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Raanan Rein: la política migratoria de Perón no fue la del crisol de razas

Fuente: Maximiliano Mendoza | Página/12 Fecha: 6 de noviembre de 2019 Hoy a las 17 el historiador israelí Raanan Rein, presentará en la Legislatura su libro «Los muchachos peronistas árabes», que escribió con Ariel Nojovich. En esa obra el autor analiza uno de los aspectos menos conocidos de la historia del peronismo y con ello se propone desarmar muchos prejuicios en torno a las políticas migratorias de la época, tal y como hiciera con la anterior obra «Los Muchachos Peronistas Judíos» (2015).  En una entrevista con Salta/12, Rein explica su tesis, que se enfoca en demostrar que durante el primer peronismo se promovió la integración multicultural y multireligiosa. Además analiza aspectos soslayados como la identidad étnico cultural y pone en entredicho el mito liberal del «Crisol de Razas». – Usted en su libro sostiene que las políticas migratorias del primer peronismo configuran un modelo a imitar aún en la actualidad. ¿Cuáles, según su opinión, fueron las políticas que permitieron esa integración cultural de los distintos grupos étnicos?  – Efectivamente, estamos viviendo en los últimos años un mundo cada vez menos tolerante. En muchos países como Brasil, Estados Unidos, Hungría o Polonia, se percibe una creciente xenofobia, un creciente racismo, un discurso fuertemente antiinmigratorio. En ese sentido, el modelo que ofreció el primer peronismo fue algo distinto y para mí es un modelo a emular hoy en día, porque ofreció a distintos grupos de inmigrantes y sus descendientes nacidos en la Argentina un reconocimiento sin precedentes. Brindó legitimidad a sus idiosincrasias, a sus lazos con sus países de origen, y de algún modo otorgó nuevos significados al concepto de ciudadanía. En este sentido, es importante el contraste con el concepto liberal de «Crisol de Razas», según el cual los inmigrantes tenían que dejar de lado su bagaje cultural, religioso e idiomático, y en el caso del primer gobierno peronista lo que vemos es un nuevo espacio para la elaboración de identidades híbridas, que diferencian al primer peronismo de periodos anteriores de la historia argentina. El peronismo otorga a estos colectivos derechos políticos en un sentido integrador. Otro aspecto importante es el concepto de la Comunidad Organizada, que busco también incorporar a los colectivos étnicos. Con su postura anti liberal, que dio más importancia a derechos colectivos que a los derechos individuales, el peronismo ofrece un nuevo espacio a los distintos colectivos inmigrantes. – En consonancia con su anterior libro, «Los muchachos peronistas judíos», usted hace hincapié en la valoración positiva de los discursos de Perón con respecto a los argentinos-árabes. ¿Cuáles fueron las similitudes y las diferencias en la integración de ambos grupos étnicos a la argentinidad? – Efectivamente han habido muchas similitudes en las estrategias de integración de ambas colectividades. Las profesiones que adoptaron durante la primera generación de inmigrantes tienen muchas similitudes con la segunda. Ambas colectividades se beneficiaron de las nuevas políticas del peronismo hacia los inmigrantes semitas (judíos, árabes, musulmanes, etcétera). Asimismo, en este periodo se verifican a menudo estereotipos negativos similares en relación a estos inmigrantes no latinos, no cristianos, pero también se verifican distintas estrategias de lucha contra las actitudes discriminatorias contra estos inmigrantes. En cuanto a las diferencias, los inmigrantes judíos se instalaron en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores (de hecho el 80% de los inmigrantes judíos y sus descendientes se concentra en dicha área), mientras que los inmigrantes árabes se instalaron a lo largo y ancho del país, teniendo una mayor incidencia demográfica, económica, política y cultural en la región del noroeste. Otra diferencia a tener en cuenta es que los inmigrantes judíos lograron en una etapa más temprana establecer organizaciones comunitarias para la representación de la comunidad judía ante las autoridades, cosa que los inmigrantes árabes establecieron un poco después. – En el libro se mencionan los casos de los directores de migraciones que fueron expulsados por Perón por mantener posiciones antisemitas. Sin embargo, aún está latente cierta historiografía que coloca al entonces presidente dentro del universo nazi-fascista… ¿Por qué es tan difícil romper con ese sentido común a pesar de las fuentes históricas que lo contradicen? – La imagen nazi-fascista de Perón tenía que ver sobre todo con la neutralidad argentina durante la segunda guerra mundial. Los norteamericanos nunca han perdonado a la Argentina esta política y la falta de solidaridad con los EEUU después del ataque de Pearl Harbor en diciembre de 1941. De hecho, cuando llegamos a las etapas finales de la segunda guerra mundial, la Argentina es la única república americana en no apoyar a los aliados. Además, una vez terminada la guerra y una vez elegido presidente Perón, la política económica y social desafiaba los intereses norteamericanos. Y también en este periodo muchos criminales de guerra nazi aprovecharon para venir al país, lo cual ayudó a pintar una imagen nazi-fascista del líder justicialista. Aunque entraron criminales de guerra nazis a otros países, incluyendo los Estados Unidos. Perón era bien consciente de esta imagen negativa que tenía en los medios de comunicación estadounidenses, en la Casa Blanca y el Departamento de Estado, e intentaba de diferentes maneras cambiarla. Su política hacia los colectivos inmigrantes, y sobre todo hacia los judíos, tenía que ver justamente con ese esfuerzo de limpiar su imagen en los Estados Unidos, pero fracasó en ese intento. Logró hacerlo sólo en algunos círculos del país norteamericano. – Un aspecto importante del libro consiste en señalar los motivos por los que la mayoría de los argentinos árabes se instalaron en el norte argentino ¿Cuáles destaca de esos? – Eso tiene que ver en parte con la llegada algo tardía de los árabes a la Argentina. Tenían que buscar lugares con más posibilidades laborales y de movilidad social que en los espacios ya ocupados por otros inmigrantes, y optaron por la región del noroeste. Además, como en otros casos, se nota una inmigración en cadena; una vez que las primeras generaciones se asentaron, invitaron a sus familiares y a sus correligionarios de sus regiones de origen a que vengan al país. Mañana (por hoy) seguramente estaré junto a muchos descendientes de esta corriente durante la presentación, así que estoy agradecido por ello desde ya.

