El 27 de enero de 1944 el Ejército Rojo llegó a Auschwitz, en Polonia. Sus soldados, que creen haber presenciado todo el mal que podía ser visible, quedaron atónitos frente a los campos de exterminio. El “mal absoluto” se expresó frente a ellos a través de montañas de cadáveres, hornos todavía humeantes y personas famélicas destruidas en su propia humanidad.
Las distintas formas que ha asumido la lógica nazi de dominación y opresión a través de la historia, en sus versiones esclavistas y genocidas, alcanzaron su expresión máxima de perversión industrializada con el ascenso al poder de la maquinaria nazi.
La fría contabilización de las víctimas impone la invisibilización de los rostros. Suma aritméticamente vidas sin sopesar el sufrimiento íntimo de cada una de ellas, sin dimensionar el dolor insoportable del asesinato de un único niño. Y fueron casi dos millones de menores masacrados.
La Shoá recuerda a las seis millones de víctimas. Pero son –en realidad— treinta millones de civiles exterminados por la maquinaria nazi. Quince millones de ellos —poco referidos en la historia hegemónica de occidente— fueron soviéticos.
El 27 de enero rememoramos la trágica desaparición de nuestros ancestros, hecho que se constituye en memoria viva para impedir que la lógica nazi —todavía viva en ideologías racistas y jerarquizadoras— vuelva a ejecutar su acostumbrada maniobra de discriminación y cosificación, inicialmente necesaria para dar rienda suelta a un nuevo ciclo de matanzas.
Los nazis siguen habitando entre nosotros. Cumplimentan su infame tarea en bombardeos a civiles, en amenazas nucleares, en desapariciones forzadas, en genocidios por goteo. Los nazis son enemigos de la humanidad, se llamen hoy neoliberales, o cultores de la “Nueva derecha”. Su capacidad de daño siempre ha dependido de la capacidad de resistencia y organización puesta en evidencia por los pueblos.
Nuestra memoria no debe ser frágil ni concesiva. Supone una responsabilidad activa, dinámica y actualizada frente a las amenazas —siempre latentes— de sometimientos sociales y crímenes masivos. Ese es nuestro más profundo y orgulloso compromiso con la Memoria, la Verdad y la Justicia, también en el contexto nacional y latinoamericano donde las formas más o menos travestidas del fascismo han construido campos de concentración que pretenden ser negados, banalizados y olvidados.
La Shoá no es para nosotros una fecha del pasado. No es un acontecimiento lejano, acolchado por la distancia. No está aliviado por el paso del tiempo. Es una marca que seguimos llevando en nuestros brazos para advertirle al mundo que el humo de los campos de exterminio siempre puede volver a nublar a la humanidad. Y, por lo tanto, siempre debemos estar preparados para evitarlo.
El LLAMAMIENTO Argentino Judío nace de las entrañas morales de los partisanos que enfrentaron a los nazis hace 70 años. Esa es una de nuestras más tangibles marcas. Y es sagrada.
Jorge Elbaum
Presidente del LLAMAMIENTO Argentino Judío