El dedo de alberto

Fuente: Ricardo Aronskind | El cohete a la luna

Fecha: 20 de octubre de 2019

La ofensiva que lanzó el propio Mauricio Macri desde su estrado en el “debate” presidencial del domingo pasado no fue espontánea, ni menos aún vinculada a la disputa electoral coyuntural.

La partitura fue escrita hace rato, pero ha sido necesario remozarla debido al cambio dramático que introdujo Cristina Fernández cuando anunció el lanzamiento de la candidatura presidencial de Alberto Fernández.

La partitura sostiene que el kirchnerismo es autoritario, antirrepublicano, peligroso para la libertad y la propiedad y filo-chavista. Y chorro, para la gente menos ideologizada.

Poco de todo eso se ha verificado en la realidad, pero sabemos que la comprobación empírica no tiene importancia alguna en el discurso de la derecha.

El discurso les es útil como herramienta política en la lucha por el poder, y si sirve, sirve.

La caracterización del peligro kirchnerista fue trabajada durante más de una década por toda la cadena de medios de la derecha argentina y logró cierta implantación, en base a machaque incesante y sistemático y a la ostensible debilidad de los medios alternativos de difusión en el contexto de una falta de estrategia contrahegemónica.

Al desplazarse Cristina de una eventual candidatura presidencial, la gigantesca artillería montada durante infinitas horas televisivas y kilómetros interminables de notas, tapas y editoriales, además de febriles actividades literarias en ciertos juzgados, corrió repentinamente peligro de obsolescencia. El tipo de ataque estaba diseñado en función de la ex Presidente, cabeza clara de un espacio opositor nítido e irreductible.

La elección de Alberto Fernández tuvo una efectividad política extraordinaria, ya que permitió reunificar varios espacios peronistas alejados, establecer puentes con público independiente, acercar a sectores empresarios no tan ideologizados por el antikirchnerismo y rearmar una importante mayoría electoral a partir de ser capaces de canalizar el malestar poblacional, como se mostró en las PASO.

A pesar del vaciamiento que viene sufriendo la idea democrática en el mundo y en nuestro país, todavía las elecciones juegan un significativo papel en la designación de los representantes de las mayorías. (Aun cuando existen una cantidad de mecanismos previos de selección de partidos y candidatxs que tienden a reasegurar el orden dominante.)

Cristina, por la índole de sus convicciones y su dignidad personal, ha concitado un rechazo rayano con el paroxismo en las fracciones más extremistas de las clases dominantes locales y en los principales centros de poder occidentales, que prefieren políticos y Presidentes fiables, colonizados por la ideología de la globalización. Son esos sectores extremistas los que han acuñado la versión del kirchnerismo chavista, los que han alucinado milicias de La Cámpora, los que fabularon amenazas a la libertad de prensa y peligros inminentes de expropiaciones generalizadas. Mediante el aparato comunicacional que les pertenece, lograron implantar en sectores sociales subordinados el peregrino “recuerdo” de que se vivió con miedo en el período kirchnerista y que a ese “pasado negro” no se debe volver.

La irrupción de Alberto Fernández provocó desconcierto en ese decorado de ideas al gusto de la parte más retrógrada del poder local. Pero también generó en círculos empresariales dejados de lado por el macrismo expectativas de un mayor acceso a las futuras autoridades peronistas. En muchos anti-k, se multiplican las suspicacias en relación a la articulación política Alberto-Cristina.

El domingo del primer debate presidencial se develó cómo se reconfigura el discurso de la derecha local, no sólo para asustar independientes en el tiempo que resta hasta los comicios, sino para empezar a tratar con el enigma Alberto.

El índice del autoritarismo

Pongamos brevemente la campaña electoral en su contexto económico social. El cuadro es tan calamitoso que el registro de 5,9% de inflación mensual pasa casi desapercibido y una caída de la Bolsa del 5% en un día no sorprende a nadie.

No fue producto de una guerra ni de un cataclismo, sino de pésimas políticas aplicadas por la actual gestión. El país aparece fuertemente endeudado, con un Estado severamente comprometido en sus finanzas y sin ningún horizonte alentador. Es un país descerebrado, flotando en el mar embravecido de la globalización, con un gobierno que festeja este hecho y ofrece su territorio a los capitales del mundo que quieran depredarlo.

Si en esas condiciones objetivas cualquier candidato/a que se llame opositor no va a manifestar su malestar, su discrepancia, o el repudio que millones de argentinxs sienten por este cuadro de situación, debería retirarse de la política y dedicarse a otras actividades que no requieran capacidades mínimas para la confrontación.

