¿Cui bono?

Fuente: Uri Avneri | Gush Shalom
Fecha: 15 de ABRIL 2017

Cui Bono —«quién se beneficia»— es la primera pregunta que un detective experimentado hace al investigar un crimen. Desde que fui detective durante un corto tiempo en mi juventud, sé el significado. A menudo, la primera y obvia sospecha es falsa. Te preguntas «¿cui bono?», y otro sospechoso, en quien no pensaste, aparece.
Desde hace dos semanas la pregunta me da vueltas por la cabeza. No me abandona.
En Siria, se ha cometido un terrible crimen de guerra. La población civil en un pueblo rebelde llamado Idlib fue golpeado con gas venenoso. Decenas de civiles, entre ellos niños, tuvieron una muerte miserable.
¿Quién podría hacer semejante cosa? La respuesta era obvia: Bashar al-Assad, ese terrible dictador. ¿Quién sino él?
Y así, en minutos (literalmente) el New York Times y un buen número de excelentes periódicos de todo Occidente proclamaron sin titubear: ¡Assad lo hizo!
No se necesitan pruebas. Ninguna investigación. Es evidente. Assad, desde ya. En cuestión de minutos, todo el mundo lo supo.
Una tormenta de indignación atravesó el mundo occidental. ¡Debe ser castigado! El pobre Donald Trump, que ni idea tiene, sucumbió a las presiones y ordenó de inmediato un ataque de misiles sin sentido a un aeródromo sirio, después de haber predicado durante años que los Estados Unidos no debían bajo ninguna circunstancia involucrarse en Siria. De repente, se desdijo. Sólo para darle una lección a ese bastardo. Y para mostrarle al mundo lo que él-él-él hombre, él, Trump realmente es.
La operación fue un éxito inmenso. Durante la noche, el Trump despreciado se convirtió en un héroe nacional. Incluso los liberales lo reverenciaron.
Pero después de todo, la pregunta siguió sacudiendo mi cabeza. ¿Por qué lo hizo Assad? ¿Qué tenía para ganar?
La respuesta es simple: nada. Absolutamente nada.
(En árabe «Assad» significa «león», y a pesar de lo que los expertos y estados de occidente creen, el énfasis está en la primera sílaba
Con la ayuda de Rusia, Irán y Hezbolá, Assad está ganando, lentamente, la guerra civil que viene golpeando a Siria desde hace años. Domina casi todas las ciudades importantes que constituyen el corazón de Siria. Tiene suficientes armas para matar a tantos enemigos civiles como su corazón desee.
Entonces, ¿Por Dios, por qué habría de usar gas para matar algunas decenas más de enemigos? ¿Por qué despertar la ira de todo el mundo, invitando a una intervención norteamericana?
No hay manera de llegar a otra conclusión: Assad no obtuvo ningún beneficio del detestable operativo. En la lista de «beneficiarios», está en el último puesto.
Assad es un dictador cínico, incluso cruel, pero está muy lejos de ser un tonto. Fue adiestrado por su padre Hafez al-Assad quien fuera su antecesor y también dictador durante mucho más tiempo que el mismo Bashar. Aún si pensásemos que fuera tonto, tiene como asesores a algunas de las personas más hábiles del planeta: el ruso Vladimir Putin, Hassan Rouhani de Irán y Hassan Nasrallah de Hezbolá.
Entonces ¿quién tenía algo para ganar? Bueno, por lo menos una media docena de sectas y milicias sirias que luchan contra Assad y se enfrentan en la loca guerra civil. También sus aliados árabes suníes, los saudíes y otros jeques del Golfo. E Israel, sin dudas. Todos ellos tienen interés en incitar al mundo civilizado contra al dictador sirio.
Simple lógica.
Una acción militar debe tener un objetivo político. Como lo aseguró el famoso Carl von Clausewitz hace 200 años: la guerra es la continuación de la política por otros medios.
Los dos principales contendientes en la guerra civil siria son el régimen de Assad y Daesh (ISIS o Estado islámico). Y entonces ¿cuál es el objetivo de los EE.UU.? Suena como una broma: Estados Unidos quiere destruir ambos lados. Otra broma: primero quiere destruir a Daesh, por lo tanto bombardea a Assad.
La destrucción de Daesh es sumamente deseable. Existen en el mundo pocos grupos tan detestables. Pero Daesh es una idea, más que una simple organización. La destrucción del Estado Islámico dispersaría a miles de devotos asesinos por todo el mundo.
(Curiosamente, los asesinos originales, hace unos 900 años, eran fanáticos musulmanes muy similares a los de Daesh ahora.)
Los socios de Estados Unidos en Siria hoy inspiran lástima y están casi vencidos. No tienen la más mínima posibilidad de éxito.
Hacer daño a Assad ahora significa prolongar una guerra civil que ahora tiene menos sentido que antes.
