El acoso de Esmeralda y las internas en la DAIA

Fuente: Ricardo Ragendorger | Nuestras Voces
Fecha: 20 de MAY 2018

La acusación de Esmeralda Mitre contra el ahora ex titular de la DAIA, Ariel Cohen Sabban, por “tocamientos inverecundos” y pedidos improcedentes de dinero ya es un caso superado por otras calamidades de la actualidad. Pero puso al descubierto las graves disfunciones que palpitan en la dirigencia de esa institución. Un nido de intrigas donde también salen a la luz las internas en la antigua SIDE –llamada sucesivamente SI (Secretaría de Inteligencia) y AFI (Agencia Federal de Inteligencia) –.Y con las imposturas volcadas en la causa AMIA como música de fondo.

Al respecto bien vale evocar dos episodios de notable peso simbólico.

El 25 de julio de 2004, Gustavo Beliz –quien acababa de ser eyectado del Ministerio de Justicia por el entonces presidente Néstor Kirchner a raíz de la actuación policial en una protesta ante la Legislatura porteña– protagonizó un momento sublime de la televisión argentina al exhibir en el programa Hora Clave una fotografía del famoso espía Horacio Antonio Stiuso. Su rostro era el secreto mejor guardado del país.

Al tiempo se supo que esa joya documental se la había proporcionado el no menos célebre comisario Jorge “Fino” Palacios.

Este hombre había sido echado de la Policía Federal apenas unos meses antes –el 13 de abril–, después de que le llegara a Kirchner la grabación de un diálogo telefónico entre él y su dilecto amigo, el ex comisario Carlos Gallone (actualmente condenado por delitos de lesa humanidad), con Jorge Sagorsky, un reducidor de autos vinculado al secuestro y asesinato de Axel Blumberg. En la cinta, el Fino –quien en esos días estaba al frente de la Superintendencia de Investigaciones– se muestra muy interesado en comprar una camioneta para ir de pesca a la localidad correntina de Esquina.

Al tiempo se supo que esa joya documental se la había proporcionado al presidente nada menos que Stiuso.

No contento con ello, éste filtró tales escuchas a la prensa en 2009 para así malograr la designación de Palacios en la Policía Metropolitana.

Cabe destacar que su gran encono hacia el insigne uniformado era una secuela del enfrentamiento que mantenía con dos colegas suyos: los agentes Patricio Finnen y Alejandro Brousson, aliados con Palacios en la investigación del atentado a la mutual israelita. Una pesquisa apoyada incondicionalmente por la DAIA.

Contacto en Paraguay

Aquellos dos agentes –al igual que Stiuso– eran en la SIDE parte de una capa geológica originada durante la última dictadura. Una generación de fisgones profesionales que se educó bajo las reglas del terrorismo de Estado y que, con el paso del tiempo, maduraría al amparo de gobiernos democráticos. Un grave descuido de la República. Y una inagotable fuente de trapisondas, crímenes y dislates, entre otros espantos.

Finnen se inició en la llamada Base Billinghurst, bajo cuya ala estaba el centro de exterminio Automotores Orletti. Brousson era un oficial del Ejército asimilado a la SIDE luego de servir en el Batallón 601. Ya en los ’90 lideraron la denominada “Sala Patria”, un grupo de “La Casa”, cuya cueva secreta –todo el barrio lo sabía– se encontraba en el cuarto piso del Edificio Barolo, sobre la Avenida de Mayo. Eran los espías de cabecera del entonces “Señor 5”, Hugo Anzorreguy. Y entre sus logros resalta el secuestro en México del guerrillero Enrique Gorriarán Merlo. Bendecidos con poderes y recursos presupuestarios sin límites, jamás imaginaron el estrepitoso final de sus carreras. Eso ocurrió en 2001, a raíz de un falso atentado contra Bill Clinton.

Aquella historia tuvo su origen cuando el marido de Hillary, a poco de dejar la presidencia, viajaba a Buenos Aires para un coloquio internacional. La dupla Finnen-Brousson vio entonces la ocasión propicia para articular una fina operación de inteligencia. Su objetivo: ganarse la confianza de la CIA. Así fue como contrataron en la Triple Frontera a un soplón paraguayo que antes había trabajado para los norteamericanos. A cambio de un suculento fajo de billetes, concurrió a la Embajada de los Estados Unidos en Asunción para informar que se preparaba un complot en contra del ex mandatario. Al mismo tiempo, desde Buenos Aires, Sala Patria irradiaba un informe idéntico. Los autores del plan creían que ambas advertencias, llegadas en paralelo por vías supuestamente distintas, encenderían todas las luces de Washington, logrando así la estima de la central de inteligencia más poderosa del mundo. Pero algo falló: los agentes criollos no habían previsto que el paraguayo sería sometido en la embajada al detector de mentiras; el tipo terminó confesando que la SIDE le había pagado para llevar el dato apócrifo. Y proporcionó la identidad de sus empleadores. El escándalo fue mayúsculo. A partir de entonces, Finnen y Brousson pasaron a integrar el ejército de desocupados.

