Micky Bullrich en Ámsterdam

Fuente: Mariano Szkolnik* | Nueva Sión
29 de MARZO 2017

Con la pretendida ingenuidad pop del personaje de Diego Capusotto, y con su notable capacidad para pronunciar exabruptos sin sopesar consecuencias, el ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich, exhibió su más abyecta cara negacionista. Bullrich declaró que «[Ana Frank] tenía sueños, sabía lo que quería, escribía sobre lo que quería y esos sueños quedaron truncos, en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que promovía la intolerancia». Lo hizo en el marco de la suscripción de un convenio de cooperación entre el organismo a su cargo y la Casa de Ana Frank, en Ámsterdam. No puede haber hipérboles ni rodeos para designar un genocidio, a menos que se lo pretenda minimizar, reducirlo a una escaramuza o mero exceso en el uso de la violencia. No puede hablarse de «sueños truncos» cuando de lo que se trató es del asesinato sistemático de un colectivo de personas con nombre y apellido. Son seis millones… y también son treinta mil. Silencio de la DAIA.

Dirigencia

Caracterizar como «dirigencia» (entiéndase «política») a un ejército invasor abocado con frenesí a la tarea de perseguir, deportar, confinar y exterminar a los judíos de los Países Bajos (y de toda Europa), denota una profunda y completa ignorancia de la historia contemporánea por parte de quien realiza tal afirmación, o en todo caso, expone una interpretación que lejos de ser inocente, resulta cómplice con aquellos que niegan el genocidio. Se desprende de los dichos de Esteban Bullrich —funcionario responsable de la política educativa en la Argentina—, que en «un mundo que promovía la intolerancia» (curioso predicado sin sujeto, acción sin actores), el «dirigente» Adolf Hitler y los nazis, —aclaremos: armados hasta las encías—, fracasaron en su objetivo de «unir y llevar la paz al mundo». Oculta así el ministro el objetivo aniquilador de la ocupación nazi; recorre el funcionario el sendero que conduce directamente al desfiladero del negacionismo, doctrina fundada en la imposibilidad de creer que acontecimientos tan aberrantes y fuera de toda proporción pudieran haber tenido lugar alguna vez. En todo caso, por ignorancia o por manifiesta convicción, la negación ministerial del Holocausto constituye un hecho repudiable.

Sueños truncos

Es recurrente el uso de metáforas oníricas en los discursos del presidente Macri. Se trata de un recurso de apelación emocional, que explicaría —en retrospectiva— su decisión de «meterse en la política». El recurso trasciende a Macri, y permea al funcionariado que lo secunda. Bullrich navega sobre esas aguas cuando sostiene que Ana Frank «sabía lo que quería, tenía sueños». El ministro habla como un coach motivacional o como gerente de recursos humanos (como le gusta autodefinirse), sin abundar en precisiones sobre cuales habrían sido esos «sueños» o qué era aquello que la joven Ana «quería». Las aspiraciones de la adolescente quedaron truncas… ¿Por qué?: por obra de la fatalidad, por un desencuentro histórico, por la «irresponsabilidad» de una «dirigencia»… o por la falta de diálogo, significante vacuo con el que el aparato propagandístico del gobierno machaca para distinguir el espíritu que guía las acciones de la actual gestión, vis a vis el «ánimo confrontativo» del gobierno anterior.

Ana Frank y el nazismo no fueron «dos campanas» equivalentes y con derecho a ser igualmente escuchadas. La primera fue una niña perseguida por su condición de judía, residente en Holanda tras la huida de su familia de Alemania, escondida en una covacha hacinada durante dos años, hasta su captura, confinamiento y muerte en Bergen-Belsen. Lo segundo, fue el emergente de un proceso social genocida, encarnado en un Estado Total que con toda la violencia que permite la técnica moderna, barrió con la vida de millones de personas, incluida la de Ana Frank. ¿De qué unidad habla Bullrich? ¿A qué paz hace alusión? ¿Qué de común tenían esa niña judía y la más siniestra máquina genocida de la historia europea, como para calificar su «desencuentro» de «fracaso»? ¿Alucina el ministro con un hipotético «diálogo que superase las diferencias» entre las potencias del Eje y sus millones de víctimas?

