Fuente: Jorge Elbaum | Hamartia
Fecha: 2 de MAYO 2017
El discurso de la derecha empieza a perder su traje edulcorado para mostrar sus íntimas convicciones autoritarias. Durante dos años se habló de una Nueva Derecha, que incluía una original relación “republicana”. La estatua de cera pierde su cobertura al calor de las necesidades inmanentes del privilegio y su contraparte, la resistencia aun fragmentada –pero activa– del pueblo. El marketing, que sirvió para pasteurizar el constitutivo ademán represivo, hoy fluye como una de las cartas de presentación del modelo macrista. Y como es inevitable, también en el discurso irrumpe esa huella distintiva.
“Ella tenía sueños, sabía lo que quería, escribía sobre lo que quería y esos sueños quedaron truncos, en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia”. La frase que tuvo amplia trascendencia es textual del ministro Esteban Bullrich, pronunciada en Ámsterdam, durante la firma del convenio con la Fundación Ana Frank, en abril pasado. La aseveración de que la causa del asesinato de Ana fue el resultado de “dirigencias incapacitadas de unir” utiliza —en un ejercicio de banalidad grotesco— la pretendida polaridad entre “quienes sí quieren unir” (Cambiemos) y quienes buscan la desunión (el kirchnerismo). La segunda proposición –que fue llamativamente menos reproducida y citada– es aún más iluminadora del inconsciente político del PRO: (esa dirigencia: ¿los nazis?, ¿los aliados?) no llevaron paz “a un mundo que promovía la intolerancia”. Si el Ministro se refería a los nazis con la palabra “intolerancia”, la banalización aparece como un dato indudable. Pero en el caso de que su fraseología fuese orientada a los “Aliados” —cosa que aparece como posible— la definición es escandalosa. Bullrich no solo evidencia una muestra de ignorancia o falta de compromiso con los símbolos más dolorosos de la condición humana, sino que evidencia el miserable interés de una utilización publicitaria del genocidio, con el objetivo de granjearse las simpatías de las corrientes “biempensantes” del establishment europeo.
Bullrich habla sobre Hitler en Holanda, en Ámsterdam, y afirma que el pecado del Führer fue –apenas– su “incapacidad de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia”. No se le escapa ni una condena al periodo nazi. No habla de las cámaras de gas. No se sensibiliza con el millón de niños judíos menores de diez años masacrados por el fascismo. Ni siquiera nombra los 15 millones de soviéticos que murieron enfrentándose a la maquinaria nazi. El tema no le es cercano. No le parece importante. No puede –ni siquiera en las entrañas del dolor que supone la Casa de Ana Frank– consustanciarse con el sufrimiento que implican 40 millones de muertos durante la segunda guerra. El convenio es un trámite para superar la “desunión europea”, casi un cuento de hadas en las fauces del sufrimiento mal absoluto.
La cita abona una seguidilla de furcios y sincericidios que la gestión política del macrismo viene pronunciando sin solución de continuidad. Sus presentaciones empiezan a imponerse como espontaneas debido a que no pueden ser permanentemente guionadas. Mauricio Macri, en ese evento, escribió en el libro de visitas de la Casa de Ana Frank el siguiente mensaje: “Su padre supo transformar su enorme dolor en una misión y comprometer al mundo en la lucha por los derechos humanos. Piensa en toda la belleza a tu alrededor y sé feliz, Ana Frank. Con todo mi afecto y respeto”. La referencia tergiversada del texto de Ana “…piensa en la belleza a tu alrededor y sé feliz”), escrita retrospectivamente conociendo el final de la adolescente en Auschwitz, irrumpe como furcio banal, cínico, asociado a una tragedia criminal. Ningún Duran Barba (que dijo alguna vez que “Hitler era un tipo espectacular”) podrá invisibilizar la misión prioritaria de congraciarse con inversores de Países Bajos, usufructuando apresuradamente el dolor de las víctimas de la Shoá. El libro de bitácora de la Casa Museo, suscrito por personalidades de todo el mundo, guarda así el testimonio de un presidente argentino para quien la vida de un millón y medios de niños masacrados solo puede ser asociado a un slogan publicitario de Coca Cola: “Sé feliz”.
