Por: Ariana Sacroisky
El taller se ubicaba en la esquina de las calles Planes y Añasco, en el barrio de La Paternal. Los hermanos y su padre ebanistas desarrollaban allí el arte del trabajo de las maderas y sus texturas, creando piezas que acompañaban la vida de las familias a través de las generaciones. Se trataba de un rincón especial de la Ciudad de Buenos Aires. Su carácter estaba dado por el estilo de casi todos los hermanos, que algunas personas, muy estrictas en lo que hace a los modos adecuados de comportarse, podrían llamar de “excéntricos”.
Sioma, por ejemplo, uno de los hermanos menores, guardaba todo tipo de piezas encontradas consideradas inservibles. Cuentan en la familia que las patas de su cama no llegaban a tocar el piso por las pilas de diarios acumuladas debajo, y que en las tardes era habitual que saliera de recorrida por el barrio a buscar objetos de interés. Luego armaba paquetitos atados con piolín que conservaba en estantes y cajones.
Las piezas predilectas en el arte de José, otro de los hermanos de la familia, eran los muebles tallados en madera con motivos religiosos bíblicos, como las Tablas de la Ley, y figuras de la naturaleza. Para José, la talla de estas piezas era un gusto, un verdadero placer que no quería enturbiar con demasiada exigencia. Si el encargo de un cliente no le interesaba, o si sentía que estaba demasiado ocupado para el tiempo libre que quería disfrutar con sus amigos y amigas bohemios, simplemente no lo tomaba. Su esposa, quien para su desgracia se había casado sin realmente conocer estos rasgos de su personalidad, intentaría toda la vida convencer a su marido de que se abocara con mayor ahínco a ganar dinero, y que la familia pudiera progresar económica y socialmente.
Ante el nacimiento de su hija, José decidió realizar una pieza especial para ella: un cofre decorado con un diseño que llevaría su nombre enrulado en la tapa: Judith. Realizó esta tarea con cuidado y gran esmero, en el taller familiar de Planes, ante la mirada atenta de su hermano Sioma. Imaginaba, mientras trabajaba la madera, que su niña guardaría allí por toda la vida sus objetos preciados y preciosos: recuerdos de infancia, cartas y alguna joyita que le regalara su abuela.
Cuando la madre de José, Golde, vio el cofre tan especial tallado para Judith, se dio cuenta de que lo quería para ella misma y actuó en consecuencia. Era realmente una pieza única, que no merecía estar en manos de una niña. Sin explicaciones, que realmente no eran necesarias dada la dinámica familiar, decidió apropiarse del cofre, pronunciando una frase que quedaría como acervo para la mitología familiar: “Esto es para Mamá”. José, como era habitual en su comportamiento, prefirió evitar el conflicto y aceptar la orden de la su madre.
Unos diez años después, Golde consideró que ya era hora de que el cofre llegara a las manos de su nieta para continuar la sucesión de las herencias, pero no iba a realizar tal entrega sin dejar su marca personal. Antes de entregárselo, en el revés de la pieza talló torpemente la frase: “A Judith. Su Bobe Golde”. Cuando Judith recibió el cofre, le pareció, con la naturalidad que tienen las niñas para saber lo que les gusta y lo que no, que aquello era simplemente horrible. La integralidad de la pieza había sido profanada por la brutalidad de la abuela y sus letras grandotas y desprolijas, sin atención a ninguna consideración estética. Judith no lo quería llevar consigo.
Su Tío Sioma fue testigo de toda la secuencia. Sin dudarlo, encontró la solución perfecta, se la propuso a Judith y ella aceptó: el cofre quedaría escondido debajo de la cama y lo usaría él. Allí podría guardar más paquetitos. Siempre se necesitaba más espacio.