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Noche de honor, Noche de la desgracia

Fuente: Editorial de Haaretz Fecha: 12 de AGO 2018 La marcha de protesta del sábado por la noche por las calles de Tel Aviv y la manifestación que le siguió concluyó en una insignia de honor para la sociedad civil en Israel. Decenas de miles de israelíes, judíos y árabes, marcharon codo a codo en una lucha conjunta contra la desgracia de la ley de estado-nación y por la igualdad para todos los ciudadanos del Estado. Esta fue la segunda manifestación masiva semanal consecutiva contra la ley del estado-nación, y tuvo una importancia especial. Su éxito es un buen augurio para vigorizar el campo democrático de Israel y sus capacidades de protesta. La semana pasada, la protesta se centró principalmente en los derechos de una sola minoría, los drusos. Pero el sábado por la noche, las masas marcharon a favor de la igualdad para todos: los drusos y todos los ciudadanos palestinos de Israel. El grupo más excluido y oprimido en Israel, y el más perjudicado por la ley del estado-nación, orgullosamente hicieron oír su voz el sábado por la noche en la Plaza Rabin de Tel Aviv y obtuvo una impresionante solidaridad de los ciudadanos judíos de Israel. No fue solo la comunidad árabe, sino que todos los que valoran la democracia gritaron «no» a la ley estatal nacional. Dicho esto, la posición de los líderes de los dos principales partidos de oposición, Yesh Atid y Unión Sionista, fue particularmente vergonzosa: eligieron boicotear la manifestación. Nadie esperaba nada mejor del presidente de Yesh Atid, Yair Lapid, dada su historia de declaraciones racistas contra la comunidad árabe. Pero cuando Avi Gabbay, Tzipi Livni y la mayoría de los otros miembros de la Knesset de la Unión Sionista se desentendieron de una manifestación masiva contra una ley a la que se oponían públicamente, no cumplieron con su deber como un importante partido de la oposición. Aquellos que se manifestaron justamente contra la ley junto con los drusos en la misma plaza justo una semana antes, pero decidieron boicotear una manifestación similar organizada por el Comité Superior de Supervisión Árabe de la comunidad árabe, desaprovechó una oportunidad importante para expandir la protesta. Ninguna excusa puede ocultar esto. La Unión Sionista merece una insignia de vergüenza por su comportamiento. Los ciudadanos palestinos de Israel y todos los israelíes que desean la igualdad deben saber que, en el momento de la verdad, la Unión Sionista renunció de hacer su trabajo. La protesta del sábado por la noche no debe ser un evento aislado. Su lección clave es que si los judíos y los árabes unen sus fuerzas pueden generar una protesta significativa contra el gobierno nacionalista más derechista en la historia de Israel. La manifestación del sábado por la noche también debería lanzar un nuevo capítulo en la política israelí, en el cual la comunidad árabe deja de ser un grupo excluido y condenado al ostracismo para convertirse en una parte inseparable de un gran frente político capaz de combatir y bloquear al gobierno de derecha. No es necesario ponerse de acuerdo en todo para protestar juntos en nombre de un objetivo conjunto. Ya no deberíamos temer la cooperación entre la mayoría judía y la minoría árabe. Necesitamos pelear juntos. La manifestación del sábado por la noche demostró esto más allá de cualquier  sombra duda. Traducción: Dardo Esterovich

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La igualdad no es una “recompensa”

