni habrá ninguna como esta. Es indescriptiblemente doloroso enfrentar ese «no» decisivo. Hay momentos en los que ese «no» casi absorbe todo el «tener» y todo el «sí». Es difícil y agotador luchar constantemente contra la gravedad de la pérdida. Es difícil separar la memoria del dolor. Me duele recordar, pero es aún más aterrador olvidar. Y qué fácil es, en esta situación, ceder ante el odio, la ira y la voluntad de venganza. Pero me doy cuenta que cada vez que me tientan la rabia y el odio, de inmediato siento que estoy perdiendo el contacto vivo con mi hijo. Algo está sellado. Y así llegué a mi decisión, hice mi elección. Y creo que aquellos que están aquí esta noche, hicieron la misma elección. Y sé que dentro del dolor hay también aliento, creación, el hacer el bien. Ese dolor no aísla sino que también conecta y fortalece. Aquí, incluso los viejos enemigos, israelíes y palestinos, pueden conectarse entre sí más allá del dolor e incluso por causa de él. He conocido bastantes familias en duelo en estos últimos años. Basado en mi experiencia les he dicho, que incluso viviendo en medio del dolor, deben recordar que a cada miembro de la familia se le debe permitir llorar de la manera que quiera, tal como es y de la forma en que su alma le dice que lo haga. Nadie puede indicarle a otra persona cómo llorar. Eso es válido para una familia privada, y lo es para la extensa «familia en duelo». Hay un sentimiento fuerte que nos conecta, una sensación de destino común, y el dolor que solo nosotros conocemos, para el cual casi no hay palabras, allá afuera donde brilla la luz. Es por eso que, si la definición de «familia en duelo» es genuina y honesta, por favor respeten nuestro camino. Merece respeto. No es un camino fácil, no es obvio, y no está exento de contradicciones internas. Pero es nuestra manera de dar sentido a la muerte de nuestros seres queridos, y a nuestras vidas después de su muerte. Y es nuestra forma de actuar, de hacer, no de desesperar y no de desistir, para que un día, en el futuro, la guerra se desvanezca y tal vez cese por completo, y comencemos a vivir, vivir una vida plena y no solo subsistir de guerra en guerra, de desastre en desastre. Nosotros, israelíes y palestinos, que en las guerras entre nosotros hemos perdido lo más caro, más caro quizás que nuestras propias vidas, estamos condenados a enfrentar a la realidad a través de una herida abierta. Aquellos así heridos ya no pueden fomentar ilusiones. Los así heridos saben en qué medida la vida se compone de grandes concesiones, de un compromiso sin fin. Creo que el dolor nos convierte, a los que estamos aquí esta noche, en personas más realistas. Vemos con claridad, por ejemplo, todo lo relacionado a los límites del poder, a las ilusiones que siempre acompañan a aquel que sustenta el poder. Y ahora somos más cautelosos, más de lo que éramos antes del desastre, y nos llenamos de odio cada vez que detectamos una exhibición de orgullo vacío, o eslóganes de nacionalismo arrogante, o declaraciones prepotentes de los líderes. Somos más que cautelosos: somos prácticamente alérgicos. Esta semana Israel celebra 70 años. Espero que podamos celebrar muchos años más y muchas más generaciones de hijos, nietos y bisnietos lo hagan, viviendo aquí junto a un estado palestino independiente, en forma segura, pacífica y creativa, y lo más importante, en una serena rutina diaria, en buena vecindad; y sintiendo que éste es su hogar. ¿Qué es un hogar? El hogar es un lugar cuyas paredes, sus fronteras, están definidas y son aceptadas; cuya existencia es estable, sólida y sosegada; cuyos habitantes conocen sus códigos íntimos; cuyas relaciones con sus vecinos se han resuelto. Un lugar que proyecta un sentido de futuro. Y nosotros los israelíes, también después de 70 años, y no importa cuántas palabras salpicadas de miel patriótica sean pronunciadas en los próximos días, aún no hemos llegado allí. Todavía no estamos en casa. Israel se estableció para que el pueblo judío, que casi nunca se sintió en casa en ningún lugar del mundo, finalmente tuviera un hogar. Y ahora, 70 años más tarde, puede ser que la poderosa Israel sea una fortaleza, pero aún no es un hogar. La solución a la compleja relación entre israelíes y palestinos se puede resumir en una breve fórmula: si los palestinos no tienen un hogar, los israelíes tampoco lo tendrán. Lo opuesto también es cierto: toda