Fuente: Rafael Poch de Feliu | Blog personal
Fecha: 27 de MAR 2019
El informe del fiscal Mueller convierte en estropicio el Russiagate con el que nos han estado alimentando informativamente nuestros medios de comunicación. ¿Cómo se explica este carnaval?
Durante dos años los mayores consorcios mediáticos de Estados Unidos tuvieron un solo tema, el llamado Russiagate: la pretensión de que Donald Trump ganó las presidenciales de 2016 gracias a la injerencia de Rusia en ellas. A lo largo de un año, Washington Post, New York Times, CNN y MSNBC dedicaron a ese asunto 8507 artículos -casi 30 por día- e innumerables programas y emisiones. Ahora el informe del fiscal Mueller (19 abogados, 40 agentes del FBI, requisitorias a 2800 agentes secretos y expertos, 500 registros, 230 escuchas telefónicas, 500 testigos…) desnuda como vulgar patraña toda esa campaña que ha sido incapaz de presentar pruebas ni generar una sola acusación solvente.
Por razones históricas, mi confianza en la justicia de Estados Unidos en asuntos de Estado es más bien limitada. Ahí están los casos JFK y Robert Kennedy, Martin Luther King o Malcom X, entre otros, pero el informe de Mueller impacta en la línea de flotación de todo eso que nos han ido contando desde esos respetables medios y desde sus patéticos repetidores europeos.
La simple realidad es que la injerencia rusa en las elecciones de Estados Unidos, así como todo el arsenal conceptual que introdujo con las llamadas “fake news”, es la segunda mayor noticia falsa de lo que llevamos de siglo. La primera fue la de las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein.
El Kremlin siempre ha preferido administraciones republicanas que demócratas en Washington. Los motivos de ello son claros. Es tan obvio que Moscú prefería a Trump que a la señora Clinton y actuó en consecuencia, como que Sadam Hussein era un dictador criminal. Sin embargo Sadam no tenía armas de destrucción masiva y Trump no logró la presidencia gracias a Rusia.
La capacidad de Rusia por influir en la política interna de Estados Unidos es muy limitada y va claramente por detrás de la de otros países como Israel, Arabia Saudí, Qatar, Oman, etc., que dedican ingentes sumas de dinero e influencias para captar a nichos enteros del electorado, influir en los laboratorios de ideas que patrocinan, etc., etc. Todo eso es conocido y está cifrado.
Otra obviedad es que todas las potencias intervienen, o intentan intervenir, en la vida interna de las demás, pero ninguna de ellas ha logrado nunca acercarse al nivel de injerencia de Estados Unidos: más de 40 cambios de régimen o intervenciones militares en países desde la Segunda Guerra Mundial y una influencia cultural y propagandística global sin parangón.
Rusia 1996: el candidato de ultramar
Los rusos saben muy bien lo que es la ingerencia exterior en una campaña electoral. En los años noventa funcionarios americanos redactaron decretos (en materia de privatización) y determinaron elecciones de verdad, impidiendo una victoria comunista en las presidenciales de 1996. No es necesaria ninguna investigación especial de aquella ingerencia porque fue pública y abierta: Estados Unidos quería que aquellas elecciones las ganara Boris Yeltsin, cuyo nivel de aprobación entre los rusos era del 6%, y se volcó en ello directamente usando todos sus recursos e influencias.
En vísperas de las elecciones hubo un crédito de 10.000 millones de dólares del FMI, una prórroga de veinticinco años del Club de París para la devolución de 40.000 millones de dólares de la deuda rusa, un préstamo de 200 millones de dólares del Banco Mundial para servicios sociales, declaraciones de apoyo de; Bill Clinton, de Helmuth Kohl, Alain Juppé y otros al candidato Yeltsin. También hubo un desembarco masivo de asesores y expertos americanos en manipulación de la opinión pública (lo que se conoce como PR), que diseñaron una campaña perfecta. No fue muy difícil, porque los medios de comunicación trabajaban exclusivamente para el candidato Yeltsin, cuyo cuadro constitucional presidencialista (hoy vigente) era resultado de un golpe de estado con cañoneo del primer parlamento enteramente electo por sufragio universal de la historia rusa, en octubre de 1993, hecho que fue presentado en Occidente como “La hora estelar de la democracia en Rusia” (titulo de la editorial del Frankfürter Allgemeine Zeitung, principal diario del establishment alemán, aquellos días). Y pese a todo ello, no está claro que al final no hubiera manipulación de los resultados electorales… Obviamente, nada de este género, ni lejanamente emparentado con ello, ha ocurrido nunca en Estados Unidos.
Cuatro motivos
Y, sin embargo, el hecho es que hemos vivido durante casi dos años bajo el bombardeo continuo de toda esta falsedad que ha alentado una histérica campaña rusófoba sin precedentes ni miedo al ridículo. Recordemos las falsedades periféricas que se han generado a partir de aquella segunda noticia falsa del siglo: la injerencia rusa en las elecciones europeas (tesis públicamente sostenida por la Canciller Merkel y el Presidente Macron), la mano rusa en el Brexit, en el movimiento de los gillet jaunes (tesis esgrimida por Macron), y hasta en el grotesco procés de los nacionalistas catalanes…
No hay duda de que Putin prefería a Trump que a Hillary. Tampoco la hay de que a Moscú le interesa una Unión Europea debilitada. Después de treinta años de ignorar los intereses nacionales de Rusia, de expulsarla de la seguridad continental vulnerando los acuerdos de la guerra fría, de anular todos los acuerdos de desarme, de colocar recursos militares en sus fronteras y de promocionar “revoluciones” y cambios de régimen en su entorno, ¿esperan que Rusia tenga buenos sentimientos hacia ellos? Naturalmente que no los tiene y que en la medida de lo posible emprende las correspondientes políticas y respuestas. Todo esto es de una obviedad pueril. Pero entonces, ¿cuales son los motivos de la leyenda del Candidato siberiano (Paul Krugman dixit en el NYT del 22 de julio de 2016) y de toda la histeria macartista que le ha seguido. A mí se me ocurren cuatro motivos:
1-Un recurso de cohesión y ajuste de cuentas interno.