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Del Cordobazo al parazo contra Macri: 50 años de luchas

Fuente:  Sergio Wischñevsky | Nuestras Voces Fecha: 29 May 2019 La Argentina nunca se ahorra ironías históricas. La CGT para hoy contra el Gobierno de Mauricio Macri, el mismo día que se cumplen cincuenta años del Cordobazo. El quinto paro general contra el gobierno de Macri y sus políticas de ajuste es total gracias a la adhesión del transporte y la bronca acumulado Llega luego del malestar expresado por las bases sindicales por la actitud dilatoria que los dirigentes gremiales a los que le tuvieron que pedir «pongan fecha». Los salarios han retrocedido en todos los rubros, los despidos y cierres de empresa son una realidad cotidiana, los recortes de derechos un programa inamovible del gobierno, la desarticulación y asfixia del fuero laboral, en el ámbito de la justicia, terminó de dar un broche tenebroso a la ofensiva sobre las viejas conquistas de los trabajadores, que también pueden argüir que tienen derechos adquiridos. El paro viene acompañado por los gremios del transporte, el fogoneo de las regionales, la adhesión de la casi totalidad del arco gremial incluidas las dos CTA, el sector moyanista del Frente Sindical para el Modelo Nacional (FSMN), y los bancarios. Desde los gremios informan que hay mucha bronca entre los laburantes y que el paro es contundente. Sin embargo,  la cúpula de la CGT decidió que no haya una movilización central. Eso no significa que no habrá movilizaciones. Las organizaciones sociales anunciaron que realizarán ollas populares de protesta en todo el país, la izquierda anunció que hará, por la mañana, cortes y piquetes en los principales accesos a la ciudad de Buenos Aires, y por la tarde una actos con oradores. Por su parte varias centrales regionales anunciaron que marcharan: en La Pampa la CGT local junto a los gremios que integran el Frente Sindical, las CTA, las 62 Organizaciones Peronistas, la Corriente Federal y docentes se concentrarán en la plaza San Martín de la capital; en Santa Fe sucederá algo similar donde la capital provincial será el escenario de volanteadas, concentraciones y también la realización de ollas populares que, en todo el país, son impulsadas por las organizaciones sociales. La Casa Rosada buscó neutralizar el paro hasta último momento al agilizar el reparto de $13.000 millones para las obras sociales sindicales. También activó una mesa de diálogo con los gremios del transporte para explorar recetas para mitigar el peso del impuesto a las ganancias en los salarios del sector. Pero no hubo caso. El transporte, que torció el debate interno en la CGT para apurar la medida de fuerza, es el músculo más vigoroso para garantizar la efectividad de la protesta. No funcionarán hoy colectivos, trenes y subtes. Tampoco habrá vuelos de cabotaje y la actividad en los puertos estará paralizada. No habrá clases, bancos ni recolección de residuos. A través de un video que divulgó por las redes sociales, la CGT enumeró las razones de la protesta: reclamó activar un pacto antidespidos; aumento del salario mínimo; congelamiento de las tarifas de los servicios públicos; modificar el rumbo del plan económico y paritarias libres para evitar la caída del salario real. Es evidente que la enorme repercusión y participación que tuvo el 30 de abril pasado la huelga encabezada por el moyanismo y las CTA prendieron la alarma en la conducción cegetista. Sus propias bases estuvieron cerca de la rebelión. En ese sentido el juego de espejos con el Cordobazo de 1969 es interesante, con todas las diferencias del caso. El año 1969 empezó con un panorama en el que el dictador, Juan Carlos Onganía, parecía navegar sobre aguas tranquilas. La UIA le planteó entonces al ministro de economía, Adalbert Krieger Vasena, la necesidad de encarar reformas laborales: achicar horas de trabajo y salarios, y sobre todo, eliminar en Córdoba y otras provincias el sábado inglés, esa conquista histórica de trabajar los sábados medio día. El gobierno decidió darle curso al pedido y ese fue un punto de inflexión. El sindicalismo estaba dividido en dos grandes facciones: por un lado la CGT liderada por Augusto Timoteo Vandor, muy proclive al dialogo con el gobierno y renuente a planes de lucha, y por el otro lado la recientemente creada CGT de los argentinos conducida por Raimundo Ongaro, representaba a los gremios más conbativos. El dirigente de la poderosa SMATA cordobesa, Elpidio Torres, alineado con el vandorismo, convocó a tomar medidas de fuerza y se reunió con Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, para dejar atrás en la provincia las diferencias entre las centrales sindicales y apuntar a un plan de lucha unificado contra los ajustes. Estos movimientos coincidieron con la aparición en el estudiantado cordobés de corrientes de izquierda que inspiradas en el Mayo francés de 1968 comenzaron a radicalizarse. La idea de unificar luchas con los trabajadores generó una gran gama de puentes entre los dos sectores. Tosco apareció con mucha regularidad en actos organizados en las universidades. Ante la reacción violenta de la dictadura, que dejó una estela de muertos en protestas en Rosario, Tucumán y Corrientes, las dos centrales sindicales decidieron convocar a un paro general para el día viernes 30 de mayo, sin movilización. En Córdoba decidieron adherir pero radicalizando la medida: serán 48hs de paro y con movilización para el día jueves 29. Acordaron los lugares por donde irían las manifestaciones, tomaron las medidas de seguridad necesarias atentos a que las movilizaciones previas en Rosario y en Corrientes habían terminado con muertos, múltiples heridos y detenidos. Nada estuvo librado al azar. Incluso durante la semana anterior se militó intensamente para ganarse el favor y simpatía de los comerciantes y la población en general. La participación fue inédita, multitudinaria, los metalúrgicos y los ferroviarios hacía años que no participaban en movilizaciones y una de las sorpresas de la jornada fueron las enormes columnas que aportaron ese día. El 29 la ciudad amaneció militarizada, sin embargo, y a sabiendas del peligro y los antecedentes, decidieron avanzar. La policía desplegada se asustó y abrió fuego. Fue un inicio trágico porque en ese momento cayó muerto Máximo Mena,

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Sobre las rebeliones, la cultura y la biología

