Por: Edo Konrad | Sin Permiso (16 de abril de 2022)
Han pasado tres días desde que un palestino armado del campo de refugiados de Jenin abrió fuego en un bar en la calle Dizengoff en el centro de Tel Aviv, asesinando a tres personas e hiriendo a varios más. Varios de los que fueron heridos siguen luchando por sus vidas. Ver las escenas caóticas de esa noche, incluida la imagen de miles de policías y soldados recorriendo las calles en busca del asesino, a quien rastrearon y mataron horas después, trajo sentimientos de dolor y desesperación, tristeza y añoranza. Los muertos podrían haber sido mis amigos o familiares en ese bar. Podrían haber sido yo.
Esos sentimientos solo empeoraron en los días siguientes. El sábado, las fuerzas israelíes lanzaron una incursión masiva en Jenin y sus alrededores, en el norte de Cisjordania, donde fueron confrontados por militantes palestinos que continuan intercambiando disparos con el ejército hoy. Anoche, una turba de palestinos destrozó e incendió la Tumba de José en Nablus antes de ser dispersada por las fuerzas de seguridad palestinas. Esta mañana, unos soldados israelíes mataron a tiros a una madre palestina desarmada con seis hijos en la ciudad de Husan, en Cisjordania, alegando que se acercó a ellos de “manera sospechosa”. La espiral continúa descendiendo cada día que pasa.
El ataque en la calle Dizengoff fue el cuarto que tuvo lugar en una ciudad israelí en las últimas tres semanas, tras los asesinatos en Be’er Sheva, Hadera y Bnei Brak, que han dejado un total de 14 muertos en Israel. Y, como un reloj, los políticos israelíes, con el eco de los principales medios de comunicación del país, han estado pidiendo una represión más severas contra los palestinos, tanto ciudadanos de Israel como quienes viven bajo la dictadura militar en los territorios ocupados, en nombre de la restauración de la “seguridad”.
Pero para estos políticos, la “seguridad” no se trata realmente de salvar vidas o proteger a todos los civiles de cualquier daño. Se trata de preservar y vigilar un orden sociopolítico. Se trata de controlar la distribución de recursos y privilegios para los judíos-israelíes. Es una tapadera para una ideología más profunda de asentamiento y despojo. Es una promesa violenta que las autoridades no pueden cumplir, incluso cuando la gran mayoría de los israelíes aceptan su premisa. Es, en esencia, un falso mesías.Policía israelí y rescatistas en la escena de un tiroteo en la calle Dizengoff, en el centro de Tel Aviv, 7 de abril de 2022. (Noam Revkin Fenton/Flash90)
Israel no está interesado, por ejemplo, en la seguridad de sus ciudadanos palestinos, quienes durante años le han estado rogando al gobierno que haga algo con respecto a la violencia armada y el crimen organizado que asolan sus comunidades, pero el estado solo ha comenzado a tomar medidas y retirar las armas cuando han sido usadas contra ciudadanos judíos. El estado tampoco está interesado en la seguridad derivada de una vivienda y trabajo estables para las clases bajas mizrajíes y etíopes de Israel en la periferia, que sufren el acoso y la brutalidad policial de forma regular.
Y, por supuesto, Israel tampoco está interesado en la seguridad de los palestinos en Cisjordania y Gaza ocupadas, que viven todos los días con un temor constante por sus vidas y sus medios de subsistencia, asediados por un ejército extranjero que es a la vez juez, jurado, y verdugo. La “seguridad” no los abarca a ellos, ni a sus hermanos palestinos en el exilio forzoso, sino que se produce a expensas de ellos.
Incluso cuando se limita a la cuestión de los ataques armados por parte de los palestinos, la verdad es que pocas personas, a pesar de fingir lo contrario, realmente creen que Israel puede brindar seguridad a través de medios tan violentos. Muchos ex miembros de los servicios de seguridad de Israel, desde generales del ejército hasta directores del Shin Bet, han confesado que mantener a millones de personas bajo un sistema impuesto a la fuerza nunca puede garantizar la seguridad a largo plazo. Pero las élites políticas, militares y culturales de Israel han seguido desestimando estas advertencias.
En cambio, la población judía, cosechando los beneficios del llamado statu quo, ha creado hábilmente una burbuja psicológica para eliminar cualquier interés en “cómo vive la otra mitad”. Esa burbuja solo se agrieta en los momentos esporádicos en que un cohete, un cuchillo o una pistola se vuelve contra nosotros desde el “otro lado”, obligándonos a recordar a los millones de palestinos que obligamos a vivir bajo nuestra bota.Soldados israelíes detienen a palestinos en la aldea de Yabad, cerca de la ciudad cisjordana de Jenin, durante una operación de búsqueda tras la muerte de un soldado israelí, el 12 de mayo de 2020. (Nasser Ishtayeh/Flash90)
Aquellos que actualmente están ideando castigos nuevos y creativos para la sociedad palestina después del ataque del jueves por la noche son conscientes de que sus esfuerzos no son tanto “soluciones” como pasos en una rutina que se ha vuelto deprimentemente repetitiva. Después de todo, hay una razón por la que «cortar el césped», «quemar la conciencia» y «mostrar quién manda» se han convertido en declaraciones intercambiables en el consenso político israelí. Este “teatro de la seguridad” tiene como objetivo reafirmar a la población que la violencia palestina se puede sofocar a través de algún gesto final, brutal y sangriento, cuya mera fuerza aterrorizaría a los palestinos tan completamente que se lograría la seguridad sin necesidad de un acuerdo político.
