Por EDGARDO MOCCA| El Destape (26 DE JUNIO 2021)
Un texto político escrito por un conjunto de personas que trabajan en la cultura podría ser un buen motivo de conversación política. En el caso del texto recientemente publicado por los intelectuales macristas, podría haber sido, pero no fue. Un texto que le reclama al macrismo que se ponga los pantalones para enfrentar al oficialismo en nombre de las instituciones, la democracia, etcétera, no tiene por dónde ser “discutido”. Pero un texto como éste, sin mayor interés, puede también ser pensado desde su contexto.
Los intelectuales salen a “llenar un vacío”. ¿Por qué? Porque los políticos de Juntos por el Cambio están todo el tiempo arreglando sus cuestiones internas y dejan de lado las urgencias que vivimos, que -como todo el mundo sabe- son los peligros de que el peronismo gane las próximas elecciones y después destruya las instituciones democráticas. Entonces, los demócratas y patriotas tienen que reaccionar “desde fuera de la política” o por lo menos desde fuera de los partidos políticos. ¿Desde dónde emana la posibilidad de reivindicar ese trato con la política desde fuera de sus antros, cargados de intereses personales y cálculos burocráticos? La posibilidad consiste en que quienes escriben son “intelectuales”. Se podría discutir por qué una científica, un actor de televisión o un escritor son más intelectuales que un político, y sería muy difícil explicarlo. Pero no entremos allí porque nos iríamos de tema. El hecho es que la amplia diversidad de los oficios de quienes firman el documento reconoce, sin embargo, un rasgo común: la gran mayoría de ellxs son personas de una importante exposición mediática; la televisión los ha reclutado de una manera u otra. No hay reproche en esta constatación. No se discute ni el derecho a expresarse, ni las condiciones intelectuales de cada uno. No se habla aquí de derechos de opinión, se pretende explicar un hecho, no de impugnarlo o justificarlo. Y el hecho es que un grupo de personas, mediáticamente conocidas toma el lugar de la política, es decir el lugar de lo universal que tiene preminencia por sobre lo corporativo.
Las personas notables en los medios de comunicación tienden a ocupar un lugar central en la política desde hace, por lo menos treinta años en nuestro país y en todo el mundo. No hay en eso ninguna novedad. Si hay una novedad está en la dramática urgencia de los enunciados del pronunciamiento y en el reclamo a “los propios” de ponerse a la altura de esa urgencia. Preocupación e impaciencia porque desde la estructura de Juntos por el Cambio se difunde el espectáculo de las internas al rojo vivo y de amplia difusión, lo que, combinado con los propósitos autoritarios del oficialismo que se denuncian en el texto, conforma un escenario de peligro. Es un grito de alerta surgido desde fuera del sistema político institucionalizado: ¡basta de internas porque la democracia está en peligro!
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Vamos a dejar de lado el obvio sentido propagandístico-partisano (y visiblemente absurdo) de este grito. Tomémoslo en serio por un momento. ¿Cuáles podrían ser las consecuencias políticas de este pronunciamiento político? Básicamente serían dos: la corrección de la política opositora o la indiferencia. La primera luce bastante problemática: salir del territorio de las internas cuando se están disputando las listas electorales no es, ciertamente, algo previsible. Pero supongamos que pudiera ocurrir. ¿Cuál sería la forma de expresar consciencia ante la grave amenaza? Pues sería recuperar lo que, por lo visto, los firmantes consideran el nudo esencial del drama político, es decir la decisión a enfrentar el ansia de poder autoritario del Frente de Todos. ¿Y cómo se haría esto? Si las internas deben ser corridas del centro, ¿cómo se alcanzaría el objetivo de la defensa de la democracia? Dicho de otro modo: cómo se hace en general para enfrentar un proceso de conquista autoritaria del poder de otra manera que no sean los votos.
La pregunta nos remite a la historia. ¿Cómo se resolvió históricamente en Argentina el problema de la vigencia de proyectos “autoritarios”, “populistas”, “personalistas”, apoyados por amplias mayorías en las urnas? Bueno, todos sabemos cómo. Hace unos días se cumplió un nuevo aniversario del día en que los aviones que tenían inscripta la frase “Cristo vence” procedieron a comenzar la demolición del gobierno de Perón, sin darle la mínima importancia a las vidas que el acto terrorista (el mayor de nuestra historia) se cobró. No se permitió, así, que el populismo cumpliera sus terribles designios.
El término “intelectual” parece contagiar prestigio a las personas que así son designadas o se designan a sí mismas. Además, a la hora de defender la patria y la democracia, parecería que no hay nada mejor que los intelectuales. Porque, como se sabe, a ellxs no les importan los votos ni los cargos, no tienen preferencias partidistas sino obsesiones patrióticas, no usan las armas sino la inteligencia. En fin, son la civilización en tanto tal… Si hasta dan ganas de expresar solidaridad con los candidatos del Pro que se sacan los ojos por encabezar la lista en capital o en provincia. Finalmente ellos están efectivamente apostando por la democracia. Quieren (por lo menos por ahora) que los votos decidan el futuro del país.
El documento intelectual es un acto de propaganda. Eso no tiene nada de censurable. Como tampoco es censurable que surjan voces ajenas (o más o menos ajenas) a los partidos que intervengan en el debate público. El problema, en este caso, es, ni más ni menos, el contenido de la intervención. No por lo que dice que, hay que insistir, no tiene casi ninguna importancia. Sino por lo que no dice. Lo que no dice es qué hacemos si no podemos evitar lo que queremos evitar en la próxima elección legislativa. Porque elecciones va a haber. Y una probabilidad es que las gane el oficialismo. ¿Y entonces? ¿Dejamos que el país se convierta en Venezuela, o en Bielorrusia o en Hungría?… Lo político siempre se define frente al vacío. Ahí donde no hay respuestas y los cálculos son desbordados por el vacío es el lugar de lo político. En la línea de los dichos antidemocráticos recientes de Duhalde, de Leuco, de Longobardi, ahí se sitúa el reciente documento intelectual.
Los que tenemos actitudes progresistas solemos sorprendernos de que haya intelectuales que no lo sean pero, yendo a casos extremos, vale la pena recordar que un exquisito escritor como Gabrielle D’Anunzio era fascista y un gran filósofo como Heidegger era nazi. En la actitud política influyen otras cosas además del tipo de actividad a que uno se dedica.