Fuente: Eduardo Wolovelsky* | Adherente del Llamamiento Fecha: 06 May 2019 Puede no ser relevante, puede incluso ser una lectura forzada, exagerada e incluso obsesiva, pero el ejercicio de reflexión, a pesar de estas posibles objeciones, parece ineludible porque, según el calendario de efemérides del Ministerio de Educación de la Nación, el 19 de abril se conmemora “El día de la convivencia en la diversidad cultural”. La elección se debe a que en esa fecha, pero del año 1943, se inició la rebelión del Ghetto de Varsovia. ¿Por qué definir de esta manera la memoria sobre uno de los más notables actos de resistencia de la historia contemporánea? “El día de la convivencia en la diversidad cultural” se asemeja más a un lema publicitario que a un acto de compromiso histórico, a tal punto que con él podrían acordar tanto los ángeles como los demonios. La resolución que define esta conmemoración es del 9 de marzo del año 2000 y fue firmada por el entonces Ministro Juan José Llach y contiene las siguientes consideraciones: VISTO: El papel primordial de la educación en la formación y afianzamiento de valores corno la tolerancia, la pluralidad y la conciencia ciudadana, pilares fundamentales de la convivencia democrática, y CONSIDERANDO: Que la Constitución Nacional y los cuerpos normativos internacionales con jerarquía constitucional, así como otra legislación nacional vigente, comprometen al Estado argentino y a la sociedad civil en el respeto por las diferencias y en la condena a toda forma de discriminación; Que la ley Federal de Educación en su artículo sexto establece que el sistema educativo deberá promover una formación basada, entre otros, en los valores de libertad, paz, solidaridad, tolerancia, igualdad y jusficia; Que los Contenidos Básicos Comunes para la Educación General Básica y la Educación Polimodal incorporan aspectos específicos referidos al Holocausto y a la formación y consolidación de actitudes de tolerancia y no discriminación por religión, raza, sexo o ideología; Que, durante la Segunda Guerra Mundial, el régimen nazi como expresión de una ideología que sostenía el antisemitismo como bandera principal, llevó a cabo una política de deshumanización y exterminio contra el pueblo judío, víctima principal de Holocausto; Que el 19 de abril de 1943, un grupo de jóvenes judíos del ghetto de Varsovia protagonizó un levantamiento contra las acciones del régimen nazi consistentes en la concentración y aislamiento de los judíos en ghettos, imponiéndoles condiciones de vida que ocasionaron, producto del hambre, las enfermedades y la represión directa, la muerte de la mayoría de la población, y en la deportación luego, de los judíos sobrevivientes del ghetto a los campos de exterminio nazi; Que este acontecimiento quedó instalado en la memoria colectiva como una de las formas de resistencia contra la opresión, la intolerancia y la defensa de la dignidad humana y un símbolo de la libertad; Que el recuerdo del Holocausto en el que fueron asesinados cerca de seis millones de judíos y de las causas del levantamiento del ghetto de Varsovia significan mantener viva la memoria de los horrores que puedan generar la intolerancia y el racismo; Que lo propio ocurre con muchos otros episodios de la historia de la humanidad, particularmente en el siglo XX, en los que se incurrió en genocidio, otras formas de exterminio sistemático de pueblos a personas por razones de raza, religión nacionalidad o, simplemente, ideas; Que los acontecimientos que se desarrollaron durante la última dictadura militar en nuestro país y otros correspondientes a la actualidad internacional demuestran que la intolerancia persiste como una amenaza para las sociedades democráticas; Que resulta de extrema relevancia el desarrollo de acciones tendientes para que los miembros de la comunidad educativa asuman la conciencia de su responsabilidad individual en la defensa de los valores que sustentan la vida en democracia y en convivencia pacífica con pleno respeto a la diversidad cultural; Cabe preguntarse porque no llamarlo “El día del derecho a la revuelta armada” “El día de la resistencia”, “El día del derecho a la rebelión” y tantos otros posibles, políticamente más insidiosos. Lo cierto es que estos nombres tampoco son válidos porque le otorgan una ilegítima centralidad histórica a esta revuelta particular por sobre otras rebeliones y revueltas de distintos momentos, de diferentes culturas y de diversos actores políticos. Para comprender en mayor profundidad el conflicto que enfrentamos es interesante considerar las palabras que el historiador Enzo Traverso enunciara en su obra A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945: En abril de 1943, la insurrección del ghetto de Varsovia fue precedida por un intenso debate en el seno de la Resistencia judía, en la cual la ética de la convicción predominó sobre la ética de la responsabilidad. Sobre la base de un sencillo cálculo de la relación de fuerzas, los combatientes no tenían ninguna oportunidad de imponerse y su elección podía parecer puramente suicida. No es difícil reconocer, retrospectivamente, que la moral del sacrificio de estos insurgentes valía más que el sentido de la responsabilidad de los notables de consejos judíos que, al colaborar, no actuaban siempre por oportunismo o conformismo, sino, a menudo, tras un cálculo erróneo de las consecuencias de su elección, por el afán se salvar vidas humanas. El suicidio de Adam Czerniakow, presidente del consejo judío del ghetto de Varsovia en 1942, es la ilustración más dramática de esto. Cómo resolver entonces la cuestión planteada  por el decreto ministerial dado que, como ya enunciamos, el nombre propuesto erosiona los profundos significados de la revuelta bajo una sentencia que desconoce un hecho central del nazismo y que hoy debe ser tenido en cuenta frente a las posibilidades técnicas que se abren en el campo de la genética y de la neurobiología. Era inevitable que el nazismo fuese contra expresiones que reconocemos como parte de la diversidad cultural porque su programa político pretendió actuar sobre un aspecto aún más básico de la condición humana. No olvidemos la definición que diera Rudolf Hess en 1934 y que todo biólogo y profesor de biología debería sopesar con cuidado: el Nacional Socialismo no es

