La unidad y las PASO: el cómo depende del para qué

Fuente: Edgardo Mocca | Página 12
Fecha: 04 de JUNIO 2017

La construcción de una alternativa electoral para frenar el curso destructivo del país que está en marcha parece una empresa suficientemente importante como para ponerla a cubierto del barullo mediático y de los conflictos entre intereses personales y de grupo. No se trata aquí de imaginar una vida política de la que estén ausentes las vanidades y las mezquindades: ninguna actividad humana puede conseguir tal cosa. Los partidos y movimientos políticos son articulaciones entre causas colectivas y carreras personales; son —cuando merecen ese nombre y no son simplemente sellos para validar una lista de candidatos— formas institucionales surgidas de fenómenos históricos y sociales que han adquirido determinada potencia colectiva. El movimiento social necesita una organización relativamente estable, sin ella no puede perdurar. A la vez la institución tiene una dinámica propia que no obedece exclusivamente a los fines que la hicieron necesaria: junto a los incentivos colectivos —la doctrina, la ideología, el programa— se desarrollan los incentivos selectivos, el esfuerzo por el éxito de la propia carrera política personal. El peronismo no es, en ese sentido, tan excepcional como suelen presentarlo sus seguidores y sus adversarios. Ahora bien, la perdurabilidad del partido-movimiento exige que ambos tipos de incentivos se mantengan vivos: sin incentivos colectivos, sin rumbo político claro, el partido deviene una agencia de colocación en cargos públicos sin potencia transformadora y sin incentivos selectivos, cerrado a las carreras personales, se convierte en una secta de creyentes. La encrucijada actual del peronismo podría ser pensada y resuelta con una combinación, en dosis adecuadas, de pragmatismo político y sentido histórico. Después de la aparición de Cristina en el reportaje televisivo del 25 de mayo pasado y su compromiso de presentarse como candidata de la unidad opositora si así se le pidiera, se ha desatado una curiosa saga en la que parece que todo el problema que está en discusión es si la lista de candidatos debe ser el fruto de un acuerdo o dirimirse en una primaria abierta. Se da por sentado que la unidad no tiene otro punto para aclarar que no sea la forma en que se ordena la grilla, el “cómo” de la unidad. Pero el orden lógico no empieza con el cómo en ningún orden de la vida, el cómo depende siempre del para qué. ¿Para qué queremos la unidad? Seguramente para alcanzar algún fin que no podríamos alcanzar desunidos. En este caso sería, claro está, la obtención de mejores posibilidades de ganar la elección. Hay que decir que cuando hablamos de elecciones ya se entiende que estamos hablando exclusivamente de la provincia de Buenos Aires, lo que no deja de ser una curiosidad política, aunque provisoriamente podemos dejar de lado la cuestión. Ganar la elección es ganarle a Macri con una amplia unidad cuyas fronteras no serían las del PJ sino las de un frente que reconozca otras identidades y otras pertenencias; entre ellas las que acompañaron la última experiencia de gobierno y otras que puedan ser convocadas. Corresponde precisar que el objetivo de ganarle a Macri no está relacionado exclusivamente con un objetivo partidario sino que tiene un sentido para la sociedad; sería ganarle para frenar un determinado curso político y adelantar los tiempos del triunfo de otro rumbo. Hay una escena necesaria que en el barullo declarativo de estos días va quedando en la penumbra: la escena de un compromiso público de los participantes en esa unidad acerca de cuál sería la agenda legislativa y política que se comprometen a cumplir. No es un contrato formal. No es una manía por los papeles programáticos. Es una necesidad política después de que hemos asistido a una numerosa deserción de diputados y senadores respecto del sentido con el que fueron votados. Y no cualquier deserción sino una que facilitó la consolidación del adversario al que ahora se pretende enfrentar. La escena del compromiso colectivo no resolvería por anticipado la existencia o no de nuevas deserciones, eso es absolutamente imposible en la política de cualquier tiempo y lugar. Pero tendría una importante virtud, la de dejar claro cuál es el propósito colectivo que anima la unidad y generar la credibilidad respecto de que lo que se está construyendo es una nueva unidad y no un rejunte de aspiraciones personales.