Las obligaciones de gestión que el gobierno nacional posee, han llevado a los funcionarios públicos a mostrar su verdadero pensamiento en diferentes tópicos. La etapa “Durán Barba”, periodo inicial del PRO, que se basaba en la simpatía mediática y en el optimismo mágico, fue coherente con la vulgaridad callejera del patriarcalismo hegemónico: “a todas las mujeres les gusta que les digan qué lindo culo que tenés”, en boca de Mauricio Macri. Hoy, coherente y materialmente se despedazan los programas de ayuda a las mujeres golpeadas. Mientras que en la primera etapa el ministro de educación Esteban Bullrich –en el marco de un oxímoron lógico— inicia las clases en una facultad de Rio Negro, en 2015, en Choele Choel asociado la lógica de enseñanza-aprendizaje a una “nueva campaña al desierto”. Su discurso se enuncia en las entrañas meridionales donde Roca y sus asesinos robaron tierras y exterminaron pueblos originarios.
El discurso de Bullrich es coincidente con la frase enunciada por el entonces candidato a la presidencia de la nación, Mauricio Macri, cuando se refirió a los Derechos Humanos como “un curro” dando por tierra con cuarenta años de reivindicaciones y luchas que implicaron una nueva identidad ciudadana reconocida en todo el mundo. Esa es la causa por la que “Cambiemos” se enreda en todo lo que tenga que ver con lo social, con la solidaridad, con la empática con el dolor del otro. Para los CEOs la “Patria no es el Otro” sino un territorio de inversiones. Para los Bullrich, igual que para los Rivadavia y los Mitre en otra etapa de nuestra historia, los sectores populares son los encargados de hacer el máximo esfuerzo para maximizar los negocios agroexportadores o financieros.
La obligación de tener que dar discursos –sobre todo cuando tienen que improvisar— los hace trastabillar. Se enredan porque intentan hacer esfuerzos denodados por disimular su proverbial simpatía por todos los modelos reaccionarios y “se les ve la hilacha”, la raigambre elitista que desprecia profundamente a los vencidos, a los masacrados, a los privados de poder. Por eso son negacionistas. Por eso vuelven a machacar en los medios hegemónicos con la teoría de los dos demonios, por eso reducen los programas de violencia contra la mujer y reprimen a las feministas y travestis. Por eso pretenden etiquetar a los sindicalistas por pertenencia política y legitimar al “carnero” y al “rompe-huelgas” como nuevo sujetos sociales macristas.
Por eso mandan a la policía para hacer “listas negras” de los huelguistas, y detectar activistas en asambleas barriales o gremiales. Por eso endeudan a la sociedad para dejarnos atrapados a acreedores extorsivos que se comportarán mañana como los “fondos buitres” del futuro, intentando evitar –una vez más– nuestro desarrollo nacional y soberano autónomo. Por eso compran armas al imperio y discriminan a los inmigrantes latinoamericanos y africanos al tiempo que deslizan –como lo practicó Patricia Bullrich– discursos islamofóbicos. Por eso encarcelan a dirigentes como Milagro Sala que edificaron, con limitadas herramientas materiales y simbólicas, un espacio de libertad (empoderado y lleno de orgullo) para los pueblos originarios, los desocupados, los olvidados de los grandes negociados.
Por eso glorifican a Hitler como lo hizo Duran Barba años atrás, afirmando que “era un tipo espectacular” sin que el responsable estratégico de la comunicación del presidente haya sido transferido a cuarteles de invierno. Por eso mismo benefician a la oligarquía sojera y a los sectores financieros (o sea a ellos mismos) mientras castigan a los maestros quebrantando la ley que dispone paritarias. Por eso espían a dirigentes populares, les intervienen sus teléfonos, los acusan de todos los males del averno y los intentan proscribir y hacer desfilar por corruptos estrados judiciales. Por eso aprietan a abogados del estado (en la causa AMIA) para impedir que sus socios, acusados por encubrimiento, sean condenados.
Son, sencillamente, la forma que asume hoy la lógica nazi en el mundo de la modernidad tardía. Pero se encuentran en tensión entre ser políticamente correctos –para seguir estafando la voluntad popular— y decir lo que íntimamente piensan. Esas son las verdaderas causas de las “metidas de pata”, que se evidencian con mayor claridad en los discursos improvisados: ahí no tienen escapatoria, titubean, se enredan, se pisan, tartamudean. Se ven obligados, como Bullrich en Ámsterdam, a afirmar que Hitler fue simple y únicamente, un tipo “que no supo unir”.