Autor: Peter Beinart/Haaretz/
07 de DICIEMBRE 2016)
Título completo: El oficialismo estadounidense judío reprime la libertad de expresión para silenciar a los críticos del sionismo
Según la nueva Ley del Senado del «Acto de Conciencia del Antisemitismo» Henrietta Szold, Hannah Arendt y Martin Buber también podrían definirse como antisemitas.
Cada año que pasa el oficialismo estadounidense judío plantea una mayor amenaza para la libertad de expresión en los Estados Unidos.
La razón es simple. Cada año que pasa el control israelí sobre Cisjordania crece permanentemente. Y así, cada año que pasa, más progresistas estadounidenses cuestionan el sionismo.
Después de todo si el Estado judío condena de forma permanente a millones de palestinos de Cisjordania a vivir como no ciudadanos, en la legislación militar, sin la libre circulación o el derecho al voto para el Gobierno que controla sus vidas, no es de extrañar que el número de estadounidenses que detestan la discriminación, aprecian la igualdad y se sienten incómodos con lo que ocurre, crezca.
Y cuantos más estadounidenses expresan su incomodidad, más trabajan las organizaciones judías estadounidenses para clasificar el antisionismo como antisemitismo, que es castigado por ley.
El último ejemplo es la Ley de la conciencia del antisemitismo, que el Senado aprobó por unanimidad el 2 de diciembre. La Ley –impulsada por el AIPAC, la Liga Anti-Difamación y las federaciones judías de EE.UU.- instruye al Departamento de Educación de Derechos Civiles para seguir “la definición de antisemitismo establecida por el Enviado Especial de Vigilancia y Lucha Contra el Antisemitismo del Departamento de Estado en la hoja informativa emitida el 8 de junio de 2010″.
Suena bastante inocua. Hasta que nos fijamos en lo que dice la hoja informativa. Siguiendo la definición urdida por el disidente soviético devenido al ala de extrema derecha israelí Natan Sharansky, la hoja de datos define el antisemitismo entre otras cosas como “negar al pueblo judío su derecho a la libre determinación y negar a Israel el derecho de existir».
Esto es una locura. En todo el mundo numerosos pueblos desean la «libre determinación.» Los kurdos han estado buscando su propio estado desde finales del siglo XIX, más o menos el mismo período en que eclosionó el sionismo de los judíos.
También la querían los vascos. Los sijs se han estado agitando por su propio país, en el Punjab, desde la creación de la India. Los igbos del este de Nigeria, concretamente crearon uno, Biafra, durante tres años entre 1967 y 1970.
Existen argumentos razonables a favor de estos esfuerzos por la libre determinación. También hay argumentos razonables a favor de exigir a los kurdos, vascos, sijs e igbos vivir en países multiétnicos con base a una identidad nacional que sustituya a la propia.
De cualquier manera la intolerancia no tiene nada que ver con ello. Si oponerse al deseo de un pueblo por la autodeterminación te hace intolerante a ese grupo, entonces un montón de líderes judíos estadounidenses deben reportarse a la oficina de Derechos Civiles del Departamento de Educación ahora mismo.
Después de todo los palestinos quieren su propio estado. Muchos líderes judíos estadounidenses se oponen a ello. ¿Por qué no están esos fanáticos líderes bajo el mismo principio que están intentando transformar en ley?
La verdad es que el sionismo político -la creencia de que judíos deben disfrutar de la mayor seguridad y la libre expresión en su propio Estado- siempre ha sido motivo de controversia, incluso entre los judíos. A principios del siglo XX muchos judíos ortodoxos llamaron al sionismo una violación de la ley judía.
Muchos judíos estadounidenses reformistas argumentaron que los judíos eran una fe, no un pueblo, y por lo tanto no tenían otra patria que no fuera Estados Unidos. Otros prominentes pensadores judíos -incluyendo a Judah Magnes, que fundó la Universidad Hebrea, Henrietta Szold, que fundó Hadassah y los filósofos Hannah Arendt y Martin Buber– argumentaron que un Estado judío despojaría a los palestinos y llevaría a la guerra. En cambio argumentaron a favor de un estado binacional. Eso no les hizo antisemitas.
A medida que avanzaba el siglo XX estos argumentos contra el sionismo se desvanecieron. El Holocausto reforzó el asunto de un país de refugio judío. Israel se convirtió en un hecho establecido y en muchos sentidos en un éxito extraordinario.
Luego, en 1993, el presidente de la OLP Yasser Arafat declaró que «La OLP reconoce el derecho del Estado de Israel a existir en paz y seguridad». En 2002, la Liga Árabe se ofreció a «firmar un acuerdo de paz con Israel» si se retraía a las líneas de 1967 y daba una «justa» y «acordada» solución a los refugiados palestinos.
Una vez que los líderes palestinos y árabes incluso declararon públicamente que podrían aceptar un Estado judío junto a uno palestino, el histórico debate sobre el sionismo disminuyó.
Estando ya en el siglo XXI nunca nació un Estado palestino (un fallo del cual ambas partes son culpables). Ese fracaso, combinado con décadas de crecimiento de los asentamientos israelíes, ha convencido a muchos progresistas de que ahora es imposible un Estado palestino.
Por lo tanto, en su opinión, la única manera de que los palestinos de Cisjordania pueda conseguir sus derechos se encuentra en un estado que incluya Cisjordania, la Franja de Gaza y al propio Israel, que no privilegie a los judíos.
Este no es mi punto de vista. A pesar de todo sigo considerando la solución de dos estados más realista que la alternativa binacional. Pero usted no tiene que ser un antisemita por estar en desacuerdo.
El antisionismo nunca murió. Siempre ha habido personas -judías y no judías- que se oponen a cualquier tipo de Estado judío dentro de cualquier frontera. Pero el antisionismo está creciendo debido a que la profundización de control israelí de Cisjordania hace que sea más difícil conciliar el sionismo con los derechos humanos básicos de los palestinos.
Ante el creciente número de estadounidenses que niegan que el sionismo sea compatible con la democracia liberal, grupos de judíos estadounidenses oficialistas podrían tratar de hacer al sionismo más compatible con la democracia liberal. Podrían cuestionar públicamente la ocupación no democrática de Israel de Cisjordania. Pero eso requeriría confrontar con Benjamin Netanyahu y muchos de sus propios donantes.
Por lo que han elegido un camino más fácil: conseguir que el Departamento de Educación equipare el antisionismo con el antisemitismo y así amenazan a los militantes del campus que están desafiando al Estado judío con sanción legal. El proyecto del Senado afirma que «nada de este acto… será interpretado para disminuir o infringir cualquier derecho protegido por la Primera Enmienda».
Pero eso es exactamente lo que hace el proyecto de ley. En palabras de Michael Macleod-Ball, jefe de personal de la Unión de Libertades Civiles de América, Washington DC, un cargo legislativo, se «abre la puerta a considerar las declaraciones políticas y actividades anti-Israel como posibles causas de investigaciones sobre derechos civiles».
Es una vieja historia: cuando la gente en el poder teme un debate trata de criminalizarlo. No funcionará. Si el sionismo significa un control permanente de millones de palestinos que carecen de derechos básicos, los sionistas perderán gradualmente la contienda de ideas en los Estados Unidos. Y el oficialismo judío estadounidense que optó por silenciar a los oponentes del sionismo y no la lucha por un sionismo que pudieran defender con honestidad, tendrá que asumir parte de la culpa.
Fuente: http://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.757284
Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=220345
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.
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