Autor: Horacio González / Nuestras Voces
26 de Marzo de 2017
En pocos meses más habrá elecciones y ahora ya contamos con el piso existencial y humano expresado por las últimas concentraciones multitudinarias que no obstante, se hallan segmentadas por distintas identidades y preferencias políticas y sindicales. De allí debe salir un gran Frente aunque no de cualquier manera: debe ser preciso y fijar sus objetivos reparadores sin las glosas y pie de páginas provenientes de la costumbrista zona de ambigüedades de tantos agentes políticos a la caza y a la pesca.
Nadie puede prever cómo se expandirán y resolverán las tensiones que han surgido a la luz en la últimas manifestaciones, donde más de un millón y medio de personas salieron a la calle a disputarle al gobierno lo que de un modo más genérico, al límite de lo que ya no puede más tolerarse, llamaríamos el sentido de las cosas. Pero las cosas son la historia, su marcha general en la conciencia colectiva con sus obvios desgarramientos, y la vida popular emancipada, que tendrá que sacudirse los punzones de hierro clavados por especialistas inquisidores, lo que hace decir a una parte de la porción más castigada de la población que “se robaron todo”. Frase no impenetrable pero que aún se escucha sobre el gobierno anterior, a la que hay que visitar con otra pedagogía, otras marchas, otras interpretaciones de lo sucedido y por suceder, más la explicación que sumen las lecciones implícitas y duras que asesta la gran catedrática que nunca descansa, “ella, la más cruda realidad”.
Esta marcha por el aniversario del golpe del 76 –un importante punto de coincidencia de todas las fuerzas populares que al mismo tiempo mantienen fuertes diferencias entre sí–, es el clivaje mayor de debates en el cuerpo heredado de interpretaciones sobre la historia colectiva. Toda la década del 70 está en discusión, sobre todo la cuestión de los derechos humanos, ante la cual el gobierno comenzó con una avanzada de desmontaje que condensa lo que desde hace tiempo dicen los editoriales de La Nación y Clarín o la señora Fernández Meijide, y demás testimonios de un proyecto integral de revisión del lenguaje con el que se estableció un horizonte inestable pero duradero de enjuiciamiento a los represores de antaño, con sus sólidos correlatos jurídicos, hoy debilitados por un gobierno que mantiene presas políticas.
I
Macri comenzó por decir, hace ya dos años que los derechos humanos eran un “curro”, pensamiento brutal que se expresó más suavemente, pero con la misma impertinencia y el mismo contenido en el cartel con el que se fotografiaron los diputados y diputadas de Cambiemos; Macri dejó en un mensaje “tuiteado” un párrafo del prólogo del Nunca Más, lo que nos obliga a retomar esos textos, que aunque siempre cuestionamos, al menos en muchos aspectos de ese prólogo, debemos releerlos en nuestros territorios sedimentados en tiempo y sangre, para volver a integrarlo serenamente en nuestros renovados argumentos. La Plaza no dejó pasar el tema, pues su pensamiento en flujo y mensurado por cuadras y cuadras de rostros animosos, decían “30 mil”. La cifra no es sólo simbólica, como dice el Secretario de Derechos Humanos, que no se cansa, en cada retorcida frase que dice, de desmentir el título institucional del que es portador. Es una cifra del destino moral del país que sigue teniendo un efecto reconstructivo y social de hondo significado.
