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Los costos no son los costos

Fuente: Ricardo Aronskind | elcohetealaluna.com 28 de ENE 2018 “Los costos son los costos y todos tenemos que convivir con eso”, dijo recientemente el Jefe de Gabinete Marcos Peña, en referencia a una pregunta periodística sobre los fuertes aumentos tarifarios impulsados por el gobierno en las últimas semanas. El razonamiento parece impecable: la realidad existe, no podemos ignorarla. Cualquier intento de desconocerla podría llevarnos a cometer errores graves, cuando no fatales. Sin embargo, puestas en el contexto de la ideología neoliberal imperante, todas las afirmaciones, hasta las más razonables, encierran artilugios para favorecer a intereses particulares a costa del resto. ¿Qué cosa son los costos? Nuevamente nos encontramos con una típica expresión “realista” del repertorio neoliberal: los costos son los costos. ¿Qué se podría hacer con los costos sino respetarlos? ¿Se podría violar gratuitamente la racionalidad económica, obligando a alguien a vender por debajo de los costos? ¿Puede, acaso, gastarse en producir un bien más de lo que se obtiene en su venta? ¿Es sensato pedirle a una empresa que pierda plata tratándose de una economía capitalista? No cabe duda que para hablar en serio del tema hay que poder atravesar las obviedades —destinadas a plantear falsos ejes de discusión—, e internarse en la complejidad del problema. Los costos no son magnitudes como la temperatura, el peso de un objeto o la velocidad de la luz. Los costos en la economía moderna son sumamente interdependientes unos de otros, y están influidos tanto por elementos objetivos (cantidades físicas disponibles de determinados insumos) como por factores políticos: regulaciones públicas y acciones privadas, que terminan condicionando en última instancia los precios de los bienes. No sólo hay una realidad material, sino una realidad social: relaciones de poder. Por ejemplo: nadie duda de que los movimientos en un mercado mundial tan importante como el del petróleo no son sólo producto de ofertas y demandas “objetivas” del crudo, sino de todo tipo de intervenciones políticas, guerras, invasiones, alianzas, desestabilizaciones de gobiernos, lobbies de poderosísimos monopolios, descubrimientos y cambios tecnológicos políticamente orientados, que son los que terminan definiendo el precio del barril, y determinan, por lo tanto, uno de los “costos” más relevantes del planeta. El famoso costo salarial Lo mismo pasa con el “costo” salarial. ¿Se trata de un costo objetivo, determinado por la biología? No. Se trata de un costo social, que se define en un contexto objetivo (demanda de trabajadores por parte de diversas actividades productivas, cantidad de trabajadores que buscan empleo en un mercado determinado), pero también por relaciones de fuerza, regulaciones políticas, nivel de organización sindical, grados de apertura económica, etc. Pero además —y este es el dato que queremos discutir—, por lo que cuesta reproducir la fuerza de trabajo. En cada momento histórico, en cada sociedad, se considera “natural” que la población acceda a una determinada cantidad de bienes. En el momento de surgimiento del capitalismo industrial, lo “natural” era que el salario cubriera lo mínimo necesario como para que el trabajador estuviera en condiciones de seguir trabajando al día siguiente. El salario era de subsistencia. Con el tiempo, el aumento de la productividad del trabajo y la evolución de la sociedad permitieron una ampliación y diversificación de la canasta de consumo de los trabajadores. Este incremento de la capacidad de consumo era necesario, obviamente, para colocar la masa creciente de bienes que la industria moderna era capaz de producir. No alcanzaban ya las elites aristocráticas para absorber la explosión de la oferta que caracterizó al capitalismo. Precisamente por su carácter histórico, social y cultural, el costo salarial no es una magnitud objetiva. Porque además el costo salarial depende, objetivamente, de otros costos. Costos que deben ser puestos en discusión, como enseñó el economista inglés David Ricardo. Ricardo, representante de la ascendente burguesía inglesa del siglo XIX, comprendió que el costo salarial estaba formado por los costos de los bienes que consumían los asalariados. Y que los problemas de competitividad de los industriales ingleses no se solucionaban matando de hambre a los trabajadores, sino bajando los costos de los productos que necesitaban para vivir. Siendo el costo laboral tan importante como lo es para la economía, sorprende que la única idea que surja en nuestro país sea una forma primitiva y retrógrada de pensarlo: bajar el costo laboral en términos absolutos, o sea reducir la canasta de bienes a la que se accede con el salario. Decir “los costos son los costos” es una forma de naturalizar que lo que pagan los trabajadores y el resto de la sociedad por sus consumos es “objetivo”, y su precio es el que “corresponde”. La forma en que encara hoy el problema el gran empresariado —que es como decir el gobierno— no deja lugar a dudas: para obtener competitividad hay que bajar el costo salarial (jamás invertir), para bajar el costo salarial hay que degradar el salario real; para achicar el salario hay que hacer trizas la organización de los trabajadores, precarizarlos y atomizarlos. Cualquier similitud con el siglo XIX no es pura casualidad. Otras soluciones para otros costos Aplicando el enfoque de Ricardo en Argentina, no sólo no haría falta tratar de frenar la suba del salario monetario de los trabajadores para “mejorar la competitividad”, sino que la capacidad de consumo de los mismos —el salario real—  se podría ampliar fuertemente. Pensemos en varios ejemplos en base a algunos rubros de la canasta de consumo de los asalariados, en los que se podrían reducir drásticamente los “costos”. Alimentos: hay numerosos alimentos que tienen costos muy bajos de producción, pero que sucesivas etapas de intermediación elevan hasta llegar a ser prohibitivos. Precios que desde el productor al consumidor se multiplican por 4, 6 o más veces. ¿Seguro que no hay nada para hacer para reducir la gigantesca brecha entre productores y consumidores? ¿Qué pasaría si se lograra que la canasta básica de alimentos se redujera en un 50%? ¿Cuánto margen de rentabilidad cargan las grandes cadenas de comercialización a los bienes que compran? ¿Cuál es la magnitud en la que explotan tanto a los proveedores