Fuente:  David Grossman | El País Fecha: 06 de AGO 2018 La capacidad de dividir y hacer daño de la nueva ley sobre el Estado-nación del pueblo judío es tan evidente que la obstinación del primer ministro en no modificarla hace sospechar que tiene otra intención oculta: la voluntad de mantener abierta la herida de las relaciones entre el Estado y la minoría árabe que vive en él. Abierta, reavivada y amenazadora. ¿De dónde puede emanar esa voluntad? ¿Por qué tendrán ese deseo el Gobierno y el primer ministro? No podemos hacer más que conjeturas: ¿quizá porque una minoría herida es más vulnerable y manipulable, es blanco fácil del odio, el terror y la desintegración, más propicio para la política del “divide y vencerás”? Esta es la forma de dejar una llaga abierta: de golpe, con una sola ley superflua, Netanyahu y su Gobierno han sacudido los cimientos sobre los que se apoya la quinta parte de los ciudadanos de Israel. ¿Por qué? Porque pueden. Porque están seguros de que nadie puede impedírselo. Porque quieren que los ciudadanos árabes de Israel vivan con cierta sensación permanente de malestar existencial, de incertidumbre sobre su futuro. Que recuerden constantemente, a cada instante, que dependen de la buena o mala voluntad del Gobierno, que su existencia, aquí, es condicional. Están presentes, pero pueden convertirse en cualquier momento en ausentes. Esta ley, además, expresa de forma inequívoca otra cosa: que el primer ministro de Israel está empeñado no solo en no poner fin a la ocupación y la situación de apartheid en los territorios ocupados sino en todo lo contrario, en intensificarlas y extenderlas desde esos territorios al corazón del Estado de Israel. En otras palabras, esta ley representa, en la práctica, el abandono de cualquier posibilidad de que un día llegue a su fin el conflicto con los palestinos. Por otra parte, esta ley “devalúa” la presencia en Israel de la lengua árabe, una lengua que encarna un universo, una conciencia, una identidad, una cultura. Un tejido infinito que abarca los menores detalles de la vida. Un hombre, un político, tiene que ser increíblemente osado y arrogante para atreverse a atacar —aunque sea solo formalmente, como alega el legislador— la lengua de otro pueblo para humillarlo. El hebreo y el árabe son lenguas hermanas, que han estado imbricadas durante toda la Historia. Millones de judíos israelíes han mamado el árabe de su madre. El hebreo no contiene palabras suficientes para indignarse ante el ultraje cometido contra su hermana. El pueblo judío ha vivido durante milenios como una minoría en sus países de residencia. Esa experiencia conformó nuestra identidad y agudizó nuestra sensibilidad ética. Hoy, los judíos constituimos la mayoría en nuestro país. Ser la mayoría entraña una responsabilidad enorme y un formidable reto político, social y, sobre todo, humano. Exige comprender que la actitud respecto a la minoría es una de las grandes pruebas que tiene que superar una mayoría en un régimen democrático. Y en estos momentos, en esa prueba, el Gobierno de Israel ha fracasado de una forma tan estrepitosa que ha resonado en todo el mundo. En ese mismo mundo al que acusamos hasta hartarnos de discriminar a las minorías judías que habitan en él. Por eso sería una tragedia irreparable que la comunidad drusa se resigne a aceptar una “compensación”, económica o de otro tipo, por la injusticia que comete contra ella la ley del Estado-nación del pueblo judío. Al contrario, la nueva situación creada por la ola de protestas —justificadas— contra esta ley puede ser un trampolín para un proceso más general en el que los drusos sean la punta de lanza de la lucha por la igualdad de todas las minorías musulmanas y cristianas de Israel. El hecho de que, al menos por ahora, los dirigentes drusos hayan aceptado el programa de compensación propuesto por Netanyahu demuestra que años de discriminación y promesas vacías les han hecho olvidar, incluso a ellos, el significado exacto de la plena igualdad. En la conflictiva realidad israelí, no está de más recordar que la igualdad no es una “recompensa” que el ciudadano recibe de su Estado por los servicios prestados de una u otra forma. Ni siquiera por haber sacrificado su vida. Hasta los judíos ortodoxos que se niegan a servir en el ejército son ciudadanos que gozan de los mismos derechos. La igualdad es el punto de partida de la ciudadanía, no su resultado. Es el suelo sobre el que el germen de la ciudadanía puede crecer. Y es lo que otorga la libertad suprema, la libertad de ser diferente, otro, divergente, y, sin embargo, ser igual a cualquier otro ser humano. En mi opinión, las últimas leyes dictadas por el Gobierno son una consecuencia no pequeña de un modo de pensar perverso engendrado por cinco décadas de ocupación. Son resultado de un complejo de superioridad étnica, del frenesí de aventurarse en no sé qué “nosotros” nacionalista que se justifica a sí mismo y pretende expulsar del “hogar” a todos los que no sean esos “nosotros”, ya sean miembros de otros pueblos, otra religión u otro sexo. No obstante, es posible que esta ley tenga algo positivo, porque ha dejado al descubierto, tanto para la derecha como para la izquierda, sin ilusiones ni otras trampas de la conciencia, qué bajo ha caído Israel. Quizá esta ley sacuda por fin a todos los que, en la derecha y en la izquierda, tememos por Israel, por su espíritu, su humanidad y sus valores judíos, democráticos y humanos. No tengo ninguna duda de que hay mucha gente así, de izquierda, de derecha y de centro, personas honradas y realistas que saben que esta ley no es más que una medida despreciable y una traición del Estado para con sus ciudadanos. Netanyahu, como de costumbre, presenta la decisión como un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha. Pero no es verdad; es un combate más profundo y más fatídico, un combate entre los que se han rendido y los que aún conservan la esperanza. Entre

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Israel no quiere ser mi Estado