En Estados Unidos el establishment está divido respecto a las correcciones y enmiendas en la agenda de dominio mundial de su potencia hegemónica; la enmienda a la globalización, con introducción de mayores dosis de proteccionismo y la identificación del enemigo principal (Rusia o China) hacia el que concentrar el grueso de la artillería.
En Europa, la UE está en un proceso de desintegración como consecuencia de sus contradicciones internas, derivadas sobre todo del torpe liderazgo del nacionalismo exportador alemán.
Tanto en Estados Unidos, donde la histeria macartista se usa en el ajuste de cuentas interno entre fracciones, como en la UE en donde es factor de cohesión, la histeria antirrusa es funcional. Cuando un sistema se encuentra en crisis, su potencia tiende a ir a menos y sus élites están divididas con respecto a los objetivos fundamentales de su política, la necesidad de enemigos es importante y funcional porque permite dirigir la tensión interior hacia el exterior.
2- Un capítulo específico de la tensión de Occidente con los BRICs.
La tensión entre las potencias occidentales y los países emergentes es lo que domina hoy el tablero geopolítico. Rusia puede ser considerada “potencia emergente” si atendemos al hecho de su recuperación y relativo fortalecimiento tras la degradación de los años noventa, cuando su casta dirigente se dedicó a llenarse los bolsillos y a reconvertirse en clase propietaria. Pasado aquello, la simple realidad es que la recuperación de Rusia como factor internacional no es aceptada en Occidente. Esa actitud se ha convertido en abierta agresividad a partir del momento en el que Moscú comienza a reaccionar activamente, es decir por medios militares, a treinta años de progresivo avasallamiento geopolítico. Eso comenzó en 2008 con el ataque georgiano a la región de Osetia del Sur bendecido por Bush, y culminó en Crimea en 2014, cuando Rusia se anexionó esa región rusa perteneciente a Ucrania en respuesta a la operación occidental de cambio de régimen que la revuelta popular del Maidán hizo posible en Ucrania. Esa respuesta militar defensiva y reactiva, lanza arriesgados ejemplos a otras potencias emergentes y simplemente debe ser castigada.
Todo esto tiene poco que ver con la calificación que hagamos del actual sistema ruso, un sistema oligárquico y capitalista en línea con el occidental, ni con la persona de Putin. Tiene que ver con las clásicas tensiones entre potencias.
3-Compensar el pinchazo Snowden.
Dentro del marco general de crisis antes descrito, hay un aspecto que ha tenido un enorme efecto para Estados Unidos. Me refiero al pinchazo Snowden-Assange. La demostración de que Big Brother existe y que es un monstruo estadounidense que controla de forma absoluta y criminal nuestras comunicaciones y redes sociales a través de las agencias de seguridad y de los grandes monopolios multinacionales americanos de tecnología (Google, Amazon, Facebook y Apple), ha tenido un efecto demoledor para el liderazgo americano. Reconducir ese desastre hacia un marco de tensión Este/Oeste ha sido una de las estrategias de respuesta: Assange agente de Moscú, Snowden hábilmente forzado a exiliarse en Rusia, los hackers rusos como verdadera amenaza y toda una serie de nuevos conceptos; noticias falsas, posverdad, guerra híbrida, que ya todos repetimos como loritos.
4-Contrapropaganda
Es el único motivo entre los citados que tiene un fundamento práctico objetivo: la propaganda rusa, el aparato informativo exterior de Rusia, llámenlo como quieran, ha mejorado bastante y es más efectivo. Esa mejora coincide con un mayor pluralismo de propagandas a nivel global (la unanimidad televisiva de la primera guerra del Golfo, o de las intervenciones en Yugoslavia, con el completo control occidental del informe ya no es posible), con el desprestigio de las cadenas mediáticas occidentales ampliamente reconocidas como mentirosas a partir de Irak, y con el desarrollo de las fuentes alternativas a través de las redes sociales. Los medios rusos exteriores no han hecho más que copiar un modelo occidental de la propaganda, incidiendo en ventilar mucho de lo que se silencia en Occidente tal como hacían las emisiones de la propaganda occidental en la URSS durante la guerra fría con el resultado de unos menús informativos muy atractivos y frecuentemente bien trabajados. Dicho esto, los medios rusos siguen siendo incomparablemente más modestos al lado del complejo occidental y lo mismo puede decirse de los chinos o los árabes. Pese a todo, son una competencia molesta que se intenta contrarrestar y prohibir aunque sea vulnerando el propio derecho a la libertad de información.
(PS: El sábado el eurodiputado Javier Couso organizó en Madrid un evento en el que tuvimos ocasión de hablar de todo esto. Naturalmente, no asistió ningún medio de comunicación establecido. ¿Cómo iban a hacerlo si nos han vendido la patraña del candidato siberiano durante dos años?