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Macri y el sueño de la Argentina europea

Fuente: Edgardo Mocca | Página 12 Fecha: 28 de ENE 2019 A veces, Macri nos acerca la imagen de Chauncey Gardiner, el personaje central de la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski, luego exitosamente llevada al cine. Se trata de un individuo jardinero con capacidades “diferentes” que pasa su vida entre su jardín y el televisor. Desde ese limitado territorio enuncia frases toscas y elementales que, cuando es rescatado de su pequeño mundo y proyectado al mundo burgués, son interpretadas como metáforas capaces de explicar la realidad cortando caminos respecto de las inevitables complejidades del habla intelectual y política. Después de un accidente, Gardiner pierde toda posibilidad de comunicación que no remita inmediatamente al jardín que cuida y a la televisión que mira todo el tiempo que no está en el jardín. Jocosamente Kosinski eleva a su personaje al máximo nivel de atracción mediática –y por lo tanto también política– de Estados Unidos. “En todo jardín hay una época de crecimiento… mientras no se hayan seccionado las raíces todo está bien…” dijo un día, y la frase, junto a un puñado de otras parecidas, son interpretadas como metáforas iluminadoras del presente y el futuro de la principal potencia y convierten rápidamente al jardinero en una celebrity de los medios de comunicación y de la escena política. La novela termina cuando Gardiner está a punto de integrar la fórmula presidencial de las próximas elecciones. Pero Macri no es Gardiner. Sus asesores de imagen siguen cada una de sus palabras y de sus gestos y los programan de modo que establezcan empatía con esa materia misteriosa que se ha dado en llamar la “opinión pública”. El universo de las creencias no es un orden sino un caos, según Durán Barba. Y no hay nada que hacer en ese caos, como no sea aprovecharlo para el objetivo, para crecer en las preferencias que escrutan las encuestas. Así es como la frase presidencial que afirma la “ascendencia” europea de “todos” los sudamericanos debe ser leída. Toda la academia se le ha ido encima a esa frase con el propósito de refutarla desde el punto de vista social, cultural y antropológico; un ejercicio interesante sin ninguna duda. Es bueno que sepamos que América del Sur no es un suplemento racial de Europa. Que tenemos sangre turca, rusa, judía, sirio-libanesa, china, japonesa y de otras muchísimas etnias no europeas, para no hablar de los pueblos que no “descubrieron” América sino que nacieron en estas tierras. Pero no debe creerse que Macri lo ignore. Y si lo ignorara están los numerosos equipos que lo asesoran para informárselo. La palabra de Macri es lo que Ricardo Aronskind llama la palabra de la “burguesía periférica”. Una clase, o más bien un bloque político-cultural, que reniega de su condición nacional y sueña con regresar al origen mítico, al glamour del capitalismo exitoso a fuer de temprano y a fuer de colonialista e imperialista. Nada nuevo: “cipayo” llamó el nacionalismo popular hace ya muchas décadas a ese sueño de extraterritorialidad de nuestras clases dominantes. El actual gobierno argentino es, en ese sentido, profundamente revolucionario. Su mensaje no es conciliador ni negociador: claramente anuncia que no quiere dejar piedra sobre piedra de la mentalidad ni de la estructura material de la Argentina que cree en un destino sudamericano. El Presidente dijo también que lo que ocurre en Brasil es “excelente” y que en Venezuela “no hay democracia”. Es un lenguaje provocador y prepotente. Extraordinariamente análogo al que pronuncia otro émulo del jardinero de Kosinski, el actual presidente de los Estados Unidos. Parece ser que el lenguaje de la prepotencia imperial y su contracara, el de la sumisión colonizada, son el modo de hablar de la época. El discurso mitológico de Europa enuncia una tierra de libertad, de progreso, de paz. Es el lugar donde no hay pena de muerte, dijo alguna vez el gran pensador turinés Norberto Bobbio. Claro que como todo mito habla de una Europa imaginaria. Una Europa que relata el pasado del iluminismo, del liberalismo democrático, de la tolerancia, del pluralismo y esconde bajo la alfombra el nazifascismo (una anomalía “inexplicable”), las guerras, el colonialismo y el imperialismo. Y la Europa de hoy tampoco puede ser pensada como el sitio de la paz, del progreso y la civilización, a no ser en el registro esquizofrénico de la posverdad. La Europa de hoy es una tierra de opresión imperial, de vaciamiento democrático y de resistencias nacionales crecientes; una mirada sobre los episodios actuales de España, la crisis catalana y el intento conservador de solucionarla con el código penal, la experiencia griega de un intento emancipador sofocado por la extorsión financiera, la Italia inestable gobernada por una “centroizquierda” conservadora y acechada por el populismo, la Francia que hace equilibrio entre el nacionalismo de derecha y la izquierda insumisa, el “viejo” laborismo resucitado de la mano de Corbyn y de la movilización juvenil y popular dejan poco espacio para la esperanza de la pax neoliberal continental. Macri acaba de ofrecerse desde Argentina como una pieza a favor de la conservación de la Europa que hoy está en crisis. El elenco de ideólogos del gobierno argentino está convencido de que la suerte del experimento iniciado a fines de 2015 está atada indisolublemente a la de la consolidación neoliberal frente a todos los desafíos que la acechan. Por ahora esa apuesta fundamentalista no da frutos dignos de mención. La burguesía periférica argentina extraña los tiempos de Menem. Añora la lluvia de dólares que vinieron entonces para quedarse con el patrimonio nacional a cambio de financiar provisoriamente la quimera de la equivalencia del peso con el dólar. Eso no está en el horizonte neoliberal argentino de hoy y eso pone un límite concreto a las veleidades globalizadoras del actual elenco gobernante. Digámoslo claramente: la Unión Europea no quiere el acuerdo con el Mercosur ni aun en las condiciones nacionalmente degradadas en las que lo aceptan los gobiernos de Brasil y Argentina. Lo de Temer y Macri es un cipayismo sin destino. El mito

