Fuente: Edgardo Mocca | Página 12
Fecha: 10 de FEB 2019
El episodio que rodea la denuncia sobre extorsiones en la Justicia prueba de modo contundente lo que ya se sabía: la existencia de un procedimiento judicial cuyo único sentido era y es el de llenar con declaraciones arrancadas del modo que hoy se exhibe, el guion prefigurado de la “corrupción kirchnerista”. En las últimas horas el episodio adquirió facetas patéticas. La que a juicio de este comentarista ocupa un lugar preferencial es la que surge del reportaje radial de Roberto Navarro y su equipo al personaje central de la saga: el señor Marcelo D’Alessio (foto). Se trata de la persona cuyo cuerpo escenifica un episodio tragicómico, del que es difícil encontrar antecedentes locales y mundiales. Es el apriete mafioso a un empresario desplegado desde el conocido lugar de “influyente judicial”, es decir el de una persona en cuyas manos está la solución de lo que para cierta persona acusada judicialmente parece una situación sin salida. Soy yo o el infierno. Desde allí las constataciones fílmicas ilustran con todos los pormenores necesarios, la escena de una operación delictiva destinada a sacarle dinero al acusado.
Hasta ahí estamos ante un delito, por así llamarlo, “convencional”. Puede intuirse que también bastante habitual en la trama judicial argentina: el influyente existe en las comarcas menos rutilantes de nuestra geografía. Y actúa con desgraciada frecuencia fuera de la ley. Hasta aquí la cuestión puede decirse que es desgraciada, repugnante, desafiante de cualquier idea de ética pública, pero nada dice de su centralidad política, de su capacidad de iluminar el tiempo que nos toca vivir.
El problema se hace un poco más delicado cuando, interrogado por Navarro, D’Alessio no sabe explicar quién dirigía lo que él presenta como una “investigación”, bajo la cual deberían interpretarse las escenas que lo muestran en el poco agraciado papel de chantajista. Es decir, “no es lo que ustedes piensan, yo en realidad quería profundizar en la averiguación a fondo relacionada con la noble causa de los cuadernos quemados de Centeno. Entonces simulé una extorsión para avanzar en mi investigación”. Frente a la obvia pregunta “¿Y para quién investigaba doctor D’Alessio?”, el hombre se niega a responder e insinúa que la gravedad de sus funciones se lo impiden. No, eso yo no se lo puedo contestar y tenga cuidado con no repetir la experiencia de Beliz con Stiuso, dijo el delincuente como quien protege un secreto sagrado, como si la dependencia funcional de una potencia extranjera fuese una coartada y no un agravante del flagrante delito.
Pero aun así, todo podría quedar en una anécdota sobre el funcionamiento de las mafias judiciales. Y quedar sometido al régimen de descalificación que se sustenta en fórmulas tan sabias como la de que “siempre existieron estas cosas en el poder judicial”. En momentos “programáticos” como los que se abren en el país, sería bueno conocer la opinión de todos los candidatos sobre el poder judicial realmente existente en la Argentina. Sería bueno que no nos escondamos en recursos tales como la idea de que no es un tema que rinde electoralmente porque la población que le da importancia a estas cosas no decide el resultado de octubre.
Más aún, no faltará quien diga que profundizando esta denuncia estamos “distrayendo” al pueblo sobre sus problemas más urgentes, el pan, la luz, el gas, el colegio, el colectivo… Ahora bien, la teoría de la distracción tiene una larga y significativa historia en nuestra historia reciente: su episodio más emblemático fue la guerra de Malvinas. La dictadura creyó encontrar la piedra de su salvación apelando al sentimiento patriótico del pueblo para enterrar en el olvido el masivo pronunciamiento sindical-popular que había tenido lugar dos días antes del desembarco en Puerto Argentino. Si el gobierno de Macri no logra silenciar el tratamiento público de este vergonzoso proceso que lleva el nombre de “causa de los cuadernos”, si no puede impedir que una impecable colección de pruebas ponga a algunos jueces y fiscales en el lugar de funcionarios corruptos cuya única justificación histórica es la denigración de los gobiernos kirchneristas y, de paso, el mejoramiento de sus cuentas bancarias, entonces estamos en una fase terminal del régimen.
Lo más probable es que la espantosa saga que podemos mirar con ojos de asombrados espectadores esté señalando un momento central de la crisis política argentina. La causa de los cuadernos quemados era la carta brava del establishment para consumar la obra del aislamiento y derrota de la experiencia política de los doce años anteriores a Macri. El resultado se insinúa parecido al del desembarco en Malvinas. En busca de eliminar al antagonista el macrismo tuvo que mostrar su rostro más auténtico. No vienen para sostener a la clásica burguesía asociada al Estado (a gente como Franco Macri). Vienen a fundar un régimen posnacional. Vienen a “integrar el país al mundo”. Y “el mundo” pide impiedad con los populismos, cualesquiera sean los recursos que hagan falta para destruirlos. Toda la política gira en torno a la suerte de este designio imperial respecto de Argentina. Hasta la suerte política de Macri puede terminar resultando un problema menor.
Las imágenes sobre Comodoro Py y el lugar entre ridículo y siniestro en el que ha quedado la operación servicial de los cuadernos quemados –envuelta desde su inicio en el oprobioso marco de la extorsión– nos están indicando que estamos viviendo el tiempo de la descomposición del régimen. Lo que queda por saber es cuál es el futuro que nos promete cada una de las hojas de ruta que claramente disputan el poder en la Argentina. La pregunta sobre el funcionamiento del poder judicial y sobre si es posible salir de esta descomposición sin una reestructuración que tenga estatus constitucional no es un devaneo ideológico ni una postura extremista. En la situación actual el régimen político prescripto por nuestra ley fundamental ha sido reemplazado de facto por el de la arbitrariedad y la extorsión sobre la vida y la libertad de quienes no se sometan a los dictados de los poderosos. No se pueden separar las urgencias populares de la cuestión democrática de fondo. Si se lo intenta seguiremos viviendo el eterno retorno de los autoritarismos.
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