Fuente: Juan Gabriel Tokatlian (*) | Clarín
Fecha: 12 de marzo de 2020
Ha sido un lugar común afirmar que “America First”, el leitmotiv que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca y su gestión reflejan la hegemonía recobrada de Estados Unidos y su voluntad personal de asegurar la primacía de Washington en el plano global. Sin embargo, en una interpretación alternativa, diría que el lema de Trump, los supuestos que lo sustentan, su estrategia internacional y algunos resultados de la administración evidencian, más bien, el declive estadounidense.
Tanto en la campaña que lo llevó a la presidencia como en este año electoral, Trump ha puesto el acento en recuperar un pasado idealizado en el que el país era socialmente armónico y universalmente respetado. Ha repetido que ninguna nación se debe aprovechar de Estados Unidos y anunció costos altos para el que se atreva. Ha postulado que el liderazgo del país es indudable y que el músculo militar es indispensable. Por último, ha prometido que las instituciones mundiales volverán a ser el ámbito en que Washington imponga sus preferencias, le guste o no a sus aliados. Ese conjunto de argumentos refuerza el hecho de que Trump es un “declinista”. La preponderancia indisputable es una ilusión. Al tiempo que la prepotencia es, en realidad, un síntoma de impotencia.
Hagamos un repaso de varios indicadores. En el campo militar, Estados Unidos tenía un record mediocre y ha empeorado. Desde la Segunda Guerra Mundial, Washington tuvo victorias menores o pírricas: las invasiones a Grenada en 1983 y a Panamá en 1989, y el triunfo temporal en Irak en 1991. Desde 2001 hasta 2020 según el proyecto Cost of War de Brown University, el presupuesto destinado a la “guerra contra el terrorismo” fue de US$ 6,4 billones de dólares, el número de muertos alcanzó a 801.000 personas y el total de refugiados y desplazados supera los 21 millones. Sin embargo, los fiascos en Irak, Siria, Libia y Afganistán son estruendosos. Los presupuestos vinculados a la defensa (Pentágono y Departamento de Energía) entre 2017-2020 han sumado unos US$ 2,8 billones de dólares y han apuntado, en esencia, a sostener una lógica de guerras perpetuas sin logros político-militares visibles.
Como señala en un reciente libro (The Cost of Loyalty: Dishonesty, Hubris, and Failure of the US Military) el profesor de West Point, Tim Bakken, la autonomización de las fuerzas armadas respecto a la sociedad, su tamaño descontrolado, la preeminencia de la lealtad por sobre el mérito, la incompetencia en el campo de batalla, entre otros, se vienen reiterando y profundizando. Lo que, según el autor, se inserta en la “erosión de la democracia estadounidense”.
Los datos de crecimiento y sobre empleo entre 2017-2019 son superiores a los de los socios occidentales de Estados Unidos. No obstante, el malestar ciudadano ante la colusión de intereses del mundo de las grandes corporaciones y de sectores de la política, que preserva un sistema que se caracteriza por la falta de regulación, la ampliación de la desigualdad y la concentración de la riqueza, va en aumento.
De acuerdo con una encuesta de enero de 2020 del Pew Research Center, 6 de cada 10 estadounidenses consideran que ya hay demasiada desigualdad económica. Eventos recientes como la volatilidad bursátil en Wall Street, el potencial efecto sobre la producción interna del shale derivado de la pugna ruso-saudita en torno al petróleo, las consecuencias financieras y comerciales de la expansión del Coronavirus apuntan a una situación de inestabilidad que podría devenir en una nueva recesión. En esencia, con Trump no ha renacido el Estado de bienestar. Difícilmente Washington puede restaurar la hegemonía que ostentó.
Asimismo, la tendencia a mediano plazo de la competencia entre Washington y Beijing muestra el descenso relativo de Estados Unidos y el ascenso gradual de China. Por ejemplo, de 1950 a hoy la participación estadounidense en la economía mundial se redujo a la mitad. Según el Libro Blanco de la Política Exterior de Australia de 2017, el PBI de Estados Unidos en 2016 fue de US$ 18,1 billones de dólares y el de China de US$ 21,4 billones de dólares; para 2030 el pronóstico respectivo es de US$ 24 billones de dólares y US$ 42,4 billones de dólares.
Pero lo más relevante es que en 2017 el Partido Comunista de China se puso como meta que el país sea en 2030 el líder mundial en Inteligencia Artificial y en esa dirección realiza inversiones sostenidas. En el terreno tecnológico más que en el comercial se dirimirá la disputa estratégica entre los dos países.
Adicionalmente, una gran potencia consolida su hegemonía mediante la instauración de regímenes internacionales, el fortalecimiento de las instituciones multilaterales y la gobernanza de los asuntos globales. Nada de eso, sino lo contrario ha hecho la administración republicana. Fragiliza regímenes (por ejemplo, el de no proliferación), debilita instituciones (por ejemplo, la OMC) y afecta el manejo colectivo de temas críticos (por ejemplo, el cambio climático). El estilo de Trump, que combina paranoia y narcisismo, ha incidido para que Estados Unidos pierda prestigio, reputación y legitimidad.
Sin embargo, es fundamental remarcar que Washington aún posee muchos y potentes atributos de poder e influencia. La cuestión central es que la política exterior republicana está cargada de serios peligros; en especial para América Latina. Nuestra región está atravesada por la inestabilidad política, el debilitamiento económico y la fragmentación diplomática; condiciones todas que facilitan un ejercicio prepotente y pendenciero de la declinación estadounidense bajo Trump. Por eso es tiempo de prudencia, paciencia y perspicacia de nuestros gobiernos. La provocación a Washington es hoy un acto de heroísmo pueril e insensato.
Juan Gabriel Tokatlian es vicerrector de la Universidad Di Tella.