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¿Adónde vamos?

Fuente: Raúl Zaffaroni | Página 12 Fecha: 28 de ENE 2018 El programa económico de este gobierno conduce a una crisis fuerte, sea en el mediano plazo o en el largo. Incluye producción con poco valor agregado, reducción del consumo interno y crisis de las pymes. Es decir, desempleo, lo cual hace que el programa sea socialmente insustentable y pueda derivar en más exclusión y, en especial, en más delitos contra la propiedad. Por otra parte, el proyecto económico se sustenta en préstamos que están llegando a su fin, según advertencias de Christine Lagarde, directora general del Fondo Monetario Internacional. O sea que el proyecto es también financieramente insustentable. ¿Adónde vamos? Creo que si no se detiene este programa antes, vamos a un nuevo 2001 con consecuencias muy graves en todos los órdenes. Un gobierno electo por supuesto tiene derecho a gobernar. Pero no a quebrar el Estado de Derecho, a criminalizar a toda la oposición y menos a provocar una catástrofe. Nadie tiene hoy el poder para desequilibrar o desestabilizar al actual gobierno. Ningún partido. Ninguna fuerza política. Ni siquiera la CGT puede hacerlo. El gobierno tiene todo en sus manos y nadie, absolutamente nadie,  lo puede conmover. El problema es, justamente, que la única desestabilización posible la provocará en el mediano o largo plazo el proyecto económico inviable del propio gobierno. Me limito a avisarles esto, aunque sé que para el gobierno todo aviso es inútil de momento. Contra eso tenemos que resistir, porque puede generar violencia y, aunque no la provoque, lo que veo difícil si no se frena antes, es absolutamente indeseable una situación de esta naturaleza. Desde que conocí el proyecto económico vengo advirtiendo este riesgo. No lo digo ahora. Lo vengo diciendo desde hace dos años. Les digo a los argentinos que se cuiden, que no respondan con violencia a ninguna provocación. Estamos frente a un grupo de poder que sufre una ilusión óptica en su soberbia infinita, que camina hacia un precipicio y lo confunde con una selva tropical, que padece de alteraciones sensoperceptivas graves. Es por eso que afirmo que cuanto antes se vayan mejor. Ojalá sea en el 2019. Pero si no sacan un poco el pie del acelerador de este camino al desastre, puede pasar algún accidente antes. Al menos tienen que desacelerar un poco. De lo contrario ellos mismos se van a poner al país de sombrero. Las experiencias históricas no tan lejanas de las crisis de programas similares muestran que estos accidentes finales no avisan y sus consecuencias son muy dolorosas. En síntesis: lo político siempre puede resolverse, lo económico es más difícil, pero tiene arreglo a la larga (pese a que también produce dolor y es violencia social), pero lo único que no podemos resolver son los muertos, porque nadie los puede resucitar. Eso es lo que a toda costa debemos evitar. Debemos evitar la violencia venga de donde venga. Toda violencia, vista luego retrospectivamente, es insensata. Cuando la vemos desde la distancia de cierto tiempo, nos damos cuenta de que careció de sentido. Esto es lo primario. Lo demás, tarde o temprano se resuelve. * Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.

