Fuente: Daniel Kupervaser | Blog de Daniel Kupervaser
Fecha: 7 de mayo de 2020
El 4 de noviembre de 1995, Yigal Amir, joven judío perteneciente al ala extremista del nacionalismo religioso judío, asesinó con dos disparos de pistola al primer ministro israelí Yitzhak Rabin en un multitudinario acto curiosamente reunido bajo el lema: “por la paz y contra la violencia”.
A diferencia de la gran mayoría de los acusados por crímenes de todo tipo, especialmente los políticos, Igal Amir optó por confesar rápidamente los hechos y culpa, dejó de lado toda posibilidad de ganar tiempo y postergar el avance del juicio, e incluso no apeló a instancias superiores de manera que su veredicto se constituyó de inmediato en definitivo e inapelable en marzo del año 1996.
Supongamos que Iigal Amir hubiese luchado por todos los medios que la ley le permite, como a todo acusado, con toda seguridad la fecha del veredicto definitivo se hubiese pospuesto por varios años y su situación en todo ese tiempo seria, al igual que hoy Netanyahu, la de un acusado en juicio. Bajo esas condiciones, nada hubiese impedido que proponga su candidatura a la función de parlamentario o primer ministro de Israel, e incluso reciba oficialmente ese título en el marco de las elecciones generales que se llevaron a cabo en mayo de 1996.
Ante el problemático prontuario del acusado, seguramente Michael Ben Yair, fiscal general de estado en esos tiempos, y el pleno de la Corte Suprema de Justicia de Israel, hubiesen afirmado, al igual que en el caso de Netanyahu, que “hay una dificultad, pero no un impedimento legal” para que Yigal Amir cumpla la función de parlamentario elegido o primer ministro elegido de Israel. Según la ley de Israel, no existe ningún impedimento para un candidato acusado judicialmente por crímenes, pero antes de su veredicto definitivo e inapelable, de participar en elecciones, ser elegido como parlamentario, o inclusive, ser primer ministro y formar gobierno.
LA CORTE SUPREMA NO ES EL PROBLEMA. SON LOS LEGISLADORES
Si el orden judicial que los distintos gobiernos impusieron desde la constitución de Israel hubiese querido impedir la participación de candidatos acusados de soborno, violación, espionaje, traición o asesinato, lo hubiese fijado explícitamente en las leyes. Según la jurisprudencia del estado que se jacta de ser un faro para el mundo, lo que no está prohibido, está permitido, no importa que sea una aberración moral ni tampoco preocupa.
La decisión de la Suprema Corte de Israel de permitir a Netanyahu cumplir la función de primer ministro elegido de Israel obedece estrictamente al orden judicial existente sin ninguna influencia de carácter extraño. No por casualidad fue adoptada por unanimidad en una inusual junta de 11 jueces.
Lo insólito del caso es la percepción de un enorme suspiro de satisfacción por parte de una mayoría en la sociedad israelí como consecuencia de dar por finalizado un bloqueo político de mas de un año y la constitución de un gobierno fijo elegido. Lamentablemente también se percibe un total desinterés por el enorme costo moral de los acontecimientos. En un país cuya población tiene enraizado un profundo carácter sumiso, que ha perdido totalmente el sentido crítico y el sentido de un orden democrático mínimo, su liderazgo político juega permanentemente con sus electores como fichas de un tablero que las mueve en cualquier dirección. El pueblo es tan maleable que solo es cuestión de buscar el asesor mediático que encuentra la consigna adecuada para que la manada siga al líder. ¡Qué importa que un delincuente en potencia esté en la cumbre del poder del país!.
En el Israel de hoy se vive un absurdo que se puede culpar a un ciudadano de traición a la patria y venta de secretos de estado, pero en tanto y en cuanto no esté sujeto a un veredicto definitivo e inapelable, puede llegar a ser elegido primer ministro.
La denominada democracia israelí no puede tener ninguna esperanza de sus legisladores. Un mes atrás se disponía de una mayoría dispuesta a legislar la ley que impida, al menos en el futuro, la elección de un primer ministro acusado, y no solamente convicto, de delitos penales. Lamentablemente, parte de los legisladores elegidos prefirieron continuar con la tradición israelí de traición política para preferir un sillón ministerial al lado de Netanyahu, un acusado de soborno, fraude y abuso de confianza.
Lamentablemente, se trata de una nueva demostración que los últimos años estamos en presencia de una estructura política israelí que cada día se aleja de un orden democrático según principios universales. Netanyahu logró borrar de la memoria de un pueblo sumiso que Rabin renunció a la función de primer ministro en 1977 porque detectaron una contravención administrativa de su esposa a normas de cuentas en el exterior con un saldo de 3 mil dólares. Hoy Netanyahu no habla de su esposa, delincuente convicta penalmente por haber metido la mano en un tarro no de ella por sumas mucho mayores. Ni que hablar de la renuncia del primer ministro Olmert 11 años atrás por ser acusado de soborno y antes de recibir condena, que también desapareció de la jurisprudencia moral israelí.
Con el liderazgo de Netanyahu, la estructura política israelí no deja de despedir un desagradable tufo a degeneración.
Ojalá me equivoque.
Daniel Kupervaser
Herzlya – Israel 7-5-2020
@KupervaserD
«pudo haber sido» será. Con un mal uso de los tiempos verbales están diciendo que sucedió lo que podría haber sucedido, pero nunca ocurrió.
Muchas gracias, Daniel Kupervaser, por sus ilustrativos artículos que ayudan a poner las cosas en su lugar.
Dicho ésto, no puedo dejar de pensar que los fallos de «la denominada democracia israelí» comenzaron muchísimo tiempo atrás., desde que el mismísimo Theodor Herzl imaginó que la solución para el antisemitismo era un estado judío. Porque esa limitación según el origen suena tan poco democrática como la de un estado islámico.
En realidad, Herzl creía imposible terminar con el antisemitismo y por eso buscó una forma de convivir con él que consistía en separarnos a los judíos de los antisemitas metiéndonos a todos en un gran ghetto llamado «estado judio». Y si alguna democracia debía existir en él sería, por definición, una democracia sólo para judíos.
Tufo hay si, tufo a terrorismo y sanguinario comunismo. Tufo a criminal izquierdista que añora las criminales y genocidas dictaduras donde los acusados carecen de los más mínimo os derechos democráticos y procesales. Tufo a asesino terrorista que desea ver desaparecer a todo el que no piensa como él. Y junto a ese tufo hay una peste insoportable a criminal que no puede tolerar los procedimientos democraticos. Llamar asesino al que ha escrito este panfletillo es insultar a los asesinos. El tufo que desprende es más propio de GENOCIDA, escoria GENOCIDA.