La discusión sobre la cifra de desaparecidos se convirtió en una olla burbujeante de dictámenes apresurados y mezquinos. En su momento, Lopérifdo fijó con tiralíneas la cifra en 9 mil, “académica y científicamente”, generando grandes reacciones que lo fueron arrinconando, sin que el gobierno atinara a defenderlo, mientras preparaba nuevas andanadas sobre la iconografía instituyente de la noción moderna de derechos humanos en la Argentina. Muchos funcionarios repitieron ese número, el arcano matemático de la refutación de toda una historia dolorosamente ocurrida, y el talismán de la matriz agraviante de la memoria, la justicia, las militancias y el accionar de los organismos de derechos humanos. Luego Macri, sabiendo que pisaba terrenos resbaladizos –así son todos los que se transitan por la historia– se desentendió: sean 30 mil o 9 mil, hay que asistir a las víctimas, ambigüedades dichas al pasar, con el rostro impávido; no es su tema y esforzadamente actúa como socorrista de un simple accidente de tránsito cuando habla de lo que también define, sin que se mueva un pelo, “la mayor tragedia del siglo”. Por esto la Plaza fue sutil, dijo negacionistas pero toma nota de que también ellos hacen equilibrios sórdidos sobre el tema. En eso todavía no convencieron del todo, como a la señora que dice airada “los anteriores se robaron todo”, logro áureo de la publicidad macrista en sus mejores tiempos de coaching por correspondencia, voces mecánicas telefónicas, redes sociales “afectivas” y televisión animal suelta y dicha por ellos mismos, intratable.
Si pudiera decir Macri algo cercano a lo que piensa, diría lo mismo que Videla en su discurso inaugural: “Se acabó un ciclo histórico”. Incluso lo dijo pero en términos genéricos. La Plaza debería instruirlo sobre la manera en que fracasan estos cortes con tijeras abruptas, deshumanizadas y sin historia la pleamar de la sociedad argentina. Gobierna con sus frases premasticadas y mantiene encorsetado su “inconsciente”, que a veces expresa la vicepresidenta, que olvidó las dos o tres lecciones de republicanismo tomadas en el Instituto Hannah Arendt, lugar donde nadie lee verdaderamente a esa filósofa, que de vivir, hubiera impedido que usen su nombre sin comprender la complejidad de su pensamiento, que debemos hacer nuestro. Pero para “sinceramiento” sigamos la carrera en ascenso de la señora Michettti, y las nuevas investigaciones de la conocida institutriz prusiana, candidata provincial massista, que parece una empleada de Adrián Mercado, movedizo asesor inmobiliario.
La polémica sobre los 70 prosiguió en medios tonos en los funcionarios destacados por Macri a cubrir ese frente: Garavano haciendo un molesto surfing donde siempre predominan “las dos violencias” y algún que otro eufemismo sobre los derechos, entre los que acaba de descubrir el “derecho a trabajar”, pero en los día de huelga. Se ve que en la Facultad de Derecho –excusa: ¿“cayó” en la pública?–, se le pasó el estudio del artículo 14 bis de la Constitución, redactado por radicales que no habían llegado al nivel de vejación en su propia historia al que hoy asistimos. Mejor llamarlo derecho a carnerear, no escrito en ninguna Constitución ni código que se conozca, que el macrismo no se atreve a llamar por su nombre.
Igual que el derecho a la circulación. Siempre dicho por el gobierno e infinidad de locutoras y locutores de la grilla de los que inician su carrera como voces televisivas, jóvenes salidos no sabemos de dónde –en qué escuela de periodismo cayeron–, que ante grandiosas movilizaciones, lo primero que informan es que “hay atascamientos de tráfico en la avenida 9 de Julio”. Quizás no pueden no decirlo, son empleados del último plano de la grilla de las grandes cadenas televisivas, pero igual duele. Es la comprensión de la historia desde el punto de vista del BMW demorado frente a un semáforo.