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Fuente: Elina Malamud | Revista Haroldo Fecha: 03 de MAY 2019 Los judíos somos un pueblo muy desparramado desde tiempos remotos. Ya en el siglo XIII había judíos en China y desde ahí, caminando hacia el Oeste, uno se los topa todavía a lo largo del Asia Central, del Asia Menor, en África, no tantos quedaron en esa península continental y vanidosa que se llama Europa, muchos se refugiaron en toda la América desde el Polo Norte hasta el Polo Sur y si seguimos, cruzando el Pacífico, se los encuentra en Japón, con los ojitos así y celebrando Péisaj. Hay judíos de muchas categorías y de todas las calañas, obreros que en la Rusia y la Polonia de fin de siglo poblaron las fábricas, fundadores de cooperativas agrícolas, buitres chupasangre y economistas keynesianos, filósofos revolucionarios y gobernantes prepotentes, invasores que se roban la vida y la tierra del hermano, empresarios de buena leche, profesionales y académicos, científicos de ciencias duras y abanderados en séptimo grado de primaria, comerciantes abusivos y maestros de escuela, gremialistas, madres sobreprotectoras y padres estafadores o mafiosos, socialistas, neoliberales y cantores de sinagoga. Bah, gente. Pero distinta y hasta peligrosa, según los que tienen la costumbre de condenar las diferencias o profundizarlas de intención. En la Edad Media, durante las cruzadas, envenenábamos el agua de las fuentes para provocar la peste, la reina católica nos echó de España para unificar el pelaje de sus súbditos, Bogdan el cosaco, cuando arrasaba Polonia, exigió que le entregaran a los judíos para despachurrarlos, el pobre Dreyfus se comió un juicio y el espectáculo de su degradación, botón por botón de su uniforme militar, acusado de una traición de la que su acusador era, en verdad, el verdadero culpable y hace poco más de un siglo las políticas del zar derivaban las frustraciones de obreros y campesinos sobreexplotados a las turbas que se metían en los barrios judíos del imperio ruso para rompernos las costillas. No fuimos ni somos los únicos. En los tiempos cercanos el pueblo armenio, el gitano, los que no manejan los movimientos del cuerpo ni de la mente según los parámetros aceptados, los morochos choriplaneros que se ponen la gorra con la visera para atrás, los musulmanes para Occidente y los coptos en Egipto, los que resguardan su especificidad de género, los desplazados y los migrantes son individuos o perversos o descartables. Si hasta parecería que los ojos almendrados y la lengua monosilábica del chino del supermercado fueran evidencia indiscutible de que maneja la cadena de frío con supercherías aviesas y desfigura el ticket de caja con picardías sibilinas. Cuando en las Pascuas de 1903, se desató un pogrom en Kishinov, el poeta Jaim Bialik levantó los brazos al cielo, ofreciendo sus manos llenas de palabras enojadas, indignado por la pasividad con que los judíos se habían dejado masacrar, tal vez sorprendidos porque su dios tan justo no hubiera llegado a socorrerlos. Al menos no fue en vano su clamor poético. A finales del verano de ese mismo año, apenas los judíos de las organizaciones clandestinas socialistas y sionistas de Gómel, en Bielorrusia, sospecharon que estaba llegando la hora de una violencia parecida, se armaron en ídish, con palos, cuchillos, cachiporras y armas de fuego. Se defendieron a tal punto que el Estado les hizo juicio, acusándolos de intentar un pogrom contra la población rusa. Pero cuando los jerarcas nazis, convocados por Reinhard Heydrich, se reunieron en la casa de Wannsee, a las afueras de Berlín, para decretar la solución final del problema judío y definir la cantidad y la calidad de los entrecruzamientos genéticos necesarios para decidir con cuánto de semita se conservaría la vida y a quién le correspondería la eliminación física, sobrepasaron todos los asombros que pudieran caber en el corazón humano. Aun cuando el avance arrollador del ejército alemán, en el verano del cuarenta y uno, no dejaba espacio ni para un resuello y mientras los ojos desmesuradamente abiertos por el pasmo del ghetto, de la fosa, del tren que traqueteaba al campo de exterminio no habían alcanzado a cerrarse, cupo en muchos el recuerdo de los enojos de Bialik. Así que cuando Shlomó Leitman le contó a Alexander Pechersky que ese enorme fuego detrás de los árboles y el raro olor que respiraba brotaba de los cadáveres de los compañeros que acababan de llegar con él al campo de exterminio de Sobibor y que estaban siendo incinerados, Pechersky se dijo yo acá no me quedo. Mañana nos vamos, más o menos escribió en su diario de prisión el 13 de octubre de 1943, la víspera del levantamiento que él comandó junto con Leib Feldhendler. En el apuro entre la lluvia de otoño, la vida y la muerte, se despacharon a una docena de guardias de las SS. Trescientos prisioneros lograron escapar y muchos de los que sobrevivieron a la persecución que siguió se unieron a la lucha partisana. En otro lugar de Polonia, los hermanos Bielski se abroquelaron en el bosque de Naliboki, al este de Minsk, capitaneando una tropa de judíos que, incitados por ellos, se escapaban de los ghettos de Lida y Novogrúdek, se descolgaban de los trenes o habían burlado como fuera la metralla o el gas exterminador, protegidos por la propia escuadra de choque de los Bielski que proveía el sustento, vigilaba al enemigo y colaboraba con los partisanos soviéticos. Quizá me vea compelida a hacer este escaso aunque incompleto recuento porque si bien no fueron tantas las posibilidades de resistencia judía, fueron muchas más de las que la mayoría conocemos. El acto más potente de indocilidad y rebeldía de los judíos en la Segunda Guerra fue el levantamiento del ghetto de Varsovia que acabamos de conmemorar el 19 de abril. En medio del hacinamiento, el hambre, el tifus, los piojos y el desconcierto, la sociedad del ghetto resistía entre el contrabando y la biblioteca clandestina, los teatros y la negociación culposa o cínica, mientras los jóvenes comunistas, bundistas y sionistas trasegaban las alcantarillas acopiando las armas que podían conseguir de la

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El pogrom como deporte de las clases pudientes

