Cien años después ¿De grieta en grieta…?

Fuente: Ricardo Feierstein * | Nueva Sion
Fecha: 30 de DIC 2018

La trágica semana de enero de 1919 objetivamente no tiene nada que ver con los judíos. No figuraban en la parte patronal ni en la obrera. El origen fue una prolongada huelga de obreros metalúrgicos, sobre el trasfondo internacional de los levantamientos de 1918, separados por pocos meses, en Baviera y Hungría luego del triunfo de la revolución bolchevique en Rusia. Los sangrientos sucesos que se desataron tras la represión frente a los talleres de Pedro Vasena, causando la muerte de decenas de civiles y de varios policías además de centenares de heridos y cuantiosas pérdidas materiales, se extendieron del 7 al 13 de enero.

Una de sus facetas más trágicas fue el pogrom que, del jueves 9 al martes 14, azotó los barrios judíos e inventó una absurda “conspiración para fundar una República Soviética” en el país, que sería dirigida por el periodista PinieWald (1886-1966), detenido y torturado. Acusado por las milicias antisemitas de presidir el complot, su dura experiencia fue transcripta en el libro autobiográfico Koshmar (“Pesadilla”, 1929, en idish), que permaneció ignorado por el gran público hasta su primera traducción al castellano, recién en 1987.[i] Pese a ser un destacado periodista de la prensa idish, ningún integrante de la colectividad se preocupó por su suerte. Sólo tras la visita de los diputados socialistas Alfredo Palacios y Federico Pinedo, pudo finalmente ser rescatado de las garras policiales.

Existían antecedentes de esta grieta ideológica interna en las dos primeras décadas del siglo XX. Durante los desórdenes de 1909 y en el Centenario, con su corolario de represión y muertes, la Ley de Residencia de Miguel Cané para expulsar a los inmigrantes judíos “maximalistas” recibió el apoyo de instituciones comunitarias, mientras que el joven anarquista judío Simón Radovitzky mató al jefe policial Ramón Falcón, que había dirigido la represión. Como anécdota interesante, hace algunos años se celebró un homenaje a Falcón en la calle que lleva su nombre y, curiosamente, figura allí una placa de adhesión de la actual comunidad judía.

De acuerdo a las cifras “oficiales”, un muerto y 71 heridos fue el trágico saldo del pogromde 1919, aunque, en un excelente mediometraje estrenado en 2007, el cineasta Hernán Szwarcbart documenta fehacientemente que los archivos policiales detallan entre los judíos 179 muertos y cadáveres quemados…

Fueron incendiadas las bibliotecas del Avangard (Ecuador 369) y el Poale Sion (Ecuador 645), sin distinción de matices entre bundistas, socialistas o sionistas. Los “judíos maximalistas” eran cazados como perros por las calles sin importar sexo, edad o profesión. A la cabeza de los pogromistas estaban los acomodados jóvenes de la Liga Patriótica, grupo de choque de connotaciones fascistas creado por las “buenas familias” de la oligarquía para resguardar  el “ser nacional” de la chusma inmigratoria y bolchevique.

Apenas se difundieron las noticias del pogrom se movilizaron las instituciones comunitarias y la juventud. El rabino de la Congregación Israelita, Samuel Halphon- de nacionalidad francesa- fue el primero en dirigirse a las autoridades policiales pidiendo protección para la vida y los bienes de la colectividad. Obviamente, le fueron prometidas de inmediato. Halphon era también el principal dirigente del Comité Oficial Judío que trataba con el gobierno. Con el correspondiente permiso policial, distribuyeron un manifiesto titulado Al pueblo de la República donde, entre otras consideraciones, afirma:

“150.000 israelitas purgan los delitos de una minoría cuya nacionalidad no es excluyente y cuyo crimen infamante no ha podido gestarse en el seno de ninguna colectividad, sino en la negación de Dios, de la patria y de la ley.”

Al tono oportunista y reaccionario del manifiesto se oponen las enérgicas protestas de la prensa en idish mientras la juventud judía, nacida en el país, movilizaba a un grupo de políticos e intelectuales en defensa de sus correligionarios asesinados, perseguidos y torturados.

Halphon ofrece “ayudar a la policía a desarraigar los elementos nocivos de la colectividad judía” y trata de aprovechar la situación para asumir la representación de la comunidad ante las autoridades argentinas. Pero en la prensa comienzan a aparecer artículos contrarios a la inmigración judía, presentándola como perjudicial e introductora de bacilos bolcheviques, además de otros estereotipos comunes del antisemitismo.

En febrero de 1921 se reproduce “en miniatura” la Semana Trágica en el pueblo entrerriano de Villaguay. El Sindicato de Oficios Varios lleva a cabo una campaña por aumento de salarios. Iosef Aksenztov, su secretario, dirigente cooperativista y corresponsal de Di Presse, es arrestado y golpeado. Los trabajadores -criollos en su mayoría- organizan un mitin de protesta, apoyados por los socialistas. La brigada de la Liga Patriótica de Villaguay, dirigida por los hijos del estanciero Montiel, tirotean a los concurrentes a mansalva para disolverlos. El diario La Nación presenta el episodio como una escaramuza entre criollos apoyados por la Liga Patriótica y judíos, ayudados por anarquistas y “agitadores extranjeros”. Simultáneamente un tal Abramovich, enriquecido cerealista judío, reúne firmas de colonos judíos para una adhesión colectiva de las colonias circundantes a la Liga Patriótica y la hace llegar a su dirigente, el doctor Manuel Carlés.[ii]

Para Pinie Katz, un observador de la situación, esas reacciones por parte de diversos sectores judíos marcan una honda separación -clasista, ideológica- que no se cerrará nunca y, por el contrario, tenderá a profundizarse en determinadas épocas.

