Banalizar para imponer

Fuente: Jorge Elbaum | Convergencia
Fecha: ABRIL 2017

Negacionismo es el término con que Deborah Lipstadt (foto), en 1993, denominó las pseudo investigaciones con las que se intentó tergiversar la verdad histórica de la Shoá. Su libro —que llamativamente nunca fue traducido al castellano— se titula Denying the Holocaust(1) y tuvo como objetivo poner en evidencia las maniobras de diferentes intelectuales neo nazis para negar, ocultar y banalizar el genocidio sufrido por los judíos, comunistas, gitanos, testigos de Jehová, gay, y personas con síndrome de dawn.
Ese texto ha sido fundamento de una seria televisiva, dirigida por Mick Jackson, estrenada en 2016, que tiene como temática la disputa por el pasado y la querella que uno de los negacionistas más famosos, el activista nazi británico David Irving, inició contra Lipstadt, por considerar que su libro era un libelo y calumniaba sus “investigaciones sobre las mentiras de los judíos”.(2)
El juicio se desarrolló a principio del año 2000, la defensa de Lipstadt debía, en el marco de la legislación inglesa, probar que sus cuestionamientos a Irving, en donde este era calificado de negacionista, no suponían una calumnia sino que era un ejercicio de reivindicación de la verdad histórica. El tribunal falló a favor de Lipstadt en el marco de una investigación cuyo documento final es considerado en Europa y en diferentes tribunales del mundo como un antecedente significativo para pleitos similares.(3)
David Irving había afirmado en diferentes ensayos que la Shoá era un mito. Que las cámaras de gas no existieron y que el holocausto era una “invención” orientada a la auto victimización de quienes habían inventado dicha fábula. Lipstadt, por su parte respondió con un análisis pormenorizado acerca de los dispositivos destinados a ocultar, tergiversar, banalizar y negar las evidencias del genocidio sucedido sobre los judíos, comunistas, gitanos, gay y Testigos de Jehová.
El escritor David Irving entabló una demanda contra Lipstadt y contra la editorial —Penguin Bookscuyo juicio tuvo lugar a inicios del año 2000 dentro del Tribunal Superior de Londres. El caso tuvo gran repercusión en Europa porque implicaba el tratamiento jurídico de una temática que – hasta ese momento— solo había tenido un abordaje historiográfico o ligado únicamente a las reyertas académicas y al periodismo. Fue silenciado en argentina y las autoridades del entonces gobierno de De la Rúa (tan “políticamente correcto”) se negaron a amplificar los resultados del dictamen que liberó de culpa y cargo a Lipstadt y que dejó en ridículo a su acusador, David Irving. El equipo de defensa legal de Lipstadt fue asumido por Anthony Julius, un prestigioso investigador sobre judeofobia y por el historiador de Cambridge Richard J. Evans, escritor de varios de los libros más importantes de análisis sobre el denominado Tercer Reich.
El caso fue presentado ante el juez británico Charles Gray, que elaboró una sentencia detallando la sistemática distorsión de la historia de la Segunda Guerra Mundial por parte de Irving y sus seguidores neofascistas. El periódico The Times dijo, acerca del veredicto, que «La verdad histórica ha tenido su día de gloria en los estrados judiciales”.(4)
Este suceso de inicios de nuestro siglo es útil para analizar las reiteradas formas de banalización que la derecha local enuncia, en su tartamudeo políticamente correcto, sin que la DAIA y la AMIA —escandalosamente— se dignen a darse por enterados: Macri aseveró en la AMIA, hace cinco años, en el nuevo edificio construido luego del atentado de 1994, que “la memoria no sirve, que hay que dejar el pasado, que no sirve para nada mirar para atrás”. Años después el comunicólogo oficial, Durán Barba, afirmó que Hitler fue un tipo espectacular. Menos de un año atrás el aliado de Cambiemos en la Cámara de diputados, el legislador de la campera amarilla, Olmedo, se reunió con Alejandro Biondini, dirigente del partido Bandera Nacional, y difundió sus amplias coincidencias con el “fuhrer” argentino. Ya iniciado el gobierno de Mauricio Macri la subsecretaria de juventud invitó a agrupaciones políticas juveniles y entre sus invitados participó la joven rama falangista del mismo partido neonazi.
La banalización analizada por Lipstadt supone la negación de hechos fácticos, con la triple motivación de (a) negar el sufrimiento de millones de seres humanos, (b) desprestigiar su lucha por la Memoria —que incluye la permanente búsqueda de verdad y justicia— y (c) proteger (blindar) a los actores individuales y colectivos que en la actualidad pujan por legitimarse para imponer los mismos discursos y prácticas xenófobas, racistas y discriminadoras que permitieron el genocidio a mitad del siglo XX. Hoy son otros los receptores del odio, los chivos expiatorios de las crisis que el propio neoliberalismo produce. Pueden estigmatizar a los árabes, a los migrantes, a las travestis o a los pobres y miserables de todo el mundo. La relevancia del texto de Lipstadt es que revela el mecanismo por el cual la negación y la banalización de todo genocidio son funcionales a la imposición de una política “en el hoy”. Que los factores de poder necesitan banalizar —por ejemplo— la campaña al desierto, como lo hizo el propio ministro de “educación” al referirse al inicio del ciclo docente de 2016, como “una nueva campaña al desierto”. Al borrar el aditamento de genocidio a los pueblos originarios, no parece tan cuestionable la ocupación de tierras ancestrales de esos pueblos por parte de inversores ingleses como Lewis, el empresario defendido por Macri. Ergo, al quitarle la profundidad a la Shoá, al ubicar el genocidio en un simple resultado de liderazgos que no supieron “unir”, se logra el objetivo de “desteñir” y minusvalorar al mal absoluto.