Fuente: Juan Forn | Página 12 Fecha: 06 ENE 2019 Miren esos cuatro ataúdes abandonados sin enterrar en las puertas del cementerio de la Chacarita. Miren los balazos que llueven desde lo alto de las paredes del cementerio y la desbandada de la multitud que venía marchando desde la Boca a enterrar a esos cuatro obreros muertos por la policía y los rompehuelgas dos días antes. Miren la iglesia quemada por algunos de los que huyen, miren a otros asaltar una armería para tener con qué defenderse en el accidentado retorno a sus casas, miren la orden que dan a los niños: “Rompan a pedradas todos los faroles de la calle, que van a venir por nosotros”. Enero de 1919 en Buenos Aires, acaba de empezar la Semana Trágica. Conserven en su memoria ese “van a venir por nosotros” y sigamos. La Semana Trágica fue una toma pacífica de los talleres Vasena que desembocó en cuatro muertos, una huelga general convocada para llorar a esos muertos, que al poder le pareció que era la mecha de la revolución social y actuó en consecuencia: a sangre y fuego. Aquello que supuestamente más temían de aquella supuesta revolución. ¿Quién pensaba que se venía la maroma? Procedamos por descarte. Es el día siguiente al que policía y rompehuelgas entraron a bala en los talleres Vasena: en el Congreso, hasta el diputado Pinedo reconoce que algo hay que ceder a los reclamos obreros (por supuesto, su argumento es: que algo cambie para que nada cambie). En Casa de Gobierno, Yrigoyen convoca a los dueños de los talleres tomados (los Vasena, que van acompañados del embajador inglés) y logra que acepten a regañadientes las “desmedidas” exigencias de sus empleados (reducción de la jornada laboral de once a ocho horas y un franco semanal). En las calles hay veinte mil efectivos del ejército, además de las fuerzas de policía y bomberos. Tantos soldaditos ha traído el gobierno a la ciudad, que los notables de vacaciones en sus mansiones de Mar del Plata se aterran cuando la guarnición naval del puerto es convocada a Buenos Aires: “¿Y a nosotros quién va a defendernos si la revolución llega hasta acá?”. Pero es más importante lo que sucede a continuación, el rumor que corre como pólvora por los barrios residenciales de Buenos Aires: no se puede confiar en el ejército, no se puede confiar en la policía, sus efectivos pertenecen a la misma clase social que aquellos a quienes deben atacar. Ups, dije atacar. Supuestamente había que defender nomás. Pero no se puede confiar la defensa en alguien que está más cerca del otro que de uno. A esta altura ya es 11 de enero, y el ministro del interior (comisario general, para la época) Luis Dellepiane, hombre de confianza de Yrigoyen, asegura que la ciudad está pacificada. El Congreso también, a su lábil manera. La Federación Obrera ha aceptado levantar la huelga. Pero en el Centro Naval, en una reunión convocada de urgencia, presidida por el contraalmirante Domecq García, a la que asisten representantes del obispado, del Jockey Club, del Círculo de Armas, el Club del Progreso, las Damas Patricias, el Yacht Club y el Círculo Militar, se decide conformar la autodenominada Guardia Cívica, que entrega armas a voluntarios “confiables”, señoritos bien que habrán de garantizar que los sectores acomodados de la ciudad estén defendidos día y noche de los vándalos. Repito: la ciudad estaba pacificada, pero en el Centro Naval daban armas a civiles para defender a los suyos. Uno de ellos grita: “¡Y si los agitadores no vienen por nosotros, vayamos por ellos!”. “¡Sí!”, contestan otros. Y lo que empezó como una supuesta defensa muta en ataque. También la búsqueda de agitadores muta lombrosianamente en cuestión de minutos. Primero se trata de salir a buscar a cualquier inmigrante: catalán, italiano, eslavo, son todos bolcheviques. Pero enseguida se simplifica la cuestión: se sale a cazar judíos, lisa y llanamente. El pogrom como deporte de las clases pudientes. Coto de caza: de Once a Villa Crespo, zona liberada. En los cuatro días siguientes habrá más de setecientos muertos en las calles (algunos dicen mil trescientos). El nacionalista Juan Carulla, insospechable del menor filosemitismo, escribe en sus memorias: “Oí decir que los liguistas estaban incendiando el barrio judío y dirigí mis pasos hacia esas calles. Al llegar por Viamonte, vi en medio de la calle piras ardientes de libros y sillas y mesas. El ruido de muebles y cajones arrojados a la calle se mezclaba con los aullidos de viejos barbudos y mujeres desgreñadas, arrastrados de los pelos por mozalbetes”. El irrepetible Soiza Reilly, maestro de la crónica callejera, agrega: “Se los obligaba a golpes a cantar el Himno Nacional, y a quienes no lo sabían se les orinaba en la boca”. Poco después escribirá que nunca se practicaron tantos abortos en el Once y Villa Crespo como en los tres meses siguientes a la Semana Trágica, por las innumerables víctimas que hubo de violación. El embajador de Francia, en un despacho privado a su gobierno, comenta que un civil se ha ufanado delante de él de haber matado en un solo día cuarenta judíos. El embajador norteamericano contacta al comisario Romariz para chequear si es cierta la cifra de 1300 muertes; el comisario contesta que es una exageración pero que igual es imposible de precisar, porque los muertos eran incinerados a medida que llegaban a los lugares de concentración, sin controlar su número. Nadie sabe hasta el día de hoy cuántas víctimas hubo realmente en la Semana Trágica. El 15 de enero el Poder Ejecutivo dio orden de empezar a liberar los innumerables detenidos que abarrotaban las comisarías: a más de la mitad se les aplicó la Ley de Residencia y fueron expulsados del país. Ese mismo día tienen lugar dos reuniones en Buenos Aires. En una de ellas, a instancias del Episcopado y bajo el lema “Por la paz social”, se convoca a una gran colecta nacional para “un plan de obras, ateneos, servicios sociales e

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A 100 años de la Reforma, ¿Por cuál Universidad luchamos?

