La sombra de Stiuso llega hasta La Salada

Fuente: Ricardo Ragendorfer | Nuestras Voces
Fecha: 29 de JUNIO 2017

Uno de los tres policías detenidos junto al “rey” de la Salada es el subcomisario Hugo Orlando Fassone, quien participó el operativo del Grupo Halcón en el que mataron al ex SIDE “Lauchón” Viale, hombre de confianza de “Jaime” Stiuso. Fassone estuvo preso, pero fue liberado y premiado en la Bonarense por Matzkin, a quien conducen muchos de los caminos de la seguridad y la inseguridad en Provincia. Una historia que va de las cloacas del poder a los flashes.

La prensa aún hoy le saca el jugo a la aparatosa irrupción de 600 uniformados durante la madrugada del 21 de junio en el predio de La Salada, situado casi al límite de Ingeniero Budge con el partido de La Matanza. Tal faena incluyó 57 allanamientos, 30 arrestos y la destrucción con topadores del sector “ilegal” de ese inmenso shopping a cielo abierto. Tierra arrasada ante las cámaras de TV.

A la mañana la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, se dejó caer allí para darse dique por semejante hazaña. Lucía entre agotada y exultante como si con sus propias manos hubiera reventado el sitio.

Entonces, con una gran sonrisa, soltó: “Este es un mensaje para todos aquellos que trabajan en la ilegalidad”.

También sonreían sus acompañantes: el secretario de Seguridad Eugenio Burzaco y el responsable del área a nivel provincial, Cristian Ritondo.

Y con cierta picardía, la señora Bullrich agregó: “Entre los supuestos integrantes de esta asociación ilícita hay un policía federal que fue custodio de Sergio Berni”.

Ritondo ya no sonreía. Seguramente pensaba en los otros dos servidores del orden –aunque de La Bonaerense– arrestados en la ocasión. Uno de ellos era nada menos que el actual segundo jefe de la Dirección de Drogas Ilícitas en Lomas de Zamora, subcomisario Hugo Orlando Fassone.

Pero su condición de policía en actividad no era lo más escandaloso del asunto, ya que portaba una mácula aún más estremecedora: ese hombre era uno de los matadores del agente de la SIDE, Pedro Tomás Viale, más conocido por el simpático mote de “Lauchón”.

Se trata de una historia que todavía obtura las cloacas del poder. Y que involucra a personalidades tan prestigiosas como el ex jefe de La Bonaerense, Hugo Matzkin, el espía Antonio Stiuso y el proxeneta Raúl Martins.

Resistencia a la autoridad

El señor Raúl Martins –un ex agente de la SIDE ahora volcado a los negocios de la carne– pasó la mañana del 9 de julio de 2013 en su hogar, un lujoso piso del condominio Mar Lago, ubicado en la zona hotelera de Cancún. La súbita llegada de su asistente quebró la quietud. Aquel hombre le extendió un celular. Desde Buenos Aires le hablaba su abogado, Teodoro Álvarez, por una pésima noticia: el fallecimiento de su amigo y empleado Viale, acribillado durante el alba por el Grupo Halcón, de La Bonaerense, al ser allanada su casaquinta de La Reja debido a una presunta causa de drogas. Martins asimiló la novedad contemplando el mar Caribe por el ventanal. El sol sobre sus cejas lampiñas le daba un aire de reptil.

A esa misma hora en Buenos Aires, el señor Stiuso –aún al mando de la poderosa Dirección de Operaciones de la ex SIDE –ahora llamada Secretaría de Inteligencia (SI), a secas– trataba ese mismo asunto con sus más estrechos colaboradores en una luminosa oficina de la sede del organismo, sobre la calle 25 de Mayo. Su ánimo oscilaba entre la furia y el estupor. Lo primero, porque el finado había sido su mano derecha; lo segundo, porque la noche anterior él debió haber estado en lo de Viale, cita que canceló a último momento.

