Fuente: Marcus Barnett* | SinPermiso.net
Fecha: 27 de ABRIL 2017
“El mundo entero, sabíamos, estaba celebrando el Primero de Mayo ese día y, en todas partes se pronunciaban palabras contundentes e importantes. Pero nunca se había cantado la Internacional en condiciones tan diferentes, tan trágicas, en un lugar donde toda una nación había y aun estaba siendo exterminada. Las palabras y la canción encontraron eco entre las ruinas carbonizadas y eran, en ese momento, una indicación de que la juventud socialista todavía seguía luchando en el gueto, y que incluso, cara a la muerte, no habían abandonado sus ideales”. Marek Edelman
Un día de abril de 1943, un grupo de combatientes de la resistencia judía lanzó una insurrección armada contra los nazis. Estaban orgullosos de ser socialistas e internacionalistas.
En la víspera de la Pascua de 1943 —diecinueve de abril— un grupo de varios cientos de jóvenes judíos pobremente armados del Gueto de Varsovia comenzaron una de las primeras insurrecciones contra el nazismo en la Europa ocupada.
Para el pequeño grupo de combatientes judíos — en las líricas palabras de un militante— “morir con las armas en las manos es más hermoso que sin ellas” y, aislados del mundo exterior, resistieron durante veintinueve días contra un enemigo mucho mayor, motivados por el deseo de matar a tantos fascistas como pudieran antes de caer ellos. El levantamiento, grabado en la memoria colectiva de los judíos de la posguerra, sigue siendo motivo de orgullo y de reafirmación.
Nadie pone en duda hoy que su heroísmo jugó un papel crucial en la guerra. Pero menos conocido es el hecho que su insurrección, lejos de ser espontánea, fue producto de la planificación y preparación de un grupo relativamente pequeño – y muy joven – de radicales judíos.
El gueto
Pocas semanas después de la invasión nazi de Polonia, el gobernador Hans Frank ordenó a los cuatrocientos mil judíos de Varsovia concentrarse en un gueto. En noviembre de 1940, alrededor de quinientos mil judíos de toda Polonia habían quedado encerrados entre sus muros, separados del mundo exterior y sumido en un completo aislamiento social. Rodeado por un muro de diez pies de alto, la creación del gueto implicó el desplazamiento de aproximadamente el 30 por ciento de la población de Varsovia al 2,6 por ciento de la ciudad: el área designada no tenía más de dos millas y medio de largo y previamente solo alojaba a unas 160.000 personas.
En el gueto, los judíos fueron obligados a vivir en el hambre y la pobreza. Muchas familias no tenían más que una habitación individual, y la grave falta de alimentos obligó a que unas cien mil personas aproximadamente tuvieran que sobrevivir solo con un plato de sopa al día. El sistema de saneamiento colapsó y no había manera de controlar las enfermedades. Desde marzo de 1942, cinco mil personas morían mensualmente de enfermedad y malnutrición.
La situación era desesperada y, sin embargo, la respuesta inicial de la dirección de la comunidad judía fue de inacción. Tras la creación del Judenrat (Consejo Judío) —una organización colaboracionista establecida con la aprobación de los nazis para facilitar la implementación de las políticas anti-judías— algunos habitantes cayeron en una falsa sensación de seguridad. La actitud que impregnaba el gueto, una interpretación a partir de la historia judía, era que el nazismo no era más que otra forma de persecución de las muchas que el pueblo judío había sufrido y sobrevivido.
Otros —como el militante de Hashomer Hatzair Shmuel Braslaw— comenzaron a reconocer un respeto envidioso por parte de los residentes del gueto hacia los alemanes. “Nuestros jóvenes aprenden a quitarse la gorra cuando se cruzan con los alemanes”, escribió Braslaw en un documento interno, “sonríen con la sonrisa del siervo y obedecen. . . pero en el fondo de su corazón arde un sueño: ser como [los alemanes] – guapos, fuertes y seguros de sí mismos. Poder patear, golpear e insultar, sin miedo al castigo. Despreciar a otros, como los alemanes desprecian a los judíos”.
Contra esta desmoralización, comenzaron a surgir señales de desafío mediante la auto-organización de la izquierda en la comunidad judía. Comunistas, socialistas-sionistas de diferentes tendencias, y socialdemócratas se organizaron en células en el gueto, con el objetivo de transformar la miseria en una organización política importante. Todos los partidos – el Bund , una organización de masas socialdemócrata que había disfrutado de una gran popularidad antes de la guerra; el grupo marxista-sionista juvenil Hashomer Hatzair ; el partido sionista Poale Sion de Izquierda ; y el Partido Comunista se volcaron en esta estrategia, organizaron células que buscaban revivir las actitudes colectivistas entre una juventud judía emocionalmente paralizada y descontenta.