Fuente: Carlo Raimundi | La Tecl@ Eñe Fecha: 09 de JUL 2018 En primer lugar, ¡cuántos matices diferencian nuestra mirada sobre los acontecimientos políticos cuando se los analiza desmenuzando la crónica de su propio momento y cuando se los analiza ya teniendo de ellos una perspectiva histórica! En el primer caso, tomando en cuenta lo que estaba sucediendo en el momento en que se producía la Reforma, se ven con mucha más claridad las contradicciones de esos procesos. Pero cuando se la analiza desde una perspectiva histórica, el pueblo, la historia, se apropian de hechos como éste y les dan su propia lectura. Se transforman así en parte de las grandes tendencias históricas y las contradicciones adquieren una dimensión menor. Vayamos al contexto de la Reforma Universitaria, el contexto de la Argentina agroexportadora, la Argentina que transitaba recién por las segundas y terceras generaciones de inmigrantes, después del proceso de conformación del Estado nacional oligárquico, construido en el marco del pensamiento liberal, ese pensamiento profundo sobre el cual se fueron formando generaciones de argentinos, el pensamiento impartido en las escuelas, el de los símbolos nacionales, el de las fechas patrias, el de los próceres desarraigados de su matriz política, descontextualizados. Se trataba de un pensamiento que asociaba la prosperidad de la Argentina con la grandeza de su sector latifundista. Hay aquí una combinación de las familias oligárquicas con las elites militares, que produjo una alianza de clase por la cual se explican todos los primeros años de la consolidación, de la identidad nacional a partir del pensamiento liberal. Más allá de sus matices internos, más allá de las marcadas diferencias entre Mitre y Roca, en términos históricos hay una continuidad del proyecto modernizador de la oligarquía. Este pensamiento profundo, a pesar de los grandes movimientos contraculturales a lo largo del siglo XX y lo que va del siglo XXI, todavía está muy arraigado. Cuando se producen los acontecimientos del año 2008 por la Resolución de las retenciones, personas que no habían tenido a lo largo de su vida ningún tipo de relación con el campo, se sentían identificadas con él. En diciembre del año pasado asistimos a una reforma previsional que ya le quitó el 10% del poder adquisitivo a las jubilaciones debido al nuevo coeficiente, y aun cuando todos seremos alguna vez jubilados, no hubo movimientos que se pusieran cartelitos que dijeran “Todos somos jubilados”. Es decir, hubo movilización, hubo conmoción, pero no tan profunda como para lograr la misma identificación que ese pensamiento profundo había logrado con el campo. Esto es simplemente una mención de cómo sigue tan arraigado ese pensamiento liberal. Es decir, con la grandeza de la Argentina vinculada con la prosperidad de un determinado sector, y sobre todo con la renta de ese sector. La Reforma del año 1918 expresa no sólo un nuevo modelo de Universidad, sino que además está enmarcado en un nuevo pensamiento y en un nuevo modelo de sociedad. Y esto desde dos perspectivas. Desde una perspectiva más vinculada con el movimiento nacional en ciernes que expresaba el yrigoyenismo, y desde una perspectiva más internacionalista que era la perspectiva bolchevique, con un condimento latinoamericanista heredado de los valores provenientes de la revolución mexicana, de la revolución campesina por la distribución de la tierra. Allí convergen, se tocan lo nacional-popular con la izquierda ideológica, y después se vuelven a separar. Y se vuelven a separar en parte porque se institucionaliza la revolución mexicana, se aplaca ese fervor internacionalista de la revolución bolchevique con la muerte de Lenin y con la herencia en el stalinismo y no en Trotsky; no desaparece, pero se atenúa aquel espíritu universalista con que se inicia la revolución bolchevique. Después se va forjando el primer peronismo, que representa al sujeto obrero, y de alguna manera le pone un freno a la masificación de la revolución proletaria, entendida en términos marxistas y clasistas. Mirándola con cierta proyección histórica, hay una especie de apropiación de la Reforma Universitaria por parte del partido radical. Y un poco más tarde se bifurcarán los caminos de la Reforma, en cuanto a si ésta representará un modelo de Universidad liberal reservada a las clases medias o si representará un modelo de Universidad nacional y popular mucho más permeable al ingreso de las clases obreras. Si a la Reforma Universitaria se la interpreta como una institución en sí misma, yo creo que sigue un curso más parecido a la evolución que siguió el partido radical. En cambio, si se la interpreta como la expresión de una Universidad popular, tiene mucho más que ver con el otro modelo, el de los años setenta que nos explicaba el profesor Carnese[1], de las Universidades populares, y con el modelo de las Universidades del conurbano de estos últimos años. Aquel fervor latinoamericanista, antiimperialista que expresa Gabriel Del Mazo se deforma con el correr del tiempo. Los estudiantes reformistas apoyan la revolución del año 1955 porque había prevalecido la idea liberal de las clases medias por sobre el espíritu de lo nacional y popular y el ingreso de las clases obreras. Por eso es que el radicalismo niega la figura de Del Mazo y la figura de FORJA, que es el ensamble histórico de lo más genuino del yrigoyenismo como movimiento popular en los años 30 y principios de los 40, con el primer peronismo. La historia oficial del radicalismo ignora la figura de Del Mazo y fundamentalmente a la institución de FORJA, y ese rol de empalme que desempeñó en el movimiento popular. La historia oficial del partido radical se enorgullece de muchos dirigentes pero no así de Jauretche, ni de Scalabrini, ni de Manzi, niega esa parte de la historia que es la que interpreta el pensamiento más profundo y más genuino que expresaba el yrigoyenismo, no sólo en la figura de Yrigoyen sino en esa nueva estructura social de hijos de inmigrantes que todavía no eran proletariado industrial a nivel de masas pero que sí eran una expresión que se oponía al modelo oligárquico. Es decir,

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200 años de Carlos Marx

Fuente: Alina B. López Hernández | jovencuba.com Fecha: 05 de mayo 2018 El 5 de mayo de 1818 nació Carlos Marx, el filósofo cuya obra ha tenido la más profunda trascendencia histórica. Ni siquiera la caída del campo socialista pudo desvirtuar sus aportes, en todo caso mostró el fracaso de ciertas interpretaciones de su obra y evidenció los graves errores de muchos dirigentes revolucionarios. El propio Marx se desligó de la tergiversación de su teoría al decir, casi al final de su vida, que él no era marxista. El marxismo constituye una dualidad que incluye un método científico (la dialéctica materialista) y una ideología revolucionaria que se propone construir una sociedad superior al capitalismo. Hasta hoy, el gran dilema del marxismo, el fracaso de su aplicación práctica en los sistemas políticos socialistas, ha sido la ruptura de esa dualidad. Vaciar a la ideología de su método, que es el que debería permitir la corrección de la praxis, ha conllevado a la derrota, en más o menos tiempo, de esos proyectos. Cuando el marxismo es reducido solamente a su dimensión ideológica y, como ocurre tras la toma del poder, se convierte en una ideología de Estado, sobreviene una perversión de Marx que induce a que muchos lo culpen de errores que no le son inherentes. Algo así sucedía con el retrato de Dorian Grey, que reflejaba crímenes de los que era inocente. Precisamente la crítica de Marx a los socialistas anteriores, a los que calificó de “utópicos”, era que ellos se habían limitado a imaginar cómo podría ser la sociedad perfecta del futuro y a esperar que su implantación resultara del convencimiento general y del ejemplo de unas pocas comunidades modélicas. Las ideologías religiosas, respetables en sí mismas, no asumen un método científico; confían en la fe, en la solidaridad y el amor de sus prosélitos, a los que prometen un mundo mejor. Cuando Marx conoce personalmente a Wilhelm Weitling, fundador de la Liga de los Justos, rechazó los métodos de ese intelectual proletario autodidacta que se había estancado en una prédica mesiánica y utópica desarrollada entre artesanos de países como Suiza, Alemania, Francia, Bélgica e Inglaterra. Como dijo Engels, Weitling intentaba conducir al comunismo por las vías del cristianismo primitivo. Una ideología política que intente presentar un futuro de prosperidad siempre inaccesible, y que pida fidelidad y trabajo constante a sus seguidores, deja de ser liberadora para instrumentarse como un mecanismo de dominación. En el mismo instante en que no sea capaz de autocorregirse, en que se considere eterna, dejará de ser marxista. El socialismo falló en el momento en que se mostró ajeno al análisis de las contradicciones, de sus contradicciones internas, dando la espalda así al método dialéctico materialista y haciendo emerger una concepción del desarrollo signada por la reverencial admisión, cual obligatoria e inexorable tendencia, del destino humano hacia el progreso. El criterio de que una vez victoriosa, la revolución socialista no puede retroceder, y de que la sociedad marchará siempre adelante, hacia un futuro glorioso, reviste una visión metafísica de la historia. Esa creencia conduce al inmovilismo. Por ello, la mejor forma de honrar el bicentenario de Carlos Marx es rescatar la dialéctica y desmontar los discursos falsamente marxistas para que alumbremos las vías científicas de construir una sociedad mejor. Por eso fue que lo llamaron el Prometeo de Tréveris.

