Fuente: Mario Casas | El cohete a la luna
Fecha: 24 de mayo de 2020
Cambios
La pandemia desencadenó una dinámica de cambios que lleva implícita una agudización de la lucha de clases, cuyo desenlace dependerá fundamentalmente de la situación en la que cada país se encontraba al ser afectado por el virus y lo que se hizo después, dos aspectos correlativos. En aquellos países en los que gobierna la derecha se agravó la vulnerabilidad de quienes ya eran vulnerables, en los que el Estado está bajo la conducción de gobiernos populares se ha buscado proteger a todes, pero particularmente a les más vulnerables. En cualquier caso, la lucha es por el control del proceso pospandémico y su dirección.
Es probable que los cambios que está impulsando Covid-19 sean de carácter económico, político y cultural; entonces es razonable considerar alguna semejanza entre el momento actual y el generado por ciertos procesos revolucionarios: si la revolución era progresista, con raíces populares, y triunfaba, entonces tendían a mejorar las condiciones de vida de las masas. De lo contrario, empeoraban.
La diferencia está en que, en general, una revolución implicaba una iniciativa planificada —en alguna medida— por seres humanos. La pandemia, en cambio, no fue planificada, tomó por sorpresa al planeta entero, en particular a algunas dirigencias políticas, y sembró perplejidad e incertidumbre con las que habremos de convivir durante algún tiempo.
En el momento de sufrir los primeros ataques del virus, la Argentina se encontró en una situación singular: un gobierno popular acababa de asumir el control de un Estado nacional que había sido colonizado y adaptado a los intereses del gobierno oligárquico saliente. El gobierno tuvo aciertos tan determinantes como las limitaciones que debió enfrentar; los logros alcanzados se agigantan cuando se comparan con lo sucedido en otros países: si las muertes no se cuentan por miles, si no hay colas de hambre, desempleo masivo o desabastecimiento y saqueos, si está controlada la inflación, es porque hubo una decisión política.
No exagero si afirmo que la madre de todos los aciertos fue poner las distintas instancias estatales —que iban a convertirse en protagonistas principales— bajo la conducción centralizada en un Presidente cuyas decisiones persiguieron el objetivo innegociable de proteger al conjunto social. Lo que no significa desconocer ciertas impericias de consecuencias contradictorias con los fines perseguidos por las políticas implementadas.
Una de las limitaciones más importantes —no sólo del gobierno, sino del país— consiste en que el bloque de poder que sostuvo al gobierno macrista está intacto, sus integrantes se han enriquecido durante años a expensas de toda la sociedad con maniobras como las que ha dado a conocer en estos días el Banco Central, pero además son descendientes históricos de un poder que tiene la capacidad de difundir su catadura moral a otros segmentos sociales, en muchos casos víctimas, no beneficiarios de la situación. En otras palabras, Clarín, Techint, las energéticas, etc., pretenden que los mecanismos de explotación y apropiación que practican no sólo son técnicamente inevitables sino moralmente buenos. Por si fuera poco, este conjunto de fenómenos pasa desapercibido para amplios sectores de la población
Política, economía y cultura
Es posible que las características y el modus operandi propios del poderoso bloque dominante hayan estado entre los factores que indujeron la decisión que anunció Cristina hace un año, cuando propuso a Alberto Fernández como candidato a Presidente. Ella entendió que había que vencer en la instancia electoral, pero también que el ajedrez electoral no resuelve nada: era necesario encarar una construcción política que permitiera sobrevivir al triunfo, para después avanzar en transformaciones progresivas.
Hoy la nación está ocupada económica y culturalmente, pero no políticamente. Por eso es necesario explicitar las bases del programa de emancipación: cuando los sectores populares cuentan con un proyecto inteligible y una conducción que los unifique, la explotación acentúa la conciencia política; cuando carecen de estos elementos, la explotación vacía la conciencia política. Es imprescindible que tal programa, dirigido a salir del modelo neocolonial caracterizado por la valorización financiera en lo económico, la presencia oligárquica en lo político, la colonización en lo cultural, la jerarquización aristocrática en lo social y un irreductible antilatinoamericanismo en lo atinente a las relaciones exteriores, incluya también la dimensión de una ética colectiva.