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El Parlamento polaco vota criminalizar la mención de crímenes polacos en el Holocausto

Fuente: Ofer Aderet and Noa Landau | Haaretz Fecha: 27 de ENE 2018 Título original: La Cámara Baja del Parlamento polaco vota criminalizar la mención de crímenes polacos en el Holocausto La cámara baja del parlamento polaco aprobó un controvertido proyecto de ley que prohibiría cualquier mención a la participación de la «nación polaca» en crímenes cometidos durante el Holocausto. El proyecto de ley también prohibiría el uso del término «campo de exterminio polaco» para describir los campos de exterminio donde judíos y otros fueron asesinados en la Polonia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Cualquier persona que viole la legislación, incluidos ciudadanos no polacos, estaría sujeta a una multa o prisión de hasta tres años. El proyecto de ley aún requiere la aprobación de la cámara alta del parlamento antes de que se convierta en ley. Según el proyecto de ley aprobado el viernes por la cámara baja, cualquier persona que públicamente atribuya culpa o complicidad al estado polaco por crímenes cometidos por la Alemania Nazi, crímenes de guerra u otros crímenes de lesa humanidad, estaría sujeto a procedimientos penales. El castigo también se impondría a aquellos a quienes se compruebe que «reducen deliberadamente la responsabilidad de los ‘verdaderos culpables’ de estos crímenes». El proyecto de ley se aplicaría tanto a los ciudadanos polacos como a los extranjeros independientemente del país en el que se supone que se haya hecho la declaración. Algunos legisladores han recurrido a Twitter para rechazarla. Emmanuel Nahshon, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores (de Israel), tuiteó que era «increíble y triste (que) la embajada polaca intentara predicarnos sobre el recuerdo del Holocausto». La implicación de la nueva ley significa que, en teoría, un sobreviviente judío del Holocausto de Polonia que vive en Israel, que puede hacer una declaración como «el pueblo polaco estuvo involucrado en el asesinato de mi abuelo en el Holocausto» o «mi madre» fue asesinada en un campo de exterminio polaco, «sería responsable de encarcelamiento en Polonia». El viceministro de Justicia polaco, Patrick Yaki, dijo al parlamento el viernes: «Todos los días, en todo el mundo, se usa el término ‘campos de exterminio polacos’; en otras palabras, los crímenes de la Alemania nazi se atribuyen a los polacos. Hasta ahora, Polonia no ha sido capaz de combatir efectivamente este tipo de insultos contra la nación polaca”. La ley aún no ha sido aprobada por el Senado y el presidente polaco, sin embargo, se considera que ha superado su mayor obstáculo. Traducción Dardo Esterovich

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Ningún miembro de la oposición israelí se plantó en solidaridad

Fuente: Editorial de Haaretz Fecha:   26 de ENE 2018 Si los miembros de la oposición quieren saber por qué fallan una y otra vez en sus esfuerzos por plantear una alternativa al gobierno de Netanyahu, deben detenerse por un momento sobre su decisión de mantenerse al margen cuando los miembros árabes de la Knesset fueron retirados del recinto durante el discurso del Vicepresidente estadounidense Mike Pence. En lugar de realizar encuestas de opinión pública, organizar grupos focales y gastar sumas enormes en el asesoramiento de estrategas políticos experimentados para romper el código de su fracaso electoral, los partidos de la oposición deberían preguntarse por qué guardaron silencio cuando la Knéset decidió expulsar a los miembros de los partidos de la  ‘Lista Conjunta simplemente porque se atrevieron a violar los estatutos de la legislatura llevando carteles de protesta a la sala con el lema ‘Jerusalén es la capital de Palestina ‘. Una simple investigación revelaría el profundo oscuro secreto, la explicación buscada para la impotencia el campo político de paz: si así es como se comporta la oposición, entonces ¿qué es lo que está mal con Benjamin Netanyahu? El estruendoso silencio de los legisladores opositores armonizó perfectamente con los fuertes aplausos de ministros de alto rango en el gabinete más derechista y peligroso de la historia de Israel: aplausos que acompañaron el retiro sin precedentes de un partido entero del recinto. También encaja muy bien con la salvaje incitación contra los legisladores árabes expresada al final de la sesión por, entre otros, los ministros Zeev Elkin y Avigdor Lieberman, que los llamaron traidores y los acusaron de representar a organizaciones terroristas. En realidad, fue el presidente Reuven Rivlin quien, con su propio aplauso, trazó los límites de la imparcialidad israelí: un espíritu no partidista que, una vez sometido a pruebas democráticas, se ha revelado una y otra vez como un sinónimo del común denominador judío compartido por ambos campos políticos. Este denominador común es demasiado estrecho para incluir a los ciudadanos árabes de Israel. El presidente de la Lista Conjunta, Ayman Odeh, dijo que estaba orgulloso «de liderar la Lista Conjunta para expresar una fuerte y legítima protesta contra el régimen Trump-Netanyahu, contra la extrema derecha que glorifica el racismo y el odio y que, al mismo tiempo, mientras se la pasa declamando por la paz, hace todo lo que está a su alcance para alejar a la paz» . Recalcó que la protesta en la Knéset fue en nombre de todos los israelíes que se oponen a la ocupación y sueñan con la paz. Odeh tiene razón. Los únicos que representaron el martes fielmente a los oponentes de la ocupación, los buscadores de paz y los amantes de la democracia israelí fueron los miembros de la Lista Conjunta. Todos los demás miembros de la oposición, por su apatía espontánea, demostraron que su líder no es otro que Netanyahu, y que merecen su papel marginal en el teatro nacional de marionetas que maneja el primer ministro. Traducción: Dardo Esterovich   Link al artículo en inglés: https://www.haaretz.com/opinion/not-one-opposition-member-stood-up-1.5762651 Video relacionado: https://www.youtube.com/watch?v=F_FDoUjppfg

