2019, entre lo real y lo imaginario

Fuente: Ricardo Aronskind | El cohete a la luna
Fecha: 16 de DIC 2018

La dominación intelectual del capital financiero sobre buena parte de la sociedad argentina es innegable. Si no, no se podría afirmar sin provocar carcajadas que “la economía se tranquilizó” porque el dólar no está ascendiendo vertiginosamente. O plantear como un objetivo promisorio que “de a poco se podrá ir bajando la tasa de interés”, desde la actual desmesura monetaria.

Federico Pinedo ha señalado que al ir bajando la inflación, bajarán las expectativas de inflación. Que las expectativas mejoren no es malo, si además mejora la realidad. Cosa que sería muy buena, si además subieran los salarios. Pero no es esa la idea. Vivimos en un universo discursivo financiero, que impone sus prioridades al resto de los actores sin incluir ninguna de sus demandas. Simplemente, lo real no existe.

Economía real, tema menor

No es una novedad que la visión de la economía del sector financiero ha ido desplazando a la mirada de otros sectores empresariales de la discusión pública, para no hablar de la perspectiva de los asalariados sobre las carencias del actual modelo distributivo.

En los principales medios, la única información económica ronda en torno a la cotización diaria del dólar, a la suerte de las licitaciones y vencimientos de diversos títulos públicos (LELIQs, LEBACs, LETES, BOTES, etc.), a los inextricables avatares del riesgo país, a la evolución posible de la astronómica tasa de interés oficial, o del movimiento de los depósitos en los bancos. Para ampliar el panorama, se incluyen a veces los movimientos de la tasa de interés de los Estados Unidos, los vaivenes de los indicadores bursátiles de Wall Street y eventualmente el último chisme de la “guerra comercial” entre Estados Unidos y China.

Pareciera que con eso alcanza para tener un panorama de la economía y del mundo, y para contar con los principales datos para la toma de decisiones.

Pero lo único que se obtiene es un panorama circunscripto al mundo financiero, a las principales variables que definen las rentabilidades de las distintas opciones financieras y a las piruetas a realizar para capturar los activos que prometen mayores beneficios. Además, esa forma de informar, nos hunde en una visión de hiper corto plazo, que aniquila cualquier posibilidad de razonar sobre el rumbo general en el cual está inmersa la sociedad.

Se perdió de vista nada más y nada menos que el mundo real, que es donde se produce la riqueza. El mundo de la producción de bienes y servicios es donde se define la base del bienestar o malestar de la sociedad, la prosperidad o no de los habitantes, la capacidad del país para intercambiar equilibradamente con el resto del mundo. Se ha vuelto tan irrelevante que se lo ha suprimido prácticamente de la consideración mediática.

Esa dimensión estructural, clave para la comprensión profunda de los fenómenos sociales, se ha recortado del análisis económico. Aparece como datos sueltos de un panorama “complicado”: por aquí el empleo en descenso, por allí el menguado uso de la capacidad instalada, más allá la quiebra de tres o cuatro empresas. La pobreza como un tema de lamento ético. Pero no son incorporados como datos fundamentales que deberían estar en la primera fila de las preocupaciones económicas públicas.

La secuencia instalada desde el establishment económico es que una vez que se ponga en caja el desorden ocurrido con el dólar, se empezará a alinear la inflación, mejorará la actividad, se sostendrá el empleo y se equilibrará la cuestión fiscal.

El núcleo, el origen y destino de las políticas económicas es calmar al dólar, y todo lo demás vendrá por añadidura.

Puede ser que en una situación de emergencia, como la hiperinflación de 1989, frenar el dólar fuera la llave para detener la corrida de precios y empezar a remendar la economía.

Pero en la Argentina actual, la agenda de lo único que verdaderamente importa incluye sólo la salud del sector financiero, la venia persistente del FMI y el logro de la confianza de los inversores internacionales (que son también locales), para volver a prestarle a la Argentina. A la vuelta de la esquina está el default, y sería un papelón que le ocurra justo a este gobierno, sostenido como asset estratégico por los Estados Unidos.

La realidad invertida

Se da por sentado que la reactivación, la inversión, el crecimiento y hasta el desarrollo serán procesos que vendrán espontáneamente, una vez encaminado lo financiero. Pero es al revés.

