Autor: Luis Bruschtein/Pagina12
28 de ENERO 2017
El 27 de enero de 1945 el Ejército Rojo liberó el campo nazi de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Todo el mundo tomó esa fecha para conmemorar el Holocausto judío, uno de los hechos más espantosos cometidos por el ser humano. Nunca dejará de sorprender la enorme trascendencia moral que tiene este aniversario que se cumplió ayer en comparación con el silencio o la poca importancia que se le dio mientras el genocidio estaba en marcha. No son conocidos discursos de presidentes de los países aliados contra el Eje o de personalidades de aquella época que hagan referencia al exterminio sistemático de los judíos. Hay discursos contra los nazis, pero no se escucharon discursos en defensa de los judíos o no son tan conocidos. Es probable que esta importancia que se le asigna en la actualidad tenga en parte su razón de ser en la culpa por aquel desinterés.
Muchos dicen que no se sabía, pero es imposible ocultar un crimen en masa de seis millones de personas. El mundo no lo sabía. Hay muchas formas de no saber. Una es minimizar el hecho: no los están matando, están en campos de concentración. Otra es justificar una parte de lo que se acepta después de minimizar: los judíos no se sienten alemanes, los judíos conspiran en todo el mundo, son dueños de los principales bancos, etc. El problema judío era secundario frente a la disputa por territorios de influencia.
No se trata de hacer mediciones o comparaciones de mal gusto, sino de sacar algunas conclusiones. El pueblo judío surgió del Holocausto con el peso de una enorme responsabilidad al convertirse en el recordatorio de los infiernos que los seres humanos son capaces de engendrar en la tierra. Es el ejemplo vivo de la irracionalidad, la discriminación y la persecución por motivos religiosos, económicos, raciales o culturales en general. Tendría que ser el máximo exponente contra la discriminación y ese tipo de odios. Hubo dirigentes judíos junto a Mandela en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y junto a Martin Luther King en Estados Unidos. En Argentina, el rabino Marshall Meyer fue un gran defensor de los derechos humanos. Desde hace muchos años, la dirigencia derechista de Israel abandonó esa responsabilidad ante el mundo y se convirtió en uno de los principales instigadores del odio y la discriminación, que ya no es contra los judíos, sino contra el mundo musulmán.
Cuando se mira a la distancia en el tiempo, es tan desconcertante el silencio del mundo durante el Holocausto que debería alertar sobre otros silencios. Todo el mundo habla de la guerra contra las drogas, y hacen foco en bandas de forajidos desalmados. Se calcula que es un negocio que moviliza alrededor de 500 mil millones de dólares al año. Es imposible ocultar esa enorme cantidad de dinero. La única forma de traficarlo es donde hay mucho dinero. ¿A nadie se le ocurre que esa plata del narcotráfico circula en los bancos legales, se trafica en miles de offshore en todo el mundo y se asocia con grandes empresas y fondos de inversión y es una de las actividades que más aporta al PBI de los países donde tiene mayor presencia como México, Colombia o Estados Unidos? Si fuera nada más un problema de bandas de narcos, ya estarían aniquiladas. El negocio de la droga no se puede erradicar porque está entrelazado con banqueros, empresarios y financistas. Probablemente también haya políticos, pero los políticos pasan y el poder económico permanece. Es desconcertante que nadie lo diga cuando es la única posibilidad de que ese dinero circule. Es un silencio parecido, acunado entre la impotencia, el miedo y la complicidad, porque la droga también es exterminio.