Fuente: Sayed Kashua | New York Times Fecha: 30 de JUL 2018 Estábamos conduciendo nuestro coche de alquiler hacia afuera del aeropuerto Ben Gurion cerca de Tel Aviv. “Papá»  dijo mi hija mayor mientras escuchamos la radio  «¿qué es la Ley de Nacionalidad?» «Es una ley que dice que Israel es un estado judío», respondí. «¿Pero no fue siempre así?», Se preguntó, y con razón. «Sí. En pocas palabras, siempre ha sido así «. «No lo entiendo», dijo mi hijo mediano. «Pensé que habías dicho que éramos ciudadanos». «Lo somos», respondí. «Pero no somos judíos, ¿verdad?» «No, no lo somos.» «Entonces no lo entiendo», se quejó mi hijo menor. «Es un poco complicado», traté de explicar. Y realmente fue complicado explicar la ley que el Parlamento de Israel aprobó a principios de este mes sin utilizar términos como «segregación racial», «discriminación» y «supremacía». ¿Cómo iba a explicarle a un niño de 12 años que él es un ciudadano de un estado que sostiene que él es inferior debido a sus orígenes no judíos? «No todos en el país son judíos», dije. «Al menos el 20 por ciento de los ciudadanos no. Pero es un país donde los judíos disfrutan derechos que otros no tienen. Es decir, los no judíos son menos iguales que los judíos «. «¿No podemos ser judíos entonces?», Preguntó mi hijo menor, como si al instante hubiera resuelto el problema de la desigualdad. «Lo siento», le dije, «eso no depende de mí». «De acuerdo con la ley israelí, para ser judío debes tener una madre judía. Entonces no es mi culpa; es de tu madre «. «Genial», protestó mi esposa, «¿ahora me estás tirando el peso de la desigualdad de tus hijos?» Cuando Israel se fundó sobre las ruinas del pueblo palestino en 1948, se definió como un estado judío. La bandera israelí siempre fue judía, con una Estrella de David; el himno nacional invoca el «alma judía», excluyendo a cualquiera que no sea judío de estos símbolos nacionales. Los palestinos que se convirtieron en ciudadanos israelíes cuando se fundó el estado, como mi familia, siempre han sido vistos como una carga demográfica indeseable y sujetos a discriminación. Entonces, ¿qué cambia la emisión de la Ley de nacionalidad? En esencia, quizás no mucho. Ha convertido el racismo de facto en un racismo de jure. La ley pide a los israelíes progresistas, tanto judíos como palestinos, que suspendan nuestras fantasías de igualdad de derechos y un futuro en el que todos los ciudadanos del país, independientemente de su religión, raza o género, tengan un sentido de pertenencia. Busca legislar lo que Israel ha estado diciendo a las minorías no judías: nunca serás parte de este país, nunca serás igual, estás condenado a ser un ciudadano indeseado para siempre, ser inferior a los judíos a quienes el estado pertenece y para quien fue fundado. Un estado en el cual el judaísmo es la única expresión nacional permisible por ley rechazará, por definición, a cualquier miembro de la minoría que desee formar parte de él, incluso si él, como yo, domina su cultura o, como yo, escribe literatura en su lenguaje, respeta sus leyes, sirve a su sociedad. El mensaje de Israel a sus ciudadanos árabes es que no desea ser nuestro estado. Por otra parte, prefiere ser el estado de las personas que nacieron en otros lugares, que no hablan su idioma, nunca lo han visitado o pagado impuestos o lo han servido de alguna manera. El Estado de Israel dará la bienvenida a estos extranjeros, independientemente de donde sean, siempre que sean considerados judíos por la ley judía ortodoxa. Las personas que tienen la suerte de haber nacido de madres judías pueden, prácticamente de la noche a la mañana, recibir la ciudadanía israelí, unirse a la raza dominante y convertirse en amos de la población nativa. La Ley de Nacionalidad previene la posibilidad de multiculturalismo en Israel y rechaza cualquier historia o memoria colectiva que no sea la sionista. Al revocar el estatus del árabe como idioma oficial del estado, la ley le da un golpe más a la cultura que ha estado compitiendo por un puesto desde la fundación de Israel. El artículo 7 de la Ley de Nacionalidad, según la cual el Estado considerará el asentamiento judío como un valor nacional por el cual hay que trabajar para avanzar, tiene un tono claramente colonialista, abordando el asentamiento judío sin mencionar al 20 por ciento de la población que son árabes y viven en él en condiciones de hacinamiento, bajo la continua amenaza de que se apropien sus tierras. Si bien el mensaje a los ciudadanos árabes dentro del Estado de Israel es inequívoco, la Ley de Nacionalidad es turbia cuando se trata de los palestinos que residen en Cisjordania y Gaza. ¿Cuáles son los límites de la ley, y a quién se aplica, en un estado que evita declarar sus fronteras y se niega a aceptar las determinadas por el derecho internacional? ¿Acaso el hecho de que Israel controle a los palestinos en los Territorios Ocupados mediante un gobierno militar significa que ahora es un estado en el que una población tiene derechos civiles y una segunda población está bajo ocupación y carece de derechos civiles? La poderosa derecha en Israel desea anexar Cisjordania, o gran parte de ella, y algunas voces han estado diciendo que la ley israelí también debe instalarse en los Territorios Ocupados. Si esto ocurriera, ¿cómo se aplicaría la Ley de Nacionalidad a los millones de palestinos bajo ocupación? ¿Habría todavía una prohibición contra cualquier definición que no sea la nacional-judía? ¿No pretende esta ley impedir que el ala derecha conciba la posibilidad de que los palestinos se realicen en el Estado de Israel, es decir, un estado judío desde el mar Mediterráneo hasta el río Jordán, en el que solo se autoriza a los judíos a autorrealizarse y se les conceda una identidad nacional? Parece que la única esperanza para los millones restantes de palestinos de evitar perder lo que queda de

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La legitimidad del apartheid

