Fuente: Claudio Scaletta | Suplemento Cash – Pag./12
Fecha: 3 de junio de 2019
La unción a la candidatura presidencial de quien fuera jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, pero también de quien se alejó del “matrimonio presidencial” a partir de 2008 revivió, en pleno auge de la unidad, la evocación de una figura de tiempos de rupturas: el “nestorismo”, es decir, la exaltación del primero de los tres gobiernos kirchneristas como una etapa idílica del ciclo en la que se construyó la gobernabilidad a través de la “concertación plural”, la baja conflictividad social, el tipo de cambio “competitivo y estable” y, sobre todo, los legendarios “superávits gemelos”, es decir, fiscal y de cuenta corriente. Luego, prosigue el relato, llegó Cristina y rompió el encantamiento, sea por las nuevas decisiones de política económica o, dependiendo del prisma, por la “acumulación de desequilibrios” durante la primera etapa.
No es el objetivo de estas líneas ocuparse de la política económica comparada de los gobiernos kirchneristas. Quien desee ampliar puede recurrir a uno de los referentes económicos de Alberto Fernández, Matías Kulfas, quien abordó exhaustivamente la cuestión en su libro Los tres kirchnerismos, de lectura recomendada. El objetivo aquí es mucho más modesto: afirmar que el “nestorismo” fue una creación ideológica de la oposición política de entonces, tanto para denostar a los gobiernos de CFK, como para exaltar como virtuosos en sí mismos resultados económicos transitorios, como determinado nivel de tipo de cambio y los superávits interno y externo. Desde una perspectiva estrictamente económica, el nestorismo entraña además un error conceptual, pues desconoce el objeto principal de la política económica, que es el “ciclo económico”. Si el objeto es el ciclo, el objetivo es la conducción del ciclo.
El ciclo económico 2003-2015, período que incluye una de las décadas de mayor crecimiento de la historia económica local, puede caracterizarse como una etapa de “crecimiento conducido por la demanda”. La convertibilidad de Menem-De la Rúa dependía de la entrada de capitales. Cuando esta entrada se cortó, ya no fue posible sostener el nivel del tipo de cambio. Frente a la megadevaluación resultante, que no fue una decisión política sino el resultado del estallido, el gobierno interino de Eduardo Duhalde tomo dos medidas estructurales, un poco por voluntad y otro por la fuerza de las circunstancias: establecer derechos de exportación y pesificar las tarifas de los servicios públicos. Ya con Néstor Kirchner se tomaron otras dos decisiones adicionales centrales, comenzar a recuperar salarios, vía sumas fijas primero y aumento del salario mínimo después, y el desendeudamiento. Nótese de paso que estas cuatro medidas fueron las estructuralmente revertidas por la administración de Cambiemos.
Con más dinero en el bolsillo de los consumidores comenzó a recuperarse la demanda y la producción. El sueño de muchos economistas que asesoraron en la primera etapa, como Roberto Frenkel, era que se congele aquel nivel de tipo de cambio de salida de la crisis, de manera tal que su presunto carácter “competitivo” sea también “estable”. La utopía significaba congelar la foto de la distribución del ingreso de aquel momento, altamente desfavorable para los trabajadores.
Los buenos precios de las productos que Argentina exportaba más el alivio de pagos derivado del default posibilitaron un excedente externo y la acumulación de reservas. Tener superávit externo significa tener la libertad de decidir el nivel del tipo de cambio. Así, mientras el PIB crecía, se pudo mantener estable uno de los principales precios básicos de la economía, el dólar, lo que significó a la vez una relativa estabilidad de precios. Al mismo tiempo, el Estado recaudaba vía los derechos de exportación, apropiándose de una parte de los beneficios de la devaluación, a la vez que el erario se beneficiaba también de la expansión económica, ya que el nivel de recaudación resulta siempre procíclico: sobrerreacciona tanto a las expansiones como a las recesiones. Es por eso que los superávits suelen coincidir con las expansiones y los déficits con las recesiones. Los superávits en recesión, en cambio, antes que indicar “finanzas sanas”, expresan la destrucción de las funciones del Estado.
Lo que ocurrió durante el primer gobierno kirchenerista no fue una etapa dorada, sino la primera fase de un ciclo de expansión, lo que ocurre cuando partiendo de una situación recesiva se toma la decisión política de poner en marcha la demanda, tanto por la vía del Gasto como del Consumo. Por entonces, la expansión generada fue acompañada por los buenos precios internacionales y el alivio de los pagos externos, es decir, la economía tuvo una ventana de dólares más larga para financiar el crecimiento que la que hubiese tenido con peores precios internacionales.
Pero el inicio del ciclo no queda congelado, continúa. La disminución del desempleo y el crecimiento ponen en marcha la puja distributiva, disputa que le mete presión a los precios. En la primera etapa del ciclo kirchnerista, entonces, la inflación fue el resultado de la mejora de los salarios. A su vez, la suba de los precios internos se fue comiendo el diferencial de la “la competitividad cambiaria”, cuya paridad se mantuvo estable gracias al ingreso de divisas, posibilitando la estabilidad macro. De lo expuesto surge que cuando el tipo de cambio es competitivo no es estable, salvo que se congele la distribución del ingreso y la recesión. Es de estas correlaciones de dónde surge la idea de “pacto social” como herramienta para la convergencia hacia una menor inflación.
El crecimiento de la primera fase del ciclo comenzó a frenarse por tres razones. La crisis internacional 2008-2009, que se tradujo en el inicio de la caída de los precios de exportación, la vuelta a los pagos de deuda a partir de la reestructuración de 2005 y, fundamentalmente, al crecimiento del PIB, que en su evolución contrae el saldo de la cuenta corriente del balance de pagos. No fue lo único que pasó. También la rápida expansión contribuyó a un aumento de la demanda de energía más rápido que la expansión de la oferta interna. Como no se contó con un plan de desarrollo de mediano plazo, un subproducto de la urgencia por apagar incendios mientras se construían nuevos consensos sociales, hacia 2011-2012 el conjunto de estos factores llevaron a la reaparición de la restricción externa. Y cuando los dólares se vuelven escasos la administración del ciclo cambia completamente. El primer resultado evidente es el freno de la expansión de la economía y sus derivados, como la creación de empleo.
Hablar de la primera etapa del ciclo de expansión del kirchnerismo remite sin escalas al presente. Es altamente probable que el próximo gobierno nacional-popular inicie un nuevo ciclo de crecimiento con condiciones similares, pero con algunas diferencias de peso: las mayores obligaciones de deuda, especialmente con el FMI, y precios internacionales “más normales” achicarán la ventana del excedente externo para financiar la expansión, la peor herencia estructural del macrismo. Es poco probable que pueda volver a soslayarse un plan de desarrollo explícito y el consenso de clases necesario para su impulso y sostenimiento.