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La vía ecuatoriana de la contraofensiva conservadora

Fuente: Emir Sader | alainet.org Fecha: 26 de ENE 2018 Conocíamos dos vías de contraofensiva conservadora: la de la victoria electoral de la derecha, en Argentina; y la del golpe, como en Brasil. Ahora otro país, de forma sorprendente, se suma a esa ola: Ecuador. Se conocían las vías de victoria -electoral o golpista– de la derecha. Pero Ecuador presenta una alternativa: una recomposición conservadora que nace desde adentro de los movimientos progresistas. Es un mecanismo conocido en la política, así como en otro tipo de instituciones. Alguien que siempre fue segundo de un gran líder, vice, sub, de repente es elegido por ese líder para ocupar su lugar, pero no solo no se muestra a la altura, sino termina traicionando el mandato del que había participado y el mandato para el cual había sido elegido. Asimismo, pasa a acusar al líder que lo eligió como responsable de los problemas de su gestión. Hace un mandato mediocre, burocrático, marcado por retrocesos, como transición para la recomposición de la derecha. En el caso de Ecuador, se trata de la elección de Lenin Moreno para suceder a Rafael Correa en la presidencia del país. Aunque no fuera el candidato preferido por Correa – que era el vice de su segundo mandato, Jorge Glas -, al ganar el referendo de Alianza País, fue apoyado por Correa, quien fue el protagonista fundamental de la campaña que llevó Moreno a una victoria apretada, para volverse presidente de Ecuador. Se sabía de su perfil más moderado, de su disposición de desarticular el clima de enfrentamientos duros entre Correa y la oposición – tanto mediática, como partidaria e incluso con algunos movimientos sociales -, pero no hubo ningún pronunciamiento suyo que pudiera apuntar hacia una ruptura con todo lo que ha significado la Revolución Ciudadana. Se suponía un cambio de estilo para enfrentar los problemas, la apertura de diálogo con sectores del campo popular que se habían apartado del gobierno, formas más moderadas de tratar con los medios, pero nada más que eso: cambios de estilo, que no afectaran el contenido de las políticas de la Revolución Ciudadana. Sin embargo, ya en la composición del gobierno y en la supresión de algunos ministerios que representaban algunos de los cambios fundamentales que el gobierno de Correa había traído, ya apuntaban hacia un tipo de gobierno distinto. Luego empezaron a surgir balances de la situación económica que incorporaban visiones de la oposición de derecha, sobre un supuesto endeudamiento excesivo del gobierno, sobre despilfarros, apuntando ya a un nuevo tema, que terminaría distanciando decisivamente a Moreno de Correa: la existencia de corrupción en el gobierno anterior, del que el vicepresidente Jorge Glas sería el protagonista más conocido. Denuncias llegadas desde O Globo, de Brasil, de que Odebrecht habría sobornado a Glas y a otras personas vinculadas a él, fueron asumidas por Moreno como reales, llevando al alejamiento de Glas de las funciones gubernamentales, hasta que Glas fue detenido en base a ese proceso y, más tarde, sustituido en el cargo de vicepresidente. Pero, más allá de esas diferencias, se dio un vuelco esencial en la relación con el bloque de partidos de la derecha tradicional, algunos de los cuales pasaron a ocupar cargos en el gobierno, incluso en algunos puestos económicos estratégicos. Paralelamente, se dio una batalla por el control de Alianza País, el partido fundado por Correa para ser la base política de sostén de la Revolución Ciudadana. Con el control del gobierno, la facción de Moreno logró mantener el nombre de Alianza País, aunque la gran mayoría de la militancia está con Correa. Este y sus seguidores han salido de AP y se proponen a construir un otro partido, vinculado a la Revolución Ciudadana. El referendo convocado por Moreno sintetiza el viraje conservador del gobierno y se ha vuelto el epicentro del enfrentamiento actual entre los dos grupos. Junto a una serie de cuestiones obvias, Moreno impuso el veto a la reelección de Correa, como tema central, además de desarticular un Consejo que descentraliza decisiones fundamentales del gobierno hacia organizaciones civiles, y termina con un impuesto que Correa había logrado a las grandes empresas. La votación se dará a comienzo de febrero y, para ello, Correa ha retornado de nuevo al país, recorriéndolo en una campaña sistemática de difusión de la conciencia política sobre el viraje que sucede en Ecuador. Es una ruptura irreversible entre dos sectores que han protagonizado juntos la Revolución Ciudadana, proceso que ha trasformado de manera formidable a Ecuador por más de una década. Como es un fenómeno nuevo, no está claro el futuro del país y de la izquierda ecuatoriana. Lo que es cierto es que se ha configurado un nuevo bloque conservador en el gobierno, que recibe el apoyo de la derecha tradicional y de sectores de los movimientos sociales que tenían conflictos con Correa. Mientas que éste y la reconstrucción de un partido que proponga la continuidad de lo que fue su gobierno, es el eje de la continuidad de la izquierda ecuatoriana.   Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).  

