La Revolución Rusa. Merecido reconocimiento en su centenario

Fuente: Mariano Ciafardini| pulsodelospueblos.com
Fecha: 02 de NOV 2017

Las especulaciones en cuanto a lo que habría sucedido si tal o cual hecho se hubiera producido o no se hubiera producido, es decir la reflexión contra-fáctica, en el terreno histórico no es, en general, conducente y la mayoría de las veces es una simple pérdida de tiempo, atento a que las alternativas que se hubieran abierto de haber sido distintas las cosas, en determinada situación histórica, son en principio infinitas y, por lo tanto, impredecibles.

Sin embargo en algunos contados casos una reflexión de ese tipo puede llevarnos a ciertos “insigths”, a impresiones profundas, que ayudan a interpretar la dimensión de determinados acontecimientos históricos sin convertir al argumento contra-fáctico en una suerte de metodología de investigación o análisis histórico-político.

Este es el caso de la revolución rusa de 1917 y, su consecuencia inseparable, del proceso soviético subsiguiente.
Decimos que estos dos elementos son inseparables porque si la revolución rusa hubiera sido sólo la toma de poder en Petrogrado, o aún del de toda Rusia, sólo por un tiempo, el evento hubiera tenido menos trascendencia que la “Comuna de París”, cosa que sabían muy bien los bolcheviques que contaban los días con la ansiedad de superar los dos meses y diez días del asalto al poder de los artesanos parisinos.

Pero la principal reflexión contra-fáctica es para nosotros la siguiente: sin la revolución rusa y el proceso soviético consecuente el marxismo no habría sido lo que fue en el siglo XX, ni sería hoy la teoría filosófica social económica y política que es, cuya autoridad no ha podido soslayarse ni menos aún superarse por ninguna otra, a pesar de la saturación ideológica que producen las usinas mediáticas del capitalismo, sobre todo en estos tiempos de neoliberalismo y ”fin de la historia”.

Es decir, el marxismo (como teoría en permanente desarrollo) tiene la autoridad y la consistencia que hoy tiene y la potencia teórica a desarrollarse en su propio seno, debido a que fue el sustento teórico de un proceso fáctico que cambió la historia de la humanidad y, como trataremos de explicar en este artículo, la sigue cambiando.

Es importante remarcar en principio esta dependencia existencial del marxismo en tanto es, paradójicamente desde supuestas posiciones marxistas, desde donde se ensayan intentos, permanentes y obsesivos, de disrupción entre la “toma del palacio de invierno” y los primeros años de la revolución que coincide con los años en que Lenin estaba vivo (1923) y, tal vez, un poco más y el proceso soviético “stalinista” de allí en adelante. Éste es un error no sólo en la visión de la realidad sino en la metodología y coherencia del análisis porque marxismo-revolución rusa de 1917- Unión Soviética (1922-1991) constituyen un trinomio conceptual inseparable y, mucho menos aún, oponible (en términos absolutos) entre sí.

Creemos que lo que lleva a estas posiciones marxistas a coincidir en esta visión negativa del proceso soviético, por su “stalinización”, con las posiciones de la socialdemocracia en general y hasta con las de la derecha y la ultra derecha ideológicas que condenan el proceso “in totum”, es que se les escapa la grandiosidad histórica del “acontecimiento-proceso”, la magnitud “epocal” del mismo, y, especialmente, su continuidad y vigencia, lo que es entonces oportuno reivindicar precisamente en este centenario.

La “Gran Revolución de Octubre”, entendida como el acontecimiento-proceso que va desde la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo, por los bolcheviques, el 7 de noviembre de 1917, hasta la “implosión” de la URSS en 1989, implicó, no sólo el primer triunfo de un asalto al poder político de un país por un grupo de comunistas en toda la historia de la humanidad, sino la transformación de ese país feudal, atrasado y perdedor en la guerra, en la segunda potencia mundial durante más de 50 años. Potencia que jugó un papel decisivo en el límite al desarrollo del imperialismo y ejerció un contra-balance mundial que permitió la sucesión de una cantidad de revoluciones comunistas y de ascensos al poder a movimientos de liberación nacional, sin cuya existencia no habrían sido posibles.