A la solvencia financiera se llega por haber resuelto satisfactoriamente los problemas productivos y de inserción comercial internacional, y no al revés.

Tanto Estados Unidos como China, pasando por Japón, Alemania o Corea del Sur, aprobaron primero la materia producción, tecnología y exportaciones antes de la materia “confianza de los mercados”. La confianza, aunque los mercados no lo puedan racionalizar así dada su extrema ideologización, sólo se asienta en el potencial productivo y la capacidad para generar dólares propios, y no en la ideología de los dirigentes políticos o empresariales o en sus declaraciones de amor al capital.

Cuando Arcor, una de la empresas más competitivas internacionalmente del país, acumula pérdidas en los primeros 9 meses del año por 6.200 millones de pesos, pero el banco Macro, un banco irrelevante a escala global, gana 3.800 millones en un sólo trimestre, es imposible hablar de una economía que esté funcionando en la dirección adecuada, sino una que vive en una completa distorsión en materia de negocios y rentabilidades.

Los bancos no son, desde ya, los únicos que ganan. También lo están haciendo las empresas que manejan los peajes y las empresas energéticas. Ninguna de ellas obtiene sus beneficios a través de mecanismos de mercado y competencia, sino por el arbitrario favor oficial. A eso se agregarán, Rodríguez Larreta mediante, las empresas inmobiliarias a las cuales el gobierno de la ciudad les está liberando espacios públicos en los que avanzar la construcción de unidades premium para el grupo ABC1 de la sociedad.

No hay un solo sector exportador novedoso que se esté agregando al elenco tradicional. Los negocios, en un país que requiere desesperadamente dólares propios, no pasan por ahí. Todo está jugado, como a comienzos del siglo XX, a la cosecha agrícola 2019.

Si la política económica real es paupérrima, en lo conceptual no se quedan atrás.

Se minimiza o niega directamente la capacidad del mundo real para afectar las principales variables del actual modelo. Porque en un esquema conceptual en el cual el mundo financiero se ha independizado de la realidad, cerrado sobre si mismo, parece que ninguna variable externa pudiera afectarlo. Debemos decir que esta supuesta aspiración de autonomía del mundo financiero en relación al mundo de la producción no es una exclusividad local, pero que en nuestra realidad su manifestación se presenta casi en estado puro.

Dado que el sector real de la economía no existe, se sigue actuando como si el eventual colapso de la cadena de pagos no pudiera dañar la solidez del sector financiero, en la medida que se siga profundizando el desbarajuste productivo. Como si el derrumbe de la recaudación tributaria provocado por la continua contracción económica no pudiera afectar la capacidad de pagos del estado. Como si la severa contracción del salario real y demás ingresos de los sectores populares no tuviera relevancia alguna en el ritmo de crecimiento económico, y por lo tanto en la salud de las empresas y de las cuentas públicas.

Hoy el sector financiero presta sólo el 44% de sus activos al sector privado. El resto lo canaliza hacia el sector público, que está sosteniendo —a través de un menú de bonos y letras que pagan una tasa sideral— la colosal rentabilidad que está teniendo el sistema bancario local.

Es así: hoy el Estado está garantizando las enormes ganancias del sector financiero privado.

Si esto ocurriera con empresas productivas, lo llamarían subsidio y provocaría escándalo. El neoliberalismo local vuelve a mostrar explícitamente su marcado sesgo ideológico a favor del sector financiero, lo que lo inhabilita para comandar cualquier proyecto económico-social viable.

La producción de excusas, viento en popa

Ya aparecen, cada vez con mayor frecuencia las excusas que tienen que ver con los dos temas favoritos de Mauricio Macri: los factores externos (“pasaron cosas”), y el kirchnerismo, que todo lo daña. Observemos que las excusas encastran perfectamente con la negación completa de la realidad material y de los daños que se verifican como resultado de la política macrista.

En cuanto al panorama externo, es muy probable que en los próximos meses la situación de las bolsas en el mundo se complique seriamente por varias razones: hay amplia coincidencia que están todos los valores muy inflados, lo que los hace sumamente vulnerables a cualquier episodio negativo de cualquier índole; los resultados de las empresas productivas no son tan altos como lo que se esperaba, dado el modesto crecimiento global; y la confrontación judicial-legislativa que se está montando en el corazón del sistema institucional norteamericano entre quienes quieren desplazar a Donald Trump de la Presidencia y su determinación de resistir como sea a su remoción. Alta incertidumbre e imprevisibilidad global en 2019, y no los felices ’90 que tanto añora el macrismo.

