Fuente: Guillermo Wierzba | El Cohete a la Luna
Fecha: 8 de noviembre de 2020
Esta semana se cumplieron quince años de la Cumbre de las Américas que en Mar del Plata tuvo la potencia para cerrar el camino a que los Estados Unidos consiguieran el mayor avance hacia el destino que persiguen hace más dos siglos: la consolidación del objetivo panamericanista con su hegemonía continental a través de la conformación del ALCA. Imposibilitó su concreción la asunción al poder de un conjunto de corrientes populares en países de América Latina. Los liderazgos de Kirchner, Lula, Chávez, Evo y Tabaré impidieron ese objetivo imperial. La evocación de la efeméride excede las consideraciones políticas y merece un encuadre de los aspectos económicos de los significados de ese hecho histórico, también la referencia a sus raíces y la valoración presente de los rumbos a impulsar en América Latina. Particularmente en Argentina como reacción a la desastrosa y tramposa situación provocada por la alianza del gobierno de Cambiemos y el FMI para inhibir la potencia transformadora del gobierno popular.
Más de tres años antes de la realización de la reunión de Mar del Plata, la Secretaría de relaciones internacionales de la CTA, que esta semana recordó el evento de 2005 con un seminario internacional, editó un texto de Enrique Arceo en el que se presentaba crudamente el carácter del ALCA y las condiciones internacionales en que acontecía su imposición. Señalaba el autor que “el ALCA procura consolidar en América Latina el tipo de dominación a través del mercado que Estados Unidos busca implantar en el conjunto de la economía mundial. La liberalización de la economía mundial que ha tenido lugar en el último cuarto de siglo no es un fenómeno resultante de la estructura espontánea de las estructuras económico-sociales o una consecuencia de la revolución tecnológica… El mercado es una construcción social y opera necesariamente sobre la base de un conjunto de reglas que reflejan una determinada correlación de fuerzas. La liberalización no es… un desplazamiento de las regulaciones nacionales por las fuerzas incontrolables del mercado, sino su reemplazo por otro tipo de regulación… El ALCA es un claro ejemplo de establecimiento de nuevas normas a ser observadas por las naciones a fin que el capital opere en toda América como un mercado único”.
En la época llamada del “capitalismo de oro” o de “las economías del bienestar”, el financiamiento era predominantemente público, de carácter bilateral o mediante la intermediación de organismos multilaterales de crédito dirigidos por los estados. No estaban restringidos los controles al movimiento internacional de capitales. Existía una regulación interestatal de las políticas cambiarias que impedían su flexibilidad significativa. La inexistencia de un mercado de capitales privados acotaba el financiamiento de los déficits porque la única fuente para resolverlos era el FMI y el Banco Mundial, que lo hacían con reglas estrictas. El único país que podía hacerlo sin límite eran los Estados Unidos, porque imprimían el dólar. Este era el país con exclusividad de moneda completa. El dólar cumplía con las cinco funciones del dinero definidas por Marx:
- Unidad de cuenta (los precios se piensan siempre en dólares);
- Medio de transacción (las operaciones se realizan en dólares);
- Medio de pago (las cancelaciones de deudas y cobros de acreencias se hacen en dólares);
- Reserva de valor (los ahorros se realizan en dólares);
- Dinero Universal (de aceptación irrestricta para las operaciones internacionales de todo tipo).