“De pared a pared”

En las décadas que siguieron -y sobre todo a partir de la creación de la DAIA en 1935, que legalizó institucionalmente a la representación política de la comunidad- este maridaje entre ideas o apetencias personales y responsabilidad por el conjunto de la colectividad sufrió diversas variaciones. Poco a poco, se hizo carne que el ideario político debía englobar a los sectores cuya representación decía ostentar, con sus diversas pertenencias e ideologías: judíos de derecha, centro e izquierda. Religiosos, indiferentes y agnósticos. Las instituciones centrales representan a todos ellos, de acuerdo a una relación proporcional que se establece cada trienio mediante elecciones democráticas de los socios.

Por acuerdo gradual de los que intervenían en las compulsas electorales, se estableció un sistema que se llamó, durante años, “de pared a pared”. Ningún judío que participaba de la comunidad debería ser excluido de la misma y su voz y sus planteos debían ser tenidos en cuenta (se violó esta regla con la expulsión de los comunistas judíos, pero fue un caso especial que presentaba otro tipo de argumentos).

En “situaciones límite” como  ocurrió durante los años ’60 del siglo pasado, bajo la sabia dirección del doctor Isaac Goldenberg y frente a violentos episodios antisemitas, la actitud principal consistió en entender que la colectividad no puede confundir sus propios intereses con los del gobierno de turno. Más allá se simpatías personales o comportamientos a veces miméticos, lo cierto es que cada acción de sus directivos compromete a toda la comunidad, por lo que debe guardar prudente distancia con la adhesión a un partido o grupo argentino determinado.

Lo que va de ayer a hoy

Comentando la reciente elección -en estas semanas- de nuevas autoridades en la DAIA, representación política de la comunidad, el periodista Raúl Kollmann recuerda la implicación de la institución, en los últimos tiempos, con varias causas judiciales vinculadas al atentado contra la AMIA. Constituida como querellante sin entenderse bien las razones, impulsar la causa contra Cristina Fernández de Kirchner y Héctor Timerman por el Memorándum con Irán excede los razonamientos comunitarios y ha posibilitado desviaciones miserables, como ocurrió con dos “intelectuales” judíos quienes, luego de que el juez actuante prohibiera al ex canciller la salida del país para tratar su grave cáncer de páncreas en Estados Unidos, le aconsejaran viajar a Cuba o Venezuela para encontrar la medicina que desea o bien, en el extremo del brulote, sugerir que merece morir de esta manera por haber “traicionado al pueblo judío”, expresión que repugna a cualquier persona de bien más allá de su ideología.

Kollmann también menciona el papel más que criticable que tuvo la dirigencia institucional en el juicio por encubrimiento del atentado, jugando a favor de los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia -al igual que el gobierno de Macri- y enfrentándose entonces con los familiares de las víctimas. Y recuerda que la conducción comunitaria fue el origen de algunos cuadros que hoy ranquean alto en Cambiemos.

Nada de esto autoriza a generalizar paralelismos automáticos ni sacar conclusiones apresuradas. Pero el recuerdo de la participación de dirigentes comunitarios en la Semana Trágica trae asociaciones que ojalá resulten fuera de lugar.

Tal vez la síntesis, como tantas otras veces, puede encontrarse en los (centenarios) refranes en idish. Uno de ellos refleja la relación entre los judíos del pueblo y sus dirigentes. Dice así: “Nueve rabinos no llegan a conformar un minián. Diez zapateros, sí”.[iii]

* Escritor y periodista

 

Notas:

[1] Ricardo Feierstein y Simja Sneh (comp.):”Crónicas judeoargentinas/1. Los pioneros en idish:1890-1944”, Buenos Aires, Editorial Milá, 1987, págs.. 327-407.

[1]Este increíble episodio, presenciado en su juventud por el joven Samuel Eichelbaum, dio origen en 1924 a su primera (y poco conocida) obra teatral “El judío Aarón”, donde presenta el enfrentamiento entre colonos progresistas y sus obreros criollos contra enriquecidos propietarios judíos unidos a los grupos de choque fascistas, donde utiliza la jerga de los inmigrantes que mezclaban idish y castellano.

[1]El minián es el grupo de diez varones judíos, mayores de 13 años, requerido por la tradición para realizar una plegaria colectiva o ceremonias determinadas.

 [i] Ricardo Feierstein y Simja Sneh (comp.):”Crónicas judeoargentinas/1. Los pioneros en idish:1890-1944”, Buenos Aires, Editorial Milá, 1987, págs.. 327-407.

[ii]Este increíble episodio, presenciado en su juventud por el joven Samuel Eichelbaum, dio origen en 1924 a su primera (y poco conocida) obra teatral “El judío Aarón”, donde presenta el enfrentamiento entre colonos progresistas y sus obreros criollos contra enriquecidos propietarios judíos unidos a los grupos de choque fascistas, donde utiliza la jerga de los inmigrantes que mezclaban idish y castellano.

[iii]El minián es el grupo de diez varones judíos, mayores de 13 años, requerido por la tradición para realizar una plegaria colectiva o ceremonias determinadas.

 

* Escritor y periodista

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