En cuanto al segundo factor que todo lo explica, el kirchnerismo, ya no sólo aparece desde el pasado para perjudicar los esfuerzos de la actual gestión, sino que ahora ataca desde el futuro para afectar los amplios logros gubernamentales.

En la medida en que se está entrando en una etapa política sumamente fluida en la que se evalúa la viabilidad política de la candidatura de Cristina, ya se pudieron observar numerosos títulos y comentarios asignando alzas en el riesgo país y subas del dólar a los supuestos pánicos que desataría tal candidatura.

Nada más oportuno: ahora que estaríamos revirtiendo la situación incomprensible que ocurrió en abril y mayo, y comenzando el ciclo de la prosperidad, aparece el fantasma del populismo para malograrlo todo.

No serían los espantosos números de la realidad económica y social, sino las fantasías que generan en los míticos inversores –de los cuales dependen la vida y hacienda de los argentinos— los que podrían generar un traspié.

En el esquema neoliberal, tampoco se entiende el comportamiento de la gente, especialmente en lo referido a una eventual recaída en el populismo. Esa preferencia electoral en 2019 sería interpretada como una obsesión de gente con capacidades intelectuales limitadas, y no como reflejo de la inutilidad del actual esquema para conquistar una mayoría social.

Nada del descalabro material actual tendría relación alguna con los movimientos que se están observando en la opinión pública y con los valores que prioriza la sociedad.

La mejoría en los porcentajes del malvado populismo no están asociados con la realidad creada por el macrismo, sino con una esencia berreta de la sociedad argentina, una enfermedad casi irrecuperable en el contexto democrático.

¿De qué confianza en qué cosa hablan?

Nuevamente reaparece la pregunta, en diversos periodistas económicos, sobre la confianza que se podría perder en caso de que las perspectivas electorales se vuelquen hacia una candidatura favorable a los sectores populares.

¿Qué podría pasar con los “inversores” si aparece en el escenario electoral la posibilidad de que gane Cristina? La pregunta podría tener algún interés si estuviéramos hablando desde un modelo económico capaz de exhibir algunos logros, aunque sea para una minoría, como por ejemplo Chile.

Pero la pregunta se formula en la Argentina 2018, país que a fines de 2015 tenía diversos problemas manejables, ninguno de los cuales ha sido resuelto, y que ha sido puesto al borde del abismo económico y social.

¿De qué confianza en qué cosa se está hablando? Los fantasmáticos inversores, ¿estarían aterrorizados de que cese un gobierno calamitoso para buena parte de la población y del propio empresariado? ¿Se podría perder, acaso, la actual prosperidad generalizada, la actual competitividad global, la eficiencia institucional que se logró en estos tres años? ¿Abandonaríamos la reconversión productiva a la australiana, que jamás comenzó? ¿Dejaríamos de ser el supermercado del mundo que no somos?

¿Cesarían de fluir los capitales globales que en realidad entran brevísimamente prestos a huir en cualquier momento? ¿Pararía la lluvia de inversiones que se transmutó en sequía permanente? ¿Se perderían las prácticas institucionales republicanas como el blanqueo impositivo a los familiares o los perdones a las deudas de los ex gestores de empresas públicas?

¿Habría fuga de capitales, como vino ocurriendo en forma espectacular en estos tres años?

¿Se quedaría la Argentina sin crédito internacional, como ya ocurrió?

Hoy el país está a tiro de un colapso productivo y de un nuevo evento de deuda impagable. Esa es la realidad, y causan gracia las especulaciones sobre el presunto miedo de los inversores asustados. Los interrogantes sembrados sobre las acechanzas de un alternativa popular parecen más la implantación colectiva de un miedo al cambio —o a “despilfarrar los esfuerzos realizados por todos en estos tres años”—, que resultado de un análisis mínimamente sensato de la situación del país.

Es urgente para el campo que se sitúa en la oposición política al experimento macrista salir de este mundo de fantasía financiera, romper completamente con ese universo conceptual hecho a la medida de la especulación y el endeudamiento y recuperar convicciones propias de los mejores momentos de la economía argentina.

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