Fuente: Bernarda Llorente* | Perfil
Fecha: 19 May 2019
Los últimos movimientos de Cristina anticiparon que la confrontación electoral no se definiría en los márgenes estrechos y convencionales que suele entender la política. Desde la presentación del libro, al anuncio de la candidatura de Alberto Fernández, la ex presidenta rompió la lógica que intentaba “acorralarla” en una polarización que azuzaba fantasma de un pasado “condenado” a repetirse.
De eso se trató el empeño del Gobierno de exhibirla en un banquillo que no solo juzgaría su figura sino, también, los años de una Argentina que muchos hoy recuerdan con nostalgia. Renunciar a encabezar la fórmula habla de una voluntad política capaz de superar subjetividades o visiones estrechas. Frente al reclamo reiterado de ampliar espacios y alianzas, el ex jefe de Gabinete aparece como un guiño hacia el peronismo no K y ciudadanos independientes, decepcionados con Cambiemos, pero reacios a “volver a enamorarse”.
Los dos son Fernández, tienen enormes coincidencias, algunas diferencias y, definitivamente, no son lo mismo. El desafío para el ex jefe de Gabinete es construir un liderazgo que amplíe las fronteras y consolide la confianza. Cristina hará lo propio. A sabiendas que es irremplazable, juega a desbaratar la estrategia electoral de Cambiemos que consiste en ocultar impericias y fracasos tratando de demonizar a su principal contrincante.
En un fin de semana que Cambiemos podía proyectar como apacible y prometedor luego de “torcer” la decisión de la Corte, Cristina vuelve a ocupar la escena y desconcierta. No hay respiro para un gobierno que oscila entre el optimismo simulado y los presagios que merodean la derrota. Los ocho traspiés electivos y consecutivos cuelan en el discurso oficial la “impotencia” de iniciar una cuenta regresiva, probablemente sin revancha y con punto final.
El esfuerzo por despegarse de los “perdedores” ha sido tan trabajoso como el de evitar asumir responsabilidades o adelantarse en el pase de facturas. En el búnker cordobés de Mario Negri –el candidato enaltecido en campaña y descartado tras el naufragio de un voto que se consideraba “cautivo”–, recobró vigencia una sabia frase napoleónica: “La victoria tiene cien padres, la derrota ninguno”. O, como dijo en criollo Elisa Carrió, “qué terrible que se borren todos, me dan asco”.
En Córdoba, un Schiaretti triunfante apura la estrategia electoral de un peronismo federal que, por sus parecidos, puede arrebatarle votos a Macri. La próxima Convención de la UCR es otro dolor de cabeza para el Gobierno: o cede parte del poder o el radicalismo puede ser un aliado diezmado o alejado. La sangría de votos que sufrió el oficialismo en tan solo dos años restó peso a la “grieta”, dejando lugar a la Argentina socialmente fragmentada, sacudida y sumergida por tanto ajuste.
Acallar las voces disonantes es una tarea ardua porque los triunfos alinean, los fracasos desunen. El Presidente predica una “alegría” que desmiente su propio rostro y el de los funcionarios más íntimos. Actúa enojado, eleva la voz, reta, confunde “empleados” con ciudadanos, ordena, amenaza, subordina. Pareciera creer que la sobreactuación oculta las debilidades intrínsecas, personales y del modelo.
Más allá de las candidaturas oficialistas y de las posibles rupturas dentro de la coalición gobernante, lo que realmente preocupa al establishment es un modelo neoliberal en riesgo. No importan los costos “republicanos”, la separación de poderes en los que se asienta la democracia, la imparcialidad de la Justicia, la defensa justa. La decisión de la Corte de solicitar el expediente ante los reiterados recursos de queja por parte de la defensa de Cristina Kirchner reveló un andamiaje de presiones y aprietes que, por la “gravedad” y la “urgencia”, quedaron al descubierto. Desde ministros al propio presidente, la Corte fue juzgada, insultada, vapuleada, por contrariar los planes y deseos de un Poder Ejecutivo que ha hecho de la “administración” de Justicia una de sus principales herramientas de construcción política. Como decía Confucio: “El que domina su cólera domina a su peor enemigo”.
El Presidente no lo estaría logrando.
*Politóloga. Experta en Medios, Contenidos y Comunicación.