No está de más recordar lo que ya parece ser una especie de ley de la Historia, que podría enunciarse más o menos así: “En los países dependientes las difíciles transformaciones que conducen a la liberación nacional y social no se sostienen en el tiempo”. Es lo que muestran las experiencias en la región a lo largo de 200 años. El desafío de quebrar esta ley obliga a incorporar la dimensión ética; se trata de encarar algo que ha sido sistemáticamente postergado con el argumento de las urgencias del día a día, algo que habrá de llevarse a cabo al mismo tiempo que las medidas económicas de reparación y cambio estructural: me refiero a lo que Gramsci denominó la “reforma intelectual y moral”.
Política y conciencia
La concepción del cambio revolucionario en las sociedades occidentales que pensó Gramsci en la cárcel, está unida a la reflexión sobre el fracaso de las tentativas insurreccionales iniciadas en los años ’20 del siglo pasado en Europa, en países cuya compleja estructura social es comparable a la que en nuestro país se configuró a partir de la década del ’40.
El esbozo de la transición a un modelo social no capitalista, tal como aparece en los Quaderni, se funda en la conjunción de un cambio político basado en la articulación de un poder hegemónico que vaya más allá de la mera conquista del Estado, un cambio social cimentado en el control y la dirección de las principales instituciones de la sociedad civil, y un cambio ético-cultural fundamentado en una reforma intelectual y moral que sea capaz de crear una nueva cosmovisión e ideología de masas, mediante la cual adquieran una nueva conciencia y apoyen activamente la transformación social.
El proyecto gramsciano de reforma intelectual y moral revela un desplazamiento del acento en la lucha social al terreno de las superestructuras y al aspecto subjetivo. El cambio de la ética y la subjetividad se convierten en ingredientes esenciales de una estrategia revolucionaria que opera en sociedades en las que es muy difícil una conquista insurreccional del poder (1).
El revolucionario sardo retoma este problema en relación con su concepción del marxismo como reforma intelectual y moral, y afirma que “se puede emplear el término catarsis para indicar el paso del momento meramente económico (o egoístico-pasional) al momento ético-político, es decir, la elaboración superior de la estructura en superestructura en la conciencia de los hombres. Esto significa también el paso de lo ‘objetivo a lo subjetivo’ y de ‘la necesidad a la libertad’ […] la fijación del momento ‘catártico’ se convierte así, me parece, en el punto de partida para la filosofía de la praxis” (2).
La superación del momento económico-corporativo, fase por la que necesariamente pasan los grupos sociales y los Estados (3), se convierte en una cuestión capital para la instauración de un proceso de transformaciones sociales, pues el estancamiento en ese momento refleja un primitivismo económico que conlleva la presencia de una conciencia muy elemental, el desarrollo de luchas en torno a intereses inmediatos, y la imposibilidad de construir una alternativa hegemónica. En el desbloqueo de esta situación interviene, ante todo, la elaboración de una nueva subjetividad y una nueva conciencia a través de la reforma intelectual y moral: según Gramsci, la sola existencia de antagonismos socio-económicos no conduce por sí misma a la elaboración de un proyecto de emancipación, no puede darse un paso a la acción social eficaz sin un momento catártico. Como se ve, Gramsci utiliza el término catarsis para indicar la revolución-transformación de la subjetividad sin la cual el cambio estructural es imposible.
Se sabe de la importancia que, desde la última dictadura, la derecha argentina ha atribuido a los desarrollos teóricos de Gramsci. No es una demasía sostener que los ha aplicado al servicio de sus intereses con mayor efectividad que el movimiento nacional-popular al servicio de los suyos. Los sectores dominantes aprendieron con Gramsci que el lugar de la actividad socio-política reside en la conciencia y que por medio del trabajo en ella se puede poner fin al sometimiento de los sectores populares, pero también mantenerlo con su apoyo. Así, los razonamientos gramscianos explican el fuerte despliegue manipulador del Régimen —que se refleja más en lo que oculta que en lo que dice—, pero también en la aquiescencia de franjas de trabajadores con acciones de las dirigencias opuestas a sus derechos, como el aval de la cúpula de la CGT a la reducción de salarios en medio de la pandemia, convalidada por el Ministerio de Trabajo del gobierno popular: ya en los escritos anteriores a los Quaderni aparece la convicción gramsciana de que uno de los principales enemigos del proletariado está en el mismo proletariado, en su estrecha perspectiva económico-corporativa. No creía en la virtualidad natural y espontánea de la clase obrera para convertirse en sujeto revolucionario. Precisamente su insistencia en dar importancia a las tareas de formación cultural de los trabajadores y su concepción antijacobina del partido político, parten del hecho de que el conjunto de las masas populares puede y debe ser transformado en sujeto y agente creador de nueva historia.