En aquellos tiempos oscuros, las estructuras de las organizaciones juveniles proporcionaron un anclaje social y psicológico contra el hambre y la depresión. “El día que fui capaz de restablecer contacto con mi grupo”, escribió la joven militante comunista Dora Goldkorn “fue uno de los días más felices de mi vida dura y trágica en el gueto”. Para el proyecto de desarrollar una dirección de la resistencia entre los jóvenes, mantener el ánimo alto era crucial; los actos de amistad, como compartir la comida, eran tan importantes como la distribución de literatura anti-nazi.
En 1942, las distintas organizaciones de jóvenes se sentían lo suficientemente confiadas como para considerar la formación de un “Bloque Antifascista”. Ante la insistencia de los comunistas, se redactó un manifiesto que buscaba unir a la izquierda judía en el gueto de Varsovia, con la esperanza de generalizar esta unidad política a otros guetos.
Llamando a un “frente nacional” contra la ocupación, por la unidad de todas las fuerzas progresistas sobre la base de reivindicaciones comunes y el antifascismo armado, el manifiesto era un eco de los frentes populares de antes de la guerra en su metodología organizativa.
Poale Sion de Izquierda se sumó con entusiasmo, al igual que el Hashomer Hatzair – que volvió a insistir en su fidelidad a la Unión Soviética, a pesar de la oposición del Kremlin al sionismo. El Bund, sin embargo, eran menos fiables, debido a su anticomunismo histórico y su rechazo de una acción armada específicamente judía, porque el partido defendía abiertamente que Polonia era la patria de los judíos polaco y muchos bundistas se negaban a un marco unitario que no fuese polaco-judío.
El periódico del Bloque Antifascista, Der Ruf , tuvo dos ediciones. Sus contenidos se centraron sobre todo en aplaudir la resistencia soviética e instar a los habitantes del gueto a aguantar hasta la inminente liberación a manos del Ejército Rojo.
Los destacamentos de combate del Bloque contaban con militantes pertenecientes a todas las organizaciones del movimiento obrero, pero el eje central de la organización fue Pinkus Kartin . Un convencido comunista en Polonia antes de la guerra y veterano de las brigadas internacionales en España, Kartin era un líder tanto político como militar. Para el historiador Israel Gutman , que militaba en Hashomer Hatzair en su juventud, Kartin “sin duda impresionaba” a los jóvenes cuadros sin experiencia clandestinos.
Fue el arresto y asesinato de Kartin en junio de 1943 lo que dio la señal para actuar al Bloque Antifascista. Su detención provocó una intensa represión contra los Jóvenes Comunistas, que vieron su número diezmado y pasaron a la clandestinidad. Por eso, cuando la Organización Judía de Combate (ZOB) se fundó varios meses más tarde, los comunistas estuvieron ausentes en un primer momento – aunque su línea política fue confirmada y aplicada por Abraham Fiszelson, un líder de Poale Sion de Izquierda, que habían sido amigo y mano derecha de Kartin desde su época en España.
Durante ese período, los dirigentes de la derecha de la comunidad judía formaron un grupo rival, la Unión Militar Judía (ZZW). Dirigida por el grupo juvenil sionista de derechas Betar y financiado por la alta sociedad, la ZZW se apoyaba en ex oficiales del ejército que querían luchar una guerra ortodoxa contra los nazis utilizando la disciplina de un ejército regular – a diferencia de la ZOB, que se consideraba la expresión armada del movimiento obrero judío. Por otra parte, las conexiones de la ZZW con los nacionalistas polacos, el antisemita gobierno en el exilio polaco y el movimiento de la derecha revisionista-sionista provocaron sospechas entre los dirigentes del ZOB.
Por el contrario, según Israel Gutman, los voluntarios típicos del ZOB eran “hombres jóvenes de unos veinte años, sionistas, comunistas, socialistas -. idealistas sin experiencia de batalla, sin entrenamiento militar”. Mientras que la propaganda del ZZW era muy nacionalista, la propaganda y la literatura del ZOB defendía un internacionalismo antirracista, ofrecía comentarios intelectuales sobre la situación del mundo, y debatía sobre el movimiento obrero.
