Fuente: José Cornejo Pérez* | Ag. Paco Urondo
Fecha: 23 de ENE 2019
Desde la derrota presidencial de 2015, un sinfín de compañeros y compañeras se pasan la posta. En el reclamo, los más audaces cuestionan a CFK, lo más prudentes arrancan con la cantinela «porque los pibes de La Cámpora bla-bla». Cautelosos, no sea cosa que en nueve meses CFK esté ganando de nuevo.
Se me ocurren algunas impresiones. La más evidente, que la autocrítica tiene muy poco de auto. Militantes que tuvieron responsabilidades importantes de gestión ven mucha paja en el ojo ajeno y poca en el propio. Sería interesante escuchar: «Yo por ejemplo en el INCAA o en la secretaría de Agricultura no me preocupé mucho si los fondos llegaban verdaderamente a los destinatarios».
Segundo. Cuando se pide autocrítica, a) no hay mucha claridad sobre qué cosas se corregirían. Vagos reclamos específicos sobre cómo debería haberse implementado la Ley de Medios o perfeccionado la gestión del ministerio de Desarrollo Social. (Dato: lo que sigue funcionando en el ministerio a pesar de Carolina Stanley fue lo que construyó Alicia Kirchner). También están los b): quienes reclaman grandes cambios estructurales que hubieran sacado a la Argentina de su condición capitalista periférica. Le reclaman a CFK que «no industrializó» o «no terminó la pobreza» como si eso no fuera una estructura del capitalismo planetario y dependiera solamente de la botonera del presidente local. Posiblemente el último mandatario que tuvo esa decisión en sus manos haya sido Mao, dado que su Estado administra un quinto de la población mundial y cuatro décadas después de su fallecimiento, el Imperio Celeste aún está resolviendo el asuntillo de industria y pobreza.
Tercero, el peronómetro. Los y las que saben perfectamente lo que hubiera hecho Juan Perón, Néstor Kirchner y Eva Duarte y pontifican sobre cómo CFK debería imitarlos. Me guardo las observaciones sobre esta legión de médiums.
A todo esto, hay que prestar atención sobre la funcionalidad de las autocríticas. Cuando el kirchnerismo fue gobierno, desde la AGENCIA PACO URONDO criticamos muchos aspectos:
- los estragos que produjo la devaluación de 2014,
- la falsa promesa de regresar a los mercados pagándole al Club de París,
- la masacre de Once,
- el error de pelearse con Hugo Moyano,
- los límites de 678,
- y un largo etcétera.
Todas esas autocríticas las hicimos en notoria soledad. Pero ahora que el campo popular fue derrotado y está fragmentado, ¿cuánto suman las críticas? ¿Qué resortes de poder reales tiene el campo popular cuando pierde el Estado? Porque el establishment, en una sociedad capitalista, puede soportar la pérdida del Estado razonablemente bien (Gramsci dixit). La coacción económica y el sentido común individualista lo protegen de un Estado adverso. Pero cuando el campo popular pierde el Estado cunde la confusión y el oportunismo. Hasta Perón fue desafiado en los muy combativos 60s.
Naturalmente hay críticas excelentes, que deben ser tomadas en cuenta. Como ejemplo, la última de Coco Blaustein. Pero en la abrumadora mayoría de los casos, los alcahuetes del ayer se han convertido en los sermoneadores del presente.
Así las cosas, propongo que cada uno y una mire qué bastón de mariscal tiene en su mochila y vea qué le puede aportar al Pueblo para que la oligarquía tenga que entregar el sillón de Rivadavia. Y ese aporte tiene que exceder la reflexión de la cafetería.
* Director Agencia Paco Urondo.