Fuente: Jorge Elbaum | El cohete a la luna Fecha: 29 de JUL 2018 La aprobación el último jueves de la denominada Ley Fundamental del Estado Judío supone la degradación de la ciudadanía plena para quienes no poseen la identidad hebrea. La legislación aprobada en el congreso unicameral israelí (denominado Kneset) legitima jurídicamente la segregación fáctica que se instituye dentro del territorio israelí desde hace decenios, e impone nuevas condiciones de avasallamiento sobre los habitantes de los territorios ocupados (militarmente) de Palestina. La norma busca consolidar los privilegios (ya consagrados de hecho) que disfrutan los ciudadanos de ascendencia judía por sobre otros colectivos, que representan –dentro del territorio israelí— un 20 por ciento de la población (entre Beduinos, Drusos y árabes musulmanes). Israel nunca aprobó una Constitución Nacional pero esta norma, aprobada el último jueves, es asimilable a esa trascendente arquitectura jurídica. Fue aprobada por mayoría simple de 62 votos contra 55 en contra y dos abstenciones. Su objetivo prioritario es la imposición de la preeminencia judía sobre cualquier otro componente étnico, lingüístico y/o confesional. Los votos mayoritarios que aprobaron la ley supremacista fueron aportados por la alianza que agrupa a los sectores de derecha junto con los religiosos ortodoxos, liderados por el premier Bibi Netanyahu. La ofensiva de estos sectores ha sido empoderada por el presidente Donald Trump, quien recientemente buscó legitimar la anexión de Jerusalén oriental a través de la instalación de su embajada en esa ciudad. La normativa no sólo identifica al Estado con una identidad específica de sus habitantes (segregando a quienes no la poseen) sino que anula el árabe como idioma oficial, postulado como tal desde la propia declaración de independencia de Israel, en 1948. Legitima, además, la prohibición de que árabes musulmanes puedan acceder a comprar propiedades dentro de conglomerados definidos como hebreos. El segregacionismo aparece como la continuidad de recurrentes políticas persecutorias que se expresan en diferentes espacios sociales. El último 16 de julio el congreso se expidió contra la posibilidad de que grupos pacifistas –conformados por judíos y musulmanes—entre ellos Breaking the Silence, puedan sensibilizar en las escuelas sobre abusos del ejército en los territorios ocupados de Palestina. Dos días después, el gobierno prohibió –por exigencia de los religiosos fundamentalistas— que los ciudadanos homosexuales puedan convertirse en padres a partir de gestación de embriones en cuerpos subrogados. El 19 de julio se detuvo a un rabino independiente (de la jerarquía local) por no someterse a los mandatos de la ortodoxia. Y el 20 de julio, Netanyahu recibió con pompa –en Jerusalén— al premier húngaro, Viktor Orbán, el máximo exponente de la derecha neonazi europea. El último 25 de julio, por presiones del entorno del Likud, fue despedido el dibujante del Jerusalén Post, Avi Katz, por caracterizar a Bibi Netanyahu y a sus acólitos en el formato zoológico que se encabeza esta nota. Uno de los máximos promotores de la normativa segregacionista, el diputado de derecha Avi Dichter, expresó con claridad el motivo de la norma: “Sancionamos esta ley para evitar que Israel sea un país para todos sus ciudadanos”. Solo uno de los diputados de la derecha no acompañó el proyecto: el hijo del ex primer ministro Menajen Beguin (Beny), quien advirtió que “el patriotismo no se demuestra cuando se impone por sobre los derechos humanos. Ese patriotismo se deteriora y se convierte en nacionalismo”. (Otorgándole asó al término “nacionalista” un carácter fascista). Por su parte, el líder de la bancada laborista, Isaac Herzog –hijo de Jaim, ex presidente de Israel— consideró que la aprobación destruye “el principio de igualdad” y supone un descrédito inaudito de Israel ante la comunidad internacional. Los cuestionamientos han empezado a emanar, incluso, de sectores conservadores, como el caso del presidente del Congreso Judío Mundial, Ronald Lauder, quien, en una nota en el New York Times referida al debate de la ley segregacionista, afirmó: “Si las cosas continúan como hasta ahora, Israel tendrá que hacer una difícil elección: conceder plenos derechos a los palestinos y dejar de ser un Estado exclusivamente judío o rescindírselos por completo y dejar de ser una democracia”. El jueves pasado la derecha israelí eligió la última opción. Uno de los sectores que repudiaron la ley –los congresistas integrantes de la Alianza Conjunta (que agrupa a israelíes judíos antisionistas, musulmanes y árabes laicos)— advirtió a través de uno de sus voceros, el diputado comunista Yusef Jabarin, que el consentimiento con la normativa supone “una clara discriminación étnica hacia los ciudadanos árabes de Israel”. Otro de los diputados árabes, Issawi Frej (del partido progresista Meretz) cuestionó la terminología segregacionista utilizada y fue expulsado de la sala de la Knesset (parlamento israelí). Por su parte, el legislador Ayman Odeh enarboló una bandera negra. Mientras pronunciaba su alegato rompió una copia del proyecto y —junto a militantes del grupo Paz Ahora— definió la iniciativa como la “legalización del apartheid”. Todos ellos fueron conminados a abandonar la sala de sesiones. La integrante del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Hanan Ashrawi, expresó en un comunicado oficial que el proyecto de Estado-nación judío “otorga licencia a la discriminación, la limpieza étnica y el sectarismo a expensas del pueblo palestino”. La modificación del status de ciudadanía pretende utilizar al resto de los judíos del mundo como forma de apoyatura intangible de complicidad. Sin embargo, esta política no parece haber sido muy efectiva dado que muchos colectivos identitarios judíos –dentro y fuera de Israel— han repudiado abiertamente la ley segregacionista y han condenado el apartheid que promueve. A nivel local, el Llamamiento Argentino Judío se ha expedido reiteradamente ante los diferentes ejercicios represivos contra los palestinos y —en referencia a la ignominiosa ley segregacionista— tomó como propias los variados posicionamientos efectuados por los escritores judeo-israelíes Guideon Levy y Hamira Haas. [1] Esta última, en un valiente artículo publicado en el diario israelí Haaretz, el último 18 de julio profetizó: “Llegará el día en que la línea de crédito del Holocausto se agote. Llegará el día en que los líderes del colonialismo judío israelí serán enjuiciados. Llegará el

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Dilema de los drusos en Israel: honra propia, racismo o mercenarismo