En Argentina hubo muchos silencios con esas resonancias. Casi nadie dijo durante la guerra de Malvinas que las islas eran argentinas, pero que la guerra contra la OTAN era un desatino que iba retrasar su recuperación. Los soldados que combatieron fueron valientes porque cumplieron una orden para reconquistar territorio nacional usurpado. Pero la conducción militar usó un reclamo nacional legítimo en función de sus intereses políticos y lo llevó a una derrota segura de la que el país todavía no se repuso y ni siquiera ha podido recuperar lo que se había avanzado por la vía de la negociación. Todo el espectro de la política cerró la boca, desde la guerrilla hasta el trotskismo pasando por socialistas y los partidos tradicionales, nadie quiso quedar desubicado frente una decisión de la dictadura que se montaba en un consenso muy emotivo y nada racional. Decir algo implicaba ir contra ese consenso que eliminaba con una fuerte carga emotiva todas las dudas lógicas. Los que reclamaban el respaldo del pueblo para enfrentar a la OTAN eran chupamedias de las potencias y represores del pueblo. De ese equívoco no podía salir la recuperación de las islas. Pero en esa gesta hubo héroes, chicos de 18 años que cayeron combatiendo valientemente frente a un enemigo superior y hubo traidores, generales y almirantes que quisieron ocupar el lugar de los próceres. Silencios y omisiones. Pero esa historia tiene una fecha para la memoria y muchos de sus protagonistas están vivos y todavía sufren sus consecuencias. Y es un país que tiene esa guerra sin digerir en las entrañas. Por eso el 2 de abril es una fecha viva, todavía falta para que sea historia.
Entre 1976 y 1983 hay un paréntesis vacío, un país sordo, un tiempo de silencio solamente roto por las Madres de Plaza de Mayo y los organismos de derechos humanos. Una sociedad bajo un cono de silencio. Saber es involucrarse, mejor no saber. O el que sabe, lo minimiza, aunque en el fondo, el terror lo contradice. Es imposible ocultar la desaparición de 30 mil personas. Son amigos, familiares, compañeros de trabajo o de estudio, conocidos de las vacaciones, vecinos de miles y miles de personas. El silencio y el terror eran una consecuencia buscada por el terrorismo de Estado. Un silencio de cabeza gacha que se teje con hilos de vergüenza y temor, un silencio tan insoportable que para tolerarlo hubo que naturalizar el miedo, los renunciamientos o el desinterés para convertirlos en sentido común. Pero hubo también respaldos a la dictadura, apoyos vergonzantes o abiertos a la masacre y a la barbarie, consensos favorables entre autoritarios y supuestos demócratas. Hay una fecha que lo marca, todos los años, el 24 de marzo, es quizás el día que se produce la movilización más grande del año. Es una fecha viva, allí desfilan las madres de los desaparecidos, los amigos y los compañeros, los hijos y los nietos recuperados, los sobrevivientes y cientos de miles de personas que reniegan del silencio y la anomia del miedo. Es la marca ética más fuerte de los 30 años de transición democrática. Borrar esa marca es pretender el retorno a la lógica del autoritarismo y la represión para una supuesta defensa de la democracia. Se mata lo que se dice defender, como dijeron siempre los golpistas, los republicanos de cuartel y sus familiares y acomodados, la mayoría ahora falsos arrepentidos, falsos republicanos y falsos demócratas.
El 2 de abril y el 24 de marzo son fechas activas, que interpelan y desafían, son catalizadores de procesos constitutivos de la identidad. El gobierno de Mauricio Macri está formado por conservadores y radicales de derecha. Para ellos, esas dos fechas tendrían que ser más importantes aún que para quienes las defienden y se movilizan esos días. Tendría que ser más importante porque todavía no las entienden. Una demostración de esa ignorancia fue tratar de correrlas por decreto, como si existieran por decreto. El gobierno de Macri es representativo de esos silencios desconcertantes que se repiten en la humanidad, está constituido por esa materia conservadora. Las fechas del 2 de abril y el 24 de marzo representan lo contrario a esos silencios vergonzosos. Y en ese contexto, la actitud de mantener inamovibles esos feriados tomada por varios de los intendentes del conurbano y de otras provincias, encabezados por el intendente de San Martín, Gabriel Katopodis y otros de distintas corrientes del peronismo, funcionan como un canal para el acerbo ético más significativo que se ha podido decantar en estos treinta y dos virginales años de democracia.
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