Pero estas declaraciones belicistas son cada vez más obsoletas. Son argumentos ensayados, visiblemente deshilachados por el uso excesivo, un ritual cada vez más desprovisto de sustancia. Los defensores cínicos de “gestionar” o “reducir” el conflicto intentarán disuadir a los israelíes de pensar que esta situación es insostenible. Algunos podrían sorprenderse al saber que, a pesar de que se ha descartado hablar de una solución, el problema se ha negado obstinadamente a desaparecer. Pero el hecho sigue siendo ineludible: mientras Israel elija esta visión de “seguridad” y abandone cualquier pretensión de tratar de “terminar el conflicto”, solo podemos esperar más víctimas.
De hecho, a medida que las imágenes de Tomer Morad, Eytam Magini y Barak Lufan, tres jóvenes cuyas vidas se vieron truncadas mientras disfrutaban de una noche con los amigos, se transmiten por todo el mundo, recuerdo nombres y rostros que ya han sido olvidado o ignorado por los medios de comunicación. De Amar Shafiq Abu Afifa, un palestino de 18 años que fue asesinado a tiros por un soldado israelí mientras disfrutaba un paseo en el sur de Cisjordania el mes pasado. O Ismail Tubasi, que fue asesinado por los colonos y cuyo cuerpo fue mutilado en las colinas del sur de Hebrón el pasado mes de mayo. O Nader Rayan, de solo 17 años, que fue abatido a tiros por soldados israelíes cuando se dirigía a su trabajo en Nablus en marzo.
La lista de nombres, abrumadoramente de palestinos, es larga, un número creciente de muertes en un momento en que no hay esperanza en el horizonte, cuando el dolor, la desesperación y la rabia están a la orden del día.Los dolientes llevan el cuerpo de Nader Rayan, de 16 años, durante su funeral en el campo de refugiados de Balata en la ciudad de Nablús, Cisjordania, el 15 de marzo de 2022. (Nasser Ishtayeh/Flash90)
Me conduelo. Pero me apeno no solo por las vidas perdidas y rotas, no solo por el miedo que se apoderó de los corazones de los padres, hermanos y parejas hasta que sus seres queridos respondieron a sus mensajes de miedo. También lamento la ausencia de una alternativa política clara: un camino, o incluso el comienzo de un camino, sobre cómo los palestinos e israelíes pueden transformar la relación colonial violenta que los ha gobernado durante más de un siglo. Una que reemplace una tortuosa jerarquía de privilegios etno-nacionales y de clase con la verdadera seguridad, la seguridad de la vecindad, de vivir juntos en pleno reconocimiento de que el otro no desaparecerá.
Me conduelo. Pero me niego a permitir que nuestro dolor alimente la descontextualización deliberada que permite que Israel, una potencia nuclear que mantiene un régimen de apartheid, se presente a sí mismo como una víctima y a todos los palestinos como antisemitas y asesinos. Me niego a creer que no podemos crear tal alternativa. Me niego a creer que los palestinos y los judíos no puedan vivir juntos en una realidad no gobernada por el colonialismo, la violencia y el terror.
Neguémonos a aceptar que la desesperación es inevitable. Neguémonos a escuchar las promesas vacías de los que esgrimen sables y los roncos gritos de sangre. No nos comprometamos con nada que no sea una verdadera alternativa, que incluso ahora está esperando surgir.
Edo Konrad es editor en jefe de la revista israelí +972.
Un artículo para leer y releer que debiera ayudarnos a ver que la realidad es muy distinta de lo que estamos demasiado acostumbrados a decirnos a nosotros mismos.
Una frase a destacar es «un palestino armado del campo de refugiados de Jenin», a ver si nos metemos en nuestras cabezotas que en 1947-49 el país fue vaciado de casi toda su población árabe autóctona, no menos del 80 por ciento, expulsados y transformados masivamente en refugiados. Se dice pronto.
Esa realidad no parece una buena base para que nos consideremos «inocentes víctimas» de unos «sanguinarios palestinos» que no tendrían otra cosa en contra nuestra que un impulso irracional de matar judíos.
La historia suele basarse en hechos consumados y no puede echarse atrás pero si deseamos una solución humana y decente para los dramas actuales tenemos la obligación moral de basarnos en los hechos reales asumiendo las correspondientes responsabilidades y no en las habituales fantasías según las cuales nosotros seríamos las eternas víctimas y lo palestinos una especie de continuadores de Hitler.