Fuente: Aldana Huilén Ceijas | Revista Zoom
Fecha: 11 de JUL 2018
“La ciudadanía supone soberanía. Si no hay decisión sobre el propio cuerpo, la ciudadanía está en mengua. El derecho al aborto es un derecho humano y básico”, explica Dora Barrancos. Entre metáforas y términos académicos, se hace entender con facilidad, rasgo que tal vez traiga de su trayectoria como docente: desde su juventud como maestra de escuelas públicas, hasta su larga experiencia como profesora en universidades nacionales. Fue una de las pioneras en el estudio de la historia de las mujeres y las sexualidades disidentes en Argentina desde fines del siglo pasado y se le forma una sonrisa amplia al hablar del “importante relevo generacional” que advierte en las feministas de esta época.
En su casa porteña, las habitaciones son grandes y acogedoras, con ventanales que llegan hasta el techo y dejan entrar toda la luz de la media tarde. Se ubica en uno de los sillones de la sala de estar y se acomoda para hablar largo y tendido. Se presenta como “historiadora y socióloga”, pero su currículum es mucho más extenso que eso. En la década del 60, estudió la -por entonces- nueva carrera de Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y fue parte de la “generación que quebrantó la menguada participación de las mujeres en la Universidad”. Durante la última dictadura militar, civil y religiosa, debió exiliarse a Brasil por su compromiso con la Juventud Peronista, espacio del cual se alejó cuando volvió al país, una vez repuesta la democracia. Reconoce que fue en Brasil donde se vinculó al movimiento feminista, a Michel Foucault y a la historia como campo de estudio.
Después de obtener una maestría en Educación y un doctorado en Historia en instituciones brasileras, fue Directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Actualmente dirige el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en representación de las Ciencias Sociales y Humanas. En esta entrevista con Revista Zoom, recorre la historia de la lucha por el derecho al aborto, analiza la coyuntura política que habilitó el debate parlamentario y las próximas luchas en la agenda política del feminismo.
¿Cuándo podemos ubicar los inicios del debate por el derecho al aborto en Argentina?
El debate sobre el aborto, como cuestión pública, es muy reciente. Ahora, que no hubiera debate público no quiere decir que no se debatiera. Cuando yo era joven, era muy común el punto de vista favorable al aborto que teníamos las de mi generación. Sin embargo, no tenía una expresión de gran debate público, que sólo pudo venir a tono después de la recuperación democrática, con el renacimiento de diversos cauces feministas.
La agenda principal del feminismo fue la violencia y produjo una serie de leyes: la primera de violencia doméstica y la más reciente, que es contra todas formas de violencia, la 26.485. El aborto no estuvo entre los elementos más importantes de la agenda hasta que se formaron grupos específicos de feministas. Puedo recordar muchos núcleos, como puede ser el Foro por los Derechos Sexuales y Reproductivos, y después una Coordinadora por el Derecho al Aborto. Hasta que hubo un paso muy notable con los talleres sobre aborto en los Encuentros Nacionales de Mujeres. Yo creo que eso fue una contribución fundamental para su debate público. De los encuentros surgió la primera pro-forma de la campaña nacional, que coaguló en 2005 y que se extendió con muchísima fuerza. Así llegamos al debate en el Congreso, por primera vez en nuestra historia.
¿Hubo un cambio de paradigma para llegar a poner el aborto en la agenda del feminismo y de la política en general?
Lo que sí cambió como paradigma en la segunda ola del feminismo, que arranca en los años 60, fue el reconocimiento del cuerpo. Las feministas se dieron cuenta de que tenían cuerpo y de que el cuerpo era el campo fundamental en donde se acertaban las claves de la lucha antipatriarcal. Se dieron cuenta de que la forzosa norma de ser madres era una forma de la violencia.
¿A qué se debe ese “renacimiento” del feminismo con la vuelta de la democracia?
Entre las generaciones de los ´60 y ´70 y las actuales, ocurrieron grandes cambios sociales y culturales. Los cauces feministas se ensancharon de forma significativa para que otros sujetos se aliaran también a reclamar sus derechos. Me refiero a los sujetos de sexualidades disidentes, lo que fue una enorme contribución para la visibilidad y reconocimiento de esas personas que estaban también en las márgenes de la sociedad. Estos cambios culturales fueron muy profundos también en un orden: creo que hay un sentido más aguzado del derecho a la sexualidad en las más jóvenes. Se construyó una subjetividad contradictoria e insurgente con respecto al “establishment moral” que corresponde a la madre o a la abuela. Me parece que las jóvenes, aunque no hayan leído ni una página de feminismo teórico, tomaron esa clara decisión interna de: “conmigo no va a pasar lo mismo”. Las generaciones anteriores de mujeres tuvieron que pagar su sexualidad, evitarla, no ponerla en evidencia o no experimentarla.
Usted desarrolló sobre derecho al pleno goce de la sexualidad. ¿Cómo se relaciona con el derecho al aborto?