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Una teología detrás del anti-semitismo

Fuente: Eduardo de la Serna | http://blogeduopp1.blogspot.com.ar/ Fecha: 20 de ABR 2018 Intervención en el encuentro con motivo de los 75 años del Levantamiento del Guetto de Varsovia organizada por el Llamamiento Argentino-Judío, el ICUF y Convergencia (20 de abril 2018). Antes de empezar, una nota sobre la actual legislación polaca: parece que no hubo nada, no hubo “campos” en Polonia, no hubo guetto, no hubo levantamiento… Muy católicos, parece que dicen que son: la Liga Polaca contrala Difamación. Repitiendo a Violeta Parra quiero decir: “Si acaso esto es un motivo, ¡preso voy también sargento!” Una breve nota personal: Vengo de una familia de clase media; católica. Con militancia católica–social–política en los 70. Cuando mis amigos desaparecieron o se exiliaron estaba en el seminario; por tanto, mi nuevo mundo de relaciones fue “re-católico”. No tenía ni siquiera “un amigo judío”. Como profesor de Biblia, además de estudiar hebreo y conocer la historia de Israel tuve la ocasión de leer la obra del antropólogo francés René Girard (+2015). Allí pude descubrir lo que “dice acerca de Dios” una lectura sacrificial. Dice Girard que Israel es el único pueblo en el que la “víctima” que supuestamente Dios quiere no se identifica (“mímesis”) con el antagonista sino con el mismo Israel. Y que progresivamente, en este pueblo, las ofrendas cada vez más van dejando de ser violentas para ser de otro tipo, como es el caso de los sacrificios de comunión (que tienen el shalom en su raíz hebrea). El ejemplo máximo –siempre según Girard– se ve en el siervo (‘ebed) de Dios al que hace referencia Isaías. Los seguidores del judío Jesús de Nazaret continuaron esta imagen no sacrificial hasta el punto en que ante el asesinato del profeta de Galilea entienden que Dios toma clara partida por la víctima. Pero muy rápidamente el cristianismo fue dejando esta lectura y el Dios violento y sediento de sangre volvió a ser protagonista. El antisemitismo, sigue diciendo Girard, es la expresión evidente de la búsqueda de una víctima que se debe ofrecer para saciar la sed de Dios. No seré yo el que miraré la historia de Israel para ver si algunos en algún momento hicieron lo mismo. Jesús nos dice bien claro que no es sensato mirar la paja en el ojo ajeno cuando tienes una viga en el tuyo. La historia de la Iglesia está cargada de víctimas que se quiso sacrificar derramando sangre que saciaría más a un ídolo que al Dios de la Biblia. Podríamos marcar el anti-judaísmo como una suerte de leit-motiv que desde el s.II acompañó a la Iglesia hasta bien entrado el s.XX con resabios que todavía hoy permanecen en algunos. Sin duda hay excepciones que parecen justificar la regla, como es el caso de Teresa de Ávila, que, en pleno antisemitismo español a poco de la expulsión de 1492, no reniega (aunque por obvias razones no publicita) su sangre judía. Pero convengamos que el dios sanguinario no reclamó solamente sangre judía. Los “moros” también fueron, en un período más acotado de la historia, unas víctimas apetecibles. Las cruzadas revelaron otro rostro de la necesidad de saciar el sadismo de dios. Las mujeres que no aceptaran su destino divino de ser religiosas o esposas recibieron el estigma de brujas, por más religiosas que fueran; el caso de Marguerite Porete (+1310) y la condena de las beguinas es bien ilustrativo, ¡y no el único! En nombre de la “ley natural”, de la que la Iglesia se tenía extrañamente por depositaria, decenas de colectivos debían calmar la ira de Dios. Lo “diferente” era contrario a lo natural, desde el vestirse con ropas masculinas de Juana de Arco (+1431) a la homosexualidad, desde la idolatría que debía extirparse en las comunidades indígenas latinoamericanas a la aceptación, siempre natural, de la esclavitud. La “sana teología”, especialmente de la Universidad de París a la teología imperial española mostraba –siguiendo a Aristóteles– que es natural la esclavitud. Y podríamos seguir con decenas de masacres teológicamente justificadas (o calladas) en la historia por quienes parecían más ciudadanos de Esparta que de Nazaret. Pero no podemos negar que también, fieles al Dios bíblico, decenas de seguidores supieron ser artesanos de la paz, arquitectos de justicia. Fuera de la Iglesia católico romana, en el s.XX no puedo menos que hacer mención de Elie Wiesel, Martin Luther King y Dietrich Bonhöffer y no quiero dejar de hacer memoria de una enorme mujer mística judía: Etty Hillesum, mártir en Auschwitz. Mirando la historia, no podemos dejar de recordar al gran instrumento de paz, Francisco de Asís, que en plenas cruzadas se dirige desarmado a encontrarse con el sultán de Egipto, o con Bartolomé de las Casas o Pedro Claver que desencadenaron enormes movimientos de resistencia y defensa de las víctimas. Para no irnos lejos, no corresponde olvidar a los grandes defensores de los DDHH en Argentina, desde Marshal Meyer hasta Jorge Novak o Jaime de Nevares, o la obra titánica del laico Emilio Mignone. Dos teologías entraron en conflicto: una, creyente en el dios violento sediento de víctimas y su sangre, que tuvo la terrible trascendencia de la violencia y el terror, y otra la siembra silenciosa de cientos de miles de creyentes en el Dios de la vida y la paz. Fueron estos los que gritaron con su vida, y –si fue el caso, hasta su muerte– que Dios quiere la vida y no quiere víctimas; que supieron levantarse con la dignidad de la vida confrontando el rostro idolátrico de la muerte. Celebramos un levantamiento, la dignidad en alto. Un levantamiento que trajo sangre, que Dios no quiere porque es Dios de la vida. Pero que fue sangre derramada por los violentos. Nadie quería morir, pero muchos no querían vivir de rodillas ni ver oprimidos a sus hermanos. No se trata de “dar la vida”, se trata de “dar vida”, para que otras y otros vivan. Y para los creyentes en el Dios de la Biblia se trata de saber, en esta grieta, de qué lado está Dios.

