Mi tía Ana Frank

Fuente: Martin Granovsky | Página 12
Fecha: 03 de ABRIL 2017

El ministro de Educación escribió un galimatías sobre Ana Frank y ahora calla. Si hay miseria, en este caso intelectual o política, que no se note.

Pero se nota. Para los Granovsky, Ana Frank es como de la familia. Mi tío Gregorio Lerner, casado con una hermana de mi papá, fue el editor de su diario íntimo en la Argentina. La idea se le ocurrió en 1951, solo seis años después del final de la Segunda Guerra Mundial y de que Ana enfermara y muriese de tifus en el campo de concentración de Bergen Belsen.

En los años 50 los libros aún se imprimían como en tiempos de Guttenberg. Una linotipo esculpía cada letra en barras de plomo. Las barras formaban planchas y las planchas entintadas se convertían en páginas tras el contacto con el papel. Antes de la versión final dos correctores se sentaban frente a frente, con un juego de originales cada uno. Se alternaban para leer el texto marcando incluso puntos y comas. Uno leía como si fuera un rezo. Otro marcaba los errores. Los originales se llamaban galeras. Mis viejos, Eva y Súlim, se pagaban la carrera de Medicina corrigiendo galeras para mi tío. Experto en teatro yddish, cultísimo, divertido, gran cocinero de gefilte fish, el tío Gregorio era un personaje maravilloso que amaba todas las palabras pero consideraba que dos eran solamente propiedad suya: “Sí” y “No”. ¿Cómo alguien podría llevarle la contra si su voluntad era la encarnación del humanismo universal? Mis viejos se casaron el 22 de febrero de 1952. Cuando le pidieron plata para la luna de miel en Córdoba, el tío no les contestó con un sí. Les dio trabajo. Con bronca, recuerdan todavía hoy, Eva y Súlim cargaron las galeras en la valija para corregirlas en su luna de miel. Eran los originales del Diario de Ana Frank. La bronca, recuerdan también, se les fue al leer el texto, que mi tío imprimió muy pronto para su editorial Hemisferio con un título hermoso: Cartas a mi muñeca.

En 1961 mi viejo hizo un viaje de trabajo a Berlín. Cuenta que ni comió para traernos regalos, y debe ser cierto porque no teníamos un mango. A mí me trajo un tren eléctrico Trix Express. Paula, mi hermana, se ligó una muñeca de porcelana. Vino cargado de relatos. Por supuesto que viajó hasta Amsterdam para visitar la casa donde estuvo escondida Ana Frank. Siempre cuenta que desde la ventana se veía el mismo paisaje, la misma construcción que había llamado la atención de la adolescente que quería ser escritora.

El miércoles propuse en “Te quiero”, el programa de la 750, que le hiciéramos un reportaje a mi viejo sobre Bullrich, que en la casa de Amsterdam escribió exactamente ésto sobre Ana Frank: “Ella tenía sueños, sabía lo que quería, escribía sobre lo que quería y esos sueños quedaron truncos en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que proponía la intolerancia”.

Cuando Federica Pais empezó el reportaje mi viejo le contestó duro al ministro. “Esteban Bullrich no es ignorante, es simpatizante nazi”, dijo este señor que en los últimos años escribió un libro sobre el exterminio de los armenios, otro sobre las víctimas no judías de Hitler y ahora está investigando el genocidio guatemalteco. Explicó Súlim que ante el nazismo no hubo falta de diálogo sino exceso. Dialogaron demasiado Arthur Neville Chamberlain y Edouard Daladier. En 1938 ellos dos, uno primer ministro del Reino Unido y el otro de Francia, firmaron el Pacto de Munich con el italiano Benito Mussolini y el propio Adolf Hitler. Acordaron que los Sudetes checos, una región de 30 mil kilómetros cuadrados, podían formar parte de Alemania. Hitler ya había anexado Austria. Hizo lo mismo con los Sudetes y en 1939 repitió el método con el resto de Checoslovaquia. La invasión de Polonia, el mismo año, marcó el principio de la Segunda Guerra Mundial.