Fuente: Daniel Kupervaser | daniel.kupervaser.com Fecha: 28 de JUL 2018 Según un proverbio muy común en Israel, “cuando un imbécil arroja una piedra al pozo, mil genios no lograrán extraerla”. Llevándolo al campo político, se puede decir que cuando la imbecilidad del liderazgo de un país se sobrepone al sentido común, nadie se debe sorprender del surgimiento de peligrosas e innecesarias crisis socio-políticas con imprevisibles consecuencias futuras. El desprecio e indiferencia hacia lo “no judío”, tan enraizado y generalizado en la sociedad israelí, principalmente en los alrededores de la capa dirigente del gobierno de Netanyahu, encegueció tanto a su gente de manera que, para perjudicar y agraviar a ciudadanos árabes israelíes, promulgaron la ley de Estado-Nación Judío. Este engendro tan racista y antidemocrático, necesariamente afectó a todo grupo étnico no judío de ciudadanía israelí. Sin lugar a dudas el golpe más incomprensible e injustificable lo recibieron los drusos israelíes. La etnia drusa israelí se rebeló de inmediato. En una solicitada en los medios locales manifestaron claramente su sensación: “nos tiraron a una manada de perros”[1]. Quien mejor lo expresó fue Amal Assad, general retirado del ejército israelí. Y así se manifestó: “26 años serví al ejército del Estado Judío. Tengo el derecho de exigir que también es mío, al igual que es de ustedes los judíos. Después que erigimos esta casa junto a los judíos, la ley Estado-Nación Judío nos saca a los drusos de su casa y nos sepulta del otro lado del cerco” (sepultar fuera del cerco del cementerio es una de las ofensas más graves en el judaísmo por manifestar serias dudas del judaísmo del difunto o por ser discriminado por las instituciones judías. DK). No es para menos. La colectividad drusa es parte inseparable de la sociedad israelí desde su independencia y toma parte positiva y muy activa en todos los ámbitos. Su lealtad al país es indiscutible, sus logros educacionales son un ejemplo y su predisposición a servir al ejército es mucho mayor que la de sus pares judíos[2]. Allí donde amplios sectores de judíos se escabullen para cuidar su sangre, la de los drusos se derrama en campos de batalla en defensa de Israel. Da la impresión que, pese a su larga experiencia en la sociedad israelí y su prolongado servicio en el ejército, el general Assad aun no logró compenetrarse del verdadero significado de su condición de no judío en Israel. La expresión “Israel judío y democrático” es una falacia que escuda la supremacía judía ante cualquier valor democrático de vigencia universal que pretenda cercenar esa indiscutida y sagrada posición privilegiada. Que no le quepa duda al general Assad. El proyecto de ley que obliga a palestinos a vender propiedades a judíos a precios fijados por el gobierno, tarde o temprano también le va a llegar el turno a viviendas y terrenos drusos. Presten atención a las declaraciones al respecto del parlamentario Bitan, mano derecha de Netanyahu: “No hay motivo alguno que una minoría de 120 mil habitantes reciba derechos especiales en la ley Estado-Nación Judío. Son solo 120 mil personas. Ellos tienen que respetar a la mayoría”[3]. Conclusión de las palabras de Bitan: la mencionada ley otorga “derechos especiales” solo a judíos: racismo puro. Atento al embrollo que causó el extremismo que promovió la ley que puede hacer temblar pilares básicos de la existencia de Israel, Netanyahu se movilizó rápidamente para estabilizar la situación. Repentinamente se dio cuenta que su expresión “los drusos son carne de nuestra carne”[4] de años atrás se revela como uno más de sus vulgares y reiterados embustes. Netanyahu llamó a una reunión urgente de parlamentarios drusos de la coalición gubernamental junto a varios ministros. En esa oportunidad, el Primer Ministro de Israel dio a entender que no tiene ninguna intención de modificar la ley Estado-Nación Judío. Como contrapartida, se propone ser muy dadivoso en dedicar millonarios presupuestos destinados a la etnia drusa, como así también, exonerar a este sector de la población (y no a árabes israelíes) de ley especial que permite la demolición de una masiva construcción ilegal en sus aldeas[5]. Igualdad a la judía: vista gorda a delincuencia de construcción ilegal judía en Cisjordania y drusa en Israel. Drusos sorprenden a Netanyahu Para la atención del liderazgo druso en Israel, las cartas están sobre la mesa. Solo hay cinco alternativas y la colectividad drusa deberá decidir su posición al respecto. Ante la ponencia ya presentada por representantes de la colectividad drusa en Israel, la Corte Suprema de Justicia deroga esta ley por afectar significativamente derechos humanos básicos. La chance de este desenlace es reducida dado el temor del alto tribunal ante las crecientes amenazas de intervención del ejecutivo por lo que denomina atribuciones excesivas de la Corte. El gobierno, ante presiones internas y externas, decide abolir la ley por iniciativa propia. Posibilidad muy remota. El gobierno enmienda la ley de manera que en su marco se conceden explícitamente “derechos especiales” solamente a los drusos, paralelos a aquellos ya otorgados a los judíos. El gobierno no modifica la ley, pero la colectividad drusa esta dispuesta a aceptar recompensas, tales como las propuestas por Netanyahu en la reunión antes mencionada. El gobierno no modifica la ley y la colectividad drusa rompe los vínculos históricos con el liderazgo judío. Las dos primeras alternativas son las mas cómodas para la colectividad drusa. En ambos casos la situación retorna al principio sin modificaciones. Se debe resaltar que ambas alternativas son de bajas posibilidades de concretarse. La situación se complica seriamente ante las tres últimas alternativas. La tercera opción, definir a los drusos como etnia privilegiada, les restaura su posición igualitaria con los judíos, pero necesariamente los convierte ante todo el mundo en cómplices y coparticipes junto al judaísmo de un proyecto discriminador y racista. Aceptar las propuestas de Netanyahu de recompensas materiales (opción 4), justificadas principalmente por su activa participación en la defensa de Israel, conlleva un alto precio moral. Sera muy difícil convencer al mundo que se trata de un grupo étnico que se honra a si mismo y,

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Por qué hoy me da vergüenza ser israelí