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La proscripción de Lula

Fuente: Atilio Boron | atilioboron.com.ar Fecha: 25 de ENE 2018 El de hoy es un día de luto para la democracia en el mundo. Tres jueces arrojaron por la borda toda la evidencia que confirmaban la inocencia de Lula y lo condenaron a una pena de doce años y un mes por haber supuestamente incurrido en el delito de corrupción. Para colmo, estos funestos personajes que manchan de manera indeleble a la Justicia brasileña decidieron aumentar la pena que originalmente le había fijado el polémico juez Sergio Fernando Moro que era de 9 años y seis meses de prisión. Tal como ocurriera en el caso de Dilma Rousseff no existen pruebas irrefutables que Lula hubiera recibido el famoso triplex en Guarujá a cambio de favores concedidos a ciertas empresas examinadas en el marco del proceso legal conocido como Lava Jato. Pero la certeza incontrovertible de la existencia del delito, fundamento del debido proceso, no es ya necesaria en Brasil, como en Argentina, para condenar a un enemigo político. La diferencia es que en este país se lo encarcela bajo la dudosa figura de la “prisión preventiva”, extremos hasta los cuales hoy no se ha llegado en Brasil. Por eso no hay ninguna posibilidad de que Lula vaya a prisión a raíz de la sentencia de la Cámara. Un dato que habla de la bajeza y el talante moral del empresariado brasileño, que canta loas a la democracia y la república, lo ofrece el hecho de que tras conocerse la ilegal condena a Lula la Bolsa de Sao Paulo subió un 3.72 por ciento. De todos modos el asunto está lejos de haber sido clausurado. Quedan muchas instancias de apelación, ante la propia Cámara que decidió aumentarle la pena, ante el Superior Tribunal de Justicia (STJ) alegando que en el curso del proceso se transgredió alguna ley federal, o ante el Supremo Tribunal Federal (STF), si llegara a plantearse que le sentencia viola derechos garantizados por la Constitución. Habida cuenta de lo dilatados que suelen ser los plazos legales quien decidirá si Lula puede o no participar en las elecciones y, en caso de ganarlas, asumir la presidencia es el Tribunal Superior Electoral (TSE), donde el PT deberá inscribir la candidatura de Lula entre el 20 de julio y el 15 de Agosto próximos. Dado que el proceso legal continúa su curso y cuyo resultado final bien podría ser el sobreseimiento de Lula, parece poco probable –por lo temerario- que los magistrados del TSE veten la inscripción del líder petista y, si triunfa en las elecciones, le impidan que llegue al Palacio del Planalto. En pocas palabras, se perdió una batalla contra una in(justicia) corrupta y venal, pero el proceso electoral sigue su curso y la ventaja de Lula sobre sus impresentables competidores aumenta de a poco pero día a día. No se habla del asunto pero son muchos en Brasil que temen que la proscripción de Lula puede ser la chispa que incendie la reseca pradera social brasileña, devastada por las políticas de Temer e indignada por el sesgo antipopular de la justicia federal. No vaya a ser que el ensañamiento político en contra del ex presidente se convierta en el detonante de un estallido social de incalculables proyecciones. No hay que olvidar una clara enseñanza de la historia: quienes con más empecinamiento se opusieron a las reformas terminaron siendo, a pesar de ellos, los que catalizaron las revoluciones.  

