El factor moral

Fuente: Edgardo Mocca* | La Tecl@ Eñe

Fecha: 30 de octubre de 2019

El resultado electoral del último domingo en nuestro país tiene una enorme importancia que excede las fronteras de nuestro país. El prematuro diagnóstico que anunciaba una larga noche de gobiernos antipopulares y rigurosamente alineados con Estados Unidos empieza a mostrar su fragilidad. El triunfo de Evo, la rebelión en Ecuador y el histórico levantamiento del pueblo chileno ya habían iluminado una realidad diferente a la que muestran obsesivamente los aparatos comunicativos. No hay consolidación del neoliberalismo. No hay la derecha moderna y democrática definitivamente triunfadora en la batalla cultural. No hay el ocaso del populismo y la normalización neocolonial de nuestras sociedades. Y los vientos regionales no están divorciados de una dura crisis civilizatoria que preanuncia nuevas tormentas en las más diversas zonas del mundo.

Una vez más estamos ante una batalla interpretativa. La derecha simula euforia, simplemente porque la diferencia electoral entre Alberto y Macri fue menor a la que se dio en las primarias abiertas. Eso se entiende como un “triunfo” de Macri. Más aún, como la carta definitiva a favor del liderazgo del empresario corrupto en la oposición. Cuando Scioli perdió por dos puntos el balotaje de 2015, después de doce años de gobiernos populares, eso significaba el derrumbe de la experiencia kirchnerista. Ahora Macri pierde muy ampliamente en primera vuelta en su intento de reelección y eso se interpreta como una victoria. A eso se le llama “análisis político”.

La cuestión principal es cómo interpreta el acontecimiento el campo político de quienes somos realmente los vencedores del último domingo. Porque curiosamente lo que ocupa un lugar extraordinario en la mirada es el asombro por el comportamiento de quienes votaron a la segunda alianza. ¿Es lógica la sorpresa por el voto de derecha de un 40% del electorado? ¿Qué podemos decir, entonces de la elección en Brasil? ¿Cómo compatibilizar esa sorpresa con la realidad política del mundo? ¿En cuántos países del mundo una fuerza nacional-popular-democrática gana las elecciones? ¿Cuántos ejemplos tenemos a la vista de una recuperación político-electoral después de una derrota como la que sufrimos en 2015? ¿En cuántos otros sitios se da que una fuerza estigmatizada y sistemáticamente perseguida, con sus principales referentes asediados por el poder judicial, acosados y espiados por los servicios de inteligencia, casi sin recursos económicos ni comunicativos, monopolizada la palabra mediática por sus enemigos más intensos, retome el gobierno en cuatro años?

Claro, se puede contra-argumentar que el gobierno de Macri fue desastroso en todas las dimensiones en las que se lo mida y por eso extraña la magnitud de los apoyos que recibió. Pero esa afirmación solamente es válida en un contexto de valores definido. La política no es una ciencia exacta en la que la valoración de una serie prescripta de indicadores define el juicio sobre una experiencia histórica. El juicio sobre un gobierno siempre es un juicio conflictivo, es una forma del conflicto político y no un veredicto que se establece con rigor matemático. El impacto por ese cuarenta por ciento que votó a Macri desconoce la existencia de un profundo antagonismo político en el país. No una “grieta” debida a la voluntad de tal o cual actor político, sino un viejo antagonismo, una vieja querella por el ser histórico de nuestro país. ¿Por qué fue Macri el candidato en 2015 y no alguno de los políticos exitosos que desafiaron a los Kirchner en el interior del peronismo? Lo fue porque el sector más dinámico, más intenso, con mayor voluntad hegemónica en el interior del antikirchnerismo vio en él a su figura más representativa de la oposición. Porque lo eligieron en los cacerolazos contra Cristina que fue el punto histórico más alto de la movilización de la derecha en muchas décadas. Porque no estaba “contaminado” por ninguna sospecha de eventuales concesiones futuras al populismo. Eso fue Macri. Y eso es lo que acaba de fracasar –por lo menos provisoriamente- en la Argentina. Cuarenta por ciento de los votos para Macri… Imposible saber cuánta gente apoyó intensamente el golpe de 1976 (para no ir más lejos), pero no era un grupo minoritario, ni fueron tan masivas las resistencias en esos tiempos amargos. Y no digamos que los años de la dictadura fueron menos desastrosos que los últimos cuatro…

Ciertamente haríamos bien en reemplazar los lugares ya comunes de la influencia del bombardeo mediático sobre las personas por una indagación más profunda del sistema de símbolos que permite esa conquista de las subjetividades. En los últimos tiempos el significante político central de ese proceso es la palabra “república”: curiosa resignificación de una categoría cuya raíz semántica consiste en lo público, en la res pública, en la cosa pública. La república se ha reconvertido en su contrario: ser republicano es defender los derechos de propiedad. La oligarquía ha logrado universalizar su concepto acerca de la superioridad de la propiedad privada sobre cualquier otro derecho. Ha capturado el miedo de las clases medias y hasta de sectores populares no totalmente empobrecidos para utilizarlo como escudo simbólico para la defensa de sus privilegios. República es no a los impuestos, a las retenciones, a las restricciones para la compra de dólares (es muy sintomático que el gobierno haya dejado el súper cepo para el día siguiente a las elecciones). No, por supuesto, a cualquier idea de un nuevo contrato social, político y constitucional que sitúe a la propiedad privada dentro de una escala de derechos y garantías; que ponga, por ejemplo, el derecho a la alimentación personal y familiar por encima del derecho a veranear en el exterior. Tal vez haya que poner esta discusión en el lugar que hoy ocupan los enojos por la conducta electoral de los que no votan como nosotros.

Es necesario que nuestras ilusiones incumplidas respecto a la amplitud de la victoria no nos oculten la trascendencia de lo conseguido. Porque la conciencia de esa trascendencia es un componente político-moral decisivo en los días que vienen. Días que serán tensos y complejos porque la imagen de la tierra arrasada es muy adecuada para definir una realidad de retroceso profundo y generalizado en la que está el país. Retroceso social, nacional, productivo, cultural, institucional y moral. La alegría por lo logrado es un capital moral para abordar este momento tan complejo.

*Politólogo y periodista

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