Día de la Independencia

Por: Benjamin Falicoff (desde Córdoba)

Un puñado de años, el guardapolvos muy almidonado, el pecho adornado por una escarapela, gomina en el pelo y un «patriótico plantón» frente a un palco colmado de autoridades y prohombres de la comunidad.

El himno se cantaba con fuerza en parte porque sobrevolaba el espíritu festivo y en parte para caldearnos un poquito ante el frío del invernoso Julio.

Los tediosos discursos siempre comenzaban agradeciendo a los mortales importantes, a los inmortales más importantes y al Altísimo, alguno se acordaba del pueblo y nunca de nosotros que coloreábamos de blanco la plaza principal. 

En menos de un minuto desfilábamos con paso muy ensayado y después esperábamos la cereza del postre: el desfile de los soldados con armas y banderas y ahí la banda militar aumentaba más el volumen de su sonora presencia. 

Pero… 

¿Cuánto tiempo es necesario para resignificar esas lides libertarias? 

¿Cómo fueron esos personajes más acá de la escenografía casi teatral que alimentaron los historiadores?

Siempre sospeché que el Sargento Cabral habrá dicho «¡Ay!» cuando le clavaron una bayoneta y no «Muero contento…»

En fin, hoy ya veterano de varios desfiles y celebraciones elijo a alguien que sí sabía el valor de luchar por la libertad. 

Una de carne y hueso, «La Capitana». Ignoro el verdadero nombre africano, con el que la llamaba su familia, su tierra, de dónde fue arrancada.

Y la rememoro con algo que se aloja en emociones compartidas: un blues. 

Música que -aunque negada- también recorrió nuestro territorio.

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