Fuente: Jorge Elbaum | La García
Fecha: 12 de JUNIO 2017
Hubo emoción de concierto en el penal de Alto Comedero, en San Salvador de Jujuy. Y cierto desconcierto para los carceleros. El reconocido y querido pianista Miguel Ángel Estrella, fundador de la organización “Música Esperanza”, visitó a Milagro Sala y Graciela López, acompañado por los integrantes de “Convivencia ALEF”, Mustafá Alí, del Ojo Moro, y Adriana Kwater del Llamamiento Argentino Judío. Juntos le transmitieron la solidaridad de quienes se muestran cada vez más indignados con un encarcelamiento jurídicamente escandaloso. En Jujuy, los presos políticos fueron detenidos por orden directa y respectiva manipulación del gobernador Morales. Ya se han cumplido más de quinientos días de la privación de libertad bajo el único delito de contribuir al desarrollo de una organización territorial orientada a empoderar y mejorar la vida cotidiana de los sectores populares más carenciados de la Provincia.
Estrella llegó al penal acompañado por el diputado provincial Juan Manuel Esquivel. Una vez que el contingente de visitantes arribó al pabellón donde están privadas de libertad las presas políticas, se escucharon insistentes bocinazos provenientes de la ruta que circunda el complejo penitenciario: era un contingente de compañerxs que repiten el sonoro ritual cotidiano de saludar a las presas mostrando el férreo compromiso de un sector del pueblo jujeño, que repudia la injusta detención. Milagro y algunos de los visitantes se acercaron a las verjas que separan los pabellones de la ruta y saludaron -ante la mirada despectiva de los guardiacárceles- a quienes entonaban consigas contrarias al gobernador. Luego de un minuto de cánticos y nuevos bocinazos se retiraron presurosamente, frente a las advertencias amenazantes de los carceleros.
Apenas se instaló el piano, cuyo ingreso al penal fue tramitado con esfuerzo, paciencia y buenos modales por los compañeros de la Tupac, se inició el recital en el patio, mientras los diferentes grupos familiares de las internas miraban con curiosidad la original escena. Estrella empezó interpretando una cueca boliviana tradicional, y la alegría se instaló más allá del playón donde los niños y niñas abrían los ojos grandes, asombrados, frente a lo que confesaron -minutos después- como la primera vez que escuchaban en vivo a un pianista.
Luego del primer tema, Miguel Ángel contó su experiencia como detenido político en el Uruguay dictatorial de los años ´70. El Plan Cóndor, articulación represiva de los gobiernos latinoamericanos en connivencia con el Departamento de Estado de los Estados Unidos, supuso la vigilancia, persecución y asesinato de quienes resultaban sospechosos de poseer niveles perceptibles de sensibilidad social. Estrella -relató frente a Milagro Sala y Graciela López- era uno de ellos: fue torturado en sus primeros días de detención bajo la terrible acusación de “hacer música para la negrada”. Su delito, fue difundir la música -cuya exclusividad estaba prevista y destinada a la gente “acomodada”- entre los sectores populares. Uno de los visitantes señaló la convergencia y similitud entre esas dos historias que se cruzaban, en ese momento, en una cárcel del norte argentino: la del tucumano que pensaba que la belleza debía ser democráticamente repartida sin jerarquías sociales, y la de la jujeña humilde, que se enfrentó a la creencia -difundida intencionalmente por los poderosos- que el acceso a un barrio digno, una casita y un trabajo no podían ser monopolio de las oligarquías.
Estrella relató a continuación la amenaza que sufrió por parte de uno de los más famosos torturadores uruguayos, el teniente coronel José Nino Gavazzo, quien le advirtió que le cortaría las manos para impedirle que siguiera tocando el piano. Durante las noches, Miguel Ángel escuchaba la sierra eléctrica que los sádicos secuestradores amplificaban como amenaza aterrorizante. El relato de Estrella era intercalado con los sonidos del piano y las imágenes que a él le sugerían. El segundo tema fue la Marcha Peronista, coreada por todxs los visitantes y acompañada por la sonrisa cómplice de algunas celadoras que observaban la escena sin poder ocultar el aire de libertad desacostumbrado que traía la música.