Unidad Latinoamericana o panamericanismo rastrero
La ruptura de la convertibilidad del dólar con el oro, sobrevino por la insolvencia potencial que afrontaba Estados Unidos para cubrir sus déficits, debida al peso creciente de otras economías y al elevadísimo nivel del gasto militar. El surgimiento de nuevas potencias industriales y la acumulación de capital de los países petroleros habían llevado a los Estados Unidos a reemplazar una política administrada del manejo monetario acoplada a un diseño institucional de la gobernanza global por otro de regulación mercantil. Esta fue una decisión deliberada y constituyó el punto de origen del neoliberalismo. Las relaciones entre las monedas pasó a ser flexible y el riesgo de cambio, privado. Las tasas de interés pasaron a ser libres, fijadas por la oferta y la demanda. Los organismos multilaterales restringieron, hasta la insignificancia, los controles al movimiento internacional de capitales. Así, las empresas norteamericanas —siempre con la tecnología de punt— podían deslocalizar producciones y segmentarlas, destinando a los países de menores salarios los eslabones de menor complejidad de fabricación, dejando los de superior desarrollo para los países centrales con mayor disposición del financiamiento privado. Porque la novedad del neoliberalismo fue el cambio de fuente de financiamiento de los déficits: el financiamiento privado y los mercados de capitales reemplazaron a los estatales y sus regulaciones institucionales. La tasa de interés trepó “tan alto como lo necesario para restaurar el valor del dólar”. La llave del cambio regulatorio del capitalismo mundial hacia la financiarización fue que la tasa de interés norteamericana sustituyó a la convertibilidad del dólar como el instrumento de poder de acción de la política económica global.
A su vez, las teorías apologéticas de la libertad de tasas y el financiamiento privado se pregonaron como panacea del desarrollo de los países periféricos, a los que se les hizo adoptar la apertura a la entrada y salida de capitales, con mercados financieros muy rentables (altas tasas) para valorizar el capital especulativo, que no sirvieron para otra cosa que para concentrar el poder económico y destruir la capacidad de crecimiento de sus economías. Este rumbo sólo estancó su desarrollo y aumentó su dependencia tecnológica, alimentando los procesos de fuga de capitales y endeudamiento, que siempre terminaba afrontando el Estado descargando —la mayoría de las veces— su peso en los cuerpos y vidas de los sectores populares.
Del corto período del capitalismo regulado de posguerra se pasó irreversiblemente al capitalismo financiero como sistema mundial, porque ni Wall Street ni los Estados Unidos querrán nunca volver a regular las ganancias, que hoy consiguen con los métodos de la financiarización y la desposesión de los estados dependientes y de los asalariados. El capitalismo regulado y movilizado por la ganancia productiva era menos rentable y más conflictivo para el capital rentista concentrado. Los desarrollos teóricos corrieron por parte de las universidades de los países centrales donde circulaban como espejitos de colores las bondades de la desregulación. Sumaban a la modelización interesada el elogio de la desaparición de las empresas públicas y el financiamiento de los déficits fiscales a tasas elevadísimas, demonizando la emisión y la inflación como las causas de todas las enfermedades de las economías periféricas. Sin embargo, las tasas de interés altas tuvieron como resultado más claro la destrucción del consumo interno y de los crecientes pero inmaduros desarrollos industriales de los países desposeídos por esta política.
“El ALCA constituye desde la óptica norteamericana un instrumento decisivo para consolidar la hegemonía de Estados Unidos sobre América Latina y erradicar definitivamente en ella cualquier proyecto de desarrollo autónomo”, decía Enrique Arceo. También significaba una herramienta de la disputa de los norteamericanos con los capitales de otro origen, pues su implementación permitía que los Estados Unidos pasaran de tener del 21% al 31% del PBI mundial. La adopción del ALCA hubiera implicado el final del funcionamiento del Mercosur dentro de todo el territorio americano, sólo hubiera podido subsistir hacia afuera del mismo. Desindustrialización y pobreza.
El No al ALCA en la Cumbre de Mar del Plata significó la salvación del apasionante proyecto de Unidad Latinoamericana. El Panamericanista ALCA, que en lo político-militar se ha expresado por la OEA, el TIAR, el PROSUR, el Grupo de Lima, la Escuela de las Américas y el cipayismo de Luis Almagro, desde hace dos siglos viene sosteniendo el programa de la Doctrina Monroe: “(Toda) América para los (Norte) Americanos”, que justificaba intervenir en otros países de la región en defensa de los intereses estadounidenses. En sucesivos conclaves se creó la Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas con el objetivo de proteger los intereses norteamericanos frente a los británicos en el siglo XIX, creándose en 1890 la Unión Internacional de Repúblicas Americanas. En el siglo XX se firmó un convenio de cooperación que nunca entró en vigencia porque Estados Unidos siempre se negó a establecer relaciones compensadas. En América Latina Estados Unidos reservó la preeminencia de los objetivos político militares frente a los económicos, que en la posguerra ocuparían un lugar central en Europa. Finalmente el ALCA era su gran objetivo hegemónico en la época de la globalización.