¿Cómo no va a levantar la voz, enojarse, esgrimir argumentos y señalar responsabilidades un candidato opositor? La acusación de intolerancia, autoritarismo y otros epítetos por parte de Macri y el coro a su servicio, es sólo la bandera de largada de una campaña que se podría titular: “Alberto es tan confrontativo, peligroso y extremista como Cristina, hasta que no nos demuestre lo contrario”.

Hay que decir que todas las democracias occidentales en los últimos 40 años han hecho un culto de la moderación… de los izquierdistas. Una vez realizadas las reformas neoliberales en todos los escenarios políticos, se desató una campaña educativa para que todos los que formaron parte de cualquier sistema político partidario se comportaran “moderadamente”, respetando las reglas e instituciones destinadas a preservar el orden neoliberal.

El culto del político anodino, que no dice nada porque no se anima o porque ya no sabe qué podría decir, se transformó en una cultura política a reproducir e imitar, sinónimo de conducta cívica correcta.

Esta fue la tendencia global, que ahora se está destruyendo porque el líder de la principal potencia mundial la está demoliendo en base a tweets e improperios.

Pero en el caso argentino tenemos un matiz adicional: se pide respeto y moderación republicana frente a un modelo económico y social ruinoso para la mayoría de lxs argentinxs, pero además económicamente inviable. Según el enfoque que difunden los principales medios, no habría razón alguna para indignarse, ni por el tremendo fracaso económico, ni por el desastre social, por el pisoteo de la justicia y la existencia de presos políticos o por los mega-negociados gubernamentales.

Ni levantar la voz, ni levantar el dedo, que no es para tanto. Como diría el Querido Rey: “Tu te callas”.

Lo importante es la inhibición

El mensaje es: los únicos que tienen derecho a la indignación son quienes consideran que sus rentas, sus propiedades o sus dólares, así como las vías para poder extraerlos del país, están amenazados. Fuera de eso lo que corresponde es la moderación republicana.

Para nuestros políticos, especialmente para los que asumirán el 10 de diciembre, el mensaje es: habrá tolerancia cero a cualquier cosa que suene a discurso destemplado, a política pública “agresiva” o que desafine con la melodía conservadora dominante. Habrá que mantener y respetar los “logros” de la gestión macrista en cuanto a nuevas rentas generadas desde el Estado, a la nueva distribución del ingreso. A partir de eso, que los peronistas vean cómo se las arreglan para contener las expectativas sociales.

Se recicla el discurso de la furia anticristinista y se lo redirecciona como amenaza hacia Alberto. En principio, la meta del establishment sería alfonsinizarlo: un político con buenas intenciones y que comienza con mucha adhesión popular, al que se le aclara muy bien cuáles son los límites que debe respetar, y al que se va despojando sucesivamente de instrumentos de control económico, hasta que el desgaste político y la incitación mediática hagan lo suyo.

Cuando se le ocurra reducir alguna renta, eliminar algún privilegio, recortar algún abuso, regular algún mercado importante o volver algún precio a la racionalidad, se lo atacará como chavista y títere de la extremista de Cristina. En cambio se lo acompañaría si decidiera desprenderse de la Yegua y emprender el brillante y luminoso camino que ya está recorriendo Lenin Moreno en Ecuador, que ha logrado descender al 5% de adhesión pública pero recibe gran cariño de la elite ecuatoriana y sus medios de difusión.

Todos piden, nadie pone

Salvo una parte de los votantes de Cambiemos –un fenómeno sociológico aparte—, todos saben cómo terminan las elecciones del próximo domingo. Y de hecho se están realizando preparativos en ese sentido.

Desde el espacio del Frente de Todos se insiste con la necesidad de un pacto social, de un acuerdo real y sostenible con los principales actores económicos y gremiales para garantizar la viabilidad económica y política del gobierno de Alberto Fernández en el difícil tramo inicial.

El escenario es sumamente complejo. Un punto central a despejar es cómo se resolverá el manejo de los impagables compromisos externos que deja el macrismo.

Al mismo tiempo se requiere relanzar la producción y poner un énfasis mayor que en el gobierno de Cristina en las posibilidades exportadoras de todas las actividades locales.

La delicadísima situación presupuestaria obligará a un muy preciso manejo de recursos y gastos: no habrá margen fiscal para rescates masivos y menos a empresarios prebendarios.