Fuente: Daniel Barenboim | La Nación Fecha: 23 de JUL 2018 En 2004 pronuncié un discurso en el Knesset, el Parlamento Israelí, en el que hablé sobre la Declaración de la Independencia del Estado de Israel. La definí como «una fuente de inspiración para creer en los ideales que nos transformaron de judíos en israelíes». Dije también que «este documento notable expresaba un compromiso: «El Estado de Israel promoverá el desarrollo del país para el beneficio de todos sus habitantes; estará basado en los principios de libertad, justicia y paz, a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará libertad de culto, conciencia, idioma, educación y cultura»». Los padres fundadores del Estado de Israel que firmaron la Declaración entendían que el principio de igualdad era el cimiento de la sociedad que estaban construyendo. También se comprometían, y nos comprometían a nosotros, «a buscar la paz y las buenas relaciones con todos los pueblos y estados vecinos». Setenta años después, el Gobierno israelí aprobó una nueva ley que reemplaza el principio de igualdad y los valores universales por el nacionalismo y el racismo. Me provoca un profundo dolor que deba hoy hacerme las mismas preguntas que formulé hace 14 años cuando hablé en el Knesset: ¿Podemos ignorar la brecha intolerable que existe entre aquello que prometía la Declaración de la Independencia y lo que se realizó, la brecha entre la idea y las realidades de Israel? ¿Coincide con la Declaración de la Independencia la situación de ocupación y de dominio de otro pueblo? ¿Tiene algún sentido la independencia de uno a costa de los derechos fundamentales del otro? ¿Puede el pueblo judío, cuya historia es testimonio de sufrimiento incesante e implacable persecución, permitirse ser indiferente a los derechos y el sufrimiento de un pueblo vecino? ¿Puede el Estado de Israel permitirse el sueño irreal de un final ideológico al conflicto, en lugar de buscar una solución pragmática, humanitaria, basada en la justicia social? Catorce años después, sigo creyendo que, a pesar de todas las dificultades objetivas y subjetivas, el futuro de Israel y su lugar en la familia de las naciones ilustradas dependerá de nuestra capacidad para cumplir la promesa de los padres fundadores, tal como está inscripta en la Declaración de la Independencia. Sin embargo, nada cambió realmente desde 2004. Por el contrario, tenemos ahora una ley que confirma a la población árabe como ciudadanos de segunda clase. Es entonces una forma muy clara de apartheid. No creo que el pueblo judío haya vivido veinte siglos, entre persecuciones y el sufrimiento de crueldades infinitas, para convertirse ahora en opresores e infligir la crueldad a los otros. Esta nueva ley hace exactamente eso. Por eso hoy me da vergüenza ser israelí.

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Gaza pasa de la «prisión más grande del mundo» a la «celda de aislamiento más grande del mundo»

Fuente: Editorial Haaretz Fecha: 13 de JUL 2018 Israel debería reabrir el cruce de Kerem Shalom y esforzarse por ayudar a reconstruir la Franja Los dos millones de palestinos que viven en la Franja de Gaza serán transferidos de «la prisión más grande del mundo», como a veces se llama la Franja, a la celda de aislamiento más grande del mundo. El primer ministro y el ministro de defensa, con el consentimiento del jefe de gabinete del ejército, tomaron la decisión final de cerrar el cruce de Kerem Shalom, el único conducto por el cual los habitantes de Gaza pueden obtener bienes y exportar algunos de los suyos. Solo comida y medicinas se permitirán. Sacar esta cruel decisión de la baraja de trucos de Israel para poner fin a la lucha contra la Franja atestigua no solo la frustración del país más poderoso de Oriente Medio ante el fracaso de su guerra contra las cometas incendiarias, sino sobre todo su huida de una solución que incluso el ejército creía que podría reducir las confrontaciones. Israel ha adoptado una táctica centrada en un bloqueo hermético de varios años de duración acompañado de ataques aéreos, con el objetivo de obligar a Hamás a detener los ataques a Israel. Supuestamente, este es el último paso antes de disparar directamente contra civiles o del asesinato selectivo del liderazgo de Hamás. Nadie discute que Israel no puede aceptar diariamente los cotidianos incendios deliberados en los campos de las comunidades del Negev, un trastorno que amenaza las vidas de sus residentes judíos y causa millones de shekels en daños y perjuicios. Pero el completo desprecio por las propuestas que ya están sobre la mesa, como ayudar a desarrollar la Franja, una recuperación económica significativa, una tahadiá a largo plazo —el cese de hostilidades— y la generosa asignación de permisos de trabajo israelíes, significa que Israel está atrapado en el ilusión de que solo una solución militar traerá calma. Este engaño fue creado después de la Operación Margen Protector en 2014 que llevó a casi cuatro años de relativo silencio. También condujo a la ociosidad diplomática y una sensación de complacencia, que a su vez dio a luz a esta enloquecida ebriedad del poder. Aparentemente Israel espera que los habitantes de Gaza, que están bien versados ??en la miseria, ejerzan presión sobre los líderes de Hamás para que, con un gesto de la mano, ponga fin a los ataques contra Israel. En otras palabras, lo que las operaciones militares brutales no lograron, el aislamiento lo hará. Pero es muy poco probable que éste sea el resultado. Incluso si Israel ha dejado de temer a la presión internacional, aumentar la presión sobre Gaza puede empujar a Hamás a una respuesta violenta, y tal vez incluso a otra ronda de conflicto militar a gran escala. Sin embargo esto no es un decreto divino. Israel podría y debería revocar su decisión inmoral de bloquear las puertas de Gaza; lanzar un esfuerzo para coordinar con Hamás, a través de Egipto o cualquier otro país dispuesto a ayudar; reemplazar sus respuestas militares pavlovianas con una política de desarrollo y rehabilitación y ver a Hamás como parte de la solución. De lo contrario, el Gobierno no podrá convencer al público de que hizo todo lo posible para evitar la guerra. Traducido del inglés por J. M.  