No se puede negar que la existencia de la URSS y a partir de ella de la China Comunista y Corea del Norte, y luego los países socialistas de Europa Oriental y finalmente Cuba y Vietnam socialistas constituyeron el cambio geopolítico económico y socio cultural más grande en toda la modernidad capitalista y la alteración más profunda que había sufrido nunca antes el poder del capital. Incluso los modelos de estados de bienestar e intervencionismo estatal, que tanto beneficiaron a los trabajadores y pueblos del mundo capitalista “desarrollado”, contemporáneo a la URSS, fueron producto de la exigencia política de las masas sustentada en la existencia de esa potencia y de ese mundo alternativo.

Pero la revolución Rusa y la URSS no sólo son existencias gloriosas del pasado. A pesar del desmadre que superó y arrastró consigo a Gorbachov, con sus intentos de Glasnost y Perestroika a principios de los 90, y que permitió la ascensión de Yeltsin quien, desde su ebriedad, se limitó a contemplar cómo capitalistas extranjeros, ex burócratas y mafiosos (un término no excluye el otro) depredaban el estado de la ex URSS, el pueblo ruso y muchos de sus dirigentes dieron muestras de que existía una herencia de orgullo nacional, solidaridad y antiimperialismo, constituida durante los años de socialismo y defensa de la patria, cuando, a partir del año 2000, se unieron en la reconstrucción y renovación de las estructuras de gobierno y de poder en la Federación Rusa.

Por supuesto esa reconstrucción y renovación, que llevó a Rusia hoy a jugar nuevamente un papel de potencia mundial determinante, no hubiera sido posible sin el legado soviético.

Por dar algunos datos, a finales de los años 80 la URSS representaba el 25% de la producción de la aviación civil del planeta y el 40% de la aviación militar.

Rostec, la corporación industrial tecnológica rusa, una las corporaciones más grandes del mundo, es heredera del complejo industrial tecnológico soviético, y la gasífera Gazprom y la petrolera Rosnef no surgieron de la nada.

Debe recordarse que ya en 1957 la URSS fue la primera en lanzar al espacio una nave no tripulada, el Sputnik 1, y el mismo año lanzó el Sputnik 2, con la perra Laika en su interior, para lanzar en 1961, también por primera vez en la historia, un ser humano al espacio en la nave Vostok 1, tripulada por el famoso Yuri Gagarin. En ese mismo año se lanzó la Venera 1, que pasó cerca de Venus en el mes de mayo y en 1962 la Marsik 1 que llegó a marte en 1963. A partir de allí el programa espacial soviético compitió permanentemente por el liderazgo frente a los EEUU, sobre todo con el programa de estaciones espaciales permanentes MIR.

Ni que hablar del tributo que deben rendir las fuerzas armadas rusas actuales a la historia del Ejército Rojo y las fuerzas armadas de la Unión Soviética, que soportaron los dos mayores embates guerreros de la historia de la humanidad hasta el presente: la segunda guerra mundial y la guerra fría.

Toda esta potencialidad, que generó el “socialismo realmente existente” en el siglo XX, no está hoy al servicio de los intereses financieros globales o de políticas de intervencionismo imperialismo o neocolonialismo, sino todo lo contrario.

Ya en 1999 siendo todavía Yeltsin presidente pero con Putin como Secretario del Consejo de Seguridad Nacional y a meses de ser designado presidente interino, las FFAA rusas tomaron el aeropuerto de Pristina en la ex Yugoslavia en abierto desafío a la intervención de una OTAN, títere de los EEUU. En la vergonzosa votación de las Naciones Unidas, que aprobó la resolución 1973 del año 2011 mediante la cual se engendró la invasión criminal a Libia, Rusia fue uno de los países que se abstuvo y que más bregó por detener o postergar la acción, junto con China. El papel que ha jugado Rusia en apoyo a los “oblasts” de Donbass y Lugansk, acosados por el gobierno pro-OTAN ucraniano de Poroshenko , y la intervención militar rusa en Siria, que terminó con el asedio CIA-MI 6- OTAN –Isis, contra la república árabe y su gobierno elegido democráticamente por amplia mayoría, demuestran cabalmente de qué lado está hoy Rusia en estas cuestiones vitales para la paz de la humanidad, el respeto de las autonomías y soberanías nacionales, la integración cooperativa y la solidaridad mundial.