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El cuento del tío

Fuente: Ricardo Ragendorfer | Revista Zoom Fecha: 23 de ENE 2018  Fue un verdadero brote conmemorativo de la llamada “lucha antisubversiva”: el Ejército –con el auspicio del Ministerio de Defensa– acaba de homenajear a militares muertos por la guerrilla, en un acto encabezado por su comandante, Diego Suñer, mientras el Museo de la Casa Rosada inauguraba una muestra de objetos personales del dictador Pedro Eugenio Aramburu, como si éste fuera la versión autóctona del general Charles de Gaulle. Y a manera de remate, una frase dicha por el jefe de los diputados del PRO, Nicolás Massot, durante una entrevista publicada en el diario Clarín: “Con los años 70 hay que hacer como en Sudáfrica y llamar a la reconciliación”. ¿Acaso esa fue una idea soltada al voleo o el anticipo de algún proyecto parlamentario para impulsar tal cuestión? Claro que la “teoría de los dos demonios” está en los genes filosóficos del macrismo. Eso explica por sí sólo el negacionismo gubernamental sobre el número de víctimas, la escandalosa ley del 2×1, la indiferencia del Ministerio de Justicia por los juicios, el festival de arrestos domiciliario a represores y la desfinanciación de actividades y programas de Derechos Humanos articulados por el gobierno anterior. Pero al corpus doctrinario del oficialismo se le suma su colosal empeño por instalar el carácter únicamente castrense del genocidio, soslayando así a sus hacedores de saco y corbata. No es novedoso que la fortuna de la familia presidencial fuera forjada al calor de la última dictadura con fabulosos contratos de obra pública. Ni que la actual política económica sea idéntica a la aplicada por José Alfredo Martínez de Hoz. Y menos aún que varios funcionarios y asesores del gobierno del PRO también lo fueron en el régimen que usurpó el poder entre 1976 y 1983. De ahí proviene –junto con profundas convicciones ideológicas– el atávico reparo del oficialismo por la revisión política y judicial de ese período; especialmente en lo que hace al componente civil del terrorismo de Estado. De allí que el modelo sudafricano de “reconciliación” suene como una agradable melodía. Perdón a la africana Las primeras elecciones multirraciales en Sudáfrica habían marcado el final de 46 años de apartheid, tal como se bautizó el sistema de segregación imperante  entre 1948 y 1994. Con el 62% de los votos, el Congreso Nacional Africano (ANC, en su sigla inglesa) resultó elegido y designó a Nelson Mandela como presidente. Su gran desafío se concentró en unificar el país sobre la base de una democracia parlamentaria sin desigualdades étnicas. En tal contexto, la Comisión por la Verdad y la Reconciliación fue la herramienta concebida para reparar los efectos de las violaciones a los derechos humanos cometidas hasta entonces por el régimen racista. Su etapa más represiva se desató a partir de 1960. El 21 de marzo de ese año la policía abrió fuego contra una manifestación antigubernamental en el poblado de Sharpeville, situada en la provincia de Transvaal. El saldo fue de 69 muertos y 180 heridos. Desde ese momento la población negra fue objeto de una cacería en todo el país para acabar con la estructura ya clandestina del ANC. Su cosecha: 12 mil presos a disposición de tribunales especiales. Otro hito sangriento fue la masacre de Soweto. Ubicada en las afueras de Johannesburgo, se trataba del área urbana con población negra más grande del país. El 16 de junio de 1976 hubo allí una multitudinaria manifestación de estudiantes y profesores. La policía envió 1600 policías. Sus balas en aquella ocasión sumaron más de 700 muertos y un millar de heridos. Ese mismo día el gobierno declaró el estado de emergencia, una medida de excepción que se prolongó durante 13 años. En ese lapso alrededor de otros 750 jóvenes fueron asesinados y unas 10 mil personas pasaron a engrosar las cárceles sudafricanas sin proceso y bajo torturas permanentes. Aquellas fueron las heridas que Mandela decidió “cicatrizar” a través de su Comisión por la Verdad y la Reconciliación. Presidida por el obispo anglicano de Ciudad del Cabo, Desmond Tutu (Premio Nobel de la Paz en 1984), la Comisión estructuró su funcionamiento en los principios de la denominada justicia “reparadora” o “compasiva”, cuya dinámica hace foco en la necesidad de los sobrevivientes en relatar su calvario y confrontar tal experiencia con el testimonio de sus victimarios. Esa dinámica excluye el castigo penal a estos últimos. El lema acuñado al respecto por Tutu fue: “Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no hay perdón”. Es notable a simple vista que entre el proceso represivo sudafricano y el que hubo en Argentina no hay demasiados puntos en común; ambos casos son incomparables tanto por la clase de conflicto como por su duración y también por los actores que intervinieron en su desarrollo. Por lo tanto es muy difícil que sus modelos de digestión político-judicial puedan ser similares. De hecho, el esquema argentino es reconocido internacionalmente como el paradigma más desarrollado en materia de juzgamiento a perpetradores de delitos de lesa humanidad, en tanto que dichos procesos permiten explorar los secretos del terrorismo de Estado y así conocer mejor lo que pasó. En cambio, el modelo sudafricano ofrece el camino opuesto: impunidad por información, y con la creencia de que tal trueque propiciaría una instancia reconciliatoria. Esa, por cierto, es la propuesta del diputado Massot. Grupo de familia Aquel hombre de 34 años es uno de los pocos cuadros genuinos del macrismo. La solidez de su retórica está a años luz del discurso de los CEO’s amaestrados por Jaime Durán Barba, sin mencionar los casos clínicos de Esteban Bullrich o Gabriela Michetti. Eso explica que sea justamente Massot –y no, por caso, Claudio Avruj– el instalador de este asunto. Y –tal como supo expresarlo en Clarín– con una motivación etaria, al decir que él, perteneciendo a una generación que ni siquiera vivió aquella época, deba dispensarle “el tiempo que le tendría que dedicar a los combates de la actualidad, que son la inflación, la pobreza y la informalidad laboral”. Tal vez al pronunciar aquellas

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Doce datos para entender a Trump