El aire en Alemania ya estaba envenenado desde 1933. Por eso Otto Frank emigró con su familia a Holanda. Un mal cálculo, pobre. Tuvo solo siete años de paz. En 1940 los Países Bajos también fueron ocupados por la Alemania nazi. Otto había montado una pequeña fábrica en el centro de Amsterdam. Cuando arreció el antisemitismo diseñó un refugio en la parte trasera y en 1942 pasó a la clandestinidad junto con Edith, su esposa, y sus hijas Ana y Margot.

Ana ya tenía su diario íntimo. Se lo habían regalado cuando cumplió 13, el 12 de junio de 1942. Al principio, todavía al aire libre, opina hasta sobre sus compañeros de escuela. “Sallie Springer es un chico muy grosero y se dice que ya ha tenido relaciones sexuales”, confiesa. “A pesar de todo me cae simpático porque es muy divertido.” Cuando la familia se encerró en la parte de atrás siguió con la escritura. Siempre dirigiéndose a Kitty, una amiga imaginaria, hace historia sobre lo que fue el año 1940, después de la invasión: “Los judíos deben llevar una estrella de David, deben ceder sus bicicletas; tienen prohibido viajar en tranvía; no pueden viajar en coche, tampoco en coches particulares; los judíos solo pueden hacer las compras desde las tres hasta las cinco de la tarde; solo pueden ir a una peluquería judía; no pueden salir a la calle desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana; no les está permitida la entrada en los teatros, cines y otros lugares de entretenimiento público; tienen prohibida la entrada en las piletas y en las canchas de tenis”.

Un día Margot, tres años mayor que Anna, recibió una citación de las SS. Otto había planificado el encierro y lo apuró. El 9 de julio muy temprano la familia caminó hasta la fábrica de Otto, en la calle Prinsengracht 663. “Creo que aquí nunca me sentiré realmente en casa, con lo que no quiero decir en absoluto que me desagrade estar aquí; más bien me siento como si estuviera pasando unas vacaciones en una pensión muy curiosa. Reconozco que es una concepción un tanto extraña de la clandestinidad, pero las cosas son así y no las puedo cambiar”, escribió Ana. Después releyó el texto y el 28 de septiembre puso un añadido: “Me angustia más de lo que puedo expresar el que nunca podamos salir afuera, y tengo mucho miedo de que nos descubran y nos fusilen. Eso no es, naturalmente, una perspectiva demasiado halagüeña”.

Mientras Ana escribía su diario, en la Argentina ya funcionaba una organización de ayuda a los Aliados contra el nazismo, la Junta Juvenil por la Libertad. Eva y Súlim se conocieron allí, en la sede del Barolo, y se pusieron de novios el 15 de noviembre de 1942. Van a cumplir 75 años juntos. Los 75 años que está por cumplir el comienzo de la escritura del Diario. Justo el 15 de noviembre Ana no escribió nada. Recién el 17 contó que se les sumó otro perseguido, el señor Dussel, que entró después de que le abrieran la estantería giratoria que funcionaba como la puerta de la Casa de atrás. Le dieron el prospecto irónico que habían redactado. Definía a la Casa de Atrás como un “establecimiento especial para la permanencia temporal de judíos y similares”, abierto todo el año, “convenientemente situado en zona tranquila en el corazón de Amsterdam”, con agua corriente “en el cuarto de baño y en varias paredes y muros”.

Ana nació en 1929. Era un poco menor que Súlim (1924) y Eva, del 27. En los años 40 los tres eran adolescentes de la misma generación.

Ana Frank cumpliría 88 el 12 de junio próximo. Hasta podríamos festejarle el cumpleaños el 20 de junio, cuando mi vieja cumpla 90. Igual que Gregorio y su esposa Celina, para mí Ana viene a ser como una tía que ya no está pero a la que sigo queriendo mucho. ¡Y además escribía tan lindo!

3 comentarios en “Mi tía Ana Frank”

  1. Berta R Furer

    Esta nota tan humana es como un rayito de luz en un espacio de tinieblas que ojalá se disipen!
    Gracias

  2. Beatriz R. Kessler

    Llena de ternura, a pesar de lo dramático del relato, esta nota saca a Ana Frank del libro, y nos la pone al frente, toda humanidad… Es un deber compartirla.

Los comentarios están cerrados.

Scroll al inicio