II
A propósito de la Ciudad, también en los proyectos del partido gobernante, subyace el deseo de que sea una ciudad donde “el ideal bicisenda”, en sí mismo no cuestionable –el camino individual, la ilusión de libertad entre las máquinas atascadas–, contraste con las marchas multitudinarias. Se percibe por la gran cantidad de intervenciones sobre el cuerpo material de la ciudad, los proyectos urbanos de remodelación de avenidas, el llamado Paseo del Bajo, las permanentes intervenciones en el casco céntrico, la imposibilidad de ordenar el tránsito aglomerado a toda hora. Hay una intención de recrear una Buenos Aires arquitectónicamente hostil, espacial y topográficamente, a los grandes encuentros de masas. Esto no había sucedido hasta ahora, debido a la vitalidad mostrada por el movimiento social en los últimos tiempos, pero a los actos de intimidación hay que sumarles la tácita ficción urbana que siempre sostuvo este gobierno, sobre una ciudad que perciben, erróneamente, como capaz de borrar la memoria social y política reciente. Ellos taponaron los pañuelos clásicos, los blancos pañuelos de la Plaza de Mayo, gesto de apariencia menor, pero “política de Estado” para Macri. Promueven un creciente control policial sofocando la urbe de inspecciones a lo que se agrega la obtusa novedad que aportó la CGT, en su marcha donde se ausentó la fecha, que en un acto nunca visto en su complicada historia, obturó la noción territorial de la movilización, suprimiendo su centro vital y no permitiendo el flujo vivo de los movilizados, que iban y venían sin inspiración espacial.
Piensan los gobernantes una ciudad cercada, reproductiva de las finanzas y el design publicitario en altas escalas, estamentalizando barrios y alimentando la especulación baldosa a baldosa. La piensan asimismo, cruzada por modelos de circulación y transporte que obstruyen la visualidad paisajística –sobre todo en la 9 de Julio–, además de la “trama de afectos” especulativos que hay tras el soterramiento del Sarmiento –queremos tanto a Odebrecht–, la mudanza del Parque Zoológico –cuya historia desconocen pero no el precio de la zona por metro cuadrado– y el Polo Inmobiliario de la Isla Demarchi, por la que Schmitt no dijo nada, estando allí la sede operativa de las barcazas de Dragado del Río, lo que en su momento lo llevó en cambio a criticar el Polo Audiovisual que allí instalaría el gobierno de Cristina. Si acaso no le faltaban razones entonces ¿por qué calla ahora?
Los derechos humanos de los vivos, como dice Avelluto, repitiendo una desafortunada frase del ex presidente Duhalde, tampoco están garantizados ni en el plano laboral, ni en el empleaticio, ni el salarial, ni en las sucesivas oleadas de personas que caen en consumos de menor calidad y cantidad, o en infraconsumos, ni los consecuentes derechos urbanos que de aquí se desprenden (a la vivienda, a la circulación colectiva y no a la circulación individualista y tecnológica ajena a perspectivas urbanísticas democráticas). Ciertamente, se puso atención a la infraestructura cloacal en barrios precarizados, pero los anuncios hiperbólicos no se acompañan hasta ahora con un plan serio y extendido en el tiempo, más allá de noticias estentóreas sobre tres cuadras de la Villa 31 (con su cambio de nombre) y la Rodrigo Bueno.
Más allá de que estos temas no fueron atendidos con los desarrollos que hubieran correspondido por el anterior gobierno –pero el territorio de estas villas no es federal, aunque sí lo son los problemas complejos a resolver allí. Sin embargo, el entonces gobierno nacional llevó a los asentamientos de este tipo, vastos proyectos educativos, radicativos y de urbanización que revelaban que se hacían ya y se iban a reforzar trabajos de envergadura, lamentablemente interrumpidos cuando sonó la hora electoral macrista. Todo lo que ahora anuncian está teñido por una calculada demagogia, matizada por un evidente conducto de recursos instrumentales e ideológicos dirigidos hacia un sector que expande su precariedad y se hallan presos de distintas redes de control y especulación habitacional, securitista y clientelar. Ante ellos el gobierno actual se presenta sin “ideologismos” y con promesas de “neoliberalismos villeros”. Llamarlos “Barrios”, lo que es justo, apunta sin embargo a destinar a ese ámbito un sistema de reparaciones no basadas en el modo conceptual colectivo para restañar la vida precaria, sino con el mandato abstracto e incumplible de la “igualdad de oportunidades”. La distancia entre el origen de esa ideología y el modo que muchos sectores sometidos a penurias evidentes la aceptaron, es uno de los focos actuales que arde como enigma crucial de nuestro debate.