El ejercicio permanente de la memoria se torna indispensable como antídoto contra estas interpretaciones tergiversadas de los hechos históricos. También permite ir más allá, para establecer vasos comunicantes entre acontecimientos en apariencia inconexos: es posible hallar lazos de parentesco entre el genocidio judío perpetrado por el nazismo, y el genocidio argentino cometido por las Fueras Armadas durante la segunda mitad de los años setenta.

Negar aquí, negar allá

No puede haber hipérboles ni rodeos para designar un genocidio, a menos que se lo pretenda minimizar, reducirlo a una escaramuza o mero exceso en el uso de la violencia. No puede hablarse de «sueños truncos» cuando de lo que se trató es del asesinato sistemático de un colectivo de personas con nombre y apellido. Son seis millones… y también son treinta mil. Desde la asunción del actual gobierno, una serie de declaraciones de funcionarios, incluido el Presidente (quien recuperó para el discurso oficial el infausto concepto «Guerra Sucia»), han venido banalizando los hechos y regateando públicamente el número de víctimas del genocidio, como si al rebajar su cuantía quedaran exculpados sus perpetradores. El Negacionismo de Estado es, sin más, la continuidad y proyección del Terror de Estado hacia el presente.

El silencio militante

La creación de un clima mediático-estatal en el que es posible cuestionar la verdad histórica y jurídica, habilita la visibilización de sujetos y la emergencia de discursos que antes se encontraban —al menos— contenidos. La Caja de Pandora de la derecha ha sido entreabierta: nazis vernáculos que son invitados por el «incauto» Pedro Robledo a la Casa Rosada; Macri, Lopérfido, Gómez Centurión y hasta el mismo Secretario de Derechos Humanos de la Nación, poniendo en tela de juicio la cifra de desaparecidos; shows televisivos en donde «todólogos» con nulas credenciales, discuten acaloradamente «las dos versiones» de lo acontecido en los años setenta; docentes que proyectan a sus alumnos y alumnas material audiovisual el cual no sólo se niega, sino que es apologético de los delitos de lesa humanidad cometidos por las Fuerzas Armadas en nuestro país; nazis enseñoreados en Mar del Plata; nazis provocando frente a la Catedral metropolitana en la manifestación del Día internacional de la Mujer Trabajadora…

Claudio Avruj se equivoca si cree que permanece indemne cuando afirma que la cifra de «30 mil desaparecidos fue una construcción de la búsqueda de verdad y justicia». Con el mismo criterio, recordemos, el mismo funcionario llegó a afirmar hace un tiempo —habiendo sido Presidente de la Fundación Memoria del Holocausto— que no hay pruebas concluyentes de que hayan sido seis millones los judíos asesinados en los campos de exterminio europeos. En el fondo todo remitiría a una construcción de sentido, y ambas cifras podían ser un producto ficcional, surgidas de las plumas maestras de Miguel Bonasso o León Uris en cada caso.
La DAIA, siempre tan atenta en detectar con sus radares cruces esvásticas garabateadas en algún paredón olvidado de Berazategui o La Plata, guarda silencio frente a este clima cultural y políticamente regresivo. No hubo comunicado de repudio frente a la participación de los jóvenes del partido de Alejandro Biondini en la reunión convocada por Robledo. Tampoco ha reaccionado la Delegación, de momento, ante las declaraciones de Esteban Bullrich en Ámsterdam. La autoproclamada «representación política de la comunidad judía argentina» omite (sino niega) su propia misión, que es la de «luchar contra toda expresión de antisemitismo, de discriminación, racismo y xenofobia, preservar los derechos humanos, promover el diálogo interreligioso y la convivencia armónica entre todos los ciudadanos, en un marco de respeto a las diferencias».

Algunos sueños son, en realidad, horrendas pesadillas.

* Sociólogo. Profesor en UBA. Integrante de la Mesa de Redacción de Nueva Sión.

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