Fuente: Jorge Elbaum | El Cohete a la Luna
Fecha: 30 junio 2019
La decimocuarta cumbre del G20 que transcurrió en Osaka, Japón, evidenció el repetido intento del Presidente de los Estados Unidos por reconfigurar los frágiles equilibrios internacionales. La multiplicidad de los conflictos desplegados por Donald Trump busca detener (o retrasar) el deterioro de su hegemonía, arremetiendo contra la creciente multipolaridad que diferentes actores internacionales promueven.
Las dimensiones básicas sobre las que se dilucidan los conflictos quedaron expuestas en Osaka, a partir de: (a) la disputa por la preponderancia científico-tecnológica, (b) las discrepancias en torno a los desequilibrios tarifarios (que remite a la pugna por los superávits o déficit de las balanzas comerciales) y, (c) la contienda en relación al control de zonas de influencia, capaz de digitar la vigilancia de territorios, circuitos marítimos y áreas del ciberespacio.
El primer capítulo remite a lo que muchos analistas denominan como formas de autoridad prospectiva, ancladas en la información y en la potencial cooptación cultural de vastos colectivo demográficos. Quienes obtengan ventajas en este plano, se conjetura, lograrán imponer visiones del mundo capaces de modelar formatos de comercialización. La convergencia digital (de la que las patentes y redes de 5g son futuros pilares) implica la capacidad potencial de orientar voluntades hacia diferentes formas de consumo y, al mismo tiempo, monitorear los movimientos, las orientaciones y los deseos. En este plano, los medios de comunicación y las centrales de inteligencia (públicas o privadas) quedarían entrelazadas, extinguiéndose la autonomía (ya hipotética) de las primeras, siempre y cuando los Estados continúen manteniéndose ajenos al proceso.
La segunda de las disputas se asienta en el déficit crónico de Estados Unidos, tanto en el de su balanza comercial como en la fiscal, ambos vinculados además a la potencial diversificación de formas de intercambio comercial por fuera del dólar. La utilización de la moneda estadounidense ha sido el soporte con que Washington ha logrado sortear, desde la década del ’70 hasta la actualidad, el deficitario status de sus estructuras económicas.
El tercero es de índole militar y se basa en la capacidad de controlar o intervenir en determinados espacios geográficos, rutas de tránsito comercial y depósitos de recursos naturales. La deforestación y las tecnologías depredatorias de acceso a minerales e hidrocarburos (como el implementado por el fracking), incentivadas por las empresas trasnacionales, explican el reiterado fracaso de las dóciles iniciativas, manifestadas en las últimas cumbres del G20 hegemonizadas por Donald Trump, para quien el cambio climático es una invención científica no fidedigna.
Guerras múltiples, ganancias concentradas
Los think tanks republicanos vienen advirtiendo, desde hace cuatro décadas, que la única forma de darle continuidad a la hegemonía geoestratégica de Washington supone la reconfiguración de estos tres marcos de referencia, impidiendo que sigan ampliando la multipolaridad.[1] La guerra tarifaria planteada por Trump contra Xi-Jinping, sumada a la interdicción contra el gigante de las telecomunicaciones Huawei, se inscribe en las dos primeras dimensiones. Y el conflicto en torno a los debates medioambientales remite al tercero de esos capítulos. La ausencia de debates en torno a las intermediaciones financieras globales, específicamente las especulativas, se explica a partir del beneficio que dichos flujos proveen a los mercados de capitales de los países centrales, mayoritariamente presentes en el G20, quienes omiten su tratamiento al ser solidarios con la continuidad de los mismos.
Los escarceos bélicos en el sur de la península arábiga, vinculados al conflicto en Yemen y el control del estrecho de Mandeb (por donde transita un 20 % del petróleo mundial), remiten al intento por parte de Washington de condicionar al mayor proveedor de hidrocarburos de China, la República Islámica de Irán, que además ha informado durante las últimas semanas sobre la decisión de darle continuidad a su proyecto de enriquecimiento de uranio, luego del abandono por parte de Estados Unidos del acuerdo conocido como 5 + 1, firmado originariamente en 2015. En este mismo plano, que remite a la tercera de las dimensiones de disputa global, Rusia ha obtenido un logro trascendente al quebrar el modelo de preponderancia atlantista, históricamente regido por Washington a través de la OTAN, reconvertirse en un facilitador central de la cuasi finalización de la guerra civil siria y establecer en forma simultánea vínculos de cooperación estratégica con Israel. En este marco, la inquietud del trumpismo se profundizó en Osaka ante la confirmación del acuerdo entre Putin y el primer mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan, cuyas Fuerzas Armadas se aprestan a incorporar los misiles de última generación (S-400), capaces de romper la superioridad de los cazas estadounidenses F-35, también en posesión turca.
La agenda preparada por el primer ministro japonés Shinzo Abe no incluyó algunos de los temas centrales que se debatieron en Osaka. Entre ellos figuraron las crisis migratorias del Mediterráneo y del norte de México, el Brexit y la situación de los Derechos Humanos al interior de las monarquías absolutistas arábigas, o las matanzas recurrentes en Colombia. A pesar de que no estaba en el orden de temas a ser tratados, no pudo ser omitida la fracasada ofensiva contra el gobierno de Nicolás Maduro por parte del Grupo de Lima, impulsada por Mauricio Macri, Sebastián Piñera y Jair Bolsonaro. Estos tres mandatarios, presentes en la cumbre, recibieron la noticia en Osaka de que Uruguay abandonó la 49 Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos, en apoyo a las autoridades legítimas de Venezuela. Las deliberaciones de la OEA se llevaron a cabo en Medellín, Colombia, en forma simultánea al G20 y se constituyeron en un nuevo fracaso en la política de Washington, obsesionado en deteriorar al gobierno chavista. La delegación oriental abandonó el encuentro al ser sorprendida, junto a las representaciones de Bolivia, Nicaragua y México, por la acreditación intempestiva e inconsulta de representantes de Juan Guaidó, primer legislador en la historia de América Latina en autoproclamarse Presidente.
Por su parte, el gobierno de Mauricio Macri prolongó en Japón su campaña electoral tendiente a conquistar avales para su reelección, socorrido por varios jefes de Estado extranjeros que apuestan a su continuidad como garantía para darle viabilidad al modelo neoliberal que le es beneficioso a las empresas monopólicas transnacionales y a los centros financieros asociados a ellos. El promocionado acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur que se concretó en Bruselas ha sido publicitado por la cancillería argentina como un éxito del oficialismo, cuando difícilmente sea aprobado por los Parlamentos de los países signatarios, ante los groseros desequilibrios que pretende instaurar.
El desorden global tiene socios menores y grandes beneficiarios. Macri está entre los primeros. Pero sus víctimas actuales y potenciales pueden llegar a ser incontables.
[1]. Gwiazda, Adam: Controversies over the US Hegemony in the Multipolar World. Politics in Central Europe, 6 (1), Págs. 7-21. Disponible en http://bit.ly/2X8Ej2f