El sionismo es el último refugio del sinvergüenza

Fuente: Uri Avnery | Haaretz
Fecha: 10 de SEPT 2017

Si hay una palabra en hebreo de la que estoy totalmente harto, es sionismo. Es una palabra llena de significado y vacía de todo significado. Es una palabra que se puede pegar en cualquier frase en que haya un hueco. Es buena para los políticos que no tienen nada que decir. Puede justificar cualquier cosa y descalificar cualquier cosa. Es buena para todos los estafadores y tramposos. Hace unos 300 años, el pensador inglés Samuel Johnson dijo: «El patriotismo es el último refugio de un sinvergüenza». En nuestros días y lugar podemos decir eso mismo acerca del sionismo. Entonces, ¿cuál es el verdadero significado de la palabra?

El sionismo, como se conoce comúnmente, nació como término a fines del siglo XIX y llegó a expresar una idea perfectamente simple: sacar a los judíos de la Diáspora y concentrarlos en la Tierra de Israel. Fue una idea revolucionaria, una revolución geográfica que fue inevitablemente una revolución ideológica: convertir a los judíos de una comunidad etno-religiosa dispersos por todo el mundo, en una «nación» moderna concentrada en un país, acorde con un espíritu de nacionalismo que se intensificaba en Europa. Eso fue el sionismo.

A lo largo de los años, muchos intelectuales han agregado significaciones al sionismo como mejor les parecía. Cada persona tenía su propio sionismo, de derecha y de izquierda, conservador y socialista, religioso y secular, occidental y oriental. Pero ninguno de estos aditamentos cambió la simple idea concebida por Theodor Herzl que creía que casi todos los judíos vendrían a Israel. El resto, pensó, simplemente se convertiría en alemanes, rusos, franceses, etc. Si Herzl hubiera conocido a los judíos orientales —los judíos habitantes de países árabes y/o musulmanes— habría pensado que ellos también, a menos que vinieran a Israel, se convertirían en marroquíes, turcos, persas, etc. Dejarían de ser judíos.

Desde el punto de vista de Herzl, el término «sionista estadounidense» es un oxímoron, una contradicción absurda. Para él, un judío norteamericano podía ser sionista durante unos meses, pero para continuar como tal, debía abordar un barco rumbo a la Palestina otomana. Este sionismo, el verdadero sionismo, de Herzl llegó a su fin con el establecimiento de Israel como un Estado. La idea se había concretado. Los ciudadanos de Israel son una nación, como él soñó. Como en todas las naciones, quieren que su estado prospere, mientras que los judíos de todo el mundo siguen siendo una comunidad etno-religiosa, como lo fueron antes del nacimiento del sionismo.

¿Cuál es el carácter de esa comunidad? En el mundo moderno es una criatura única y extraordinaria, pero en el pasado era perfectamente normal. En el Imperio Bizantino toda la población estaba formada por esas comunidades. Cada comunidad tenía su propia religión y autonomía administrativa, gobernada por clérigos subordinados al gobierno central.

La división entre las comunidades no era geográfica sino étnica y religiosa. Los judíos que fueron exiliados por Nabucodonosor a Babilonia no se convirtieron en babilonios, permanecieron judíos. Y cuando fueron devueltos a Jerusalén por Ciro el Grande, continuaron siendo judíos. Después del Imperio Persa vinieron el Imperio Macedonio, el Imperio Romano, el Imperio Bizantino y más tarde los musulmanes-árabes, mamelucos y turcos, hasta la llegada de los británicos, cuyas leyes heredamos.

Hasta hoy, nuestras leyes matrimoniales se basan en esa antigua base. Un judío de Tel Aviv puede casarse con su amado judío de Nueva York sin dificultad, pero no puede casarse con un cristiano de Jerusalén o un musulmán de Haifa. Uno de los dos debe convertirse, o deben casarse en el extranjero. Este es el régimen comunitario, un flagrante anacronismo antisionista.

Un americano judío es americano y no pertenece a la nación israelí. Puede enviarnos donaciones (y bendecirlo por ello), o visitarnos en el verano a expensas de alguna organización «sionista», pero es americano. Benjamín Netanyahu puede declararse el líder de todos los judíos, pero es sólo el primer ministro de la nación israelí en el pequeño Israel.

Por cierto, los ciudadanos árabes de Israel podrían haber sido parte de la nación israelí, si hubieran querido hacerlo. Les daría la bienvenida. Pero parecen preferir ser una minoría nacional en el estado israelí y seguir siendo parte de la nación palestina.

En estos días, en esta realidad, la marca sionista es innecesaria y un obstáculo. Es confuso y sirve como una herramienta para los políticos que buscan extorsionar dinero y apoyo político de los judíos de todo el mundo. Es una marca falsa mal utilizada para el fraude.

Entonces, ¿cómo me defino? Como cualquier persona moderna consto de varias capas. Primero soy un ser humano, un hermano de cada hombre y mujer en la tierra. Luego soy israelí. Luego soy de ascendencia judía. (Una vez tuve una tormentosa discusión con Ariel Sharon sobre esto, le dije que yo era ante todo israelí y sólo luego judío, y él apasionadamente argumentó que era judío primero y sólo luego israelí).

En resumen, hemos construido una estructura nacional llamada Israel. Para eso necesitábamos andamios. Este andamio fue llamado sionismo. Ahora, cuando el edificio está de pie, el andamio se ha vuelto redundante y es incluso como un obstáculo en el camino. Pero para todos los tipos de sinvergüenzas es un refugio útil.

Traducción: Dardo Esterovich

Nota original: clickear aquí

 

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One comment on “El sionismo es el último refugio del sinvergüenza
  1. Myriam Blasberg dice:

    Concuerdo con gran parte del artículo, pero no con todo: La cita con la palabra «sinverguenza» carece de fundamentación y al no tenerla resulta gratuitamente agresiva.
    Tengo entendido que el sionismo nació de la necesidad de dejar de ser perseguidos y aniquilados. No soy sionista, porque considero que en la actualidad no sería necesario serlo pero lo entiendo como movimiento histórico. También soy argentina de ascendencia judía. Soy patriota porque amo al país que me formó y me sostiene con mi gente. También estoy de acuerdo con la crítica del autor al matrimonio israelí, que es un ejemplo de xenofobia inspiradora para el resto de la humanidad. Saludos