Toda mujer o cuerpo en condición de gestar que tiene relaciones heterosexuales, convive con la sombra de la posibilidad de un embarazo no deseado porque no existen métodos anticonceptivos infalibles. En el 80% de los casos, el embarazo es una contingencia y no la voluntad de la gestante. Cuando estaba en Brasil, tuve acceso a un trabajo que se hizo con mujeres de sectores populares y que reconocían que sólo con la menopausia se dieron el derecho a una sexualidad mucho más estridente, por así decirlo. Ahí viene una cuestión: el patriarcado implica la inhibición del goce sexual de las mujeres por el mandato reproductivo. El acto sexual, para ellas, es sólo para tener hijos. Para esta ocasión, en que seguramente ganemos el derecho al aborto, el Estado le devolverá a las mujeres el derecho a su sexualidad. Estará mucho más retirada la posibilidad de quedar embarazadas sin quererlo porque, si ocurriera, habrá una asistencia digna, con todas las características de la legalidad y no de la clandestinidad.
Nombró a las jóvenes. ¿Qué opina sobre las adolescentes que se sienten convocadas al feminismo?
Hay un cambio extraordinario y generacional. Esa vigilia que fue desde el 13 de junio al día siguiente durante el debate de la ley en el Congreso, fue de lo más relevante. Reordenó el propio debate en la cámara, porque fue una instancia de interpelación a las y los representantes. Yo estoy segura de que esa vigilia de tantísimas jóvenes –y algunas más grandes, desde luego-, fue decisiva para la positividad del voto de algunos representantes. Yo creo que está labrándose en estos días una página formidable de la historia de las mujeres en Argentina.
¿Cree que la coyuntura política actual dio lugar al debate por el derecho al aborto?
Sí. Yo creo que el gobierno pensó que con esto podía entretener un tiempo a la población. Falló un cálculo ahí. No midió el grado de acatamiento en la subjetividad de tantas mujeres. No quiero referirme a la ambigüedad del presidente, pero, de todas maneras, llama la atención. Cuando un gobierno efectivamente manda, autoriza, que su bancada trate una ley, es para apoyarla. Es la primera vez que esto no ocurrió. Una piensa en Alfonsín y el divorcio vincular, en los mandatos Kirchner y en la ley de Matrimonio Igualitario y la de Identidad de Género.
Este debate abrió las aguas también dentro de las filas del PRO. Un caso a resaltar es el de la diputada Silvia Lospennato, que defendió el proyecto de ley. ¿Cree que es posible un feminismo desde la ideología que plantea el macrismo, de tono “neoliberal”?
Sí, lo es. Yo recuerdo, por ejemplo, las fraguas de sentidos de género atribuidas a un supuesto progresismo del gobierno del PAN (Partido Acción Nacional) de Vicente Fox, en México, que usaba el “todas y todos” y tenía cuadros políticos muy fundados en el feminismo y en teoría de género. No es ínsito ser feminista, ser libertaria y tener opinión de izquierda. En el caso de la diputada Lospennato, debemos subrayar que, en esta perspectiva, se comportó como una auténtica liberal. Las auténticas liberales en EEUU acompañaron estos derechos, que finalmente son derechos de soberanía que los trajo a la vida política el propio liberalismo. Aquí viene el comentario inexorable: yo no creo que este gobierno sea de liberales o de neoliberales. Me permito sostener que hay mucha más vertiente conservadora que propiamente liberal, como pasó en todo el transcurso del liberalismo en Argentina. No tiene las características de distribución de intereses de aquellos que abogan por el mercado. Hay un grupo de favorecidos con esta política, es un mercado acotado a determinado tipo de negociantes. No entran todos.
¿Y qué opina con respecto al Senado, para el momento que trate la ley? ¿Lo ve como un espacio meramente conservador?
Es una cámara más pequeña, con lógicas de trabajo muy diferentes, mucho menos cooperativas que en la Cámara de Diputados. Además, tiene una presión directa, porque son representantes de provincias. Ahí se expresan con mucha fuerza las jerarquías de la Iglesia, entonces hay una suerte de coacción inhabilitante para el estado de opinión autónoma. Históricamente el Senado tuvo más posturas regresivas que progresivas y, aunque cambió mucho por la composición política, se ve muy bien que hay más fuerzas conservadoras que progresistas. Pero yo estoy muy confiada, creo que estaremos ajustadas con los votos, pero victoriosas.
¿Cuáles serán las próximas luchas del feminismo?
Yo veo dos. Una muy clara es en torno a igualar las oportunidades en el mercado laboral para las mujeres. Las feministas no estuvimos tan atentas a la segregación en el mercado laboral, no organizamos movilizaciones para acabar con el tremendo gap salarial, para que haya más mujeres piloteando aviones, embarcadas o que se dediquen a trabajar con tecnologías, espacios mucho más favorables a la admisión de varones. La otra es el reparto igualitario de los cuidados. Los cuerpos de mujeres no pueden soportar más el hecho de que el 85% de toda la incumbencia doméstica recaiga en un cuerpo femenino. Estamos muy próximos a que la expectativa de vida aumente mucho más. Entonces, es evidente que las mujeres tienen que quedar, en buena medida, liberadas de esa tremenda responsabilidad de asistir a todas las generaciones, con contribución por parte del propio Estado para resolverlo.