El para qué de la unidad indica con quiénes se construye. Establece una frontera política. En este punto aparece la ilusión muy a la moda de la unidad sin fronteras, la unidad de todos. ¿Quiénes son todos? ¿También los que juegan con Macri? En ese caso se diluye el para qué, no tiene sentido decir que vamos a frenarlo a Macri con la gente que lo ayuda a avanzar. Sobre esta base puede pensarse al peronismo como motor de un acuerdo superador, de un desarrollo crítico y autocrítico de la experiencia de los doce últimos años de gobierno. Crítico y autocrítico no en el sentido oportunista del pase de facturas sino en el sentido del reconocimiento de las limitaciones y las debilidades de la experiencia, cuya superación aparece necesaria en la perspectiva de un nuevo ciclo nacional, popular y democrático. Solamente a partir del para qué y con quiénes tiene sentido la discusión del cómo, de las formas. Y entonces las formas son las formas mejores para llevar al triunfo el objetivo planteado. Está claro que no serviría que la unidad desemboque en una lista monocolor que se niegue a toda negociación: la unidad amplia se desnaturalizaría así en el triunfo de una facción sobre otra. El acuerdo tampoco podría obedecer a una lógica de relaciones de fuerzas en una estructura e ignorar el peso político de cada uno en la confianza popular que, en última instancia, es la que va a decidir la suerte de la estrategia común. No es fácil de entender cuál es el argumento de quienes creen que las primarias abiertas son el único camino posible. El más visible es que a los candidatos “los ponga el pueblo”. Suena muy bien pero tiene muchos problemas. El peronismo llega a esta instancia electoral en el medio de un proceso de conflictos internos intensos e innegables. El propio hecho de no poder acordar listas de candidatos comunes echaría un manto de duda sobre la viabilidad de la unidad. Y mucho más sobre la conducta posterior de quienes resultaran perdidosos en la interna. No son especulaciones abstractas, es el balance innegable de la última experiencia electoral en la provincia de Buenos Aires en la que el encono interno fue plenamente aprovechado por el establishment para desacreditar a quienes ganaron y favorecer la proyección electoral de la candidata macrista.

No se puede pensar un intento de derrotar a la coalición de gobierno como un juego inocente. No es una boleta partidaria u otra la que está en juego. Lo que está en discusión es si el proyecto de restructuración neoliberal en la Argentina —como parte de la ofensiva regional que está en marcha— logra generar un orden político que le dé consistencia y proyección futura. Ese proyecto tiene un escollo principal cuyo nombre se puede pronunciar de muchos modos pero cuyo sentido y liderazgo son muy difíciles de negar. ¿Cómo puede ignorarse que en simultáneo con el alboroto alrededor de las internas abiertas se haya intensificado hasta niveles que no parecen mostrar ningún límite la agresión contra Cristina, su familia y todo lo que tenga que ver con la experiencia política kirchnerista? ¿Qué significa eso para la unidad del peronismo? ¿Es una muestra de pudor republicano contra la corrupción o un operativo explícitamente orientado a la proscripción de la principal fuerza de oposición? (Cualquier duda puede consultarse a Lanata o a Stolbizer). La verdad es que no se puede simular inocencia frente a esta situación y hacer de cuenta que el peronismo puede resolver sus diferencias en una elección abierta al margen de este ominoso clima político en el cual la división de poderes y la vigencia de la ley y el estado de derecho son burladas de un modo descarado. Es muy dudoso que las diferencias internas de la oposición que no puedan resolverse en una negociación interna sean saldadas por una elección en la que la corrupción judicial y la manipulación mediática estarían concentradas en el excluyente objetivo de debilitar a Cristina a cualquier costo. Cuando se discutió la ley de las PASO, la simultaneidad de su realización fue colocada como una garantía de que cada ciudadano votara en las primarias de su preferencia. En el caso de las primarias de agosto, el macrismo no tendría internas en la provincia de Buenos Aires. Es posible que la hipótesis de un voto macrista masivamente volcado en las internas frentistas contra Cristina sea una alucinación o una novela de ciencia ficción pero no son pocas las rarezas que está mostrando la política argentina.

De todos modos, lo principal es que la forma sea precedida por el sentido de lo que se quiere hacer. Lo principal es que todos los candidatos sean claros al enunciar sus propósitos y las razones por las que procura ser votado. Que todos formulen un claro compromiso respecto de su futura conducta electoral y política. El peronismo es una fuerza que ha sobrevivido a duras experiencias y setenta años después de su nacimiento sigue teniendo una enorme influencia en la escena argentina, contradiciendo desde 1955 todos los pronósticos sobre su desaparición y el nacimiento del posperonismo. Sin embargo, ninguna fuerza política en la historia tiene garantizada su perdurabilidad. Y esa perdurabilidad no depende tanto de un aparato eficaz y aceitado sino de su arraigo en el pueblo. La socialdemocracia europea existe desde mediados del siglo XIX y tiene en su trayectoria enormes méritos históricos. Sin embargo, hoy agoniza. Y la causa principal es la decisión de abandonar sus perfiles populares y transformadores y suplantarlos por la gobernabilidad neoliberal. En estos tiempos se habla de “renovar al peronismo” como un modo de cerrar definitivamente la etapa kirchnerista. Pero el peronismo naufragaba en la crisis terminal entre 2001 y 2003 cuando el pueblo argentino gritaba “que se vayan todos”. Ese “todos” no era solamente De la Rúa y la primera Alianza, incluía a la experiencia neoliberal de Menem. Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner lo revivieron. Eso es lo que empieza a estar en juego.

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