La banalización supone “desinflar” la historia. Vaciarla de su cara dramática, instituirla como una kermese (similar a los globos amarillos de un marketing que postula la política como maquillaje ajeno a contradicciones y conflictos) desgajada del presente.
Banalizar es también convertir un suceso terrible como el asesinato de una niña de 15 años en Auschwitz, Ana Frank, en un subterfugio para comparar una de las dictaduras más sangrientas de la modernidad con la “desunión” (metáfora de “la grieta”) que Cambiemos vino supuestamente a suturar. La utilización de la Shoá para concitar atención acerca de una competencia política o electoral es una evidente forma de banalización dispuesta a ultrajar el contenido criminal de un suceso histórico.
Su uso y su abuso por parte de la derecha argentina están en total coincidencia con quienes buscan y han buscado identificar a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández de Kirchner con las “SS” y a la agrupación de la Cámpora con las juventudes hitlerianas.
Los sectores de la oligarquía argentina son y han sido absolutamente insensibles a la tragedia de la Shoá. Su aparente y tardía adscripción a un homenaje a Ana Frank -con la pretensión de dotar de valores al sistema educativo- aparece como una pantomima ante los discurso xenófobos e islamofóbicos a los que nos tiene acostumbrado la ministra de seguridad, quien ya en los años 80, en el marco de la dirección de la revista “JP” orientada por Galimberti, hacía gala de una judeofobia hoy disimulada pero coherente con su actual israelofília, sobre todo para comerciar con las empresas militares israelíes.
La articulación geopolítica del gobierno argentino y la ubicación de Israel en el sitial de la extrema derecha del arco político internacional (en absoluta alianza con Trump) aparecen —a los ojos de la derecha neoliberal— como buenos justificativos para encaramarse en memorias que siempre les fueron ajenas, y que incluso despreciaron. Recorrer la historia del siglo XX y las alianzas entre la oligarquía, el partido judicial, los carcamanes militares y el fascismo argentino, no solo es un antecedente para entender el “lapsus” del ministro Bullrich, sino un marco de interpretación para explicar un proyecto de capacitación sobre la Shoá que carece de compromiso autentico y real y que solo será utilizado para financiar a algunos intermediarios interesados en comerciar con el dolor humano.
Las acusaciones y las penas posibles contra los negacionistas, en varios países de Europa, incluyen las figuras penales de “reducción de la tragedia y/o su comparación con hechos penales, la banalización, la ridiculización de sus víctimas y la instigación al odio de colectivos”. Cuando el gobierno recurre al etiquetamiento de peruanos y bolivianos como responsables del narcotráfico –más allá de ser una indudable falacia demográfica— cumplen con creces con “la instigación al odio” a la que hace referencia los acuerdos europeos que condenan la discriminación. Cuando se humilla la memoria de los ejecutados en la ESMA, de los lanzados al mar en aviones de la muerte, cuando se ningunea la realidad de los niños robados y la tortura a embarazadas y se encapsula sus vidas en el subterfugio de la “teoría de los dos demonios”, también se banaliza (y deshistoriza) mediante un desplazamiento semántico que pretende equiparar a activistas desarmados o combatientes armados con un estado omnímodo que decide no aplicar la justicia (que dice instituir), y la permuta por campos de concentración y exterminio. En el 2001, tiempo después del juicio entablado por Irving contra Lipstadt, el entrañable poeta nacional palestino Mahmoud Darwish y el escritor libanés Elías Khoury -entre otros- repudiaron con una carta pública la realización de una Conferencia sobre la Negación del Holocausto en la que se pretendía apoyar a Irving. La digna actitud de Darwish logró que ese acto canalla no sea llevado a cabo en Beirut, por parte de una organización nazi estadounidense denominada Institute for Historical Review. Si se quiere apostar a la Memoria, a la Verdad y la Justicia, necesitamos más Darwish. Pero también menos Bullrich.
1- Existe una versión gratuita disponible en: http://bit.ly/2opXHuG
2- La presentación de la serie puede verse en: http://bit.ly/28L9DuY
3- El veredicto del juicio puede consultarse en http://bit.ly/2nO4s80
4- David Irving fue condenado a tres años de prisión el 20 de febrero de 2006 por haber negado abiertamente el Holocausto en 1989.

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