En pocos meses más habrá elecciones y ahora ya contamos con el piso existencial y humano expresado por las últimas concentraciones multitudinarias, que no obstante se hallan segmentadas por distintas identidades y preferencias políticas y sindicales. De allí debe salir un gran Frente aunque no de cualquier manera: debe ser preciso y fijar sus objetivos reparadores sin las glosas y pie de páginas provenientes de la costumbrista zona de ambigüedades de tantos agentes políticos a la caza y a la pesca. No se deben aceptar tampoco los cálculos minoritarios y euforias pasajeras, que den pretextos, siquiera en medio minuto de la televisión masiva, ya sea por emplearse lenguajes infortunados o actos inconvenientes, a lo que a ellos les permita pronunciar la palabra golpismo. Los publicistas, trolls y caranchos que acompañan con las más diversas formas de sostén, las arbitrariedades gubernamentales permanentes, son un batallón permanente, invisible y asombrosamente remunerado, que se especializan en revolver los basurales de la historia. Nuestra opción no debe ser otra que la organización masiva de carácter frentista, perfilado por consignas cada vez más precisas, acuerdos sin oportunismos ni inducciones vicarias, donde no predominen dirigentes que desean hacer balances rápidos con el pasado sin percibir que lo que yace a la vista en el más inmediato –donde no por otra cosa que por las posibilidades aglutinadoras que posee Cristina, le inician un próximo juicio oral– y en el menos inmediato, donde están los legados inspiradores que hay que amplificar, reconstruir y meditar sobre en ellos, en la calle y en nuestros exámenes críticos, al tiempo que valerosos. Son los legados de una historia entrecortada pero vigorosa, y sus plazos tienen singular dramatismo en lo inmediato pero son asimismo de larga duración. Las elecciones no son un sombrero encajado con premura sobre todas estas cosas, sino un momento dramático donde se condensan todas estas determinaciones.
Un efecto especular rige la política cuando las ideas no dominan los espacios vitales y experienciales de todas las identidades en tránsito. El que está en el “llano” tiene la función enunciativa de acusar de “corrupto” al que está en el poder, y a la inversa, el que vuelve al poder es visto ya como golpista y sus nuevos ocupantes son ahora los corruptos. Más allá de la verosimilitud de esos asertos, debemos evitar esas rutinas que hacen de la política un espejo circular siempre quebrado en el mismo lugar de su superficie, invirtiendo sus cargas según desde donde hable cada uno. Tenemos en cambio que ir hacia configuraciones políticas no repetitivas, que consoliden la relación de masividad junto a la expresión y construcción de espacios electorales sugerentes, inventando nuevas actividades y eficacias. El juicio sobre el dólar futuro será un ámbito vertiginoso para el debate económico, donde Cristina, Kicillof y Vanoli poseen argumentos sólidos que permitan denunciar a la clase gobernante y su estructura real de negocios entrelazadas con el poder judicial, comunicacional y político.
En la plaza había cientos de miles de personas; era la plaza incalculable, se movía y pensaba, pensaba y se movía, con la lentitud diestra de una metáfora que repentinamente surge luego de conjugar miles y miles de frases, exclamaciones y cánticos mil veces ramificados. La profunda teatralidad de la plaza, su sonoridad rítmica y persistente, y los rostros de esos jóvenes que fueron detenidos en el tiempo por una inusitada crueldad –la eterna juventud de las fisonomías que nos siguen mirando– , estaban testimoniando con su mudez tan expresiva todo ese desplazamiento. Que más allá del formidable documento leído que no dejó tema importante sin señalar y de todos los demás discursos, musitaba un único pensamiento que ni es secreto ni fácil de consumar, vamos a volver… con la hebra perseverante de siempre y con los nuevos pasos que debemos dar, innovadores y frescos, inspirados en las tantas pisadas incansables que recorrieron las generosas avenidas y ancho estuario de la Plaza.
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