Para los Latinoamericanos no hay prueba más contundente de ello que el apoyo del gobierno y el pueblo ruso al gobierno y el pueblo bolivariano de Venezuela.

Pero todo empezó allá por noviembre de 1917, en la capital de un imperio feudal que se sostenía sobre el sufrimiento de un pueblo de campesinos miserables, en estado de servidumbre, en un mundo donde el avance arrollador del capitalismo y el imperialismo sugerían un camino de miseria y explotación extrema para la inmensa mayoría de las mujeres y hombres del planeta.

Este destino que tuvo su más desenfadada expresión en el militarismo nazi y su intento de colonizar “razas inferiores”, fue frenado por la Revolución y la URSS, que no sólo derrotó a la jauría feroz que el capital les echó encima, a costa de 24.000.000 de muertos y un país devastado, sino que se recuperó velozmente (a una velocidad impensable en un sistema capitalista) y cambió la correlación de fuerzas mundial, permitiendo a la humanidad sostener el sueño de un mundo mejor, conservar los ánimos de lucha y, en muchos casos, avanzar decididamente hacia él. Y aún lo sigue haciendo.

Esta visión que aquí exponemos nos parece oportuna no sólo para la reflexión, sino para la celebración de un acontecimiento que está situado entre los más grandes de la civilización, permite además entender a la “Revolución de Octubre” y al proceso soviético no como un error, una desviación o, menos aún, como un fracaso de la lucha por un mundo verdaderamente democrático, igualitario y sin existencias de ricos y pobres, sino como una etapa de esa lucha con sus luces y sus sombras pero que permite un balance fundamentalmente positivo [1]. Una etapa complejísima y muy difícil en medio de las peores calamidades bélicas de la historia humana, pero en la que la llama encendida de la revolución más importante de la modernidad y, tal vez, de la civilización, desde el neolítico hasta la actualidad, se supo mantener y transmitir.

¿No es acaso el proceso de luchas antiimperialistas de América Latina y el Caribe una continuidad de las luchas de los 60/70? ¿No heredó la Revolución Bolivariana de Venezuela la inspiración de la Revolución Cubana y toda su solidaridad? ¿Y esas luchas y revoluciones del siglo XX, como el Vietnam heroico, la Revolución Cubana y su no menos heroico proceso de dignidad y resistencia y tantas otras luchas por la liberación nacional y contra el imperialismo, no fueron acaso posibles por las condiciones internacionales creadas por la existencia de la URSS, un campo socialista y una Revolución China?

¿Es entonces casualidad que precisamente sean hoy Rusia y China las potencias que encabezan un camino de desarrollo alternativo al desastre de la estrategia financiera y depredadora global neoliberal? ¿Es casualidad que sean esas dos potencias las que apoyan a Venezuela hoy contra los embates del imperio?¿ Es casualidad que sean esas dos potencias las que apoyan a Cuba frente al patético accionar de los EEUU y a la hipocresía de Europa Occidental?

No ha habido fracasos históricos, sólo contradicciones propias de un proceso civilizatorio, con los costos humanos de un movimiento de luchas ideológicas, políticas (militares) y económicas que está, nada más ni nada menos que, cambiando un rumbo milenario de la humanidad estructurada en la guerra y la explotación del ser humano por el propio ser humano, para reemplazarlo por un mundo de entendimientos, armonías, articulaciones, cooperación y solidaridad. El cambio es gigantesco y el viejo mundo de la guerra y la violencia se va yendo dando zarpazos brutales. Pero la llama de Petrogrado, que evocaba las luchas milenarias de la humanidad por su autosuperación, no se apagó más, y difícilmente la puedan apagar ya hoy los estertores de un sistema que se hunde todos los días un poco más en su propia crisis.
[1] Ver en este sentido Ciafardini , Mariano “El sujeto histórico en la Globalización” Centro Cultural de la Cooperación Buenos Aires 2015 (capítulo 6).

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