Viale y él eran en esa central de inteligencia parte de una capa geológica originada durante la última dictadura. Una camada de fisgones profesionales formada según los protocolos del terrorismo de Estado y que con el correr del tiempo maduró al amparo de los sucesivos gobiernos democráticos. Un grave descuido de la República. Y una inagotable fuente de trapisondas, crímenes y dislates, entre otras disfunciones.

Eso lo sabía todo el mundo, incluso el entonces ministro de Seguridad provincial Ricardo Casal, quien en aquel momento desde su residencia de City Bell se deshacía por teléfono en explicaciones. “Yo no sabía nada”, aseguraba una y otra vez. En el otro lado de la línea estaba el gobernador Daniel Scioli. “Nadie me avisó”, insistía el funcionario. Y sus palabras parecían sinceras. Se refería a los 18 allanamientos ordenados la noche anterior por el juez federal Juan Manuel Culotta y el insólito uso de aquella unidad policial de asalto para el operativo en el domicilio del desafortunado espía. “Nadie me avisó”, repetía Casal con un balbuceo. Minutos antes, él había oído esas tres palabras en boca del comisario Hugo Matzkin. Pero su tono sonaba frío, impersonal.

¿Era posible que tamaña ofensiva contra el crimen organizado se hiciera a espaldas de la cúpula policial? Aún hoy esa sigue siendo la gran pregunta.

Lo cierto es que el agente secreto Viale recibió en la madrugada de ese martes la no anunciada visita de 13 mastodontes del Grupo Halcón al grito de “¡Chapa! ¡Chapa!”, un formalismo para manifestar su pertenencia a la SIDE.

Por respuesta, los recién llegados le prodigaron un balazo en el pecho. Al desplomarse alcanzó a disparar su pistola Glock sobre el pie de un intruso. Su viaje al otro mundo le llegó con otros tres tiros.

La esposa del espía escuchó su muerte acurrucada detrás de una pared. También había oído una posterior deliberación entre los verdugos:

–Matemos a todos –propuso alguien.

Se refería a ella, al menor de sus hijos y a su novia.

– ¡Imposible! ¡Ya es tarde! –contestó otro uniformado al ver que en las casas linderas se prendían las luces.

Poco después, al clarear, sólo un patrullero de consigna quedó frente al chalet de la calle Rocha Blaquier 1502, de La Reja.

El ahora detendio subcomisario Fassone había comandado la incursión.

Los superagentes

Quizás, en la mañana de aquel fatídico día, Martins haya evocado el estrecho vínculo que lo unía al hombre que acababa de morir. Una amistad anudada a su propia historia.

En 1978 –con 27 años recién cumplidos– él había sido destinado a la Base Billinghurst de la SIDE, cuyo personal controlaba el centro clandestino Automotores Orletti, la filial vernácula del Plan Cóndor. Allí hizo amistad con dos referentes del terrorismo de Estado: Eduardo Ruffo y Aníbal Gordon. En aquel sitio también hizo excelentes migas con un muchacho de su edad: el Lauchón. Éste le presentó al joven Stiuso, quien reportaba sin intermediarios al máximo jefe de “La Casa”, el general Carlos Martínez, quien tenía grandes esperanzas depositadas en su persona.

Martins renunció a la SIDE en 1987. Y no tardó en transformarse en el “Yabrán de la prostitución”, como le agrada que lo llamen. Hay quienes creen que en su conversión empresarial pudo haber existido dinero negro del aparato represivo de la dictadura. Lo cierto es que de ese mundillo sacó dos estrechos colaboradores: su “culata” predilecto, Marcelo Gordon –hijo del ya fallecido Aníbal–, y Viale, quien hasta su trágico final prestó servicios en la Dirección de Operaciones de la SIDE.

Para Martins, el Lauchón se ocupaba –entre otras tareas– de detectar si sus teléfonos estaban pinchados, además de intervenir los aparatos de rivales y enemigos. Por ello cobraba una suculenta mesada, la cual solía endulzarse en caso de servicios especiales.