Antes de su encarcelamiento, Gramsci estaba convencido de que la revolución no estaba garantizada por la sola existencia de condiciones objetivas, así como de que la ausencia de estas condiciones no podía conducir al fatalismo (4). Reflexionó sobre las relaciones entre condiciones objetivas y subjetivas de la revolución para responder a dos preguntas:
- por qué motivos subjetivos no se realizan revoluciones objetivamente posibles, y
- cómo debe intervenir una subjetividad revolucionaria en una situación de inmovilismo y de falta de perspectivas para el cambio.
Su teoría de la revolución como teoría de la relación entre subjetividad y objetividad, entre conciencia y realidad material, entre estructura y superestructura, entre teoría y práctica, conjuga la existencia de 4 condiciones:
- premisas de orden material y económico social;
- conciencia de los trabajadores respecto de las posibilidades creadas;
- disponibilidad para la lucha;
- presencia de una organización política capaz de romper el orden existente.
Es decir que Gramsci no olvida las bases objetivas de la ruptura transformadora, es un leninista; sin embargo, al hacer política en sociedades en las que las dificultades para el cambio radical son mayores que en Oriente, ve la necesidad ineludible de provocar una reforma en el campo en el que anida más sutil y fuertemente la dominación social: la conciencia.
Política y moral
La centralidad que Gramsci otorgó a la reforma intelectual y moral —así como su vigencia— se explica por sí sola: basada en una reconversión catártica de los intereses y necesidades de los grupos sociales, habrá de ser portadora de cambios en los hábitos y comportamientos en la vida cotidiana, de exigencias de solidaridad y austeridad frente a la crisis ecológica y la miseria internacional, y de un pacifismo activo; entonces, emerge como condición necesaria para el cambio socio-político y la creación de una cultura y una ética emancipadoras que impregnen el conjunto social.
Desde sus primeros escritos Gramsci postuló que el proceso de transformaciones debía ser, entre otras cosas, un hecho moral. En sus notas sobre moral y política está presente la necesidad de superar el “cinismo” que suele acompañar la praxis política.
Nuestro país ha conocido recientemente el cinismo político en estado puro y ha padecido sus consecuencias. Aunque en distintas dosis, el fenómeno tiene una dilatada historia, ha recorrido todas las geografías, se ha enquistado en amplios sectores sociales y tiene una manifestación paradigmática en el antagonismo entre la razón política y la razón ética. Cada día parece más evidente que el mero juego de la correlación de fuerzas o el método de acelerar las contradicciones no produce salidas satisfactorias. De ahí que un cambio social de fondo necesite acudir a instancias meta-políticas y meta-económicas como la ética, que son capaces de incidir en los niveles psicosociales más profundos de les humanes, tanto para rechazar el orden existente como para aspirar a la creación gradual de una sociedad alternativa. Esto no significa negar la necesidad de mediaciones científicas, económicas y políticas, pero sí implica destacar su insuficiencia.
Con su propuesta de reforma intelectual y moral, Gramsci no propugnaba una transformación social sólo basada en un cambio ético. Pero la escisión entre política y moral en aras de un nuevo tipo de tecnocratismo, como el que tuvo por abanderados a los CEOs macristas, incrusta al cinismo en el corazón de la política, entroniza una ética individualista que en nombre del mérito encubre negociados, y pretende convertir el interés de cada corporación en un nuevo criterio moral. Este proceso de corporativización de la sociedad mediante una especie de extendida indigencia moral es uno de los factores que explica la permanencia del antiperonismo y, en buena medida, el importante caudal electoral del macrismo aún después de haber consumado un drama nacional.
- Prestipino, Policitá della reforma intellectuale e morale, Crítica Marxista (1987).
- Q10 (1932-1935). Entre paréntesis señalo los años en que fue redactado cada Quaderno. Cito siguiendo la edición crítica de V. Guerratana.
- Q6 (1930-1932); Q 10; Q 11 (1932-1933); Q 13 (1932-1934); Q 15 (1933).
- Socialismo e fascismo: L’Ordine Nuovo (1921-1922)