A pesar de los tiempos oscuros, los miembros del? OB pertenecían a una tradición política que aspiraba a un mundo mejor, y trataba de crearlo a través de su lucha.
La resistencia
El ZOB adoptó como su objetivo una insurrección antinazi. Sin embargo, reconocia que era fundamental conseguir el apoyo mayoritario para la organización en la comunidad en general. Y se decidió que ello implicaba la intimidación y la ejecución de los colaboradores judíos con los ocupantes.
Para los militantes del ZOB, los colaboradores representaban un ala auxiliar del fascismo que era instrumental a la hora de facilitar la deportación de los judíos polacos. Para demostrar que esa postura no sería aceptada en el gueto, los militantes del ZOB decidieron ejecutar al policía judío Jacob Lejkin. Por su “dedicación” en la deportación a Auschwitz de los judíos, Lejkin fue ejecutado de un disparo, y ello provocó el pánico generalizado entre los colaboracionistas en el gueto. Más tarde fue ejecutado Alfred Nossig en febrero de 1943. Józef Szerynski, el ex jefe de la policía del gueto, se suicidó para evitar su propio destino.
Estas acciones aseguraron la centralidad del ZOB en el movimiento de resistencia, y también animaron a la resistencia más allá de sus filas. Su objetivo era demostrar que se podía desafiar a la colaboración y que hacerlo era un deber moral. Y en un corto período de tiempo habían ganado a muchos habitantes del gueto a esta posición.
Con el paso de los meses, el espectro de la muerte se convirtió en omnipresente. Entre junio y septiembre de 1942, trescientos mil judíos habían sido deportados o asesinados, destruyendo la comunidad judía polaca. En estas circunstancias desesperadas, todo el mundo había perdido a alguien y muchos jóvenes empezaron a no sufrir la ansiedad de tener que proteger a sus familias y se comprometieron con la actividad política militante. En pocas palabras, cuantos más judíos fueron asesinados en los guetos, menos obligaciones personales sentían los supervivientes, y el sentimiento de responsabilidad por las represalias de los nazis disminuyó.
También surgió el menospreció por el auto-afligido martirio de Adam Czerniakow, el líder del Judenrat, que se suicidó en julio de 1942. Para los jóvenes socialistas judíos, como el destacado bundista Marek Edelman, Czerniakow había “hecho de su muerte un asunto privado”, un símbolo de privilegio en contraste con Edelman y sus compañeros de clase trabajadora que esperaban su turno en las listas de deportación. Para ellos, dijo, el sentimiento mayoritario en aquellos tiempos era que el liderazgo político exigía que “se muriese, no en silencio, sino con una explosión”.
El levantamiento
En muchos sentidos, las esperanzas de la izquierda al llamar a una lucha común contra la barbarie nazi había sobrevivido a su propia base a la que iba destinada: la comunidad judía estaba en proceso de ser exterminada. Lo que ahora importaba era la iniciativa de lo propios jóvenes izquierdistas – y la mayoría estuvo a favor de un levantamiento.
En la mañana del lunes 18 de enero, seis meses después de las primeras deportaciones en masa de los judíos de Varsovia (lo que redujo el número de habitantes del gueto de cuatrocientos mil a aproximadamente unos setenta u ochenta mil), los militantes del ZOB surgieron de la multitud de deportados para atacar a los soldados alemanes, matando a varios de ellos. Hubo una serie de ataques durante cuatro días, protagonizados por militantes que se infiltraban entre las columnas de mano de obra esclava que marchaban hacia la Umschlagplatz, salían de las filas a una señal dada, y atacaban a los guardias alemanes. Aunque decenas de combatientes ZOB cayeron, la confusión creada por los combates permitieron a algunos escapar – y demostraron que en el gueto también podían caer los nazis.
En abril de 1943, había una conciencia general de que el gueto iba a ser exterminado por completo. Se planeó una insurrección armada general ante la siguiente provocación nazi. El 19 de abril, cinco mil soldados dirigidos por el general de las SS Jürgen Stroop entraron en el gueto para eliminar a sus últimos habitantes; en respuesta, aproximadamente unos 220 voluntarios del ZOB comenzaron su ataque, desde los sótanos, los pisos y los techos, cada uno armado con una sola pistola y varios cócteles molotov.