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El viaje de los malditos

Fuente: Federico Pavlovsky | Página 12 Fecha: 08 de ABR 2019 Los primeros meses de 1939 fueron el período durante el cual el mundo pudo haber salvado a cientos de miles de refugiados judíos. Pero por especulación política de distintos países eso no ocurrió. Lo explica muy bien Daniel Rafecas en su libro Historia de la solución final, publicado en 2012. En 1939 Adolf Hitler llevaba seis años en el poder. En 1933 ganó las elecciones y pocos meses después inauguró el primer campo de concentración en las afueras de Munich: Dachau. Para 1935 los judíos perdieron su condición de ciudadanos plenos. Se les obligó a desprenderse de sus bienes y a renunciar a sus trabajos. La “Noche de los cristales” de 1938, conocida así porque los nazis y sus simpatizantes rompieron las vidrieras de negocios pertenecientes a judíos, fue un vaticinio literal de que las cosas sólo podían empeorar. Un frondoso cuerpo de leyes civiles y penales (las leyes de Nuremberg) dio respaldo institucional a las maniobras de hostigamiento. Muchos optaron por la huida. Una de las historias de escape fue la del buque transatlántico “St. Louis” de la compañía alemana Hamburg-Amerika Line (HAPAG), un barco que conectaba las ciudades de Hamburgo y Nueva York. El 13 de mayo de 1939 emprendió su viaje a La Habana con 937 pasajeros, que debieron obtener (y comprar) permisos especiales, visas y pasajes, en muchos casos con el último centavo. Casi la mitad de los refugiados eran mujeres y niños. El buque, utilizado normalmente como crucero de lujo, de 135 metros de longitud, cinco cubiertas, cine, piscina y salones de fiesta, albergó cuatrocientos pasajeros en primera y más de quinientos en clase turista. En popa ondeaba la esvástica y gran parte de la tripulación alemana, 231 oficiales, simpatizaba o pertenecía al partido nazi. Fotógrafos al pie de las escalinatas, en la plataforma 76, retrataban a los exhaustos y desesperados pasajeros, muchos de los cuales venían de campos de concentración, para presentarlos en las gacetillas de prensa del régimen como “salvajes infrahumanos” e “indignos”, “que escapaban como ratas”. Para darle mayor surrealismo a la escena, una banda de músicos tocaba piezas para despedir a los viajantes. Desde la misma salida del puerto la agencia nacional de noticias nazi propagó informes falsos sobre el viaje. Periódicos y emisoras de radio de toda Alemania publicaron artículos en los que se acusaba a los pasajeros del “St. Louis” de huir con grandes cantidades de dinero robado y otros bienes. Algunos acontecimientos volvieron aún más tenso y extremo el viaje a Cuba. Dos cruceros, el Flande, con 104 refugiados y el Orduña, con 154 emigrantes, emprendieron la misma ruta. Por esos días, la Habana parecía uno de los pocos puertos de Occidente que aceptaría recibir a los refugiados. Como señalan Gordon Thomas y Morgan Witts en su novela histórica El viaje de los malditos (1974), que dio lugar a la película con el mismo título, protagonizada por Orson Welles y Faye Dunaway, entre los tres barcos comenzó una explícita carrera por ver quién podía arribar primero y así salvar a sus pasajeros. Retornar a Alemania era sinónimo de Gestapo, campo de concentración y muerte. Una disputa interna del gobierno cubano generó una contradicción desconcertante. Mientras que el director de Inmigraciones, Manuel Benítez, había vendido visas de ingreso a todos los pasajeros a cambio de grandes sumas de dinero, el presidente del gobierno cubano, Federico Bru, el 5 de mayo emitió el decreto 937 (su nominación se debía a la cantidad de pasajeros del “St. Louis”) donde impedía el desembarco de los pasajeros al puerto de Cuba. Tanto los pasajeros como el capitán del barco, Gustav Schroeder, no supieron de este decreto hasta estar cerca de la isla. El día de la llegada, el 27 de mayo, se confirmó finalmente el peor de los escenarios: el decreto 937 presidencial estaba vigente y debía ser cumplido. El barco debió anclar a distancia del puerto. No sólo no pudieron descender los pasajeros. Decenas de lanchas de policía custodiaron la embarcación para que nadie desembarcara sin permiso. El “St. Louis”, un barco de lujo que navegaba hacia una presunta libertad, a pocos metros de suelo cubano se transformó en una suerte de campo de concentración flotante. Gradualmente se acercaron otros pequeños botes con familiares que ya residían en la isla, que gritaban hacia el buque para intentar hacer contacto con sus allegados. La desesperación fue tal que por esas horas se produjeron suicidios y numerosos intentos de quitarse la vida. Algunas personas saltaron por la borda del transatlántico. Otras mordieron ampollas de cianuro. La situación cobró una gravedad tal que el capitán del barco decidió armar una “patrulla antisuicidio” con marineros y algunos pasajeros voluntarios. Hombres y mujeres lloraban en la cubierta. Se esbozaron algunos planes de escape. El crucero gigante era al mismo tiempo una atracción turística para miles de curiosos y un símbolo de la desesperación para los pasajeros atrapados. La prensa mundial se hizo eco de la extrema situación y a los pocos días reporteros de todo el mundo daban cuenta de la situación y formaban parte del enjambre de personas que rodeaban el barco. Por esas horas un comité de pasajeros que se organizó frente a la crisis enviaba telegramas, sin respuesta, implorando ayuda a personalidades destacadas de los Estados Unidos, Canadá y Cuba. Luego de negociaciones obscenas e interminables sobre el valor económico que tenía cada pasajero, que derivó en solo treinta permisos de desembarque, y sin llegar a un acuerdo global, el presidente Bru ordenó que el barco “St. Louis” abandonara las aguas territoriales. Así es que el 2 de junio se volvieron a encender las máquinas y el barco se alejó de Cuba definitivamente. El capitán intentó acercarse a la costa estadounidense pero su pedido obtuvo una respuesta negativa. Lo mismo sucedió con Canadá. Siete países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Panamá, Paraguay y Uruguay) también rechazaron recibir a los refugiados. El derrotero trágico de esta embarcación y sus pasajeros fue tapa de

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