Se debe concluir que el lawfare en Argentina y Ecuador, el golpe en Bolivia, los derribos institucionales en Paraguay y Brasil y la organización permanente de conspiraciones contra Venezuela, fueron provocados no sólo por las oligarquías locales y los intereses de la hegemonía militar coyuntural estadounidense, sino que existía el proyecto estratégico de un sometimiento “definitivo” de la región a condiciones de dependencia y subdesarrollo. Por eso resulta pertinente citar al peruano José Carlos Mariátegui en sus Textos básicos (FCE,1995), caracterizando que “el panamericanismo se apoya en los intereses del orden burgués, el iberoamericanismo debe apoyarse en las muchedumbres que trabajan por crear un orden nuevo. El iberoamericanismo oficial será siempre un ideal académico, burocrático, impotente, sin raíces de vida. Como ideal de los núcleos renovadores, se convertirá, en cambio, en un ideal beligerante, activo, multitudinario”. La Unión Latinoamericana como meta del movimiento de masas.
La tragedia del dólar
En un mundo donde rige la flexibilidad cambiaria, en el que se impone un paradigma de libertad cambiaria como comportamiento de normalidad y de liberalización financiera, las condiciones de profundización de la dependencia tienen una herramienta central en la moneda. Hay un solo país que es estrictamente unimonetario. El resto de las naciones se ha visto sometida a una lógica de estabilidad monetaria ligada a los respetos de alineamiento con la financiarización, tasas de interés sensiblemente más altas que la superpotencia central, salarios flexibilizados que le permitan abaratar costos de los procesos de menor tecnología. Las razones de inestabilidad económica modélica –ligadas al debilitamiento de la moneda— han provenido de:
- La inflación, atribuible a la puja distributiva donde el capital no ha podido disciplinar al trabajo y a la actividad sindical a su gusto, a pesar de la concentración empresaria.
- Expectativas que acentuaban la fragilidad financiera debido a la ausencia de “reglas claras” , que significan la previsibilidad completa de un esquema macroeconómico único que responda a los diseños previstos por la potencia central, y que en nuestro país incluyen como eje a la Carta Orgánica del BCRA que reemplazó el kirchnerismo, a la Ley de Entidades Financieras —sancionada por la dictadura y aún vigente—, a regulaciones bancarias (normas de Basilea) que dejan el sistema a merced de una élite internacional que lo (des-auto)regula en función de la privatización del crédito y la obtención de superganancias, rigiéndolo por un dispositivo de riesgos especulativos que excluyen el fomento a las pequeñas y medianas empresas. También suponen un presupuesto equilibrado con políticas ofertistas que bajen los impuestos, y más aún el gasto social.
- Una naturalización del capitalismo, con asignación de recursos mercantiles, en el que la actividad económica debe ser llevada a cabo por parte del sector privado.
Estos principios condenan al subdesarrollo y la dependencia a los países periféricos y llevan a la constitución permanente de activos externos en el/los países que son gendarmes del capital. Cuanto más autonomía económica se promueve, más movimiento de capitales hay hacia el exterior. El bimonetarismo deviene de estas tres imposiciones de política.
La Unidad Latinoamericana antidependentista había dado nacimiento a la UNASUR, un MERCOSUR con objetivos más democráticos, el ALBA, el SUCRE y la CELAC. Debe destacarse, también, al Consejo Sudamericano de Defensa —con una concepción antagónica a la lógica de la Escuela de las Américas— y, particularmente, al Banco del Sur y el Fondo del Sur, proyectos de instituciones financieras cuya función debía ser la restauración del crédito público para el desarrollo, con el objetivo de largo plazo de disminuir la dependencia de los capitales privados.
