Soledad Acuña y yo, o los nazis en Bariloche
Por: Diana Estrin (miembro del llamamiento)* A la memoria de mi madre que dejó Polonia a los diez años “porque era el país más antisemita de todos”. Sí, ya sé que es bastante sabido que muchos nazis se establecieron en Bariloche. También sé que es conocido el hecho de que Erich Priebke fue descubierto allí en 1994, cuando tenía casi 80 años. Y sé también que es sabido por algunos que Acuña cursó el secundario en la escuela alemana de Bariloche que él dirigía, la Primo Capraro, donde se graduó en 1992 y compartió la foto de fin de año con el consabido nazi. Sí, todo eso lo sé. Sin embargo quiero compartir mi experiencia ad hoc en Los Angeles, California, en el Museo del Holocausto en 1994, cuando Erich Priebke fue descubierto en Bariloche y juzgado en Italia. Pasaron 17 meses hasta que fue extraditado. Después que se lo descubrió en Argentina, Alemania e Italia solicitaron la extradición para juzgarlo. Ocurrió cuando yo viajaba a EEUU por cuestiones de trabajo, cuando combinaba mi práctica de psicoanálisis con mi trabajo en el campo del arte aplicado a la moda y el periodismo free-lance. En cada viaje me quedaba tres días en Los Angeles antes de ir a Nueva York. Trabajaba algunas horas y el resto del tiempo visitaba los maravillosos museos y galerías. Dio la casualidad que la ciudad estaba llena de posters que decían “Ahora el odio y la discriminación tienen un lugar” (NOW HATE AND BIGOTRY HAVE A PLACE): EL MUSEO DEL HOLOCAUSTO. Y hacia allí fui. La sede está cerca de Beverly Hills. Llegué a horario y la guía –son voluntarias- estaba en la explanada esperando a los visitantes. Nos señaló que el Museo tenía dos puertas de entrada: una decía “para gente prejuiciosa” y la otra decía “para gente sin prejuicios”. Supuestamente teníamos que elegir por cuál entrar y ella, esa viejita judía, nos sacó rápidamente de dudas: solo podíamos entrar por la primera porque -nos invitó a pensar- no existe la gente sin prejuicios, todos discriminamos a alguna persona, a algún sector, a alguna comunidad, a algún grupo humano, a algún vecino, a los porteros, a los administradores, lo sepamos o no. Más vale pensarlo y estar advertido. Entramos y nos entregaron a cada uno un documento que correspondía a alguien que había estado en un campo de concentración. Al final del recorrido nos enteraríamos de cuál había sido su destino. (La niña de mi pasaporte había muerto a los 15 años en un campo). Me apresuré a ir a la recepción, me presenté como periodista free-lance de Argentina y pedí un press-pack, es decir un sobre con información sobre el museo destinado a la prensa. Cuando dije “de Argentina” noté un movimiento raro entre la gente. Alguien tomó un teléfono y a los dos minutos se me acercó desde el fondo un hombre joven y muy buen mozo. Me dijo “acabo de volver de Argentina” mientras me daba la mano. Yo ya había entregado mi tarjeta. Le pregunté si le había gustado Bs. Aires y me respondió “no estuve en Buenos Aires”. En ese momento sin mucho esfuerzo junté dos ideas y le dije “¿Bariloche”? Me dijo que sí. ¿Nazis”? dije. Sí, fue su respuesta. Acto seguido me invitó muy calurosamente a una conferencia de prensa que daría esa misma tarde a las 3. No podía ir, muy lamentablemente, no había nada que me hubiera interesado tanto como ser testigo. Volaba esa noche a Nueva York y tenía compromisos previos que no podía deshacer, todavía no habían entrado los celulares a mi vida. Me dio su tarjeta donde se leía Rick Eaton, y me dijo que viera el noticiero de las 7 del canal ABC. Me senté a ver el noticiero antes de ir al aeropuerto y nada. Lo llamé, me atendió el contestador, dejé un mensaje, siempre dejo el mismo “It’s Diana from Argentina” y a los 5 minutos Eaton mismo me llamaba. Comentó que había habido un problema y que se había postergado el informe para la mañana siguiente. Algo me había adelantado sobre el hecho de que había estado reunido con un jerarca nazi en Bariloche, de los nervios no recuerdo exactamente la conversación. Le pregunté cómo había llegado él al nazi y me dijo que haciéndose pasar por un millonario americano que quería donar un millón de dólares a la causa del nacional-socialismo, eso sí, con la condición de entregárselos a Priebke en persona que ya había sido identificado por Donaldson el periodista “del canal ABC en Bariloche mismo, cuando se acercó a un tipo y le preguntó “Ud. es Reinhard Kopps”? No, contestó el sujeto, “Soy Laufer…. Hace tiempo fui Kopps” y olvidándose que tenía el micrófono prendido en su solapa le dijo al periodista como en secreto “no tenés que hablar conmigo, vos buscás al pez gordo que es Priebke”. Donaldson lo buscó a Priebke y este sin ningún problema declaró ser el responsable de la masacre de las fosas ardeatinas (ver encuentro en alemán en youtube). 50 años después se sentía a salvo. Pareciera que en todo momento se sintió a salvo, entre los suyos, en familia. Para hacerla corta, porque estamos escribiendo sobre Soledad Acuña, la ministra de educación de Larreta aunque tengamos que pasar por Priebke que fue el responsable del asesinato de 335 detenidos italianos en las fosas ardeatinas. Los partisanos habían hecho el día anterior, el 23 de marzo de 1944, un atentado poniendo explosivos en un camioncito con basura que explotó cuando pasaron las SS y así mataron a 33 militares alemanes. Hitler dio la orden de matar 10 italianos por cada alemán. Buscaron entre los detenidos en varias cárceles y comisarías y también buscaron supuestos partisanos por la calle, hasta chicos de quince años. Los llevaron hasta unas minas abandonadas y los fueron haciendo entrar de a cinco mientras les disparaban a la nuca. Priebke iba anotando los nombres de cada fusilado que caía sobre los cuerpos de los que