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Ley de nacionalidad: separatismo y exclusión

Fuente: Alberto Mazor | Amigos Argentinos de Paz Ahora Fecha: 10 de JUL 2018 La era del Israel unido —el Estado al cual hice aliá— se acabó. El proceso fue largo, pero el momento de concientización es corto, muy doloroso y se está desarrollando en estos mismos instantes. Israel está dividido igual o más que en cualquier otro momento de la era bíblica o moderna. El colectivo se convirtió en algo disgregado. No se puede hablar de un único país bajo ningún aspecto, ni nacional ni cívico. De una confederación de visiones, aspiraciones y puntos de vista poco firmes pero durables, la nación pasó a ser escenario de enfrentamientos, afrentas y de imposición de la voluntad individual. En toda la historia del pueblo judío es difícil hallar mayores niveles de hostilidad, desintegración y mutuo aborrecimiento. Muy rara vez en Israel la unidad de la ciudadanía fue tan débil como ahora. Aquel renacimiento del «judío en su propia tierra» está colapsando bajo el peso de los desacuerdos internos que esta nación supo moderar tan hábilmente durante siglos de exilio y en más de cien años de sionismo que materializaron la creación y el desarrolo del Estado. Esta escisión es obra de la ultraderecha nacionalista y mesiánica. Ningún gobierno, hasta ahora, decidió nunca lanzar una ofensiva legislativa sobre la nacionalidad sin tomar en cuenta reclamaciones jurídicas de la Fiscalía del Estado ni la existencia política misma de sus rivales de la oposición. Es cierto que siempre hubieron movimientos fuera del concenso central, desde los esenios a los falsos mesías y los kahanistas, pero esta es la primera vez que el poder silencia a un público tan extenso y amplio, y convierte el logro de la soberanía democrática en una corte de interesados solamente en el lugar que ocuparán en las listas primarias de sus partidos antes de las próximas elecciones. Y para eso, todo vale. Es precisamente esa ultraderecha nacionalista y mesiánica la que no duda un instante en usar la fuerza de su brazo político para hacer añicos a la nación. El sionismo humanista de Ajad Haam, Borojov y Buber aparece ahora como sospechoso de traición a la patria. Jueces de la Corte Suprema, fiscales, asesores jurídicos del Parlamento, generales de Tzáhal, profesores de universidades, directores de empresas, escritores, artistas, activistas por los derechos humanos y periodistas, entre muchos otros, son considerados una quinta columna. Los asentamientos, la bandera o el himno nacional se convirtieron en parámetros adecuados y casi únicos para medir el patriotismo de aquellos «enemigos potenciales» del pueblo judío y para amonestarlos severamente hasta lograr que se rindan a las nuevas resoluciones. Aprobando la Ley de Nacionalidad, que le garantiza al Estado judío poblaciones «limpias de árabes», muy pocos miembros de la actual coalición gubernamental serían capaces de firmar la Declaración de Independencia de Israel de 1948. Aquella mano tendida en señal de paz y buena vecindad fue amputada; la promesa de oportunidades igualmente justas, independientes de religión, raza o género, fue enterrada; el martillo de la ultraderecha se encuentra plenamente activo, mutilando el núcleo mismo de la división de poderes y destruyendo ante nuestros ojos perplejos los tres valores principales de la soberanía hebrea: libertad, justicia y paz. Si supuestamente los partidos de la oposición presentaran un proyecto de ley que obligue a enseñar meticulosamente la Declaración de Independencia en su totalidad en las escuelas, los verdaderos rostros de los «caballeros de los asentamientos, del apartheid, de la bandera o del himno» quedarían al descubierto. No es ninguna coincidencia que los portavoces de la ultraderecha —que no es nueva en su composición sino en la audacia descarada de su filosofía política totalitaria— tenga una enorme dificultad para obtener inspiración y apoyo de los creadores del sionismo y de los fundadores del Estado. Ni Herzl ni Jabotinsky ni Ben Gurión ni Begin hubieran aprobado las acciones de la coalición Netanyahu-Bennett-Liberman que desgarran a la nación. Si vivieran actualmente, serían considerados traidores y vendepatrias. Para todos ellos el Estado judío era un milagro, y la democracia su pan de cada día; ellos jamás podrían aceptar a esta ultraderecha que se convirtió en la precursora de un Israel fascista, separatista y excluyente. El fascismo, para aquellos que lo olvidaron, no está precisamente relacionado con la unidad cívica y la solidaridad nacional; al contrario, es su peor enemigo. Ya lo escribió el poeta israelí Natán Alterman: «Así es como se denomina al fascismo en todos los diccionarios, y a veces vale la pena llamar a las cosas por su nombre».