Fuente: Cecilia Nahón y Leandro Morgenfeld | Anfibia Fecha: 22 de ENE 2018 A un año de la asunción del POTUS 45, el libro “Fuego y furia” del periodista Michael Wolff sobre la perturbada trastienda de la Administración Trump bate récords de venta en Estados Unidos. También están en boga las interpretaciones “psicológicas” sobre el actual inquilino de la Casa Blanca, cuya salud mental, peligrosidad y/o aptitud para ocupar el Salón Oval son objeto de acaloradas disputas. No es para menos. El magnate neoyorkino empuña un gasto militar superior al de las siguientes ocho potencias juntas. Su triunfo fue un parteaguas en la historia estadounidense y global. Sin subestimar los rasgos extraordinarios de la personalidad de Donald J. Trump, proponemos en este ensayo una recorrida panorámica sobre 12 aspectos clave de sus primeros 12 meses en la Casa Blanca. En épocas de fake news y “hechos alternativos”, nuestro punto de partida son 12 datos (¡ciertos!) que consideramos ilustrativos de su gestión. 9.500 millones de dólares: La riqueza neta conjunta del gabinete de empresarios y banqueros millonarios nombrado por Trump, el más acaudalado, masculino y blanco de los últimos cinco presidentes de Estados Unidos.  Junto a políticos ultra-conservadores y algunos outsiders, su primera línea ejecutiva se completó con una junta tripartita de militares condecorados en las posiciones estratégicas de seguridad nacional y defensa, perfil que mantuvo pese a la elevada rotación de su gabinete (producto de escándalos e investigaciones judiciales que forzaron a renunciar a sus más destacados colaboradores). Estos datos van a contramano de su afirmación de que el 20 de enero de 2017 será recordado como “el día en que el pueblo volvió a gobernar [la] Nación”. Si bien Trump rompió de cuajo con todas y cada una de las convenciones del establishment político de Washington, en su gobierno priman las continuidades por sobre las aparentes rupturas con el establishment empresarial, financiero y militar. 38%: El actual nivel de aprobación de Trump, por lejos el registro más bajo en seis décadas para un Presidente de Estados Unidos a un año de iniciar su mandato. Una vez más, el “genio muy estable” bate récords históricos, pero no está solo: la sociedad estadounidense atraviesa una crisis de representación política sin precedentes en un escenario de fuerte radicalización. Ambos partidos están gravemente heridos, y desorientados. Más que una grieta, prima una fractura, o muchas fracturas. Tan sólo el 5% de los identificados con el Partido Demócrata aprueba la gestión de Trump. Una “resistencia” pujante y diversa se fortalece a lo largo del país (especialmente en las costas), mientras millones claman por el impeachment o se ilusionan con la llegada a la Casa Blanca de otra celebrity, pero negra y mujer: Oprah Winfrey. No es alocado: las elecciones recientes en Alabama, Nueva Jersey, Nueva York y Virginia consagraron a una ascendente camada de referentes territoriales de aquellos segmentos más denostados por el Presidente 45 (mujeres, trans, refugiados, latinos). Pero sería un grave error subestimar a Trump: contra todo pronóstico mantiene un sorprendente nivel de 82% de aprobación entre aquellos identificados con el Partido Republicano, a quienes evidentemente satisface su agenda belicosa, ultra-nacionalista y conservadora, junto a los masivos recortes de impuestos. 5,6: El promedio diario de afirmaciones falsas o engañosas emitidas por Trump en su primer año en la Oficina Oval. Apenas desembarcó en la Casa Blanca, la Administración Trump reafirmó su apego a la post-verdad cuando su entonces comunicadora estrella, Kellyanne Conway, defendió la afirmación oficial de que la investidura de Trump había sido la más concurrida de la historia (algo evidentemente falso), sosteniendo que el vocero presidencial Sean Spicer no había mentido, sino presentado “hechos alternativos”. Esta expresión orwelliana fue la marca de nacimiento del discurso trumpista. Desde entonces, la cobertura periodística es un campo minado por acusaciones cruzadas de fake news. Mientras la mayor parte de los medios chequean todas y cada una de las afirmaciones de Trump, y llevan bases de datos de sus mentiras, el billonario acusa a su vez de mentirosas a las vacas sagradas de la prensa norteamericana (CNN, New York Times, Washington Post), mientras comparte y consume obsesivamente las noticias celebratorias de su gobierno de la cadena Fox News. No hay lugar para los ingenuos. En un país fracturado políticamente, la prensa alimenta y a la vez se beneficia económicamente de la marcada radicalización de las pantallas televisivas. 691.700 millones de dólares: El presupuesto militar que propuso Trump para el año fiscal 2018, 12% más alto que el anterior. Mientras acrecentó el gasto del Pentágono, su Administración avanzó en debilitar al Departamento de Estado. Según la American Foreign Service Association, que reúne a los diplomáticos estadounidenses, en los primeros 10 meses, el Departamento de Estado perdió el 60% de sus embajadores de carrera y más de 100 diplomáticos de primer nivel solicitaron bajas voluntarias. Más que reducir el intervencionismo a escala global, Trump pretende reinstalar el unilateralismo bajo una fuerte impronta militar, en detrimento de una conducción multilateral más colegiada. Una muestra cabal de este enfoque es el anuncio, cumpliendo una promesa de campaña, del retiro de Estados Unidos del Acuerdo climático de París, desentendiéndose de los compromisos de reducción de las emisiones de dióxido de carbono. Otro ejemplo fue la decisión unilateral de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel o haber dispuesto, como hizo Reagan en 1984, la salida de Estados Unidos de la UNESCO. Como sus antecesores, sigue pregonando el excepcionalismo y la idea de que los estadounidenses son un pueblo elegido, diferentes al resto. Una novedad es la caracterización de Trump según la cual Estados Unidos venía siendo sistemáticamente abusado y estafado por los demás países en el escenario global, pretendiendo justificar con esta insólita victimización sus recurrentes atropellos a nivel bilateral y multilateral.   3: Las reuniones de Trump con el ex Secretario de Estado Henry Kissinger. La primera fue días después de su elección, y las otras dos ya como presidente, en mayo y octubre de 2017. Durante la campaña, Trump sugirió que propiciaría la distensión con Rusia, para enfrentar a China –su obsesión a lo largo de toda la contienda

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