Pero lo notable son las declaraciones que hacen quienes han sido los impulsores y sostenedores de la gestión macrista, los mismos que deberán ser los participantes necesarios del pacto social, que de ser exitoso debería desembocar en una nueva etapa de crecimiento sostenible de la economía nacional y de recomposición del golpeado tejido social.

Por ahora, los empresarios se aprestan a contribuir al próximo gobierno con nuevas demandas.

La Unión Industrial reclamó recientemente la reducción de una serie de impuestos que afectan a la actividad, en nombre de la competitividad externa. Parece llegada la hora de que el Estado Nacional abandone su rol de dador bobo y comience a exigir compromisos concretos y verificables, a cambio de concesiones a cualquier sector.

Claudio Cesario, de la Asociación de Bancos Argentinos (ABA), se mostró esperanzado que la renegociación de la deuda se haga respetando al máximo los compromisos fabricados por el macrismo: «No creo que sea necesario una reestructuración de la deuda externa agresiva en términos de quita de capital e intereses». Es notable lo distorsionado que está el debate público en Argentina. Todo actor de la escena nacional debería bregar, aunque sea formalmente, por el mayor alivio financiero posible para el Estado y nuestra población. Sin embargo, aquí se expresa públicamente la solidaridad con la sensible piel de los acreedores externos.

En tanto, ABA emitió un documento reclamando un “fuerte compromiso con el equilibrio fiscal” del próximo gobierno. No se está refiriendo a ser más eficiente en términos recaudatorios, sino en ser más estricto que el macrismo en recortar el gasto público… en un contexto de derrumbe económico. El resultado de la simpática recomendación de ABA sería sumir en la impotencia al próximo gobierno y llevarlo a defraudar las enormes expectativas existentes de alivio social.

A su vez, ABA, el Foro de Convergencia Empresaria, el Club Político Argentino y el Instituto para el Desarrollo Empresarial Argentino (IDEA) reclamaron garantizar la estabilidad de los funcionarios en 12 organismos públicos, entre ellos el Banco Central, la AFIP, el ANSES… Es decir, se reunieron varios de los más importantes apoyos empresariales y políticos de la actual gestión (calamitosa) a reclamar la continuidad de los funcionarios designados por… la gestión calamitosa. Entre los funcionarios de los cuales se solicita su permanencia aparece, increíblemente, la militante macrista Laura Alonso, especializada en no investigar la corrupción y perseguir al kirchnerismo.

Según Ámbito Financiero, esta iniciativa fue elaborada luego de las PASO debido a que “el temor y la casi certeza de que el Frente de Todos gane las elecciones por un amplio margen aceleró la preocupación empresarial por garantizar la profesionalidad de algunos organismos clave”.

Ahora llaman profesionalidad a la ocupación del Estado por los CEOs y sus empleados, con los resultados que están a la vista.

Prolegómenos

El comportamiento de los actores, sus declaraciones y exigencias —previsibles, por otra parte—, obligan a tener muy claras las prioridades y el árbol de decisiones en el próximo gobierno.

Ha fracasado un sector social, el más poderoso económicamente del país, que impulsó un programa económico que trajo estas consecuencias. Ahora pretende no sólo desconocer su paternidad sobre el macrismo, su grave responsabilidad social, sino ir asentando en principio una tutela sobre el gobierno entrante, para reducir al mínimo su capacidad de acción.

Es cierto que socialmente aún no se ha visualizado con claridad la estrecha relación entre el poder económico concentrado y el gobierno de Cambiemos, pero tampoco se debe actuar como si estuviera vigente la versión de la realidad acuñada en el punto cúlmine de la hegemonía macrista, incluidos sus anatemas, sus denuestos y sus grandes hits publicitarios.

La crisis es una ocasión para la disputa de conceptos y de sentidos políticos.

La agitación del fantasma del autoritarismo, valor que no le preocupa en absoluto al aparato comunicacional de la derecha, apunta a inhibir políticamente a la futura gestión peronista.

La confusión que se pretende instalar debe ser decididamente rechazada y refutada.

Autoritarios son los que pretenden, con o sin votos, imponer sus criterios a la sociedad.

El próximo gobierno popular no podrá cumplir sus objetivos si no despliega, desde el primer día, una lectura diferente del país y de sus prioridades, y si no demuestra que está dispuesto a ejercer, con toda convicción, la legítima autoridad política que le va a conferir la mayoría nacional.

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