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La farsa del principiante/comediante Jared Kushner

Fuente: Daniel Kupervaser | daniel.kupervaser.com Fecha: 30 de JUN 2018 El denominado “acuerdo de paz del siglo” entre Israel y Palestina, tal como lo denomina Trump, no es más que una farsa diplomática que se expone en numerosos actos con diferentes escenas y en distintas salas. Todo este show está destinado a mantener el statu quo, proyectar a palestinos como obstáculo de la paz y, finalmente, bajar el telón después que Netanyahu haya ganado otros 4 años. Todo comenzó a fines de 2015 cuando los aspirantes republicanos a la presidencia de EE. UU se reverenciaron ante la posibilidad de movilizar dinero judío para su proselitismo. A sabiendas que “los magnates judíos-estadounidenses financian campañas elecorales principalmente a candidatos republicanos”, en esta oportunidad todos ellos se presentaron ante la “Coalición Judía Republicana” (CJR)[1] y juraron su apoyo incondicional, no a intereses de su país, sino a intereses israelíes. En ese insólito y anti democrático acto, Trump declaró: “Yo puedo hacer la paz entre Israel y Palestinos en 6 meses”[2]. Con la toma del mando presidencial, Trump anunció la denominación de su yerno, Jared Kushner, como asesor presidencial y encargado de concretar el “acuerdo de paz del siglo”, de David Friedman, como embajador en Israel y Jason Greenblatt, como su enviado a Medio Oriente. En su equipo para la paz en Medio Oriente, por casualidad, todos son judíos. Los dos primeros con profundas vinculaciones e intereses personales con la colonización judía en Cisjordania, mientras que el tercero, está clara y públicamente identificado con ese proyecto judío. Nada más acertado que el refrán “poner los gatos a cuidar la leche”. En esa oportunidad Trump alabó a Kushner afirmando que “si mi yerno no logra traer la paz en Medio Oriente, nadie lo puede lograr”[3]. Obedeciendo al tradicional y enraizado servilismo estadounidense a intereses israelíes sin la mínima vinculación a intereses de su país, a Trump solo le bastó un corto tiempo para concretar un histórico, aunque controversial sueño judío: reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Ante tan significativo y unilateral viraje posicional de quien pretende ser reconocido como mediador objetivo, el liderazgo palestino resolvió poner fin a los contactos con la administración estadounidense. Es de suponer que cualquier mediador que racionalmente es consciente de la importancia de su función daría por terminado su cometido cuando una de las dos partes de un conflicto lo declara persona non grata y se desvincula totalmente del proceso de mediación. Pero, como se anticipó, el objetivo del “acuerdo de paz del siglo” no es el que está detrás de su nombre, sino que se trata de un show destinado a ganar tiempo. El propósito principal no cambió. No hay motivos serios para abandonar el proyecto. Retornando a mi artículo anterior[4], ningún avance para un hipotético acuerdo de paz palestino-israelí será posible hasta que no se logre, o se imponga como primer paso, neutralizar y desmantelar totalmente el poder de influencia saboteadora de Hamas y otros grupos extremistas en el pueblo palestino y la del movimiento colonizador judío en Cisjordania y sus aduladores fundamentalistas en el pueblo judío. Nada de eso es materia de las negociaciones de los mediadores estadounidenses. Por el contrario, Kushner, su director, recurre a variantes totalmente disparatadas. En una sorprendente entrevista de días atrás a un medio palestino, el asesor del presidente estadounidense aseguró que la negativa a negociar de Mahamud Abbas no representa ningún obstáculo para continuar avanzando en el plan de paz que será publicado a la brevedad. Si el liderazgo palestino continúa boicoteando este proyecto, finalmente EE. UU terminará por dejarlos de tener en cuenta para dirigirse directamente al pueblo palestino[5]. En verdad, aún no está claro si semejante dislate es consecuencia de su condición de principiante en diplomacia o se trata de un comediante profesional capaz de embaucar pueblos enteros. De todos modos, no se puede dejar de mencionar que Kushner pasó por alto trágicos y escandalosos fracasos de quienes en esta región intentaron “cambiar liderazgos” para resolver problemas. Basta rememorar los esfuerzos israelíes de fines de la década del 70 del siglo pasado para promover y apoyar la consolidación de Hamas como movimiento social para convertirlo en alternativa del liderazgo de Al Fatah en el pueblo palestino. Cuando Begin y Sharon intentaron en 1982 imponer a las falanges maronitas como gobierno amigo en Líbano, el tiro les salió por la culata. El resultado de la fallida invasión a ese país terminó con la creación de Hesbollah. ¿Dónde están hoy Al Fatah y las falanges maronitas del Líbano, y donde Hamas y Hesbollah?  Mas vale no hablar de los grandes logros de su compatriota Bush hijo, cuando invadió Irak y derrocó a Sadam Hussein. No se necesita la prolongada experiencia de un avezado estratega para entender que la supremacía militar estadounidense junto a la israelí les permite adoptar conjuntamente políticas que presionan y provocan mucho sufrimiento y dolor a la población palestina. Aun a sabiendas que ese tipo de medidas no logra modificar en lo más mínimo la conducta del pueblo palestino y sus líderes, ni se obtiene ningún avance significativo, en última instancia su continuidad es el resultado de ser uno de los medios de satisfacer una perversión racista muy desarrollada en la sociedad israelí. Solo vasta una corta mirada a los sucesos de las últimas 5 décadas. Lo que Kushner y la mayoría de la sociedad israelí no entiende es que la bomba atómica (según fuentes extranjeras), la aviación más moderna del mundo, los submarinos alemanes y demás sofisticaciones de poderío son solo chatarra frente a los palestinos. Ellos aprendieron del gran error de 1948. Hoy, no se los puede matar ni deportar. Con que solo digan “no” hasta que no acepten sus condiciones, con su reconocida paciencia de generaciones y sin moverse del lugar, los palestinos imponen a Israel y EE.UU. un equilibrio estratégico. Al igual que todos los planes de paz propuestos por la administración estadounidense durante las últimas décadas, si no se limpian las minas dispersadas por Hamas y el movimiento de colonización judío, también

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