Para mí, como periodista profesional de larga experiencia, el aspecto más deprimente de todo este asunto es la influencia de los medios de comunicación estadounidenses y occidentales en general.
Leo regularmente el New York Times y lo admiro. Sin embargo, destrozó todos sus estándares profesionales publicando una verdad revelada, sin verificación alguna. Después de todo, tal vez Assad sea culpable. Pero, ¿y la evidencia? ¿Quién investigó y cuáles fueron los resultados?
Peor aún, la «noticia» inmediatamente se convirtió en una verdad mundial. Millones la repiten sin reflexionar, como que el sol sale por el este y se pone por el oeste.
Es muy deprimente que nadie pregunte, que nadie pida una prueba.
Pero volvamos al dictador. ¿Por qué Siria necesita un dictador? ¿Por qué no es una bella democracia al estilo estadounidense? ¿Por qué no acepta con gratitud el «cambio de régimen» diseñado por Estados Unidos?
La dictadura siria no es un fenómeno accidental. Tiene raíces muy concretas.
Siria fue creada por Francia después de la Primera Guerra Mundial. Más tarde una parte de se separó y se convirtió en el Líbano.
Ambas son creaciones artificiales. Dudo que aún existan auténticos «sirios» y verdaderos «libaneses».
El Líbano es un país montañoso, ideal para pequeñas sectas que necesitan defenderse. A través de los siglos, muchas pequeñas sectas encontraron refugio allí. Como resultado, el Líbano está lleno de sectas que desconfían entre sí: musulmanes sunitas, musulmanes chiítas, cristianos maronitas, muchas otras sectas cristianas, drusos y kurdos.
Siria es casi lo mismo, con la mayoría de las mismas sectas, sumado a los alauitas. Estos, como los chiitas, son seguidores de Ali Ibn Abi Talib, primo y yerno del profeta (de ahí el nombre). Ocupan un pedazo de tierra en el norte de Siria.
Ambos países tenían que inventar un sistema que permitiera que entidades tan diversas y mutuamente sospechosas vivieran juntas. Encontraron dos sistemas diferentes.
En el Líbano, con un pasado de muchas guerras civiles brutales, inventaron una forma de compartir. El presidente es siempre un maronita, el primer ministro sunita, el comandante del ejército druso, y el presidente del parlamento, un chiíta.
Cuando Israel invadió el Líbano en 1982, los chiitas en el sur estaban en lo más bajo de la escala. Ellos dieron la bienvenida a nuestros soldados con arroz. Pero pronto se dieron cuenta de que los israelíes no habían venido sólo para derrotar a sus arrogantes vecinos, sino que pretendían quedarse. Así los humildes chiítas iniciaron una campaña de guerrillas muy exitosa, en el transcurso de la cual se convirtieron en la comunidad más poderosa del Líbano. Ellos son dirigidos por Hezbolá, el Partido de Alá. Pero el sistema todavía se mantiene.
Los sirios encontraron otra solución. Se sometieron voluntariamente a una dictadura para unir al país y asegurar la paz interna.
La Biblia nos dice que cuando los hijos de Israel decidieron que necesitaban un rey, escogieron a un hombre llamado Saúl que pertenecía a la tribu más pequeña, Binyamin. Los sirios modernos hicieron lo mismo: se sometieron a un dictador de una de sus tribus más pequeñas: los alauitas.
Los Assad son gobernantes seculares y antireligiosos, lo opuesto al fanático y asesino Daesh. Muchos musulmanes creen que los alauitas no son musulmanes en absoluto. Desde que Siria perdió la guerra de Yom Kipur contra Israel, hace 44 años, los Assad han mantenido la paz en nuestra frontera, aunque Israel ha anexionado las Alturas del Golán sirio.
La guerra civil en Siria todavía está en pleno desarrollo. La lucha es todos contra todos. Los diversos grupos de «rebeldes», creados, financiados y armados por Estados Unidos, están ahora en malas condiciones. Hay varios grupos rivales de yihadistas, que odian al Daesh yihadista. Hay un enclave kurdo que busca separarse. Los kurdos no son árabes, pero son esencialmente musulmanes. Hay enclaves kurdos en la vecina Turquía, Irak e Irán, cuya hostilidad mutua les impide hacer causa común.
Y tenemos al pobre e inocente Donald Trump, que había jurado no involucrarse en todo este lío y que estaba haciendo eso.
Un día antes, Trump era despreciado por la mitad del pueblo estadounidense, incluyendo la mayoría de los medios de comunicación. Con lanzar apenas unos cuantos misiles, se ganó la admiración general como un líder fuerte y sabio.
¿Qué nos dice todo esto sobre el pueblo norteamericano y sobre la humanidad en general?
Traducción: Dardo Esterovich

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