La revuelta provocó el caos, pillando a los nazis por sorpresa y matando a muchos soldados de la Wehrmacht y las SS. En respuesta, el ejército alemán, humillado por las bajas que había sufrido a manos de unos prisioneros que creían derrotados hacía mucho tiempo, inició una política de abrasar sistemáticamente a los combatientes. Parafraseando a un militante del ?OB, fueron las llamas —no los fascistas— las que derrotaron a los combatientes. Los combates cuerpo a cuerpo se prolongaron durante días, y a finales de abril el mando coordinado del ?OB se derrumbó, el conflicto en gran parte quedó limitado al ataque con lanzallamas de los alemanes contra pequeños grupos de judíos armados escondidos en bunkers para tratar de escapar.
Según los relatos, la bandera roja y la bandera azul y blanca del movimiento sionista ondearon sobre los edificios incautados por el ZOB. El luchador más joven muerto fue un activista bundista de trece años de edad. Aunque sin experiencia como fuerza de combate, un documento interno anónimo del Bund, que llegó a Londres en junio de 1943, hizo hincapié en la unidad política “ejemplar” y la “fraternidad” entre los grupos de izquierda en el combate. El inquebrantable compromiso con el que los jóvenes combatientes del ZOB se aferraron a sus sueños de socialismo se ejemplificó en un conmovedor acto del 1 de Mayo celebrado en medio de las ruinas del gueto.
En él participó Marek Edelman, que lo refleja así en sus memorias:
“El mundo entero, sabíamos, estaba celebrando el Primero de Mayo ese día y, en todas partes se pronunciaban palabras contundentes e importantes. Pero nunca se había cantado la Internacional en condiciones tan diferentes, tan trágicas, en un lugar donde toda una nación había y aun estaba siendo exterminada. Las palabras y la canción encontraron eco entre las ruinas carbonizadas y eran, en ese momento, una indicación de que la juventud socialista todavía seguía luchando en el gueto, y que incluso, cara a la muerte, no habían abandonado sus ideales”.
El último grupo de dirigentes del ZOB se suicidaron juntos el 8 de mayo, rodeados por el ejército nazi, en su base de Mila 18. A mediados de mayo, el gueto había sido arrasado, y la gran sinagoga de Varsovia fue personalmente volada por el general Stroop el 16 de mayo para celebrar el final de la resistencia judía. Sólo cuarenta combatientes del ZOB habían escapado hacia el lado “ario” de Varsovia, donde varios más cayeron antes del fin de la guerra en el posterior levantamiento de toda la ciudad en 1944.
La lección
En nuestra época, el criminal de guerra George W. Bush puedo rendir un cómodo homenaje a los combatientes del Gueto de Varsovia. Lo mismo sus humanitarios colegas David Cameron y Barack Obama, que pronunciaron unos discursos llenos de moralina sobre el heroísmo de la revuelta. Sus lugares comunes son el producto de la simplificación histórica de los hechos con el tiempo – algo que es probable que aumente a medida que los testigos directos del Holocausto nos dejan, a menudo con su testimonio sin compartir.
Más peligroso aun son los intentos de borrar las posiciones políticas que alentaron esa resistencia heroica. Esta misma semana, la Universidad de Vilnius en Lituania anunció que conmemoraría a los estudiantes judíos asesinados en el Holocausto – siempre y cuando no hubieran participado en actividades políticas de izquierda o en la militancia anti-nazi.
Frente a este ataque a la historia, la tarea de la izquierda es la defensa de los combatientes de la ZOB de la condescendencia del patrocinio oficial o de las oscuras posibilidades de una demonización del estado. Sólo podemos hacerlo recordando lo que muchas de aquellas personas fueron: jóvenes militantes, comprometidos con los ideales de la izquierda, rebosantes de entusiasmo por un mundo mejor, marginados con su comunidad.
Judíos por nacimiento y comunidad, se lanzaron a la lucha como internacionalistas, como participantes de una lucha mundial contra el fascismo y el capitalismo. A pesar de su debilidad, su actitud —negarse a una sumisión que significaba la muerte, resistir incluso contra toda probabilidad porque era un imperativo moral— fue un ejemplo para los republicanos españoles en los campos y en la resistencia, para el maquis comunista francés, para sus compañeros polacos del otro lado de los muros del gueto, y para los otros judíos que languidecían en los campos de concentración.
Su historia es un recordatorio de la brutalidad y la desesperanza del Holocausto, pero también un brillante ejemplo de aquellos que en el peor de los casos —en palabras del poeta partisano Hirsh Glik— “nunca pueden decir que han alcanzado el final del camino”.
* Sindicalista del RMT (Sindicato ferroviario, marítimo y del transporte británico) y estudiante de historia postgraduado en la London School of Economics