Milagro estuvo sentada durante toda la visita junto a su compañero Raúl Noro, quien solicitó en dos ocasiones pañuelitos de papel -tanto para él como para su compañera- en el momento que Estrella transitó un tramo del concierto en Fa Menor de Bach. Noro acariciaba la espalda de “la flaca” y los visitantes escuchaban el piano sin dejar de mirar, disimuladamente, el gesto emocionado de ambos, que por un rato compartían esa porción musical de libertad. Miguel Ángel continuó con la interpretación de la Fantasía Improntu de Chopin, y cuando habían pasado veinte segundos del inicio, un pibe, a diez metros, se quedó paralizado con la pelota de fútbol inmóvil, debajo de su pie derecho, mientras miraba extasiado las notas que provenían del piano. La foto del chico ensimismado, sorprendido por un sonido para él desconocido, fue quizás la síntesis más ajustada de lo que estaba sucediendo en Alto Comedero.
La zamba y la chacarera de Yupanqui -que tocó después- hizo recordar a varios de los presentes que Sala era profesora de danzas folclóricas y que había obtenido (algunos años atrás) un reconocimiento por sus especiales dotes para “malambear”. Milagro sonrió con el recuerdo pero se negó a zapatear, a pesar del pedido de los presentes. La última obra fue “El Choclo” de Villoldo, que concluyó con un gran aplauso de agradecimiento hacia Miguel Ángel, que él devolvió con una de esas sonrisas humildes e íntimas que no abundan. “La música, –dijo uno de los presentes– nos está trayendo formas necesarias de solidaridad. La semana pasada estuvieron Dolores Solá y Teresa Parodi. Con esas visitas y la de Estrella nos sentimos un poco más fuertes para resistir la persecución de Morales y el macrismo”.
El fin del recital dejó paso a la rueda de mate. Graciela López relató algunas de las formas de hostigamiento instrumentadas dentro del penal: una de esas historias consigna que los carceleros le impidieron, cuando se iniciaron las noches frías, la entrada de indumentaria de invierno, con el objetivo recurrente de desgastar su entereza y limar su salud. Milagro, por su parte, contó la permanente provocación generada por una interna, enviada y monitoreada por los guardiacárceles, para justificar sus potenciales reacciones y penalizarla posteriores.
La inolvidable visita del sábado 10 fue compartida por su hijo, Sergio Chorolque, el dirigente de ATE “Nando” Acosta, la periodista Gabriela Tijman, José Luis Politti, y los integrantes de la Tupac Norma Laura, María Molina, Julia López, Santiago Hammud y Beto Mogro. Todos ellos se sintieron parte de un recreo humano dispuesto y planificado por la solidaridad y el abrazo de muchos de los que hubiesen querido participar de ese momento de emoción. Las visitas a Milagro Sala y a Graciela López se suceden en el tiempo con personas que vienen de todo el país y de América Latina. Las repetidas situaciones de las despedidas -dentro del penal de Alto Comedero- muestran la ridícula síntesis de un proceso judicial que quedará grabado en la historia argentina como una de las expresiones más vergonzosas jamás recordadas: mientras “la flaca” inicia el ritual del saludo a cada uno a lxs visitantes y el abrazo se convierte en un diálogo de secretos repetidos, las voces de aliento se repiten, algunas entrecortadas por el llanto. Entre lágrimas, promesas y sensibilidades se abre nuevamente la celda verde y su carita -y su trenza renegrida- se pierde tras el chillido de los barrotes.
Ahí atrás se queda encerrada quien un día decidió liderar y construir, con militancia barrial, un orgullo colectivo, una razón de equidad que se convirtió en un desafío insoportable para los dueños del privilegio. Milagro Sala puso en cuestión lo mismo que Estrella: la inequidad no es algo natural. Puede ser enfrentada, tergiversada y/o cambiada, con empoderamiento, militancia, auto-estima y convicciones. Aunque siempre se corre el riego -lo tenemos asumido- de que te quieran cortar las manos, o las alas, porque quieran reservarse los bienes materiales y simbólicos para su exclusivo usufructo. Incluso en esos casos, parece que nunca han podido evitar que algunas manos -como las de Estrella- entren a una cárcel, un sábado, a visitar presas políticas, y logren paralizar la mirada de un pibe, que oye con sus ojos, una coherente y profunda forma de solidaridad.