Con acierto Cristina Fernández ha señalado el carácter extremo del bimonetarismo argentino, el modo en que este rasgo estructural del mundo neoliberal se ha acentuado en la Argentina. En efecto, en nuestro país el peso conserva sólo íntegramente la segunda y la tercer función de la moneda enunciadas por Marx, salvo para los inmuebles. La primera rige para todos los bienes que consumen los sectores populares, pero para las clases acomodadas los artículos de alto valor, tienen al dólar funcionando como unidad de cuenta. En cambio la cuarta función es claramente de ejercicio bimonetario. La quinta, como es de rigor sólo corre plenamente para la superpotencia occidental, el peso no la posee. La acentuación del bimonetarismo, especialmente en la moneda como reserva de valor, es un castigo de los “mercados” a la no aceptación plena de los tres puntos que se enumeraron como constitutivos del diseño de hegemonía del dispositivo del capital financiero.
El futuro de la dignidad nacional exige la defensa de la Unidad Latinoamericana frente al panamericanismo rastrero. También construir una estrategia de defensa de la moneda propia porque es un instrumento constitutivo de la Nación y que nos permite tener nuestra política económica. También recuperar la idea de la decisiva participación del Estado, en la investigación y desarrollo científico, en las finanzas, en el comercio exterior y en las empresas de tecnología estratégica. Esta no es una cuestión ideológica sino objetiva si se evalúa las necesidades de un política de desarrollo e igualdad, que impida los chantajes y condicionamientos del capitalismo financiero.
Decía Juan Perón en La Hora de los Pueblos (1968) que “el anacronismo mayor sucede aquí, como en nuestros países latinoamericanos, en el hecho que la desunión provocada por el propio imperialismo, resulta el peor enemigo. Como aquí todavía existe el mito de la inversión de capitales y la radicación de industrias yanquis –indudablemente más adelantadas en el aspecto tecnológico— es inútil que un país aislado intente hacerles frente, porque como para USA es indiferente el lugar, si un gobierno les crea dificultades, negocia con otro y aun se permite jugar a uno contra el otro para alcanzar las condiciones”. Perón tenía clara la Unidad Latinoamericana, como Bolívar, Monteagudo, Ugarte e Ingenieros. En referencia a la Alianza para el Progreso, otro megaproyecto panamericanista del cipayismo, decía Perón: “Los proyectos para la entrega han sido muchos y muy variados, a veces se cubre con el desarrollo, otros con la ayuda para el progreso, también con la privatización de las empresas estatales, a veces con el aporte de capitales o de las inversiones extranjeras”.
En referencia a las actitudes complaciente de la dirigencia de la CGT, a las entrevistas con la AEA –en las que convino una declaración en defensa de la actividad privada y la reducción de impuestos—, vale recordar las páginas de 77 y 78 de la edición de la Editorial Norte de Madrid del texto citado en donde se refiere al intento del imperialismo de copar a la dirigencia sindical argentina, utilizando la AFL CIO y la CIOLS creadas, según Perón, con el objetivo de combatir a la Federación Sindical Mundial. En otra parte del texto Perón se refiere a La Tragedia del Dólar refiriéndose a las restricciones que Johnson impuso a las empresas norteamericanas en Europa, acompañadas por una política de restricción monetaria, castigando la decisión de De Gaulle de expulsar de su territorio a las fuerzas de la OTAN. Perón advertía de represalias similares que respecto de desequilibrios económicos podían acontecer en América Latina.
El reciente acontecimiento electoral de la superpotencia, con lamentables ribetes en su transparencia y calidad del debate, ha permitido la aparición de opiniones de economistas y relacionistas internacionales locales con respecto al comportamiento que debía tener la Argentina frente al nuevo gobierno norteamericano. La mayoría de las cuales se referían a arreglar rápido con el FMI, confrontar con Venezuela, ajustar fiscalmente y no acercarse demasiado a China. Opiniones generalizadas en Junto para el Cambio, el periodismo concentrado mediático. Con intelectuales de esta calaña iríamos derecho a una creciente dolarización de la economía, provocando mayor pobreza y mayor poder del capital frente al trabajo.
El cruce de la frontera del Presidente Alberto Fernández con Evo Morales, el día siguiente al que el Presidente electo por el Movimiento al Socialismo asuma el poder, será una fotografía inolvidable de la historia nacional. Una cachetada a los proyectos de sometimiento al Imperio.