La proeza de Sala Patria fue haber manejado a su antojo la pesquisa de la causa AMIA en franca complicidad con el juez Galeano, los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, además del comisario Palacios. Y bajo una precisa directiva del presidente Carlos Menem: no investigar la llamada “pista siria” y concluir el caso lo más rápido posible. Lo primero se tradujo en el “extravío” de pruebas valiosas y en el aviso a sospechosos sobre la inminente realización de procedimientos en su contra. Lo segundo, en fabricar la “hipótesis” de la “Conexión local”, una pieza de dramaturgia que incluyó la detención del lote de policías bonaerenses encabezados por Juan José Ribelli, y el soborno de 400 mil dólares a Carlos Telleldín para involucrarlos en su testimonio. Lo más notable es que semejante estrategia contó con el conocimiento, el beneplácito y hasta la financiación de la dirigencia de la DAIA, liderada en aquella época por Rubén Beraja.

Ahora todos ellos –junto a otros actores de reparto– ocupan el banquillo de los acusados en el juicio por encubrimiento.

Pero lo cierto es que la caída en desgracia de esta gavilla de simuladores propició el irresistible ascenso de la línea interna de la SIDE conocida como “Grupo Estados Unidos” (por la calle en donde anidaba). Su jefe era Horacio Stiuso. Y a partir de entonces éste tomó las riendas del caso.

Así fue el nacimiento de la pista iraní. Una construcción hipotética a la medida de la CIA y la derecha de Israel, que además contó con la adhesión de todos los dirigentes comunitarios que condujeron la DAIA desde la década pasada hasta la actualidad.

La DAIA macrista

La voladura de la AMIA, que causó 84 muertes, fue el atentado terrorista más grave de la historia argentina. A casi 24 años de ello, la verdad de lo ocurrido continúa bajo los escombros. Pero su incidencia en la política vernácula es aún hoy asombrosa. Eso abarca al Poder Judicial, a los servicios de inteligencia y también a la dirigencia comunitaria. De hecho, el papel de esta última a través del tiempo merece un análisis. Porque si bien el gran apego de Beraja a los manejos encubridores del menemismo fue un acto de subordinación tal vez fruto de la debilidad y el oportunismo, ahora, en cambio, la DAIA es una especie Unidad Básica del PRO.

Tanto es así que ciertos referentes de dicha institución –como Claudio Avruj, Sergio Bergman y Waldo Wolf– son parte del régimen macrista.

En tal marco no es un hecho menor el protagonismo de la DAIA en la persecución gubernamental a funcionarios del gobierno anterior. Un ejemplo de aquello fue su gran esfuerzo por exhumar la antojadiza denuncia del fiscal Alberto Nisman contra Cristina Fernández de Kirchner, Héctor Timerman y Alberto Zannini, entre otros, por el Memorándum de Entendimiento con Irán. Incluso, con prisiones preventivas algo kafkianas, como la “domiciliaria” al ex canciller, una medida que por su delicada salud requirió una dosis extrema de crueldad.

Fue la actual dirigencia de la DAIA la que lo crucificó a partir de una trampa tendida por el ex presidente de la AMIA, Guillermo Borger, al grabar en 2013 un diálogo telefónico con él; allí se lo oye decir sobre la táctica para indagar al lote de iraníes sospechados del atentado: “¿Y con quién querés que negocie? ¿Con Suiza?”. Simplemente por esa frase se lo procesó.

En ese mismo año, durante una discusión entre Timerman y un altísimo dirigente de la DAIA –que ahora lidera un sector opositor– se evaluaban los beneficios y los inconvenientes de enviar a Teherán al juez Rodolfo Canicoba Corral para tomar aquellas declaraciones. Entonces, ya falto de argumentos, el líder comunitario –quien además es un prestigioso abogado– sorprendió al canciller con una observación atendible: “¿Y de qué nos disfrazamos si el juez comprueba que ellos no tienen nada que ver?”.

Asimismo fue determinante el papel de la DAIA por instalar la carátula de “homicidio” en la causa sobre la muerte de Nisman, algo que –ya se sabe– también apunta a enlodar a los acusados por el Memorándum y que, de paso, sacraliza la figura del disoluto fiscal.

Un proceder asombroso, puesto que la DAIA odiaba a Nisman a raíz de su denuncia contra Beraja por el encubrimiento. Y ahora “dejó de ser el diablo para convertirse en dios”, tal como consignó Raúl Kollmann el 8 de mayo en el diario Página/12.

Mientras tanto resalta el apoyo de la DAIA y la AMIA al trío formado por Palacios, Mullen y Barbaccia en el difícil trance judicial que viven.

Al respecto, estremece una columna publicada en enero por Télam con la firma de Agustín Zbar –quien ahora preside la AMIA–, en la que califica de personas que “se jugaron todo por esta causa” a los ex fiscales acusados por haber “armado” pruebas falsas a fuerza de sobornos.

En medio de tales circunstancias se produjo el desliz de Cohen Sabban.

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