Fuente: Emir Sader | Caras & Caretas de Uruguay
Fecha: 1 de NOV 2017
Poco antes de morir, en 2012, ya con 95 anos, Eric Hobsbawm manifestó la voluntad de publicar un volumen con sus artículos y ensayos sobre América Latina. No tuvo tiempo de hacerlo, pero el historiador británico Lesley Bethell recogió la tarea y organizó un volumen, al que le dio el título de Viva la revolución y fue publicado el año pasado en Londres.
En su autobiografía Tiempos interesantes, publicada en 2002, Hobsbawm afirmó que la única región fuera de Europa que consideraba que había conocido bien y donde se sentía plenamente en casa era América Latina.
Sin embargo, en sus obras clásicas, la presencia de América Latina es marginal. En Era de las revoluciones, hay sólo referencias al pasar a nuestro continente. En Era del capital hay solamente media docena de páginas sobre América Latina, en el capitulo titulado ‘Perdedores’. En Era de los imperios, hay pocas referencias y cuatro páginas dedicadas a la Revolución mexicana. En Era de los extremos, América Latina pasa a ocupar un lugar de destaque en el surgimiento del Tercer Mundo, con referencias a varios acontecimientos históricos de importancia, de la Revolución mexicana al Chile de Salvador Allende.
Este libro empieza con sus primeras impresiones sobre el continente, que significativamente son de su primer viaje a Cuba, en octubre de 1960, que se abre con la afirmación: “Salvo si hay una intervención armada de Estados Unidos, Cuba será muy en breve el primer país socialista del hemisferio occidental”.
Hobsbawm volverá varias veces a Cuba, que sería una referencia permanente para él sobre el continente. Pero será un critico sistemático de la vía cubana, expresada en los movimientos guerrilleros.
Su interés sobre América Latina se volcará más sobre los movimientos campesinos; por ello concentra sus viajes y sus análisis sobre Colombia -que le fue presentada por el gran intelectual colombiano Orlando Fals Borda- y Perú. La temática de bandidismo social lo lleva a interesarse incluso en Sendero Luminoso. Hobsbawm analizo muchísimo más los movimientos campesinos que los movimientos de los trabajadores urbanos latinoamericanos.
De todas maneras, no se consideraba un historiador latinoamericano. De hecho, nunca logró liberarse de la impronta europea, que fuertemente marca su obra, para comprender las particularidades latinoamericanas. Sobre las relaciones sociales en el campo, tiene siempre como referencia el feudalismo, no incorporando el amplio debate de los años 60, protagonizado, ante todo, por Rodolfo Stavenhagen, y posteriormente absorbido por gran parte del pensamiento social del continente.
Al igual que Hobsbawm, siempre mantuvo sobre el nacionalismo la marca del fenómeno en Europa, refiriéndose a Perón y a Vargas, así como a otros líderes “populistas” del continente, como fascistas. Su libro sobre los nacionalismos no incorpora las particularidades del fenómeno, con el tono antiimperialista que asume en nuestro continente. Los rasgos antineoliberales del nacionalismo latinoamericano aparecen para él siempre análogos al fascismo y al nazismo.
Sin embargo, América Latina fue para Hobsbawm un gran laboratorio de experiencias políticas. “Así como para el biólogo Darwin, para mí, como historiador, la revelación de América Latina no fue regional, pero sí general. Era un laboratorio de cambios, en su mayor parte distinto de lo que se podría esperar, un continente hecho para minar las verdades convencionales. Era una región donde la evolución histórica ocurría a la velocidad de un tren expreso y que podía ser realmente observada durante la mitad de la vida de una única persona”.
Cuando hace un balance, en su último texto general sobre el continente, escrito en 2002, 40 años después de su primera visita, Hobsbawm constata que “la revolución esperada” no había ocurrido. Pero convivió con los nuevos gobiernos progresistas; manifestó simpatías por Hugo Chávez, pero para Lula y el PT aran sus más grandes simpatías. “Llevo su distintivo en mi llavero para recordar simpatías antiguas y contemporáneas y recuerdos de mis momentos con el PT y con Lula”.
En su conjunto, el libro de más de 500 páginas, desde sus primeras impresiones, pasando análisis de las estructuras agrarias y del movimiento campesino, así como de los intentos revolucionarios -México, Cuba, Chile-, hasta sus reflexiones finales, es un gran mosaico de interpretaciones del más grande historiador del siglo XX sobre un continente en constante ebullición, de revoluciones y contrarrevoluciones.