En 2012 el espía fue denunciado por Lorena Martins, la primogénita de Raúl, por enviarle sicarios. Ese habría sido un encargo del propio papá para callarla para siempre luego de que ella revelara sus actividades ante un juez. Y Viale, al ser increpado por esa mujer –a la que conocía desde niña– sólo atinó a esgrimir: “Yo no sabía que vos estabas ahí”.

En los últimos tiempos Viale planeaba un emprendimiento personal: la instalación de un prostíbulo en Puerto Iguazú. Un proyecto ambicioso, ya que el establecimiento iba a funcionar en un edificio de cuatro plantas, con sala de juego, venta de drogas y hasta servicio de lavandería. Incluso quiso asociar a Martins en el negocio, pero a éste no le interesó porque no era su zona.

En paralelo, El Lauchón investigaba por cuenta de la SIDE –y siempre a las órdenes de Stiuso– cuestiones inherentes al atentado a la AMIA y también asuntos vinculados al narcotráfico. En tal marco, tal vez haya encarado alguna iniciativa comercial. O quizás haya metido el hocico donde no debía; es decir, en los sagrados intereses de La Bonaerense.

Justicia a la carta

Le versión del juez Culotta –con pedidos de juicio político ante el Consejo de la Magistratura por alterar pruebas en beneficio de represores acusados por delitos de lesa humanidad– es que investigaba desde fines de 2011 a Viale por integrar una banda de narcos abocada además a perpetrar estafas con títulos de propiedad pertenecientes a personas fallecidas. Claro que su fusilamiento convirtió tal pesquisa en parte de otra historia.

Sobre ese hecho en su momento corrió un río de tinta. Pero con el paso de los días la no muy original hipótesis de una “interna en la comunidad de inteligencia” se fue diluyendo al compás de un interrogante: ¿Viale manejaba información comprometedora sobre el comisario Matzkin? Tal enigma quedó sin respuesta. Y el poderoso jefe policial –un enemigo antológico de Stiuso– jamás fue importunado por aquella muerte.

Pero Fassone fue puesto tras las rejas por “homicidio agravado” y se le impuso un embargo por 200 mil pesos. Eso sucedió en agosto de 2014 por orden del juez federal de Morón, Juan Pablo Salas, quien instruía la causa por la muerte del espía. La medida enrejó también a otros siete policías; a saber: el comisario mayor José Armando Tsuruoka el comisario inspector Enrique Maldonado; los capitanes José Antiochán y Raúl Castro; el oficial principal Damián Norberto Ignomirellio, el sargento Cristian Adrián Herrera y el cabo Pedro Nelson Alegre.

La temporada en el infierno de los uniformados transcurrió en el plácido Destacamento Parque Industrial de Pilar durante apenas diez meses. Hasta que un asombroso fallo de la Cámara Federal de San Martín dio vuelta como una media la inculpación que pesaba sobre ellos con el siguiente fundamento: “No está probada una convergencia positiva en pos del fallecimiento de Viale”. Y el 24 de abril de 2015, libres de culpa y cargo, los siete policías recuperaron la libertad.

Matzkin acogió con los brazos abiertos a esa impulsiva muchachada. Y a Fassone lo colocó en la cúpula de Drogas Ilícitas de Lomas de Zamora.

Ya bajo la gestión de la gobernadora María Eugenia Vidal, el comisario Pablo Bressi lo ratificó en el puesto. Y últimamente también gozaba de la confianza del nuevo jefe, Fabián Perroni.

Eso se debe a que Matzkin es el mentor de ambos caciques policiales. Y a la vez una suerte de consiglieri de las actuales autoridades del Ministerio de Seguridad.

En Lomas de Zamora se sabía que el subcomisario Fassone también hacía changas por cuenta de Jorge Castillo en La Salada para así equilibrar su magro sueldo policial.

Allí tuvo el segundo gran tropiezo de su vida. Un tropiezo que aún no había trascendido a la esfera pública.

En cambio, la ministra Bullrich informaba: “Entre los detenidos hay un policía federal que fue custodio de Berni”.

Y Ritondo miraba hacia un costado.

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